miércoles, 30 de octubre de 2013

Bellos "cortitos" de Diego Soria, octubre de 2013

SAN EXPEDITO

                Se aferra al pasamano, avanza un poco, se inclina y entrega una estampita de San Expedito. Un paso más, otra estampita desciende hasta un pasajero. El colectivo avanza lento, por momentos frena como camión de carga. Entrega una estampita a un estudiante al final del pasillo, la rehúsa fastidioso y entonces la frenada, el intento inútil, los dedos buscan urgente el pasamanos que ya no está, San Expedito crucifijo en alto se desparrama bajos los asientos, la mano a tientas quiere levantar el resto del cuerpo. Algunos pasajeros lo incorporan, juntan las estampitas.
                Al fin se levanta, toma las estampitas con el muñón izquierdo, el pasamanos con la mano solitaria, entonces, vuelve sobre sus pasos a recoger moneditas.      

                El arco silbó en el aire antes de acariciar las cuerdas, entonces el  cello sonó, Bach renació en el aire.
                Guiño de eternidad para quien reverdece en cada armonía, en la vibración del abeto que de memoria propia tiene su música de nieblas, de cantos salvajes y ahora también de preludios en sol mayor.
                ¿Qué otra cosa, la eternidad, si no este ardid a la finitud?

                Fuera Bach a la tierra de la mano de la muerte y de la tierra al abeto de la mano de la vida, a las cuerdas tensas, a estas melodías, a este ardor en fantasías. 

jueves, 24 de octubre de 2013

"Canes", otro poema de Diego Soria, octubre de 2013

Canes

Entre las nubes vienen, siluetas de la muerte,
                   su carga de truenos.
 enumera nombres al éter,
 Y la radio
                más allá,
 tamborilea la mesa los dedos que la rozan
al calor de la compañía.
Cuando las botas se acercan y los canes husmean,
la vida se silencia, aprieta el músculo,
se baña de tiempo cenizo.
Forzosos fantasmas…
Vuelan el horizonte las naves vacías,
tras de sí las tormentas.


 











Torrenciales y garúas, un texto de Gaby Ramos, octubre de 2013

Torrenciales y garúas

            Así había sido la vida para Griselda. Entonces,, en su departamento de la Avenida Pavón comía una manzana de color púrpura, también algo rosada y fresca, jugosa. Había comprado manzanas a rolete y también naranjas para jugo. Su departamento era de dos por dos: entraba una cama y una biblioteca.
            Recordaba en cada mordisco el final del torrencial en la playa que acababa en esa gota púrpura de la flor, en la transparencia del cielo, en la claridad del aire, en el viento seco y fresco, cuando tras el paisaje se escondía una ventana corroída por la vieja humedad. Cerca de la casa estaba Griselda.
            Dio otro mordisco: ella acariciaba a su gato,  y él  recobraba la calma. Le pasaba sus manos, piel suave y él ronroneaba asegurándose de que ya podía volver a jugar.   
            Un mordisco más y Griselda tenía veinte años y toda su vida era promesa de más vida, mucha más: como el río, corría feroz, contrastaba con la calma del paisaje. En un ahogo dulce hundía sus pies en la arena, en la orilla del río. Respiraba tan cerca siempre del agua. Abría sus brazos, abrazaba en un ademán toda el agua del mundo y el viento, el aire, el bosque, todos los bosques del mundo.
            Griselda dio otro mordisco y una lágrima se deslizó por su mejilla. Abrió la ventana, pero era estruendoso el ruido de los coches de la avenida. Ella esta vez se abrazó con los brazos sus piernas dobladas, se apretó fuerte contra sí misma. Lloró con tremenda furia y de reojo miró al gato, el mismo, ya viejo, cansado. Ella y sus treinta años, ella y sus bosques, ella y el río: sola en la ciudad. Ella y todo lo que la vida, como el agua, dejaba atrás.
            Tocó otra manzana, cerró los ojos y olió su fragancia, la fruta del recuerdo, el puente hacia más bosques, más playas, más vida. La mordió con tristeza y esbozó una sonrisa: esas tardes en que con su novio de toda la vida, Eduardo, aquel novio que nunca olvidaría y que tuvo que dejar cuando ya la vida quedaba con menos vida, con menos bosques, menos esperanzas, ninguna ilusión: al final de ese mordisco no quedó más que un sabor ya reseco en la boca oscura como una noche perdida en el Obelisco.
            Abrió los ojos: había estado soñando. Se levantó para darse un baño en una cubeta de un metro cuadrado, con agua sucia y demasiado caliente. Cerró el grifo cambió por agua fría: estaba helada. Ella imaginó que estaba en el río, un día, después de un torrencial, en un dulce ahogo que traía promesas de una vida tan gloriosa como la de un bosque. Cuando salió del baño, una intuición: ya nada sería igual.
            Como si hubiera despertado de una larga pesadilla, cuando tuvo que venir a la ciudad con Eduardo, él se enfermó (de tristeza) y murió. Ella lo había acompañado hasta el final. Había sido duro, tanto como el cemento que pisaba todos los días, cuando se había quedado sin sol, sin viento, sin agua. Cuando se había anunciado la muerte misma, cuando ya ninguna esperanza volvería a ser válida para volver a vivir.

