Bar
los Sopranos.
Desde las cuatro de la madrugada las puertas se abren para
los empleados y dos socios dueños del bar. Muy sereno y calmo el tiempo en
época de primavera. Se huele en el aire poco contaminado cómo va a ser el día.
El bar sirve desayunos al público de seis de la mañana a diez. La mejor
ubicación es la esquina más concurrida de la ciudad en el microcentro. El aroma
del café dentro del local invita a concurrir. Es frecuentado por personas con
el hábito del desayuno, más la polémica del fútbol, los lunes y los viernes,
como final de semana. Entre diez a doce parroquianos se juntan en mesas que
arriman ellos mismos. La camarera Andrea, alta, morocha, ojos negros saltones,
atiende a los más ruidosos los lunes. Diez a doce cafés con leche, mediaslunas
y sacramentos de membrillo. Mientras Andrea va sirviendo escucha los
comentarios de la jornada de fútbol, hasta completar el servicio de los
muchachones entre treinta y cuarenta años. Sandra, más baja, morena de ojos
verdes, escucha algunos comentarios de las mesas vecinas llegan con crítica.
Polémica desde todas las mesas. Los tanos se prenden en el comentario.
Risotadas cuando aparece alguna gastada entre simpatizantes. Antes de emitir
comentarios, las camareras y el Tano debaten entre ellos. Sandra le da letra a
Andrea, quien comienza:
-Vieron que el
referí que dirigió Boca River tiene una fábrica de calzado. –Mientras va
levantando el servicio.
-¿No vas a
decir que por el penal que cobró a favor
de Boca? - uno de los clientes gordos y rabiosos desde la mesa grande.
-El que dirigió
Independiente Racing tiene una concesionaria de autos, el que dirigió San
Lorenzo Huracán es dueño de una inmobiliaria en Martínez -de aquellas- el que
dirigió Estudiantes Gimnasia es socio de una cadena de farmacias.
-¿Qué querés
decir? –dice uno en la cabecera de la izquierda de Andrea.
-Ninguno es un
pobre tipo. – Una risotada de la mayoría mira a la camarera, que solo dibuja
una sonrisa sin importancia. Se ponen de pie. Después de pagar se retiran a
pura carcajada. Uno, al pasar, deja propina en la bandeja de Andrea y dice:
-Siempre tan
irónica, hoy los referí, el lunes pasado con los morfones, el anterior con los
pata duras. ¿Sabes algo? –ella menea ligeramente a los lados sin dejar de mirar
al atractivo cliente-Todos esperamos que salgas con uno de los comentarios de
lunes marcando el grueso de las polémicas. Los lunes sin tus ironías no son
lunes. Que tengas un buen día.
Ella no deja de
sonreír.
Los clientes
del desayuno jamás frecuentan la hora de la cena. Desde muy temprano parece que
la gente brotara. Poco tránsito, taxis, nada de colectivos, no hay boca de
subte cerca. Nunca se sabe quién es el primero en llegar y cómo se multiplica
el resto detrás. Los concurrentes no son habitantes de la zona. El murmullo en la
calle. Los celulares en la mano o en la orejas de los transeúntes. Todas
oficinas. Cualquiera sea la inclemencia del tiempo, nunca faltan parroquianos.
-Fui a ver a la
Subjefe de compras de la Municipalidad –dice un cliente, al traer Sandra los
cafés en la mesa.
-¿Qué le
dejaste?
-Una caja de
bombones y un papel con el diego. –Sandra, sin pestañar recibe el pago y
desaparece.
Se cruzan
Andrea y Sandra, se sonríen, el aroma del café con leche y los murmullos van a
la par.
Murmullo dentro
del local, los pedidos en voz alta de las camareras, cucharitas al costado de
las tasas, celulares que suenan con ringtones parecidos, cada dueño lo reconoce
y contesta. Los tanos felices de poner a la mañana camareras.
Mariana,
delgada de cabello negro mirada decidida sin ton ni son, es testigo del diálogo
de la mesa a sus espaldas.
-Me cansé de
que me lleves a lugares que vos elegís. –dice la dama.
