miércoles, 28 de agosto de 2013

Nuevo poema de Pablo Arahuete, agosto de 2013

Al final de la escarpada
La sonrisa del viento
     impulsa veloz la sonrisa
oculta en la piedra
                            
                                   Caída.
Instante  sin vuelta a la vuelta de la
a sombra y  de su peso
detenido .
 Vaga la  mirada,
                                      solemne recreo del sentido
El borde                                 lejos
Y la escarpada                                                  inalcanzable
 eterno vértigo en la         desdicha
La sin respuesta en el          silencio
           abre una grieta
                            sin fondo
y, debajo,
piedra sobre piedra
polvo y revoltijo.
remolino espigado

                              En el principio,  la escarpada. 

martes, 27 de agosto de 2013

Una letra- poema de Santi Tombetta, agosto de 2013

                          Miro al costado,
No es donde quiero estar.
Caigo
            en la brisa,
Escucho el paso del tiempo
Adormecido,
Nada de esto es real.
Cabezas muy planas,
             Que no paran de sermonear.

Pará que
                 caer,
Su batalla perdida está.
                 Esa boca de lobo,
                 Vieja trampa es.
Sabe de nada,
Y no ve más allá.
Se cree muy libre,
           Viviendo tras rejas.


Anda intranquila,
Sus alas quemadas están.
                     El veneno propaga,

Pero no les quema más.

lunes, 26 de agosto de 2013

in-saturado, un poema de Juan Escalona, agosto de 2013

IN- SATURADO

Llena está la habitación
Sangre en tus oídos cansados de armonía
                           Se huele la muerte oculta
Gastadas las manos sin
                                        suavidad
En tu boca no
                                saben las palabras
 Ojos ciegos de tanta luz


Tu cabeza explota de convicciones.

Bar Los Sopranos, por Francisco Famá, agosto de 2013





Bar los Sopranos.


