viernes, 28 de diciembre de 2012

Nuevo texto de Mariano Botto, diciembre de 2012


            Pecho Colorado


Arenal gris piedra. Duros matorrales amarillentos. Los de cerros azules, a distancia fantasmal, rodean el desierto y sostienen al cielo que aplasta la tierra y no deja crecer nada verde, nada húmedo. Sólo prospera la maleza, insectos y animales de rapiña en la pequeña banda entre el cielo y la tierra miserable.
Un tajo de asfalto rectifica lo amorfo. Su línea recta, custodiada por los palos de luz eléctrica, pone el contraste al caos.
La tierra arenosa arde inmóvil. Un reguero de plumas blancas cae lento por la ruta. Marca el paso del auto que las libera y, presas de gravedad, caen en el lugar, el viento no tiene fuerzas ni para correr  a una sola.
Un Siam Di Tella celeste cielo triste cacarea pesado y lento. Atrás, el sonajero de las jaulas con gallinas  golpea a unas con otras. Su escándalo se absorbe en el abismo del lugar.
El sol, una antorcha en el cenit, quema el brazo izquierdo del conductor con camisa azul, las mangas cortadas desde el hombro. El resplandor y el fuego trabajan sobre el brazo para dejarlo como al desierto. Su brazo se dora sin pausa, la piel se reseca y los vellos azuzados por el viento a la velocidad del vehículo completan la maqueta con los matorrales. Sólo se salva la piel debajo de la franja inquebrantable del reloj.
El otro brazo hurga en el dial alguna estación de radio, acomoda los anteojos de marcos gruesos y  marrones y seca el sudor que, desde la frente, irrita los ojos.
Queda quieta sobre la falda sólo unos segundos.
Se aburren.
Las manos se aburren.
Se turnan con el volante, golpean torpes el techo al ritmo de la música, tapan los bostezos crónicos, juegan con la palanca de cambio, acomodan los espejos, aventan la camisa empapada y peinan los  pelos canosos.
-Ese pajarillo…verde col…-  canta desde que salió del campo y se corrige:
-...pecho colorao´…-
El sol se trancó en lo alto y no cede.
La cinta asfáltica tironeada por carteles abre en dos y se aleja entre ellos. Intentan huir del gobierno dictador del sol.
-¿A la derecha o a la izquierda?- Se pregunta ante los carteles implacables.
-Al camino le faltan varias sillas- Entendió, cuando preguntó en la estación de servicio a otro viejo que le dijo “Millas”.
-Está loco este viejo- se dijo y continuó sin quitarse la duda.
- Ese pajarillo…verde col…-
-¡Cuál es el camino para llegar a ese maldito pueblo!
Se persigna por lo de “maldito”. Y mira el rosario colgado del espejito con el Cristo que también traspira.
Elige el camino de la derecha, promete menos distancia para salir de esta nada.
El auto no da más y tose a tono con el conductor.
Él escupe por la ventanilla y el auto escupe aceite por el carter.
La promesa de otra estación de servicio se rompe por abandono. Se parece a los animales muertos al costado de la ruta. El alquitrán se derrite y alarga aun más la ruta inacabable.
-Ese pajarillo…verde  col…. Ese pajarillo…verde  col…. Ese pajarillo…verde  col….- repite y repite su mente sin pausa.
La señal suelta la antena y la radio sólo capta el ruido blanco.
El calor termina por secarle la vida a las gallinas y ahora va de frente contra el conductor. Es un camión de fuego, viene de frente a toda marcha.
El auto parece parado de tanta distancia a recorrer. No da más, sigue por viejo testarudo. Porque estos autos no se quedan. Dicen. Estos autos estaban bien hechos. Dicen. Los hacían con una chapa así. Muestran. Son nobles. Afirman.
El conductor detiene el auto y carga nafta con un bidón de repuesto. Se lamenta por las gallinas pero no llora; son gallinas, dice para sí.
De vuelta en la ruta, el sonido del motor es más ronco, espeso, sin el vigor ágil de la salida. Sigue su marcha, es un soldado herido de muerte, cuando caiga no se levantará más.
El sol se perfila de frente y en picada. El conductor sigue adelante movido por alucinaciones. Sonríe al imaginar una cama del hotel, una bañera llena con agua fría y el ventilador prendido toda la noche.
Las sombras superan en tamaño a los arbustos. Crecen sobre el arenal gris plomo, gris cemento hasta que la noche se los traga junto  a los cerros. Negro cielo y tierra. Los ojos afiebrados del Siam son menos que luciérnagas en el abismo de la oscuridad. La frescura de la noche revive algún cacareo de las gallinas desplumadas.
           El resplandor de un pueblo inminente es un ángel verde prendido de la última luz rojiza del horizonte

Nuevo texto de Jazmín Cañete, diciembre de 2012


EL CIELO EN CUATRO


            Abrí la puerta y vos ya estabas sobre mi colchón, cebándote un mate. Sin dejar de mirar la espuma que subía por la yerba, sonreíste.
            No vi bolsos: venías por pocos días. Estuvimos abrazados un buen rato.
            El tiempo se movía denso, con dificultad.
            Hacía mucho frío y,, como siempre, no teníamos fuerza para dejar la cama. Jugamos a la generala sobre nuestras piernas, los dados en un equilibrio inestable sobre los pliegues de la frazada escocesa. Inventábamos los resultados.
            Memorizamos las manchas en la pared enfrente: la suciedad de roces y de un cuadro  colgado por mucho tiempo. Los huequitos de pintura caída al sacar clavos y pedacitos de cinta scotch. Después, me quedé dormida.
           