-No elijo yo,
me eligen. –Dice él-
-Parece que no,
el tipo no me gustó mucho. Sí a vos, su mujer.
-Debíamos hacer
el cambio, nos pagan para hacerlo.
-Al menos
fijate que el tipo no sea como este, el anterior, el otro, a vos siempre te
tocan las minas que la rompen.
-Pagan
amorcito.
Mariana espera
que paguen para hablar con la camarera. Los ve pasar por el costado. Clava la
vista en su taza, roja de vergüenza. Llama a la camarera.
-Me cobrás, por
favor. -ventila su rostro con una de sus manos.
-Despreocúpate
por lo que escuchas a tus espaldas.
-Nada, trataré
de hacer oídos sordos.
-Qué crees que
hacemos nosotras.
-Lo que deben escuchar
a diario.
-Te
acostumbras. –mientras dice esto, Mariana se pone de pie y sale de la mesa. Nos
vemos mañana.
-El lunes -la
corrige y sonríe.
Después de las
diez se cierra hasta las veinte para los remolones que cenan apartados de las
zonas más populares. Merma a la mitad la gente que transita la calle. Cierra a
medianoche todos los días. Fines de semana, a las dos. Viene mucho público
extranjero. Los viernes y sábados se estira el horario hasta la noche con la
presencia de una orquesta en vivo.
El movimiento
es continuo desde las dieciséis al cierre. El aroma de los preparativos a la
cena se mezcla con los de la limpieza. Se instala la orquesta en el escenario.
Alguna nota de los instrumentos se escapa. Una camarera sonríe al reconocer
parte de la melodía. Nadie repara en el otro, cada quien hace lo que le
corresponde. Los músicos ensayan una pieza juntos. Se interrumpe la orquesta y
vuelven a tocar. Se asoman al la puerta vaivén desde la cocina tres chefs, uno
es mujer. Se toman de la cintura y se balancean cantando bien afinados la
interpretación de los músicos. Al terminar aplausos, los tres inclinan el torso
a modo de saludo.
Son las veinte,
se abre el bar, todos los empleados parados como si fuera una tradición miran a
la puerta hasta que entra el primer cliente. Brotan desde algún lado. en una
coreografía teatral, ocupan una mesa no al azar. La música de la consola parece
acompañar a los primeros comensales. Cada bandeja entra y perfuma el ambiente. No se sabe quién
comienza a hablar fuerte. El murmullo dentro del salón y el quejido de los
cubiertos en los platos son los más escuchados. Sale y entra gente.
El Tano
adiciona todo servicio, también observa la clientela. Su atención puesta en una
mesa de la pared, en un señor regordete rojo de la risa y los sacudones del
cuerpo. Comparte la mesa un flaco, con sus locas manos lo hace reír.
Merma el
murmullo. Mesas vacías por un momento A las veinte comienzan a entrar los que
reservan mesas. Los camareros acomodan para los comensales fijos. El salón es
una herradura. Sobre la pared, sin ventanales, el pequeño escenario de un sobre
piso de veinte centímetros es todo de madera. En el centro del salón no hay
mesas, está destinado a los bailarines del ballet y el público.
Frente a la
orquesta se ubican seis señores casi de la misma estatura de traje oscuro y
corbata.
-Muchachos,
disfrutemos la noche –dice el más alto de ellos ubicado como si fuera la
cabecera de la redonda mesa.
-Soy el único
soltero –así se expresa el cincuentón que ocupa la base de espalda a la pista.
Todos ríen.
-Con la pinta
que tenés y aún buscas novia. –dice esto el simpático sentado a su izquierda.
El mechón blanco a un costado lo distingue.
-Hoy se nos da
–habla el más joven al lado del cabecilla.
-Muchachos
–todos miran al que habla. Es el mayor, peina canas crespas y el más relleno-.
Antes de comenzar la cena, debemos ponernos de acuerdo a cuánto ponemos el
verde el lunes. -Comienzan a marcar con las manos los dedos identifican a un
número. Miran las palmas de todos, uno solo -el de la cabecera- señala un
cinco, tres cuatro y dos, tres. Hay que desempatar.