          Desde las cuatro de la madrugada las puertas se abren para los empleados y dos socios dueños del bar. Muy sereno y calmo el tiempo en época de primavera. Se huele en el aire poco contaminado cómo va a ser el día. El bar sirve desayunos al público de seis de la mañana a diez. La mejor ubicación es la esquina más concurrida de la ciudad en el microcentro. El aroma del café dentro del local invita a concurrir. Es frecuentado por personas con el hábito del desayuno, más la polémica del fútbol, los lunes y los viernes, como final de semana. Entre diez a doce parroquianos se juntan en mesas que arriman ellos mismos. La camarera Andrea, alta, morocha, ojos negros saltones, atiende a los más ruidosos los lunes. Diez a doce cafés con leche, mediaslunas y sacramentos de membrillo. Mientras Andrea va sirviendo escucha los comentarios de la jornada de fútbol, hasta completar el servicio de los muchachones entre treinta y cuarenta años. Sandra, más baja, morena de ojos verdes, escucha algunos comentarios de las mesas vecinas llegan con crítica. Polémica desde todas las mesas. Los tanos se prenden en el comentario. Risotadas cuando aparece alguna gastada entre simpatizantes. Antes de emitir comentarios, las camareras y el Tano debaten entre ellos. Sandra le da letra a Andrea, quien comienza:
-Vieron que el referí que dirigió Boca River tiene una fábrica de calzado. –Mientras va levantando el servicio.
-¿No vas a decir que por el penal que cobró a  favor de Boca? - uno de los clientes gordos y rabiosos desde la mesa grande.
-El que dirigió Independiente Racing tiene una concesionaria de autos, el que dirigió San Lorenzo Huracán es dueño de una inmobiliaria en Martínez -de aquellas- el que dirigió Estudiantes Gimnasia es socio de una cadena de farmacias.
-¿Qué querés decir? –dice uno en la cabecera de la izquierda de Andrea.
-Ninguno es un pobre tipo. – Una risotada de la mayoría mira a la camarera, que solo dibuja una sonrisa sin importancia. Se ponen de pie. Después de pagar se retiran a pura carcajada. Uno, al pasar, deja propina en la bandeja de Andrea y dice:
-Siempre tan irónica, hoy los referí, el lunes pasado con los morfones, el anterior con los pata duras. ¿Sabes algo? –ella menea ligeramente a los lados sin dejar de mirar al atractivo cliente-Todos esperamos que salgas con uno de los comentarios de lunes marcando el grueso de las polémicas. Los lunes sin tus ironías no son lunes. Que tengas un buen día.
Ella no deja de sonreír.
Los clientes del desayuno jamás frecuentan la hora de la cena. Desde muy temprano parece que la gente brotara. Poco tránsito, taxis, nada de colectivos, no hay boca de subte cerca. Nunca se sabe quién es el primero en llegar y cómo se multiplica el resto detrás. Los concurrentes no son habitantes de la zona. El murmullo en la calle. Los celulares en la mano o en la orejas de los transeúntes. Todas oficinas. Cualquiera sea la inclemencia del tiempo, nunca faltan parroquianos.
-Fui a ver a la Subjefe de compras de la Municipalidad –dice un cliente, al traer Sandra los cafés en la mesa.
-¿Qué le dejaste?
-Una caja de bombones y un papel con el diego. –Sandra, sin pestañar recibe el pago y desaparece.
Se cruzan Andrea y Sandra, se sonríen, el aroma del café con leche y los murmullos van a la par.
Murmullo dentro del local, los pedidos en voz alta de las camareras, cucharitas al costado de las tasas, celulares que suenan con ringtones parecidos, cada dueño lo reconoce y contesta. Los tanos felices de poner a la mañana camareras.
Mariana, delgada de cabello negro mirada decidida sin ton ni son, es testigo del diálogo de la mesa a sus  espaldas.
-Me cansé de que me lleves a lugares que vos elegís. –dice la dama.
-No elijo yo, me eligen. –Dice él-
-Parece que no, el tipo no me gustó mucho. Sí a vos, su mujer.
-Debíamos hacer el cambio, nos pagan para hacerlo.
-Al menos fijate que el tipo no sea como este, el anterior, el otro, a vos siempre te tocan las minas que la rompen.
-Pagan amorcito.
Mariana espera que paguen para hablar con la camarera. Los ve pasar por el costado. Clava la vista en su taza, roja de vergüenza. Llama a la camarera.
-Me cobrás, por favor. -ventila su rostro con una de sus manos.
-Despreocúpate por lo que escuchas a tus espaldas.
-Nada, trataré de hacer oídos sordos.
-Qué crees que hacemos nosotras.
-Lo que deben escuchar a diario.
-Te acostumbras. –mientras dice esto, Mariana se pone de pie y sale de la mesa. Nos vemos mañana.
-El lunes -la corrige y sonríe.  