            Caminaba por la calle y miré para arriba. Sobre la marquesina luminosa de una joyería en Once, dos hombres sostenían una heladera, uno de cada punta. Entonces vi delante de mí las dos líneas de elástico tirante que cortaban el cielo en tres. Iban de la heladera al poste de luz cerca del cordón, donde esperaban otros dos hombres también con la mirada hacia arriba.
            La heladera empezó a deslizarse elástico abajo en una diagonal perfecta hacia los que esperaban con una mano sobre el palo y la otra sobre la cintura. Mientras iba bajando, rebotaba con
imperceptibles tropezoncitos sobre los elásticos.
            Empecé a caminar otra vez, dejaba atrás el tobogán asesino, sin mirar cómo la atajaban.
           

            El hombre de la gorra blanca desgarra el pedazo de pan que sostuvo durante un rato largo con su mano libre. La otra, atrás de la cintura. Sus piernas separadas se clavan fijas sobre la tierra. Las alpargatas apuntan una para cada lado, como los pies de una bailarina. No se da cuenta, hace varios minutos lo estoy mirando.
            Sigue inmóvil, salvo por los músculos de la cara que se esfuerzan para destrozar el pan chicloso, mientras mira un punto fijo más allá del horizonte. Puede verse su piel curtida por el sol bajo las mangas de la camisa y las bermudas caqui.
            Pasta y mira perdido. Entonces yo también miro a un lado y al otro de la calma e intento dejar de contar el tiempo. Aunque no vi de dónde salió ni sé qué hará después, me imagino su vida sin aristas. Gomosa y eterna como su pan.
            Creo que un poco me gusta. Porque es de él, en cambio yo, ni bien termine mi cigarrillo, vuelvo a subirme al micro y sigo viaje.


            Era de noche y un camión cargaba unos volquetes vacíos. Tres, uno adentro del otro. Unos eslabones del tamaño de mi cabeza enganchaban al de más abajo por las agarraderas de los costados, que en ese momento empezaron a tener sentido.
            Nadie en el lugar del conductor maniobrando palancas.
            Cada tanto, pasaba un auto por la calle donde solo yo escuchaba los tremendos rugidos del motor acompañados por las luces prendidas, apagadas, prendidas, apagadas, a los costados del camión.
            Los tres  se bamboleaban pesados para un lado y para el otro, en una hamaca ignorada por la calle Corrientes.



jueves, 27 de diciembre de 2012

Nuevo texto de Alicia Lapidus, diciembre 2012


Derrames


                Estridente, se derrama sobre los guardapolvos. Como papelitos arrastrados por un viento invisible  corren a las puertas de sus aulas. La escuela es muy antigua. Paredes de cemento verdoso surcado por profundas rajaduras, altos ventanales, marco de madera pintado y vidrio que refleja incómodo los rayos de un austero sol de inicios de primavera.
                Las maestras de riguroso delantal duro de almidón miran sin ver, mientras intercambian historias en secreteos con sus cabezas ladeadas, casi tocándose.
                Los seis años de Pedro siempre se sobresaltan con el timbre. Esta no es la excepción. Corre hacia su aula,  cruza todo el patio. Las glicinas explotaron de flores esta semana. La pérgola y las baldosas del piso están violetas, Pedro corre. La suela de sus zapatos negros está inundada de flores.
                Una patinada y el mundo se detiene.
                ¡Otra vez! Una voz silenciosa se queja. Desgarrado el blanco en el trasero violeta. Otra vez el guardapolvo sufre. Los guardapolvos almidonados corren a socorrer. Susurran al paso veloz de las piernas.
                -Otra vez Pedro, otra vez Pedro- dicen zumbando.
                Se agachan sobre el magullado y, sin sonido, lo calman. Es una herida de tela nomás. No vendrá la muerte ni el desguace por ella. La madre lo va a remendar.
                El delantal roto se incorpora, sin mirarse la herida, trata de ocultar la mugre violeta. Pedro, en cambio, ni se preocupa. Se derrama entre los otros y ya lo lleva al vuelo en su corrida hacia el aula.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Nuevos poemas de Diego Soria, diciembre de 2012


Madre Algarrobo 
                                                             

Algarrobo:
                    de la tierra
                                   ensueña
                               el abrigo
                                              al cielo,
                                                   en plegaria.
                                A los Pies del arenal,
                                                                                                      la historia.
                           Y en sus manos ajadas
                                                      busca la cimiente
                                                        la sabia
                                          el portal de la vigilia.
                                                                                               

                                            __________________________________

                                              Resiste
en crías
                                                                                                              de   soledades
                                               vuela en la caricia                                                           
                                         pasajera,
                                                                                                           el    agua corre,
                                      
                                   paciente,
                                         entonces, sí, agazapa
                                                                                       la espera.
                                               ___________________________________

                  plegarias al cielo,
                                       no;
                                      cimiente,
                                                no.
                                                   
  Sabia lenta
                                                     Piel de corteza,
                                                                                      ajada.
                                    Madre tierra                                      sueño de árbol
                                                     lecho de grava
                                Reposa en lo alto
                                                      las cimas del día.

                                                                                                                                                                    

     



                                                                                       Si es por   parir el adiós,
                                                                               en el agua
                    ponga   al silencio
                                               de matas,
                                                       deje reposar.
                                              
Y, al otro día,
                               filtre del amanecer
                                                el sueño
                                                          el viento,
                                                   el sol, y el agua.
Y entonces, sí, partir.