-Nada de eso
-dice el de la cabecera manteniendo su mano abierta. El resto no tarda en
imitarlo. Unen las manos en el centro de la mesa-. Señores: el verde: un cinco
por ciento de alza el lunes y que se cague el gobierno. –Todos asienten y
separan las manos.
-Demos rienda
suelta a la noche –dice el cincuentón, todos ríen y aplauden bajo cuando pasan
seis mujeres tras camarera hasta la mesa, frente a la de los señores.
Cerca de ellos,
en el atril, uno de los dueños adiciona. Va de traje y corbata gris. El
italiano dirige a los camareros. El otro dueño se encuentra en la cocina y
controla cada plato que sale por la puerta vaivén. Frente a los señores de
traje oscuro un matrimonio y sus dos hijos adolescentes. La música de la
consola hace que los comensales no murmuren alto. Delante del escenario en la
base de la herradura ocupa la mesa una pareja de cuarentones. Los camareros
acompasan la música melódica de una película de los ochenta. Del lado izquierdo
se acomodan seis mujeres de unos veinticinco años con acento extranjero. Los
tonos de los cabellos desde el castaño oscuro, claro, colorado, el resto
rubias. A la derecha cerca del atril, tres parejas de variadas edades. Las
mesas no reservadas se van llenando con personas que saben del horario de la
orquesta. Cada camarero pasa primero por delante del atril, el italiano mira el
servicio en la bandeja y corrobora el pedido de la mesa. La mesa entre las seis
mujeres y el matrimonio con sus dos hijos es ocupada por una señora de unos
cincuenta años, muy elegante, sentada frente al escenario. Los instrumentos
esperan a los músicos. El murmullo se mezcla con el ruido de la cocina al
entrar y salir. Un menú muy variado, el vapor de las bandejas y el aroma a
pastas dicen de la especialidad del lugar.
A la cabecera
de una mesa de seis varones, uno le dice al que está casi de espalda a la mesa
de las señoritas lo hermosas que están. Pero ese sigue degustando unos ravioles
a la bolognesa, solo levanta la vista para ver la expresión de su compañero.
Los demás solo asienten. El plato deja escapar el rico aroma a vino tinto, la
mezcla del apio, pimientos, tomate y oliva.
A la mesa de la
dama solitaria se aproxima una pareja de cincuentones. Saludan, primero a la
mujer y después al varón. Toman asiento y dejan un lugar entre la dama y ellos.
El Tano del
atril sigue controlando, levanta la mano asiente a la seña de la pareja recién
llegada. Uno de los camareros con una bandeja y una fuente con tapa se acerca
al atril. ‘Tallarines con estofado para la quince’. El camarero anuncia y se
marcha a la mesa del matrimonio con los dos hijos. Deja la fuente en el centro
de la mesa, quita la tapa y sirve a los comensales.
Las tres
parejas piden una pizza rellena napolitana y tres cervezas una negra. El
camarero deja el pedido y se lleva parte del diálogo cuando dejan de reír los
comensales.
-Verdad, la
conocí equivocando la puerta del baño.
-¿Vos en qué
situación te encontrabas? -Pregunta una de las mujeres.
-Levantándome
la bombacha con la puerta abierta. – la risotada de todos y el camarero que se
retira.
Pegada, la
pareja de cuarentones recibe en este momento con canelones con salsa blanca. En
silencio bienvienen el servicio, solo sonríen a modo de aceptación.
Nadie repara el
ir y venir de los camareros y el ruido de las puertas vaivén. La música parece
siempre ir al compás, los aromas se mezclan y bailotean al sonar cada nota.
Dentro de la cocina se escuchan órdenes y las cuchillas picar a velocidad las
verduras. Ollas se tapan y destapan, pedidos que salen, otros entran en notas
que van a las manos del pinche del chef.
Un camarero se
detiene en la mesa de las seis mujeres extranjeras, escucha el pedido. Una de
ellas es quien mejor habla español. El camarero no se molesta al escuchar la
risotada, recibe el total del pedido y camina al atril, el Tano copia.
