La Sonia de Leila
Sonia camina con su amiga Leila por
una calle profunda como ella, extensas manos, cuerpo afilado, algo panzona.
Sonia, ¿cuándo
vas a decirme que tu estrella es mía, mía?
Sonia deja
caer su cuerpo fláccido al primer tropezón con un adoquín de madera.
Leila
insiste.
Sonia le
promete cien estrellas.
Sonia, ¿cuándo
vas a darme aquel vestido caro que te regaló la abuela, que a mí me quedaría
tan bien?
Sonia
promete darle todos sus vestidos a Leila.
Cae el sol
en la profundidad de la calle, el barrio o el camino por andar. Sonia se
estremece frente al amanecer de la noche o de la Luna (le pican los dedos del
pie, huesudos, plenos de hongos y callos). Leila forcejea con las trenzas
erizadas de Sonia, piojosas, algo aceitosas y dice: ¡Qué asco! Sonia promete
darle también sus libros, los más queridos. Leila tira de la ropa de cama de
Sonia, rota, sucia, vieja… Sonia explica a su compañera de camino que le dará
todo, todo. Leila se entretiene jugando
con la panza caída de Sonia. Le hace cosquillas y ríe. Sonia se encorva un poco
más, le duele, pero salta para darle un caramelo a Leila, quien ríe por la
desproporción de Sonia: Trenzas largas, manos enormes y una altura de un metro.
Leila, esbelta,
de ojos negros y piel dorada ríe mucho y
explica: ¡Si no me das todo, te juro que te cortaré las trenzas y las manos!
Sonia le
promete el cielo y salta en su deforme figura sobre su pequeña sombra: ¡Todo,
todo te daré!
Leila, poco
conforme, le pide sus palabras, su letra, su voz… Sonia exprime sus pulmones
para deslizar por su lengua una palabra minúscula: ¡Todo te daré!
Erguida
sobre su pata de palo más alta, Sonia hace equilibrio y juega. Y antes de caer, se sobresalta: ¡También quiero
tus patas de palo! ¡La quiero, las quiero!
Sonia cae
al suelo, Leila se las quita y Sonia se arrastra. Leila le pega a Sonia: juega,
juega… ¡Quiero también…!
-Todo
lo tendrás. Mi estrella te mira, quiere ser tuya. Sus novecientas amigas te quieren. El vestido
que me dio mi abuela es tuyo y todos los que quedan. Mis libros están en la
biblioteca de la casita chiquita de la casa de la periferia. Como el caramelo,
todo te daré. Pero debo decirte que estamos sobre la Luna, que ya no tiene
piernas.
Y
está por caer.
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