            Griselda hizo las valijas, dejó libros comprados en oferta y que nada le decían ya. En la habitación quedaron los libros, el colchón sucio y los restos de manzana.

            Caminó y caminó. El recorrido: adoquines, cemento, monumentos, estatuas ecuestres, nada. Llegó a la estación y su gato ya maullaba demasiado; lo dejó en una plaza, con una honda tristeza en el alma, , con la incertidumbre de que tal vez él sufría tanto como ella, que a él se le había terminado todo, como a ella. Se subiría a un micro para ir a una copia de un bosque, ya no había bosques, ya no había misterios, Eduardo no estaba, el torrencial era ahora no una promesa, sino la certeza de que el dolor nunca acabaría.


Subió al micro. Y comenzó una llovizna, una garúa que apenas le dejaba sentir el aire y respirar.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Un poema de Diego Soria, · "Encorvada", octubre de 2013

Canes

Entre las nubes vienen, siluetas de la muerte,
                   su carga de truenos.
 enumera nombres al éter,
 Y la radio
                más allá,
 tamborillea la mesa los dedos que la rozan
al calor de la compañía.
Cuando las botas se acercan y los canes husmean,
la vida se silencia, aprieta el músculo,
se baña de tiempo cenizo.
Forzosos fantasmas…
Vuelan el horizonte las naves vacías,
tras de sí las tormentas.


 
 Canes

Entre las nubes vienen, siluetas de la muerte,
                   su carga de truenos.
 enumera nombres al éter,
 Y la radio
                más allá,
 tamborillea la mesa los dedos que la rozan
al calor de la compañía.
Cuando las botas se acercan y los canes husmean,
la vida se silencia, aprieta el músculo,
se baña de tiempo cenizo.
Forzosos fantasmas…
Vuelan el horizonte las naves vacías,
tras de sí las tormentas.


 










 Canes

Entre las nubes vienen, siluetas de la muerte,
                   su carga de truenos.
 enumera nombres al éter,
 Y la radio
                más allá,
 tamborillea la mesa los dedos que la rozan
al calor de la compañía.
Cuando las botas se acercan y los canes husmean,
la vida se silencia, aprieta el músculo,
se baña de tiempo cenizo.
Forzosos fantasmas…
Vuelan el horizonte las naves vacías,
tras de sí las tormentas.

  





Encorvada

 Paciente,
espera saquear su memoria,
encorvada
                  al misterio,
despierta  tinieblas,


manotazos al aire en el bosque
invoca  ausentes,
                     susurros agotados,
junta los labios, suelta un bufido,
se encorva.
El manto gris cubre las penas,
                          rugosas manos, la voz
cierra los ojos,
inmóvil, inmóvil, inmóvil,
aguarda el silencio,
despierta,
y en cada despertar algo duerme
para siempre,
                    a tientas reconocible,
arrancan cada paso a la tierra,
cae,



de una vez,

la memoria en las tinieblas. 