Una pareja muy
elegante pasa por el costado del atril y cruza por la pista de baile. Los
comensales los ven y algunos aplauden, otros ríen. Ellos, sin inmutarse, caminan
hasta llegar a la mesa de la mujer solitaria. Quien sigue a la pareja con su
mirada es el cincuentón de la base de la mesa de los señores. Se detiene a ver
la mirada de la dama solitaria, ella saluda a los recién llegados y fija la
vista en el galán. Sonríe.
Avanza la
noche, todas las mesas ocupadas. La mayoría en los postres. En el aire se
siente el aroma a dulce. Un repiqueteo en el redoblante hace que mermen los
murmullos del salón. Sin anunciarse los músicos comienzan con los compases de
un tango clásico. El rostro de todos cambia con los acordes. Se acomodan las
sillas de las mesas redondas, todos quieren quedar hacia la pista. El segundo
tango comienza sus primeros compases y, desde las mesas, sale una pareja a
bailar. Delante de los varones la coreografía muestra la pierna desnuda de mujer hasta la cadera,
levanta la pierna, pisa, un taco aguja dice qué cadera tiene la mujer. La
música acompaña los cortes y firuletes. Se suman más desde los pasillos de las
mesas. Las luces del bar solo iluminan la pista dentro de la herradura. La
orquesta está tocando un popurrí y ocho parejas muy elegantes se llevan los
aplausos de los comensales. Por un momento los ecos de los últimos compases se
desvanecen para darle paso a un cantor con las primeras estrofas de un tango.
Los más frecuentes clientes salen a la pista y la copan. Son imitados por el
resto
En la mesa de
la mujer solitaria, las dos parejas que la acompañaron en la cena están en la
pista.
-Buenas noches
-se presenta a la mujer- ¿puedo sentarme? –él toca la silla, ella mira directo
a los ojos y él sostiene la mirada que cambia de seria a amable. Cabecea
permitiendo que separe la silla y se siente.
-Espero a un
caballero. –él se mira y la mira a ella mostrándose, sonríen los dos.
-Yo no dejaría
que cenes sola y tampoco que te pierda de bailar. Mi nombre es Tomás, ¿el tuyo?
–en ese momento aplauden todos y le parece que ella no haya escuchado, merman
los aplausos.
-Laura -mueve a
penas la cabeza con la mirada directa a los ojos de él, sonríe.
-¿Deseás bailar?
–ella asiente.
Lentamente,
Tomás se levanta y abre su mano hacia ella, apoya la mano en reverso y se pone
de pie. Él retira la silla de ella y se para a la par y deja su palma en su
antebrazo, caminan juntos a la pista.
El Tano mira y
sonríe al ver que el caballero consigue sacar a la dama y bailar con ella.
Los cinco
restantes de la mesa de señores caminan hacia la de las señoritas. La mayor
parte de los concurrentes se apretuja en la pista. Una de las señoritas
extranjeras se queda sin salir a bailar. Tomás muy a gusto con Laura. Los dos
son de la misma edad. Todos ordenados van dejando la pista, la dama solitaria
es acompañada por su galán, las señoritas extranjeras por los señores, todos
regresan. En el centro de la pista una pareja del ballet espera a la orquesta, justo dan los primeros acordes
alegres de una milonga.
-Seis cafés,
por favor –ordena el cabecilla de la mesa de los varones, el camarero asiente y
se va.
-¡Grandote!
–presta atención el que ocupa la cabecera.
-Dime, bonito
Tomás.
-Tengo que
cobrar a un grande el lunes, se me va a enojar si le aumento.
-¿Cuánto hace
que te debe?
-Cuarenta y
cinco días.
-¿Era el trato
de los días? –Tomás menea la cabeza. Que se joda ¿por qué no te pagó hoy?
-Le acreditan
una guita el lunes – el grandote lo mira abre los brazos para que el camarero
deje el café. –Se me va a enojar.
-La culpa la
tenemos nosotros, somos los mandamás con el verde galán.
El camarero
deja el café delante de Tomás.
-¿Cuál es su
nombre? –le pregunta al camarero.
-Sebastián,
señor.