TITILAR EN PENUMBRA


                    penumbra que alumbra
abriga
                 en
Refugios cavernosos
                  a  resguardo
de luz oscura:
                      luz  “lo que es”
 luz “lo que no es”.

Oscuro deber
        no dejar sombra alguna
Certeza sobre certeza
               Ser padecer en turbia luz
Unívoca
encandila la noche

Pero
en discreta penumbra
               la palabra  canta
luz turbia sobre certezas
                titila la revuelta
vacila
en versos
que alzan vuelo
Buscándote





TIEMPITO”


 agitado
                   deja de correr la desmesura.
Impaciente, tiempito  intolerante,
inquieta
              lustros, eras, en
alocada carrera final

Y entonces
 el abismo
          silencia
  el frío.

Tiempito,
      tiempito mío:
Me quedo aquí
                    en mí.
 Y un todo  de vos,
en mi Música inmortal






martes, 18 de diciembre de 2012

Nuevo cuento de Rubén Diodato, diciembre de 2012


Una Casa en la pradera

                Una mujer sentada sobre el verde inclinado intenta llegar a la loma para ver su casa con la pintura solamente en su interior. A lo lejos, tan lejos como la mirada permite mantener la puerta cerrada. Su tortura es mirarla, no se puede mover,  su cuerpo es parte de ese verde, de esa tarde luminosa de calor.
                Por la  quietud, se pensaría que un gran pintor -un día, de paso- retrató la imagen.  Laura respira, traspira, llora y ríe, pero no pasa nada. El consuelo sólo es posible en esa casa, lejano refugio de recuerdos. Pero la puerta está cerrada.
                La claridad se va con José, a caballo, trata de dibujar el camino hacia su casa. Eso no inquieta a Laura. Nada la inquieta, salvo esa lejanía donde se ha puesto a desear.
                De chica soñó su presente. No imaginó que ese sueño chocaría a cada paso con lo que ella llamaba “la cebolla”.  Decía: una cebolla, cada noche, pierde una capa y llega a lo verde donde las lágrimas tornan en pasado , pero….
                Casada joven, con un hombre fuerte de poca palabra, pensó su lugar lejos del ruido de la gente. Todas las mañanas lleva  a sus hijos al colegio a través de  la pradera. L a vuelta siempre tiene una parada, una casa vecina donde visitar a una amiga y poder distenderse un poco de la soledad tan buscada y odiada.
                Su marido es considerado un trabajador, se levanta a las 6 de la mañana y vuelve a  casa al mediodía,  come y- por la noche- habla solamente lo justo con Laura. Igual, la seduce en las tardes de calor, en la cocina, él no le da tiempo: un fuerte apretón en su pelo la deja inmóvil, con miedo y lágrimas. Pero el avance de Pedro todo lo transforma en un torbellino. Sobre el piso, sin ropa, como un trapo, siente a su hombre apretarla hasta llegar al grito deseado. Luego es la angustia: nada ha quedado de ese momento. Pedro  sube sus pantalones, apreta  su cinto y, con sombrero en la mano, abre la puerta y se pierde hasta el anochecer.
                Su vida era igual a la mirada de niña cuando su madre sufría por el hombre amado y odiado. Pero nunca supo el engaño, solo la fidelidad de la pasión guardada en su retina. ( Mamá  no permitía que las capas de la cebolla se abrieran, eran pétalos peligrosos, ocultaban un color que sus ojos no hubieran tolerado.)
                Un día, de vuelta del colegio, se sintió mal y prefirió ir a su casa a recostarse, algo que no era habitual. Mientras miraba la casa desde lo alto, vio a Pedro entrar:

               


                Era muy temprano para  su vuelta, algo la hizo desconfiar y, con un paso lento, intentó llegar a la casa. Él nunca le había dado motivo para la desconfianza.  Llegó a la casa y, sin entrar, intentó mirar por la ventana. Parecía estar vacía. Laura se quitó sus zapatos y entró sigilosa, sintió caminar y ruido en la parte superior,
                Quiso subir, pero no.
               
                Sin razón, mira de costado, hacia la cocina, busca lo primero a su alcance para acompañar su duda. Y aún no.  (La cebolla oculta algo).
                Sube, ahora sí,   los ruidos se apoderan de sus oídos,  los murmullos salen de  su cuarto. Cerrada la puerta pero sin manija, solo hace falta empujarla. (Guarda, cebolla, guarda tu secreto, no, ahora, no ahora) Piensa, por un momento, irse (una cebolla no debe perder sus capas de esta manera, no, no, no), llega a la escalera, ya baja, gira su cuerpo con los dientes apretados y se tira contra la puerta.
                Entonces,  solo sus ojos. No más furia ni murmullo en sus oídos. Baja la escalera. En el último escalón cre verla, sus capas desenvueltas dejan ver el corazón de una cebolla más antigua que niguna. Pero sigue hasta la puerta. A los tumbos. Cierra con llave y se va.

                Una mujer sentada sobre el verde inclinado intenta llegar a la loma para ver su casa con la pintura solamente en su interior. A lo lejos, tan lejos como la mirada permite mantener la puerta cerrada. Su tortura es mirarla, no se puede mover, algo lleva a su cuerpo a ser parte de ese verde, de esa tarde luminosa de calor.
                Ese día los chicos vuelven solos del colegio. Laura, desde la pradera, ve cómo la puerta se abre. Después de un instante, los chicos corren sin dirección.
                Los chicos ese día vieron lo mismo que Laura.