El abismo, un cuento de Gabriela Ramos, octubre de 2013

El abismo


            Sobre el cerro podían verse todo el paisaje y el pueblo. Las casas  eran bajas, derruidas y una o dos, ostentosas. Estas últimas parecían palacios, fuertes o castillos de cotillón: adornos en una torta de casamiento.
            Ella revolvió un poco la tierra roja con el pie y logró sacar una roca. Él apenas se acariciaba la mejilla y se corría la melena de la cara, mullida y desordenada. En el anillo de oro de ella se reflejó el brillo de un rayo de sol.
            Atardecía y los dos permanecían callados, tomados de la mano: veían el sol esconderse. Él la tomó de la cintura y ella besó su boca.
            La tierra roja comenzaba a levantarse de modo brusco y ellos tenían que bajar el cerro: una linterna, un termo, yerba y mate. La mochila. Ella se descalzó, él sonrió:

            -Te va a resultar no sólo difícil y doloroso, te vas a ensuciar.

            Florencia lo miró desafiante. Se quitó los zapatos y el vestido. Prácticamente era de noche y los dos iban un poco de la mano, intercambiaban los pocos objetos que llevaban:

            -Hay un pozo allá.
            -No puede ser, Flor. ¿Un pozo?
            -No sé si es un pozo, ¡hay algo!
            -Vamos a ver. Tenemos que tener cuidado, ya casi no se puede ver.
           
             Bajaron, Flor y Martín, noche y cerro en busca de un misterioso pozo. Caminaron a tientas, él prendió la linterna, quedaba poca energía disponible. Ella gritó: Martín tembló de miedo. Los dos apretaron sus cuerpos el uno contra el otro:

            -¡Para atrás!
            -¡No te muevas!

Había un agujero negro en el cerro: no era misterioso, era aterrador. Retrocedieron cuando lo notaron:  el paso a que dar era para un costado:

            -Agachémonos.

            Cuando ambos estaban sobre la tierra, las piedras y los yuyos estiraron un brazo para saber si era profundo: lo era. Entonces, Flor tomó la linterna e iluminó. Sólo podían verse las paredes rojas, húmedas con piedras incrustadas y cardos. Martín tomó a Flor y la apretó fuerte. Ella levantó la linterna para saber el diámetro del pozo. Parecía ser infinito a la luz. Martín le susurró temeroso que, tal vez, debían pasar la noche en el cerro porque podía haber más de esos y en la noche no los verían.
Flor estuvo de acuerdo.

            Amaneció. Martín despertó, pero Flor ya no estaba. Sólo había quedado su mochila, el equipo de mate y la lintern. Aunque no sólo eso: había un abismo sin diámetro, imposible de medir aun con los medios básicos que ni siquiera poseía. Era verdaderamente una inmensidad y lo hizo olvidar de todo, es decir, de Flor. Se paró en el borde, quería ver la profundidad.  El fondo era negro, oscuro, incluso azulado y el reflejo del cielo lo hacía más extraño aun.
            Miró detrás: el cerro que habían subido estaba intacto. Pero se volvió hacia el abismo y ya no estaba: sólo una rosa roja entre las piedras y los cactus.
            La levantó.
           
            Flor venía cansada a lo lejos, del lado del abismo: flotaba entre rosas rojas en el mar. Dijo:
            -Te estuve esperando. Me caí dormida. Desperté entre rosas. ¿Todavía tenés miedo?
            -No. Sólo esperaba a que amaneciera.


domingo, 13 de octubre de 2013

Eterno retorno, ensayo sobre la poética de "Sharaya", un cuento de Álvaro Mutis

Eterno retorno

Es inútil escapar de lo que está en todas partes.