Después de las diez se cierra hasta las veinte para los remolones que cenan apartados de las zonas más populares. Merma a la mitad la gente que transita la calle. Cierra a medianoche todos los días. Fines de semana, a las dos. Viene mucho público extranjero. Los viernes y sábados se estira el horario hasta la noche con la presencia de una orquesta en vivo.
El movimiento es continuo desde las dieciséis al cierre. El aroma de los preparativos a la cena se mezcla con los de la limpieza. Se instala la orquesta en el escenario. Alguna nota de los instrumentos se escapa. Una camarera sonríe al reconocer parte de la melodía. Nadie repara en el otro, cada quien hace lo que le corresponde. Los músicos ensayan una pieza juntos. Se interrumpe la orquesta y vuelven a tocar. Se asoman al la puerta vaivén desde la cocina tres chefs, uno es mujer. Se toman de la cintura y se balancean cantando bien afinados la interpretación de los músicos. Al terminar aplausos, los tres inclinan el torso a modo de saludo. 
Son las veinte, se abre el bar, todos los empleados parados como si fuera una tradición miran a la puerta hasta que entra el primer cliente. Brotan desde algún lado. en una coreografía teatral, ocupan una mesa no al azar. La música de la consola parece acompañar a los primeros comensales. Cada bandeja entra y  perfuma el ambiente. No se sabe quién comienza a hablar fuerte. El murmullo dentro del salón y el quejido de los cubiertos en los platos son los más escuchados. Sale y entra gente.
El Tano adiciona todo servicio, también observa la clientela. Su atención puesta en una mesa de la pared, en un señor regordete rojo de la risa y los sacudones del cuerpo. Comparte la mesa un flaco, con sus locas manos lo hace reír.
Merma el murmullo. Mesas vacías por un momento A las veinte comienzan a entrar los que reservan mesas. Los camareros acomodan para los comensales fijos. El salón es una herradura. Sobre la pared, sin ventanales, el pequeño escenario de un sobre piso de veinte centímetros es todo de madera. En el centro del salón no hay mesas, está destinado a los bailarines del ballet y el público.
Frente a la orquesta se ubican seis señores casi de la misma estatura de traje oscuro y corbata.
-Muchachos, disfrutemos la noche –dice el más alto de ellos ubicado como si fuera la cabecera de la redonda mesa.
-Soy el único soltero –así se expresa el cincuentón que ocupa la base de espalda a la pista. Todos ríen.
-Con la pinta que tenés y aún buscas novia. –dice esto el simpático sentado a su izquierda. El mechón blanco a un costado lo distingue.
-Hoy se nos da –habla el más joven al lado del cabecilla.
-Muchachos –todos miran al que habla. Es el mayor, peina canas crespas y el más relleno-. Antes de comenzar la cena, debemos ponernos de acuerdo a cuánto ponemos el verde el lunes. -Comienzan a marcar con las manos los dedos identifican a un número. Miran las palmas de todos, uno solo -el de la cabecera- señala un cinco, tres cuatro y dos, tres. Hay que desempatar.
-Nada de eso -dice el de la cabecera manteniendo su mano abierta. El resto no tarda en imitarlo. Unen las manos en el centro de la mesa-. Señores: el verde: un cinco por ciento de alza el lunes y que se cague el gobierno. –Todos asienten y separan las manos.
-Demos rienda suelta a la noche –dice el cincuentón, todos ríen y aplauden bajo cuando pasan seis mujeres tras camarera hasta la mesa, frente a la de los señores.
Cerca de ellos, en el atril, uno de los dueños adiciona. Va de traje y corbata gris. El italiano dirige a los camareros. El otro dueño se encuentra en la cocina y controla cada plato que sale por la puerta vaivén. Frente a los señores de traje oscuro un matrimonio y sus dos hijos adolescentes. La música de la consola hace que los comensales no murmuren alto. Delante del escenario en la base de la herradura ocupa la mesa una pareja de cuarentones. Los camareros acompasan la música melódica de una película de los ochenta. Del lado izquierdo se acomodan seis mujeres de unos veinticinco años con acento extranjero. Los tonos de los cabellos desde el castaño oscuro, claro, colorado, el resto rubias. A la derecha cerca del atril, tres parejas de variadas edades. Las mesas no reservadas se van llenando con personas que saben del horario de la orquesta. Cada camarero pasa primero por delante del atril, el italiano mira el servicio en la bandeja y corrobora el pedido de la mesa. La mesa entre las seis mujeres y el matrimonio con sus dos hijos es ocupada por una señora de unos cincuenta años, muy elegante, sentada frente al escenario. Los instrumentos esperan a los músicos. El murmullo se mezcla con el ruido de la cocina al entrar y salir. Un menú muy variado, el vapor de las bandejas y el aroma a pastas dicen de la especialidad del lugar.