Nuevo cuento de Gabriela Ramos


Sin factura

            -Andá a comprar facturas. – su madre, desde su cama, tendida, desarropada por el calor, amanecida con alegría.
            -No, mamá. Tengo sueño. – la nena, casi convencida, desde su cuarto, en la cama, cómoda. Sin ganas de levantarse, con sus once años, sin ansias de caminar dos cuadras. ¿Cómo iba a pedirle a la panadera la media docena? Era tímida y no quería hacerlo ella otra vez.
            -Dale, andá. –Insistió la madre.
            -No. Ayer lavé los platos y los sequé. Siempre limpio la casa. ¡Hasta el baño limpié en profundidad! – Delia, yaa convencida, no cumpliría el capricho de su madre. Las facturas no eran tan importantes, mejor descansar, era una mañana de sol hermosa para hacer lo que yo quiera mamá.
            La madre, cansada, un poco dormida, se estiró, apoyó los pies contra el piso, se calzó y se dirigió al cuarto vecino. Le dijo a Delia:
            -Dejame un lugarcito en la cama.
            -Bueno. - la hija, contenta por alargar el remoloneo.
            Delia se acomodó al lado de su madre, quien la protegíó con un suave abrazo.
            Algo rompió con la alegría. Un golpe seco, extraño, violento, horrible: las ventanas se abrieron bruscamente, aterradoramente, en de un sonido estrepitoso.
            Ambas saltaron y se pusieron de pie. Era el ruido más escandaloso  jamás  escuchado.
            -Vamos, vestite, hay que bajar. – la madre.
            -¿Qué pasa? – la hija, seriamente desconcertada.
            -Cuando suceden estas cosas siempre hay que salir a la calle.
            Delia, perdida, se acercó a la habitación contigua: el vidrio de las ventanas se desparramaba sobre la cama de su madre. La banderola se había caído y todo el estallido se acomodaba dentro del cuarto. Delia pensó que la madre podría haber muerto, pero casi no tuvo tiempo para detenerse en ese pensamiento.
            Delia bajó por las escaleras, atravesó el largo pasillo.
            Y en la calle:
            Vidrios sobre las veredas, llantos que rompían a la gente, gritos. Fotos del horror en la en la memoria de Delia: escombros,  espanto y  desesperación.
            Un hombre ensangrentado decía:
            -¡Perdí a mi mamá, no tengo más casa, no sé qué voy a hacer!- El hombre agitaba su cabello ondulado, desesperaba contra un poste de luz, ciego por la sangre y las lágrimas.
            Delia sintió muy fuerte, más que tristeza. El estallido volvía a estallar, una y otra vez, en su pecho, subía hasta sus ojos y le hacía cerrar los puños contra  las imágenes.
            La madre de Delia, a los bomberos:
            -¿Podemos hacer algo?
            Delia miraba: de todas las direcciones, llegaba gente para colaborar, para buscar entre los escombros a los muertos, heridos, perdidos.
            -Vamos a la casa. Haremos pizzas y mate para los voluntarios. ¿Me ayudás?- la madre ya la había tomado del brazo y emprendía el camino.
            Era lo mínimo que podían hacer. Pasaron días, semanas, meses.
             
            Las fotos permanecen en el recuerdo de Delia: brazos extendidos, entrelazado uno con otro, sacan: escombros, entregan heridos, abrazan, consuelan. Las pizzas, el humo, los locales, casas deshechas; Delia recuerda la exactitud de esos fragmentos de memoria desparramados por las calles, su casa, su cama, la de su madre, el abrazo, el pedido de las facturas.

            Ahora tiene veinte años. Todos los días cruza por esa calle, donde quedan flores, tres cuadras de árboles plantados a lo largo de las de veredas con el nombre de las víctimas.
            Ferrite para los nombres, flores para los que nunca serán olvidados sobre un largo tablón negro.
            Delia, desde entonces, escucha todos los dieciocho de julio por la mañana las voces desesperadas:  hablan de lo que sucedió ese mismo día, en mil novecientos noventa y cuatro.
           

jueves, 13 de diciembre de 2012

Nuevo poema de Melisa Ortner, DICIEMBRE 2012


LUNARES DE AZUCENA


A dónde el destrozo
 el delantal intacto de tu cocina
            ¿las azucenas hechas lunares en tu espalda?

 El vidrio hecho mirada
 Y las grietas de tus piernas
     al mar
              ¿a pedazos tu baúl de trenzas?

            Y tus tacos de azúcar, ¿a dónde?
Tu  medalla de oro graduación
      las ganas de la luz
            ¿tu cajita de piedritas blancas para dormir?


 La espada en el pecho
 y las figuritas de tu nena
 en el rincón
        brillantina,
destrozado tu vestido blanco
hecho vapor en el placard.
            Y, entonces, ¿a dónde?