            Sharaya señala un círculo: todo se termina y vuelve a comenzar. A la calma le sigue el caos y de nuevo calma; a la vida, la muerte y nueva vida. Está dibujado en la naturaleza y marca el destino de los hombres, la historia. Se repitepara siempre, para siempre, para siempre”. Sólo un Santón al borde de la vida- “a la orilla de la carretera”- puede verlo aunque ya nadie lo oye.
            La calma puede ser interrumpida por rugidos de tormenta y de tanques, o por gritos de refugiados e invasores. Pero siempre se recupera, por un momento, y vuelve a perderse. “El ruido de las aguas se fue debilitando y el río tornaba a su antiguo cauce. (…) Agua de las montañas que baja danzando en remolinos y se remansa en el vientre que gira lento, liso y tibio”. Después del éxodo y la ocupación: silencio. “El ajetreo duró hasta muy entrada la noche, cuando un gran silencio se hizo en la aldea y sus alrededores”. E inmediatamente se interrumpe con el alboroto de una mujer poseída por dos hombres. “Gimen y ríen al mismo tiempo. Un solo cuerpo de dos cabezas ebrias y acosadas en el vértigo de su propio renacer, de su larga agonía”. Acabar: sembrar nueva vida en tierras ocupadas. Coincide con el círculo, algo empieza donde otro termina.
            Lo que cae, sube; lo que sube, cae. Llueve. Las gotas caen al suelo y forman un charco. El calor lo desaparece: “comienza el vaho a subir de la tierra”. Movimiento inverso: sube el canto de una mujer y una cometa. Caen. Del aire al río, del río al mar y de ahí sigue el descenso hasta las profundidades.
            El ciclo señala la sucesión vida, muerte, vida al infinito. “Cae la cometa, lentamente, buscando su muerte, naciendo”. Su esqueleto en el agua se convierte en sede de nuevas vidas: “a su alrededor reconstruirán los corales y las ostras la sólida sombra de su antigua forma y en ella dejarán los peces sus huevos y los cangrejos taparán a sus crías con arena”. Ahí donde uno se pudre, otro se mueve. “Irán a morir allí las grandes mantas y sobre sus cadáveres los peces fosforescentes cavarán sus madrigueras de blanda materia en transformación”.
            Lo mismo para el Santón. Se descompone, se confunde con bestialidad y con las piedras, hasta perder del todo la forma humana. Es entonces cuando los animales acuden a ese cuerpo del que se escapa la vida. “Su cuerpo se había cubierto de una costra gris y su pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos”. Al comer una naranja medio seca, “una danza de insectos enloquecidos” empezó a chocar “contra la vieja piel del privilegiado”. Entre sus piernas pasa la serpiente-madre que carga con la “leche letal de los milenios”.
            Los aldeanos confunden al Santón putrefacto con una estatua inmóvil y, sin embargo, dudan. Lo pinchan con una ramita, “buscan su dolor y no lo encuentran”, le apuntan linternas a los ojos en busca de vida en su mirada. Pero no se sabe de qué se trata –¿hombre, bestia, Santo?–. “Sus ojos adquirieron una dulce fijeza de bestia doméstica que las gentes confundían con la mansedumbre de la imbecilidad y que los prudentes reconocían como reveladora de la luminosa y total percepción de los más hondos secretos del ser”. De hecho, el Santón sí lee los mensajes, de la lluvia y de la serpiente-madre: la escritura del fin-nacimiento, el círculo infinito. Incluso lo señala: los deudos que se acercaban a preguntarle la razón de su duelo “temen a la muerte y después descansan en ella y se suman a su fecunda tarea y bajan en cenizas por el río, dejando la tufarada agria de nueva vida, alimento y abono de otros mundos”. 

            El Santón mismo recibe un tiro en medio de su mirada ausente y nace de nuevo. “En cada hoja que se mueve estaba previsto mi tránsito. Cuando el mochuelo termine su círculo en el alto cielo nocturno, ya se habrá cumplido el deseo de las pobres potencias que nos unen, a él que me mata y a mí que nazco de nuevo en el dintel del mundo que perece brevemente como la flor que se desprende o la marea salina que se escapa incontenible dejando el sabor ferruginoso de la vida en la boca que muere y corre por el piso indiferente del pobre astro muerto viajero en la nada circular del vacío que arde impasible para siempre, para siempre, para siempre”.

Los ojos de Celan, ensayo sobre la poética de Paul Celan, por Mariano Botto, octubre de 2013

Los ojos de Celan

Tú estás
donde tu ojo está

La poética de Celan avanza “…la bebemos al atardecer / la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche /  bebemos y bebemos. Avanza en el tiempo como la música. No sobrevive si se detiene, es la nada en la inmovilidad.  Y, en el avance, encontramos sus ojos que pueblan sus poemas. Los de Celan están más allá de la idea, más lejos de la mirada, más lejos de la capacidad de decir; están en la acción permanente de ver. Tanto más lejos que de cualquier cielo, tal vez, donde nacen las estrellas o en la inacabable profundidad de la noche del hombre. Un instante después del infinito, “se nos abre el mundo a través / de nosotros”.
No es el mundo el que revela la verdad, sino la acción del acto de ver  en el cambio perpetuo. La mirada sólo cuenta con los convencionalismos sociales, culturales, históricos y su desesperación se apura de certezas. Es el poder del ojo que recibe a cada instante cambios minimalistas. Así, imperceptible, termina diferente del motivo original. Ahí encontramos en la poética de Celan la salida o algo más parecido a la verdad.

estás
arriba, estás
abajo, yo
encuentro salida.