A la cabecera de una mesa de seis varones, uno le dice al que está casi de espalda a la mesa de las señoritas lo hermosas que están. Pero ese sigue degustando unos ravioles a la bolognesa, solo levanta la vista para ver la expresión de su compañero. Los demás solo asienten. El plato deja escapar el rico aroma a vino tinto, la mezcla del apio, pimientos, tomate y oliva.
A la mesa de la dama solitaria se aproxima una pareja de cincuentones. Saludan, primero a la mujer y después al varón. Toman asiento y dejan un lugar entre la dama y ellos.
El Tano del atril sigue controlando, levanta la mano asiente a la seña de la pareja recién llegada. Uno de los camareros con una bandeja y una fuente con tapa se acerca al atril. ‘Tallarines con estofado para la quince’. El camarero anuncia y se marcha a la mesa del matrimonio con los dos hijos. Deja la fuente en el centro de la mesa, quita la tapa y sirve a los comensales.
Las tres parejas piden una pizza rellena napolitana y tres cervezas una negra. El camarero deja el pedido y se lleva parte del diálogo cuando dejan de reír los comensales.
-Verdad, la conocí equivocando la puerta del baño.
-¿Vos en qué situación te encontrabas? -Pregunta una de las mujeres.
-Levantándome la bombacha con la puerta abierta. – la risotada de todos y el camarero que se retira.
Pegada, la pareja de cuarentones recibe en este momento con canelones con salsa blanca. En silencio bienvienen el servicio, solo sonríen a modo de aceptación.
Nadie repara el ir y venir de los camareros y el ruido de las puertas vaivén. La música parece siempre ir al compás, los aromas se mezclan y bailotean al sonar cada nota. Dentro de la cocina se escuchan órdenes y las cuchillas picar a velocidad las verduras. Ollas se tapan y destapan, pedidos que salen, otros entran en notas que van a las manos del pinche del chef.
Un camarero se detiene en la mesa de las seis mujeres extranjeras, escucha el pedido. Una de ellas es quien mejor habla español. El camarero no se molesta al escuchar la risotada, recibe el total del pedido y camina al atril, el Tano copia.
Una pareja muy elegante pasa por el costado del atril y cruza por la pista de baile. Los comensales los ven y algunos aplauden, otros ríen. Ellos, sin inmutarse, caminan hasta llegar a la mesa de la mujer solitaria. Quien sigue a la pareja con su mirada es el cincuentón de la base de la mesa de los señores. Se detiene a ver la mirada de la dama solitaria, ella saluda a los recién llegados y fija la vista en el galán. Sonríe.
Avanza la noche, todas las mesas ocupadas. La mayoría en los postres. En el aire se siente el aroma a dulce. Un repiqueteo en el redoblante hace que mermen los murmullos del salón. Sin anunciarse los músicos comienzan con los compases de un tango clásico. El rostro de todos cambia con los acordes. Se acomodan las sillas de las mesas redondas, todos quieren quedar hacia la pista. El segundo tango comienza sus primeros compases y, desde las mesas, sale una pareja a bailar. Delante de los varones la coreografía muestra  la pierna desnuda de mujer hasta la cadera, levanta la pierna, pisa, un taco aguja dice qué cadera tiene la mujer. La música acompaña los cortes y firuletes. Se suman más desde los pasillos de las mesas. Las luces del bar solo iluminan la pista dentro de la herradura. La orquesta está tocando un popurrí y ocho parejas muy elegantes se llevan los aplausos de los comensales. Por un momento los ecos de los últimos compases se desvanecen para darle paso a un cantor con las primeras estrofas de un tango. Los más frecuentes clientes salen a la pista y la copan. Son imitados por el resto
En la mesa de la mujer solitaria, las dos parejas que la acompañaron en la cena están en la pista.
-Buenas noches -se presenta a la mujer- ¿puedo sentarme? –él toca la silla, ella mira directo a los ojos y él sostiene la mirada que cambia de seria a amable. Cabecea permitiendo que separe la silla y se siente.
-Espero a un caballero. –él se mira y la mira a ella mostrándose, sonríen los dos.
-Yo no dejaría que cenes sola y tampoco que te pierda de bailar. Mi nombre es Tomás, ¿el tuyo? –en ese momento aplauden todos y le parece que ella no haya escuchado, merman los aplausos.
-Laura -mueve a penas la cabeza con la mirada directa a los ojos de él, sonríe.
-¿Deseás bailar? –ella asiente.
Lentamente, Tomás se levanta y abre su mano hacia ella, apoya la mano en reverso y se pone de pie. Él retira la silla de ella y se para a la par y deja su palma en su antebrazo, caminan juntos a la pista.
El Tano mira y sonríe al ver que el caballero consigue sacar a la dama y bailar con ella.