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nuevos textos de Pablo Cecchi, Diciembre 2012



1.
                                                              MIRONES

                No sé qué escribir ahora, es así, sentado sobre la silla me inclino ligeramente hacia atrás hasta que mi cabeza calva ( en parte nomás, es un complejo de mierda y esto de ser pelado a los 29, pero díganme la verdad, ¿no es algo temprano?) toca la madera del “box” detrás de mí. Lo hago lentamente una y otra vez,  son pequeños toquecitos en mi bocha,  y me relajo.
                Estoy en un cyber en Av. La Plata y Tarija, barrio de Boedo (creo, ¡ja, ja!), siendo las 2 y 20 am del primer miércoles de diciembre del 2012 (ya se viene su final, el del año, claro), escuchando un poco de Floyd, Pink Floyd: el disco “Meddle” completo (discazo, se los recomiendo), en mi mp3.        Han sonado otros temas ya antes  y los cantaba sin  el menor atisbo de vergüenza. El gordo  sentado al lado pareció molestarle y disimuladamente transformó su furia en  críticas que, a los gritos, le hacía a sus compañeros de red. Así tapaba mi voz en gran medida (en los cyber se practica mucho esto  de jugar en red, yo también lo solía hacer cuando tenía como 20 -un poco grandecito-, consiste en jugar a un juego “x” que está cargado en las máquinas de a varios y en tiempo real, se utilizan uno o varios personajes del mencionado “x” y se ve a tu compañero de esparcimiento como se desempeña en tu misma pantalla), a mí me gusta cantar, así que no voy a dejar que vuelva a pasar, todavía tengo la esperanza de formar una banda que suene linda: hoy toqué la guitarra y canté con unos conocidos en la plaza Güemes, me sentí  muy bien.
                  La calle, por poco es la completa desolación, sólo impura por dos vehículos que recorren la Avenida a gran velocidad ni bien cruzo la puerta del cyber hacia la vereda. No llego a mirar el cielo, me invade una sed tremenda y vuelvo a entrar, compro una sebenap, le digo al pibe que atiende, te pago todo junto, al final. Me vuelvo a meter en mi “box”, con temor de que el gordo haya hurgado algo en mi bolso o me haya hurtado una o de mis galletas.
                A unas cuadras, diez aproximadamente, mi viejo debe estar durmiendo en su cuarto junto a su mujer, Irene, comieron asado de salmón y trucha, con ellos estuvieron una pareja de amigos (él vive en Suiza, desde hace unos largos años ya y también conoce a mi vieja, pero no se frecuentan actualmente, no recuerdo su nombre en este momento; ella es Grachi,  fotógrafa -tiene un hijo de mi edad, Sacha, al que le está yendo muy bien  -, me sacó unas fotos bárbaras en Parque Lezama años atrás y también fue la fotógrafa del Casamiento de mi Hermano y Mariana, mi cuñada; es la mejor amiga de Irene y me quiere un montón) y Adelina, algo así como mi abuela postiza, la mamá de Irene, quien  olvida todo en cuestión de segundos, por ejemplo, te cuenta una historia, siempre rica en detalles de los más diversos y te la vuelve a contar a los 5 minutos y lo hace de nuevo, a mí me cansa la verdad, le digo a todo que sí, ya me sé casi toda su vida  (sé que vivió en Boedo al 800, en Ingeniero Maschwitz y alquilaba en Mar del Plata, que fue elegida Reina de Boedo a los 18 años de edad, pero no se presentó a la entrega de premios por pudor, no puede comer nada con sal porque su médico le diagnosticó hipertensión, pide día tras día que le traigan postres, alguna pastafrola, masitas o chocolate, entre mil cosas más que en próximos relatos pienso agregar).
                Como punto final creo, principalmente, que esta historia abunda en  paréntesis, algunos debería haberlos borrado del mapa; también pienso fervientemente que el gordo con sus gritos  quiso participar de esta historia. En cualquier momento deja de hacer lo que está haciendo (ahora busca trabajo por internet, cosa mucho más productiva que ponerse a gritar como un desaforado, un desalmado) y se pone a leer como un idiota lo que escribo, pobre gordo, me termina por dar pena.









2.

Ella solo encuentra hilachas,
hilachas quemadas
por el encendedor de Marisel,
 minutos antes,
estaba el encendedor en el bolsillo
de su Jean Capri,
Ella se puso a llorar
y Marisel a reír
la risa devino vergüenza,
vergüenza fue
arrepentirse, lo siento, lo siento tanto,
pero ya muy tarde,
Ella se ha encerrado en su cuarto,
no quiere saber más nada con su amiga,
mira ahora con el rostro cubierto de lágrimas
a través de la ventana,
ventana empañada por el frío que hace,
frío que sólo hace allí, en el Bolsón,
 un pueblo, más bien una ciudad
en el sur de nuestro país,
y no un bolso grande como muchos
de ustedes pensarán,
qué pensarán ustedes,
locos interplanetarios,
planetas.. mi concepción sobre ellos
cambió días atrás,
cuando caminaba por Cerrito y Corrientes,
en una noche divina,
me encontré , tan particulares,
un pibe y una piba invitaban a quien pasara
a avistar  Júpiter con unos telescopios
 a cambio, la colaboración,
yo no pude con tanto, pedían 5 pesos,
mis pesos llegaron solo a uno con cincuenta,
ellos se conformaron y me dejaron ver por el tubito
del gran instrumento,
vi una pelotita amarilla con dos rayitas,
rayitas que significaban la atmósfera,
no la nuestra, no se vuelvan a equivocar,
sino la del gran planeta,
el flaco me contó que su consistencia es gaseosa
y no sólida como yo pensaba,
gaseosos como
a Urano, Neptuno y Saturno,
únicamente Plutón, es el único
de los últimos planetas que es sólido
pero realmente no se lo considera
parte del Sistema Solar.
Solar como la Cama Solar que tomó
alguien en algún local de bronceado
en el día de la fecha.
La Fecha del Fútbol terminó con Vélez campeón
esta vez, la otra vez lo fue Arsenal,
el campeón que lo precedió.
Lo precedió como cuando
me toca esperar en la fila del banco
pero antes, cuando hacía un laburo
de investigación y me pagaban en cheques,
los cheques son verdes,
verdes como los dólares,
qué curiosa casualidad,
pero el verde también es hermoso,
está en las hojas de todos los árboles,
o de prácticamente la mayoría,
mayoría de personas,
es lo que buscan los políticos,
para llenarse cada vez mas,
y más, y más, los bolsillos,
bolsillo como el de Ella, donde
guardaba una hilacha antes de ser quemada
 que no es un bolso pequeño,
como Bolsón no es un bolso grande.