En el centro, en el equilibrio en lo fijo  estamos perdidos, arrojados a nuestra suerte de dados mezclados unos con otros en un cubilete raso

Oh ese centro errante, vacío,
hospitalario. Separados,
te caigo en suerte, me
caes en suerte, uno del otro
caído, vemos
a través:

Lo
Mismo
nos ha
perdido, lo
Mismo
nos ha
olvidado, lo
Mismo
nos ha –

En lo inconcluso de  este último verso, radica la acción: Lo perdido, lo olvidado, lo indecible, una vez dicho, como una nota musical ya ejecutada, pierde su veracidad, sólo vive mientras transcurre.

Los ojos de Celan son la acción pura frente a la mirada  estancada, capaces de sacar algo valioso de un todo revuelto.

En el venero de tus ojos
el mar mantiene su promesa.
En ella arrojo yo,
un corazón que entre los hombres ha morado,
lejos de mí mis vestiduras y el resplandor de un juramento.


En la capacidad de ver, hasta un muerto se desquita de su asesino

En el venero de tus ojos
estrangula su cuerda un ahorcado.



Tan sólo al desertar soy fiel.
Yo soy tú cuando soy yo.


            La propia verdad, al revelarse, pierde su categoría. El ojo observa y busca sin descanso. Tal vez por eso Celan utiliza el énfasis por repetición. Estribillos, motores indispensables de la música, dan ritmo a sus poemas, los catapultan lejos de las cenizas que deja la palabra. Carga su poética de sentido y su música corre y perdura, aun después de la lectura. Su música es la acción de ver. El ritmo: acción permanente. Una nota no es triste ni alegre, puede expresar tristeza o alegría, sólo el oyente es capaz de endilgarle una emoción concreta. Y  allí, tal vez, pierda un significado más profundo, indecible. Celan busca con el estribillo romper la palabra, hasta lograr que salte del poema y pierda su dominio. Nos libera de ella, para que su connotación no nos haga mirar el mundo que connota, si no para ponerle ritmo a nuestra la capacidad de ver; en continuo asombro, en la profundidad más alta de nuestra capacidad.

En la repetición, las palabras cantan y- como un arte poética- escribe en el poema: Argumentum e silentio

A cada uno la palabra.
A cada uno la palabra que le cantó,
cuando la jauría le atacó por la espalda -
A cada uno la palabra que le cantó y quedó helada

Porque la palabra está muerta en su fijación

Cualquier palabra que pronuncies-
das las gracias
a la corrupción.

Las palabras te dicen lo que ellas quieren, Celan va por más. Con su canto  vuelan más allá de las estrellas, se “sobrebañan” en el mar

¿Quién
dice que se nos murió todo
cuando se nos quebraron los ojos?
Todo despertó, todo comenzó.


El ojo nunca muere, tiene el don  de percibir el permanente cambio y escapa del lugar común de un inconsciente colectivo, de un atravesamiento cultural. Celan parte las palabras al repetirlas, les quiebra el sentido, las acciona como a una nota musical arrastrada por el ritmo. La música siempre avanza

tiempo es de que se sepa,
tiempo es de que la piedra pueda florecer,
de que en la inquietud palpite un corazón.
Tiempo es de que sea tiempo.

En el ojo no está la tristeza, tal vez esté en la mirada

No busques en mis labios tu boca,
ni en la puerta al extraño,
ni en el ojo la lágrima.


En el ojo está el pulso vital

En la fuente de tus ojos
viven las redes de los pescadores de la mar del extravío.
En la fuente de tus ojos
el mar cumple su promesa.



Tan sólo al desertar soy fiel.
Yo soy tú cuando soy yo.


La personalidad- la verdad- es la mentira. Sólo en el movimiento soy verdad.

jueves, 10 de octubre de 2013

Nuevos poemas de Melisa Ortner, octubre de 2013

De cuando el ovillo era el objeto del gato

Si rueda al paso
ovillo en  lana violeta
es porque yo misma
  tejí
dentro
   alfileres
              en cuerpo.
Es que lo veo
 -redondel telado-
al  hilo juguetear
  los gatos.
Y es baile
 de matices rosados,
consume
   frío
y rinconea
el algodón retorcido.