Los cinco restantes de la mesa de señores caminan hacia la de las señoritas. La mayor parte de los concurrentes se apretuja en la pista. Una de las señoritas extranjeras se queda sin salir a bailar. Tomás muy a gusto con Laura. Los dos son de la misma edad. Todos ordenados van dejando la pista, la dama solitaria es acompañada por su galán, las señoritas extranjeras por los señores, todos regresan. En el centro de la pista una pareja del ballet espera  a la orquesta, justo dan los primeros acordes alegres de una milonga.
-Seis cafés, por favor –ordena el cabecilla de la mesa de los varones, el camarero asiente y se va.
-¡Grandote! –presta atención el que ocupa la cabecera.
-Dime, bonito Tomás.
-Tengo que cobrar a un grande el lunes, se me va a enojar si le aumento.
-¿Cuánto hace que te debe?
-Cuarenta y cinco días.
-¿Era el trato de los días? –Tomás menea la cabeza. Que se joda ¿por qué no te pagó hoy?
-Le acreditan una guita el lunes – el grandote lo mira abre los brazos para que el camarero deje el café. –Se me va a enojar.
-La culpa la tenemos nosotros, somos los mandamás con el verde galán.
El camarero deja el café delante de Tomás.
-¿Cuál es su nombre? –le pregunta al camarero.
-Sebastián, señor.
-Gracias, le diré que Sebastián de los Sopranos ordenó el aumento.
-Por favor, señor, no me ponga en compromiso – los seis varones sueltan una risotada al momento que Tomás palmea el hombro del hombre.
-Gracias Sebastián, despreocúpese. Diga a sus colegas que hoy decretamos un nuevo aumento al verde. –asiente y se retira en el instante de los aplausos.
El aroma de café y licores con mezcla a whisky se adueña del ambiente. Jazz, con una magistral interpretación de la orquesta, y las tres parejas del valet absorben toda la atención. Todos los clientes aplauden de pie al desvanecerse el último acorde.
-¡Otra, otra, otra! -gritan los clientes. La orquesta da lugar y lanza el popurrí de despedida. Ahora se animan a bailar en la pista los diez minutos que la orquesta regala. Los aplausos cerrados duran y la orquesta sale con ‘A mi manera’ como el mejor postre.
Empachados por el show todos pagan y se retiran muy ordenados.
Los camareros preparan una mesa larga para los empleados músicos, chefs, personal de limpieza, seguridad y los tanos. Desde la cocina se mantiene las puertas vaivén abiertas, los pinches traen la cena.
-Linda noche –abre el diálogo uno de los tanos.
-Movidita con los clientes –comenta una camarera.
-Vamos a ver quién tiene el mejor chisme del día –aplaude y anima el maestro chef.
-Señores, a cenar, dorado a la crema, vacío al horno, pollo grillado, ensalada. Papas al horno. Fritas y buñuelos de espinaca. –anuncia la chef.
-Hay para todos los gustos -dice Sebastián.
-¿Qué tienes tú? Dinos -se expresa el otro Tano.
-¿Al verde le dicen al dólar, no?
-Sí -todos contestan a coro y ríen.
-Los grandotes –mira a todos quienes asienten- el lunes suben el valor.
-Todos los viernes hacen lo mismo –habla el director de la orquesta.
Los seis pinches se apuran a servir a sus compañeros, para ellos también es el descanso.
-La pareja de cuarentones se encuentra en la esquina, cita de Internet –nadie hace caso al comentario de la camarera.
-Otro mejor, ¿quién da más? –pide uno de los pinches.
-Yo –levanta la mano el jefe de los camareros, un cuarentón delgado y bigotín. Tres parejas cerca del atril se disputan, son todos swinger.
–Todos ¡ah..! ¡Bah! Siempre hay alguno, ¿otro mejor? -Dice esto el batero.
-Saben quién es la mujer solitaria –comenta el Tano del atril.
La mayoría de los comensales asienten, por el fondo se escucha al más joven de los camareros.
-¿Quién, jefe?
Trataba el Tano que lo escuchen, entre ademanes.
-Escuchen, escuchen, por favor –ya hacen silencio La dama solitaria de esta noche es:
-Dale, Marley -risas.
-…la viuda de uno de los socios de la cadena de supermercados Vea.
-La plata llama a la plata –comenta uno de seguridad.
-Es verdad, Tomás se la llevó a casa.
-¿Quién atendió la diecinueve? –levanta la mano y la agita  para que la vea el Tano de la cocina. Ocho platos diferentes, ¿a qué se dedican?
-Farmacia, mucho de Viagra que no hay por la importación. Las viejas que compran laxantes, solo medicamentos. Nada extra.
Los tres chefs y los pinches que levantan el servicio se aprestaron a servir el postre.
-Para Fernanda, va… -los acordes ejecutados por el director son de cumpleaños. Fernanda se pone de pie roja de vergüenza, todos los presentes aplauden sin corear la melodía. Se emociona hasta soltar lágrimas. Quienes la saludan primero son sus compañeras. Los muchachos la abrazan entre varios y la dejan en los brazos de Adrián quien gusta de ella, lo abraza. Todos aplauden. El maestro músico cierra el viernes con ‘Historia de amor del Padrino’ Adrián se le declara a Fernanda. Aplausos.



