Eterno
retorno
Es
inútil escapar de lo que está en todas partes.
Sharaya señala un círculo: todo se termina y vuelve a comenzar. A la calma
le sigue el caos y de nuevo calma; a la vida, la muerte y nueva vida. Está
dibujado en la naturaleza y marca el destino de los hombres, la historia. Se
repite “para siempre, para
siempre, para siempre”. Sólo un Santón al borde de la vida- “a la orilla de la carretera”- puede verlo aunque ya
nadie lo oye.
La calma
puede ser interrumpida por rugidos de tormenta y de tanques, o por gritos de
refugiados e invasores. Pero siempre se recupera, por un momento, y vuelve a
perderse. “El ruido de las aguas se fue
debilitando y el río tornaba a su antiguo cauce. (…) Agua de las montañas que
baja danzando en remolinos y se remansa en el vientre que gira lento, liso y
tibio”. Después del éxodo y la ocupación: silencio. “El ajetreo duró hasta muy entrada la noche, cuando un gran
silencio se hizo en la aldea y sus alrededores”. E inmediatamente se
interrumpe con el alboroto de una mujer poseída por dos hombres. “Gimen y ríen al mismo tiempo. Un solo cuerpo de dos cabezas ebrias y
acosadas en el vértigo de su propio renacer, de su larga agonía”. Acabar:
sembrar nueva vida en tierras ocupadas. Coincide con el círculo, algo empieza
donde otro termina.
Lo que cae, sube; lo que sube, cae.
Llueve. Las gotas caen al suelo y forman un charco. El calor lo desaparece: “comienza el vaho a subir de la tierra”. Movimiento inverso: sube el canto de una mujer y
una cometa. Caen. Del aire al río, del río al mar y de ahí sigue el descenso
hasta las profundidades.
El ciclo señala la sucesión vida,
muerte, vida al infinito. “Cae la cometa,
lentamente,
buscando su muerte, naciendo”. Su esqueleto en el agua se convierte en sede de nuevas vidas: “a su alrededor reconstruirán los corales y las ostras la
sólida sombra de su antigua forma y en ella dejarán los peces sus huevos y los
cangrejos taparán a sus crías con arena”. Ahí donde
uno se pudre, otro se mueve. “Irán a morir allí las grandes mantas y sobre sus cadáveres los peces
fosforescentes cavarán sus madrigueras de blanda materia en transformación”.
Lo mismo para el Santón. Se descompone, se confunde con
bestialidad y con las piedras, hasta perder del todo la forma humana. Es
entonces cuando los animales acuden a ese cuerpo del que se escapa la vida. “Su cuerpo se había cubierto de una costra
gris y su pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos”. Al comer una naranja medio
seca, “una danza de insectos
enloquecidos” empezó a chocar “contra la vieja piel del privilegiado”.
Entre sus piernas pasa la serpiente-madre que carga con la “leche letal de los
milenios”.
Los aldeanos confunden al Santón putrefacto con una
estatua inmóvil y, sin embargo, dudan. Lo pinchan con una ramita, “buscan su dolor y no lo encuentran”, le
apuntan linternas a los ojos en busca de vida en su mirada. Pero no se sabe de
qué se trata –¿hombre, bestia, Santo?–. “Sus
ojos adquirieron una dulce fijeza de bestia doméstica que las gentes confundían
con la mansedumbre de la imbecilidad y que los prudentes reconocían como
reveladora de la luminosa y total percepción de los más hondos secretos del
ser”. De hecho, el Santón sí lee los mensajes, de la lluvia y de la
serpiente-madre: la escritura del fin-nacimiento, el círculo infinito. Incluso
lo señala: los deudos que se acercaban a preguntarle la razón de su duelo “temen a la muerte y después descansan en ella
y se suman a su fecunda tarea y bajan en cenizas por el río, dejando la
tufarada agria de nueva vida, alimento y abono de otros mundos”.
El Santón mismo recibe un tiro en medio de su mirada
ausente y nace de nuevo. “En cada hoja
que se mueve estaba previsto mi tránsito. Cuando el mochuelo termine su círculo
en el alto cielo nocturno, ya se habrá cumplido el deseo de las pobres
potencias que nos unen, a él que me mata y a mí que nazco de nuevo en el dintel
del mundo que perece brevemente como la flor que se desprende o la marea salina
que se escapa incontenible dejando el sabor ferruginoso de la vida en la boca
que muere y corre por el piso indiferente del pobre astro muerto viajero en la
nada circular del vacío que arde impasible para siempre, para siempre, para
siempre”.
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