martes, 11 de diciembre de 2012

Nuevos poemas de Maite Puppo, diciembre de 2012



CUADERNO DE TAPAS DURAS

En la   respiración
   de la noche                                                                                
         esperaba                                                                                                         
 que  completara el cuaderno de espiral con tapas duras.

Prometió
que, si lo hacía,
nada más me pediría.
No debía tener miedo a  pagar más deuda.
Con algo más
que
lozana
ternura y fuego alegre, 
atrapada en tu negra capa,
 mi sangre
entre tus colmillos
                                huyó de mi
dejándome 
sin norte ni
estrellas
sin un páramo
donde guardarme
locura.


Armaré
 una casa 
donde
esperar
                (completar el cuaderno de tapas duras) 
en la respiración de la noche.







EN- LAZO

Entre dos silencios

 tristes, queridos
             su súplica

            entre dos silencios
                   y un enlace.

 Tristes, amados
amarrados a mí
                   amarronados.
Se acurrucan y piden,
                   encajados al vacío,
                         mi lado lágrima.

De esos ojos
           escuché en silencio:
Y hay enlace.
“Te quiero", ojitos tristes, ojitos míos
Lo que no tengo  daría
           ojitos tristes, amarraditos amarronados
Desde dónde, ojitos,
no puedo
            como aquella vez
-la vez primera-
Tu sonrisa después de comer de mí.

Fue  enlace

Veinte años pasaron
               al desamarre
desde tus  amarronados
          desenlazar
                   hacia
                             otros
                   que sean signo
               
             y      lazo
            entre dos silencios.
















jueves, 6 de diciembre de 2012

Nuevo bello poema de Melisa Ortner, diciembre de 2012





VÁRICES


Maldiré  mis várices
      en el cuchillo
lamentado de  algodón
  piernas cansadas
de imaginar
 sogas de seda.

Pasaré la navaja
en las rutas del camino
   azul,
escupiré la sangre
del veneno de tu saliva.

En los nudos de mi pelo recogido
      la guillotina
ahí destrozaré
las  voces
y la transparencia quebrada
    de mis piernas
asesinas.

Bendeciré
el filo de la bronca
pintaré la acidez de tus ojos
ciegos de
      blanco
en el precipicio.


El fin de mi carne
         en  color violeta.
De mi mano,
 te hundirás en las partículas
celestes de mis venas.

Maldecime entre algodones
Una vez más.

martes, 4 de diciembre de 2012

Nuevo texto de Roberto Aguilar, diciembre 2012


                                        El estudiante indigente




       ‘Pasaron los años y mi vecino en apariencia  se civilizó un poco. No me encara de frente porque no nos hablamos, pero sí a mis inquilinos del fondo. Les advierte una semana antes (¡Qué educado!):
      ‘El sábado que viene voy a dar una fiesta toda la noche. Así que…te quería avisar’
      ‘Está bien, muy bien’ - Le sonrió José con cara de idiota y se fue.
      Esto pasó en la calle, mientras yo los escuchaba desde adentro de mis paredes de adobe y desde adentro también de mi odio profundo hacia ‘Carlitos’, por así llamarlo ya que no recuerdo su nombre y tampoco quiero hacerlo. Lo debería matar o mejor olvidarlo, así evito las cárceles y hospitales, ¿vieron? Sin embargo, esto ocurrió y me pareció intrascendente pero… Una noche es una noche y pasa rápido como mi esqueleto delgado con piel amarilla, carne anémica y mis ojos negros sobre unas ojeras parecidas a las de un vampiro. Así y todo, no tengas miedo. Los fantasmas un día desaparecen. ¿Te gusto?’



       ‘De vuelta de mi trabajo. No recuerdo si lunes o martes, un par de autos importados se estacionaron al lado de mi casa con frente de barro. Era gente que no conocía. Bien trajeada, perfumada y tomada de los brazos. Las pa- rejas  discutían con Carlitos los pormenores de la fiesta. Apenas el tarado me escuchó venir- por mi saludo a plena voz y por la ampulosidad de mis  manos en el aire hacia al encargado de la YPF de la esquina- se metió en su casa de tejas rojas y jardín en el frente. Lo siguieron sus invitados, sin entender .  ¿Me tenía miedo o rabia? ¡Qué sé yo! Lo cómico fue que yo tam- bién sentí temor. No sé por qué. Lo que sí recuerdo es que entré en mi casa precaria tan rápido como pude.’



