domingo, 13 de octubre de 2013

Eterno retorno, ensayo sobre la poética de "Sharaya", un cuento de Álvaro Mutis

Eterno retorno

Es inútil escapar de lo que está en todas partes.

            Sharaya señala un círculo: todo se termina y vuelve a comenzar. A la calma le sigue el caos y de nuevo calma; a la vida, la muerte y nueva vida. Está dibujado en la naturaleza y marca el destino de los hombres, la historia. Se repitepara siempre, para siempre, para siempre”. Sólo un Santón al borde de la vida- “a la orilla de la carretera”- puede verlo aunque ya nadie lo oye.
            La calma puede ser interrumpida por rugidos de tormenta y de tanques, o por gritos de refugiados e invasores. Pero siempre se recupera, por un momento, y vuelve a perderse. “El ruido de las aguas se fue debilitando y el río tornaba a su antiguo cauce. (…) Agua de las montañas que baja danzando en remolinos y se remansa en el vientre que gira lento, liso y tibio”. Después del éxodo y la ocupación: silencio. “El ajetreo duró hasta muy entrada la noche, cuando un gran silencio se hizo en la aldea y sus alrededores”. E inmediatamente se interrumpe con el alboroto de una mujer poseída por dos hombres. “Gimen y ríen al mismo tiempo. Un solo cuerpo de dos cabezas ebrias y acosadas en el vértigo de su propio renacer, de su larga agonía”. Acabar: sembrar nueva vida en tierras ocupadas. Coincide con el círculo, algo empieza donde otro termina.
            Lo que cae, sube; lo que sube, cae. Llueve. Las gotas caen al suelo y forman un charco. El calor lo desaparece: “comienza el vaho a subir de la tierra”. Movimiento inverso: sube el canto de una mujer y una cometa. Caen. Del aire al río, del río al mar y de ahí sigue el descenso hasta las profundidades.
            El ciclo señala la sucesión vida, muerte, vida al infinito. “Cae la cometa, lentamente, buscando su muerte, naciendo”. Su esqueleto en el agua se convierte en sede de nuevas vidas: “a su alrededor reconstruirán los corales y las ostras la sólida sombra de su antigua forma y en ella dejarán los peces sus huevos y los cangrejos taparán a sus crías con arena”. Ahí donde uno se pudre, otro se mueve. “Irán a morir allí las grandes mantas y sobre sus cadáveres los peces fosforescentes cavarán sus madrigueras de blanda materia en transformación”.
            Lo mismo para el Santón. Se descompone, se confunde con bestialidad y con las piedras, hasta perder del todo la forma humana. Es entonces cuando los animales acuden a ese cuerpo del que se escapa la vida. “Su cuerpo se había cubierto de una costra gris y su pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos”. Al comer una naranja medio seca, “una danza de insectos enloquecidos” empezó a chocar “contra la vieja piel del privilegiado”. Entre sus piernas pasa la serpiente-madre que carga con la “leche letal de los milenios”.
            Los aldeanos confunden al Santón putrefacto con una estatua inmóvil y, sin embargo, dudan. Lo pinchan con una ramita, “buscan su dolor y no lo encuentran”, le apuntan linternas a los ojos en busca de vida en su mirada. Pero no se sabe de qué se trata –¿hombre, bestia, Santo?–. “Sus ojos adquirieron una dulce fijeza de bestia doméstica que las gentes confundían con la mansedumbre de la imbecilidad y que los prudentes reconocían como reveladora de la luminosa y total percepción de los más hondos secretos del ser”. De hecho, el Santón sí lee los mensajes, de la lluvia y de la serpiente-madre: la escritura del fin-nacimiento, el círculo infinito. Incluso lo señala: los deudos que se acercaban a preguntarle la razón de su duelo “temen a la muerte y después descansan en ella y se suman a su fecunda tarea y bajan en cenizas por el río, dejando la tufarada agria de nueva vida, alimento y abono de otros mundos”. 

            El Santón mismo recibe un tiro en medio de su mirada ausente y nace de nuevo. “En cada hoja que se mueve estaba previsto mi tránsito. Cuando el mochuelo termine su círculo en el alto cielo nocturno, ya se habrá cumplido el deseo de las pobres potencias que nos unen, a él que me mata y a mí que nazco de nuevo en el dintel del mundo que perece brevemente como la flor que se desprende o la marea salina que se escapa incontenible dejando el sabor ferruginoso de la vida en la boca que muere y corre por el piso indiferente del pobre astro muerto viajero en la nada circular del vacío que arde impasible para siempre, para siempre, para siempre”.

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