Si viene a mí
ovillo pompón,
           - ola de pañolenci fileteada-
es porque lo prefiero así
tan enrejado
 en su mismo
juego.


Y el ovillo se hizo pieza en tu cuerpo perfumado

Ya advertí
las veces que te fuiste:
El pulóver será tuyo 
   para los dos.
Lo tejeré a las 3 am
cuando no haya más nadie.
Lo bendeciré con  Henno de Pravia
para contemplar
  el vaivén, las lanas
erguidas en su eje,
anudada violeta y rosa,
 tan estirada como
recubierta de piel
Yo te lo advertí:
muerto el ovillo,
  la pieza vestirá lanada
-a la mañana siguiente-
cuando vuelva
tu transpiración
 en sal
y colonia de abuelas.


Los deshechos deshacen las pieles de lana ovilladas

Así te quise
 tan suelto de ropa…
y pensar  que la lana
encarcela venas,
y los huesos calmos
sedientos de aire.
 Mientras,
el ovillo
deshecha
el  violeta lanar
 y puede
la libertad
 en  mi cuello.
  Ahí
ovillo olvido
abrazo el desteje hielo
y  camuflo el violeta venar:
       lanadamisma
es  tu piel desnuda.
 Lo prefiero así
para vos ahora:
deshilacharme los ovillos
 hacerlos cuerdas
   y nudos
para siempre.

Poemas en serie de Pablo Petkovsek, octubre de 2013

barco - lago

una puerta  se mece
un barco amarra el lago
es solo el aviso
 en la tempestad que espera                                       

hacia adentro
hacia afuera

 el lugar donde espero tormenta
o la tormenta ajena

L - lago

tan lejana  tu belleza en mi manera a mano de no mirarte
pisar mi ojos
 decir no, no ahora, no vos

tan lejano  tu río, como este lago al cobijar ojos

solo un ruido de hamaca vieja
sucio ruido de polvo cansino

tan lejano  el sol como el viento que me roza
…y al alejarse
 quema mi mano sin aviso


escribir

 un circulo abierto
 donde nadar
el camino
meditar al que se pierde entre tardes

y el colmo de días, soles que no sirven para nada


abrazo

todo se arregla con abrazos para vos
                                   que no soy
soy erizo cuando nado junto a vos
o salmón a contracorriente
el camino más lejano hacia tu cercanía


ella

si tus manos fuesen dulces, no quedaría el sabor agrio al
ensuciarte
en compasión de vos

una señal de socorro
donde quitas, tan dulce, la vista de ella

yo

yo sé poco de vos
menos
de montañas y figuras en verdes

apenas

soporto el agua

mirada

que busca algún lugar inseguro
uno nuevo, donde mirar
visto antes
entre temblores y dudas
seguro de encontrar algo nuevo

ahora

todo es viejo
el sol
los árboles
la pintura blanca sucia
tu llamado que nunca llega


01-10-2013


la otra
 se perdió en el lago
y salió
con el sol
con las tardes
y se atrincheró en mi garganta
y  juega con mi sombra
                                                                por las tardes
y mi reflejo
                                                por las noches
cuando la luna vuela bajo y se pierde entre las nubes


01-10-2013

Y
……si finalmente es así,
azar

universo
polvo

mucho
poco

hoy no es mi día

¿si mi día fuese este universo de años?

error
deseo

poco le importa a dios otro desliz

barbarie

infinito es el  que nunca  resuelve
 el gol de Maradona
las tetas de  tía lejana

la posibilidad absurda de un sí,
pero no

y esto viene a colación de lo otro
ahí donde ya no soy yo
 el que está arriba
o al costado para el que no cree

lo puto
lo divino
y siempre  de a dos
como las tetas

es lo uno u es lo otro

…..
si me disculpan,
me voy a comer a la gorda.



pavadas al paso

la lluvia cae y cae
(rápido)se pierde
 gotea
          días que se van y no vuelven

todo se junta,
 en desaparecer

unos antes
otras después


yo, que ando sólo, me acostumbré a que las cosas se me caigan de las manos.