      ‘El miércoles, cuando el sol arrastraba a todas los autos, colectivos y taxis al fuego más intenso, corrí y crucé la calle para agarrar el 65. Llegaba tarde a todos lados: A la estación de trenes, a las calles de San Fernando, a la carnicería (no sé si les conté que no tengo heladera y compro mi comida todos los días. No me queda otra. El sol aprieta la calzada, las casas y pudre todas las cosas revestidas con carne. Entonces, ¡al buche con lo de un solo día!), al almacén, a la frutería y finalmente al trabajo, a donde me iría a esperar un compañero con cara de orto, porque  le llegaba diez minutos tarde. Apenas me saludaría y escondería todo su odio  en esa mano laxa, transpirada y extendida con el miedo de las bestias al dar el zarpazo de muerte a algún lechoncito de fin de año. Todo esto me iba a parecer injusto ya que él tendría que seguir en el trabajo por una hora más y no salir despedido a su casa como un pedo a punto de extinguirse ¡Entonces de qué carajo se quejaba! ¡Qué le costaba esperarme! En fin, compañeros así hay en todos lados. Así es mi rutina  ¡Amigos son los amigos! ¿No?’



       ‘El tema es que, de pronto, me empezó a preocupar el día sábado a la noche. Iba a ver mucha música cumbiera, gritos desaforados, brindis y cánticos de cumpleaños felices. Por supuesto esto no me iba a dejar dormir y en todo caso, si los ruidos llegaban a ser insoportables, me pondría unos tapo
nes en los oídos y chau. Este pensamiento comenzó, de golpe, con preocupación. Y, de golpe, se volvió intrascendente. Y más si al mirar por la ventanilla del 65: lo comparé con la animalada de un hombre cuando, en un segundo de furia, apaleó a su perro viejo. Lo llevaba de una correa y, como no quería cruzar la calle y lo ladraba, comenzó a darle con una vara que llevaba en una de sus manos. El perro le respondió con un tarascón en su pie izquierdo al mismo tiempo que el hijo de puta  le pegó un grito, que salió desde el fondo de su pecho rojo cubierto por una camisa cuadrillé del mismo color.
      ¡Perro de mierda!- Se escuchó en la bajada a un túnel. Luego fue un grito de desesperación del animal y después silencio, mucho silencio. En fin, el perro no es nada, mi vecino no es nada y ¿yo?, ni les cuento. Después el colectivo pasó la avenida debajo de los rieles del ferrocarril San Martín y retomó la calle sobre la superficie de asfalto.’  



       ‘El jueves a la madrugada, mientras hacía la comida y escuchaba desde
el silencio de mi pieza acomodada para un soltero, el diálogo a gritos de mi vecino con su esposa mayor de 65 años  (los dos, viejos chotos), comencé a pasar la vista a mi pieza  y a sentirme feliz por la enorme pila de libros, dvd y cd   para leer y escuchar. Pero los gritos me los tuve que comer igual. ¡Por esta pared pasa hasta el zumbido de un mosquito! ¿Pero quién puede maniatar mi silencio? ¿Ahogarlo hasta hacerlo escupir música villera y discusiones como las que oí?
      ‘¡Te dije que invitaras a Sebastián, a Magdalena y toda su familia! Ellos nunca lo hicieron con nosotros pero qué más da.
      ¡Cuántos más seamos mejor!
      ‘¡Te dije que no!’- Le respondió Carlitos.
      ‘¡Y yo te digo que sí!’
      ‘¡Te digo que no!’
      ‘¡Sacáte la bombacha!
      ¡No, mi amor!
      ¡En la cocina, no! Pueden oír nuestros vecinos’
      ‘Nuestro vecino, querrás decir. El hijo de puta se va a quedar solo por el resto de su vida. ¡Qué aprenda y sepa lo que es coger de verdad!
      ‘¡Ay, sí!  ¡cogéme! ¡cogéme! ¡Dame duro! ¡Dame duro!’
      Después de escuchar todo esto, sin acostumbrarme a esta situación, (¿Quién lo puede hacer?) saqué la última partitura  para piano de Beethoven,  tenía que estudiar para el lunes y me la puse a tocar con arreglos para el clarinete. Tenía examen y me faltaba mucho por aprender. De pronto los acordes mezclados a aquellos fingidos orgasmos, iban y venían y atravesaban las paredes de barro, el patio y las casas de material de mis inquilinos. Fue una verdadera orgía de sonidos en el silencio de la noche. Luego me eché una paja y me tiré a dormir.’
  


       Pero lo mío fue por una hora y media. ¡Sálvese quien pueda cuando lle-
gue el sábado a la noche!  Ah, por otro lado, ¿acaso no te conté que soy sumamente pobre y que gracias a un hermano -qué en paz descanse- estoy sobrellevando la ignominia de pagar esta miseria de vivir mal, a raíz de que me estafó en mis años de juventud, con dinero de la corrupción? Estaba en el narco y ahora tengo que aguantar a todas estas familias colombianas. Si no, capute. ¡Ay, de mí! ¡Pero qué digo! A fin de año me recibo. ¡Y voy a ser libre! ¡Libre! Como los do y los si en los cantos de los pájaros y entre los pupitres cuando dé mis lecciones a los chicos de una escuela secundaria. Me lo prometieron. Pero para eso tengo que rendir este final.  Entonces, de qué me quejo. El martes estaré con mis venas lubricadas por todos los momentos de cada rayo de sol y de luna. Mi alma se quebrará en un sollozo de placer al poder volar por entre las sábanas de todos los amantes de esta gran urbe y  dedicarles mis sonetos, mis obras más impúdicas escritas en el silencio de esta habitación. Y decirles: ¡Aquí estoy yo! ¡Maravilla de las maravillas! ¡Senos de los senos! ¡Música de la armoniosa curva del cuerpo de mujer, desde su cuello hasta la S de su empeine!