 


miércoles, 7 de agosto de 2013

Al mejor cazador se le escapa la liebre, un texto de Cecilia Miano, agosto de 2013

  “AL MEJOR CAZADOR SE LE ESCAPA LA LIEBRE”


     Lleva toda su existencia dale correr. El pasto puna mueve sus  hilos al compás de la huida en acorde de colores.    Su olfato la guía, sin refugio, sin planear mucho, ella es simplemente la carrera. El llano del campo abierto ofrece todo, el techo es el cielo.
     Su firmeza no titubea ante el peligro, las estrategias avivan la emoción de la supevivencia. Puede criar hasta dos al mismo tiempo, en escondites áridos y diferentes para cada uno,  con apuro instintivo, pocos  minutos, a última hora, eso asegura mayores posibilidades a la cría.
     Sentada en sus patas traseras, parece cómoda,  más allá de las corridas, su cuerpo no anuncia debilidad . Todo lo contrario, siempre en constante disposición para el próximo tramo, su pelo suave siente qué ocurre en su territorio.
     Ahora es domingo, día peligroso si los hay, ella lo sabe. Las nubes se amontonaron encima cargadas de grises y el viento aúlla en los no rincones del campo. La lechuza del poste giró su cabeza más de la cuenta. La perdiz cargada de  ilusiones corre un poco más pesada que ayer. El olor es inconfundible, llega limpio.
     Las orejas se mueven delicadas a pesar de su grandeza, los ojos, casi inservibles apuntan sin más, las patas perciben el estruendo en el suelo, falta poco, llegan.
     Una pausa descomunal se posa en la escena, la detiene sin sorpresa, la mira sin apuro, ella sabe, espera tranquila, es un tiempo de revancha, todo es posible, hasta la huida.    Huele su cuerpo sin olor, respira el aire regalado en bocanadas largas, sin pesar. Recorre su campo en recuerdos difusos. Desanda sus piruetas de esquive en espirales, su línea de siempre, la cautela.
    Se activa repentinamente,  sin levantar siquiera un poco de polvo, recorre escondrijos sutiles con elegancia inmensa. Sus giros  violentos cambian la marcha y sigue. Termina con un salto tan profundo como el miedo.
   Su refugio está exactamente en el sentido contrario.
    
   