-Gracias, le
diré que Sebastián de los Sopranos ordenó el aumento.
-Por favor,
señor, no me ponga en compromiso – los seis varones sueltan una risotada al
momento que Tomás palmea el hombro del hombre.
-Gracias
Sebastián, despreocúpese. Diga a sus colegas que hoy decretamos un nuevo
aumento al verde. –asiente y se retira en el instante de los aplausos.
El aroma de
café y licores con mezcla a whisky se adueña del ambiente. Jazz, con una
magistral interpretación de la orquesta, y las tres parejas del valet absorben
toda la atención. Todos los clientes aplauden de pie al desvanecerse el último
acorde.
-¡Otra, otra,
otra! -gritan los clientes. La orquesta da lugar y lanza el popurrí de
despedida. Ahora se animan a bailar en la pista los diez minutos que la orquesta
regala. Los aplausos cerrados duran y la orquesta sale con ‘A mi manera’ como
el mejor postre.
Empachados por
el show todos pagan y se retiran muy ordenados.
Los camareros
preparan una mesa larga para los empleados músicos, chefs, personal de
limpieza, seguridad y los tanos. Desde la cocina se mantiene las puertas vaivén
abiertas, los pinches traen la cena.
-Linda noche
–abre el diálogo uno de los tanos.
-Movidita con
los clientes –comenta una camarera.
-Vamos a ver
quién tiene el mejor chisme del día –aplaude y anima el maestro chef.
-Señores, a
cenar, dorado a la crema, vacío al horno, pollo grillado, ensalada. Papas al
horno. Fritas y buñuelos de espinaca. –anuncia la chef.
-Hay para todos
los gustos -dice Sebastián.
-¿Qué tienes
tú? Dinos -se expresa el otro Tano.
-¿Al verde le
dicen al dólar, no?
-Sí -todos
contestan a coro y ríen.
-Los grandotes
–mira a todos quienes asienten- el lunes suben el valor.
-Todos los
viernes hacen lo mismo –habla el director de la orquesta.
Los seis
pinches se apuran a servir a sus compañeros, para ellos también es el descanso.
-La pareja de
cuarentones se encuentra en la esquina, cita de Internet –nadie hace caso al
comentario de la camarera.
-Otro mejor,
¿quién da más? –pide uno de los pinches.
-Yo –levanta la
mano el jefe de los camareros, un cuarentón delgado y bigotín. Tres parejas
cerca del atril se disputan, son todos swinger.
–Todos ¡ah..!
¡Bah! Siempre hay alguno, ¿otro mejor? -Dice esto el batero.
-Saben quién es
la mujer solitaria –comenta el Tano del atril.
La mayoría de
los comensales asienten, por el fondo se escucha al más joven de los camareros.
-¿Quién, jefe?
Trataba el Tano
que lo escuchen, entre ademanes.
-Escuchen,
escuchen, por favor –ya hacen silencio La dama solitaria de esta noche es:
-Dale, Marley
-risas.
-…la viuda de
uno de los socios de la cadena de supermercados Vea.
-La plata llama
a la plata –comenta uno de seguridad.
-Es verdad,
Tomás se la llevó a casa.
-¿Quién atendió
la diecinueve? –levanta la mano y la agita
para que la vea el Tano de la cocina. Ocho platos diferentes, ¿a qué se
dedican?
-Farmacia,
mucho de Viagra que no hay por la importación. Las viejas que compran laxantes,
solo medicamentos. Nada extra.
Los tres chefs
y los pinches que levantan el servicio se aprestaron a servir el postre.
-Para Fernanda,
va… -los acordes ejecutados por el director son de cumpleaños. Fernanda se pone
de pie roja de vergüenza, todos los presentes aplauden sin corear la melodía.
Se emociona hasta soltar lágrimas. Quienes la saludan primero son sus compañeras.
Los muchachos la abrazan entre varios y la dejan en los brazos de Adrián quien
gusta de ella, lo abraza. Todos aplauden. El maestro músico cierra el viernes
con ‘Historia de amor del Padrino’ Adrián se le declara a Fernanda. Aplausos.