jueves, 1 de agosto de 2013

La primera vez, un texto de Alicia Lapidus, agosto de 2013

La primera vez
Cuando las cosas no tienen que ser, no son.
Juliana pensaba que era una frase llena de verdad. De hecho, toda su vida la había seguido  con un fanatismo casi religioso. Lo peor es que las cosas nunca eran para ella.
Nacida en Almagro, vivió con su familia en un viejo departamento de tres ambientes, su habitación era la más pequeña y oscura. Segunda de tres hijas, siempre supo que ese era su lugar, segunda. Sus hermanas, más atractivas y simpáticas, tenían el éxito social que a ella le estaba vedado.
Pasó una escuela primaria sin sobresaltos. Siempre alumna mediana, sin sobresalir. La escuela secundaria, prolija y sin amigos, también transcurrió en la invisibilidad. La facultad la eligió por descarte, Ciencias Económicas. Se recibió de contadora, como siempre, sola y pacíficamente.
Juliana ignoraba la pasión. Nada la emocionaba, nada había hecho con fervor. Cuando algo salía bien, se encogía de hombros. Cuando salía mal, se decía: no tendrá que ser, por eso no fue.
Su vida era un lago sin viento. Plácido, sin agitación. Había tenido varios novios. El sexo, siempre correcto, adecuado, sin emoción. Por una cosa o la otra, por ellos o por ella, las parejas se terminaron, siempre sin ni una discusión. Claramente, ella sabía: no tenía que ser.
A los 34 años, trabajaba en un estudio contable de fuste. Tenía un porte esbelto. Pensaba que su mejor atributo era su cabello castaño lacio, que cepillaba con esmero todos los días. Se ocupaba de la contabilidad de grandes empresas. Cada contador del estudio tenía asignadas un par de cuentas. Juliana llevaba las de una productora cinematográfica y las de una cadena de supermercados.
Ese 10 de marzo se tenía que reunir con los contadores de ambas empresas para cerrar las declaraciones juradas. Decidió ir primero a las oficinas de la productora, porque siempre eran más desordenados y le llevaba más tiempo.
Marzo en la ciudad es caluroso. Y ese día, especialmente cálido. Las adolescentes paseaban sus shorts y remeras por la calle pegajosa. Juliana, con un vestido blanco con flores rojas y sandalias blancas de estricto taco de cuatro centímetros, no llamaba la atención. Parecía tener esa edad indeterminada de la formalidad. Sin importar su largo cabello castaño, siempre pulcro, sus infinitas pestañas y unas piernas envidiables, nadie la miraba, nunca. Subió en el asfixiante ascensor de las oficinas hasta el piso 16 y, apoyándose desganadamente sobre el mostrador, se anunció con la aburrida secretaria, que invariablemente bostezaba cuando la veía
Se oyeron pasos detrás de la puerta de vidrio esmerilado. Se abrió brusca. Juliana se sorprendió.
-Hola, soy Hernán, el nuevo contador. Enrique se jubiló, ¿Sabías?
-No…, la…la…verdad es que no.
Estaba helada y sin palabras. Se le puso la piel de gallina y se quedó parada como un semáforo titilante. Era el hombre más hermoso que jamás había visto. Además le sonreía y la miraba de un modo que la incomodaba. Quería bajar los ojos y seguir viéndolo al mismo tiempo.
Algo notó Hernán. Se adelantó, la tomó del brazo y la llevó para adentro.
Habían hablado muy poco de contabilidad y nada acerca de ellos, cuando en la sala de reuniones vacía empezaron a acariciarse bajo la luz blanca incandescente. Las manos de él subían inquietas por debajo del vestido. Ella lo dejaba hacer, llevada por la vorágine que estrenaba su piel. Y se entregó, por primera vez, con pasión deslumbrada. Hicieron el amor, con jadeos contenidos, sobre la mesa de la sala. Juliana sólo alcanzó a sacarse la bombacha, mientras Hernán le subía la falda hasta la cintura. Al recuperar la calma, la guardó en la cartera, mientras alisaba su vestido con pudor.
Se sentaron en las sillas de oficina azules y, recién entonces, comenzaron a hablar.
-Yo soy casado, ¿sabés, Juliana? No sé qué me pasó, me enloquecí. Te pido mil disculpas.
Juliana lo miraba con ojos de lluvia. No dijo una palabra, ni una. Con su bombacha en la cartera y su vestido arrugado, se levantó y se fue casi corriendo mirando al piso.
Cuando llegó a su oficina, pidió que le cambiaran la cuenta. Nunca más quería verlo.
Los días siguientes se evaporaron en amargura. No podía dejar de pensar: Hernán no le importaba, su enojo era con ella misma por haber perdido el sentido. Al mismo tiempo se le cruzaba “no tenía que ser y no fue”.
Los primeros días, no se dio cuenta. Recién a la semana de atraso, lo notó. Lo vislumbró cuando al levantarse tuvo que ir al baño a vomitar. No, eso era imposible, no podía ser, no tenía que ser. ¡Qué estúpida! Juliana se miraba las ojeras al espejo y más se enojaba con ella.Se vistió apresuradamente y corrió a la farmacia. Compró el famoso test del que hablaban todas las secretarias de la oficina, jamás con ella, por supuesto.
Temblorosa, lo puso en el vasito con orina. Bajó la tapa del inodoro y se sentó a esperar. Miraba sin ver los azulejos verde agua y la bañera cascada. La segunda raya se dibujó tan rápido que pegó un salto. Miraba el palito plástico sin comprender. Lo tiró al piso desesperada. Su mundo estalló en pedazos. Sus pensamientos giraban imparables. “Cuando las cosas no tienen que ser, no son”, y ¿qué pasa cuando las cosas que no tienen que ser, son?
Juliana lloró, por primera vez, con angustia y desconsuelo.


Un poema de Josefina Bravo, agosto de 2013

Silba
de viento
la llanura.

Arremolina pinos
invisibles

zarandea voces
       y proyecta haces de luna

bajo
desdibujos de ramas
en la redondez
             silenciosa

de la noche.