       ‘Es viernes. Estoy cansado. Para cualquiera el viernes es trágico y fe-
liz. Si pasa las últimas nueve horas de trabajo, será el más dichoso. Estará
a un paso de la libertad. Del amor de sus hijos, de su cama, de su esposa, de su jardín. Si no, morderá el smog, se arrastrará como un gusano hasta su casa, comerá aire y se abrazará a un sueño como la arena llena una concha
vacía.’ Todo esto lo pensaba mientras subía al tren camino al yugo de la semana. Sí, mi querida visita pulcra y anónima. A vos te digo. Ahora que te asemejas a un huracán de pedos que solo trae recuerdos para repartirlos por todos los barrios y casas de familia (¡me cago en todos ustedes!), te cuento: Subí al tren y apenas vi un asiento vacío me desplomé en él y cerré los ojos. ‘¡Qué raro’, me dije. ‘Nadie ocupó este lugar vacío y hay gente parada en los pasillos’. Abrí los ojos y allí estaba él en diagonal y frente a mí. Al lado, una señora de pelo corto y rubio con largo vestido floreado. Al parecer era su madre. Él iba vestido con una musculosa roja y pantalones de jeans. Tenía la cabeza rapada y rubia. Parecía un milico. Pero sendas cicatrices  iban y venían por su calva con cortos e hirsutos pelos sobre sus orejas,  bajaban por la frente hasta la cara seccionada por heridas viejas y lo delataban como un loco o un expresidiario. Y de los que llaman ‘pe-li-gro- so’, al juzgar por el sandwich que se metía de una vez en la boca y por sus ojos inquisidores, con odio asesino hacia todo lo que pasaba.
      Cuando lo miré me sonrió, me guiñó un ojo y besó a su madre en la boca como si hubiera sido su amante.
      ‘¡Pero, hijo! ¡Comportáte! ¡Ay, mi hijo!’Le dijo la vieja mientras lo apartaba tiernamente ‘¡Sí, mamá! ¡Y vos qué mirás! ¡Burguesa de mierda! ¡Ay, no!, ¡en público, no!’ Gesticulaba el loco con las mano en ademán muy femenino
      ‘¡Hipócrita! ¡Fack you!’- Le gritó el preso a una linda chica sobre el asiento verde al lado del pasillo. Se levantó y, antes de ir a saludar a unos músicos ambulantes cerca de las puertas, le estampó un segundo beso a su madre. Ella lo miró, lo contuvo y lo apaciguó con ternura cuando él se retiró con las palabras
      ‘amor, ya vuelvo’, entre sus labios.
      Al rato, regresó. Ya era tiempo de bajar. Tomó a su vieja del brazo y la acompañó como a una ciega por los pasillos del tren. Pero, ¡qué día voy a tener!  ¡No por el preso! ¡No! Sino por vos, mi querida visita de las revistas semanales’



       ‘Por fin es sábado. Estoy muy cansado. Agotado, quizás. Pero, gracias a los demonios del hambre de la semana, voy a descansar. Y qué digo. ¡Si está la famosa fiesta! Seguro, cuando dé vuelta a la esquina… ¡Sí! ¡Ahí están! con sillas blancas sobre los hombros. Son mujeres y hombres que van a preparar las mesas. ¿Qué hora es? ¿Ya? ¿Las ocho? Debo apurarme. Comer rápido el fiambre. Buscar los tapones y estudiar las partituras  en el silencio de mi cráneo. ¡Ay, no! ¿Pero dónde dejé los tapones? Ya empieza esa música del infierno. ¡Por todos los demonios del ruido! ¡No! ¡No! ¡No voy a poder rendir mi final! ¿y si me acuesto y después me levanto con la cabeza fresca para encontrar los tapones? ¿Pero dónde carajo los habré metido? ¡Qué linda cama! ¡Qué bien  me siento! ¡Dormiré sobre ella! Los ruidos atraviesan mi cerebro. Pero qué mierda me importa. Voy a despertar y…’
   
      … que tomó sedantes cuando despertó a la una de la madrugada, porque le dolía mucho la cabeza; que antes de caer en coma, se apuró a buscar los tapones pero encontró, en su lugar y debajo de la ropa interior en el placard de su pobre pieza, una vieja arma calibre 22. La llevó sin saber muy bien cómo usarla, entre el cinto de su pantalón. Salió afuera de su choza. Tocó el timbre de su vecino. Y al abrirle entró a los empujones, sacó el revólver y disparó con el miedo y las garras de un animal en sus manos, primero al hombre y luego a su mujer, quien cayó en forma inmediata a sus pies. Por la cantidad de pastillas conusmidas, el estudiante de música también cayó, pero no en el suelo, sino sobre el cuerpo de la vieja muerta a la que le propinó sendos besos en la boca y le mordió el cuello antes de desmayarse. Ahora el muchacho, después de pasar un mes en el hospital Durand, está cumpliendo prisión perpetua en la cárcel de Catán. Él piensa que en quince años va a salir por buena conducta. Que fue un momento de locura. Por eso pidió que los vecinos   de Chacarita y Villa Crespo lo perdonen. En  nuestra pró
xima semana, irá la segunda historia de este desquiciado, joven y pobre asesino de uno de los partidos más populosos de nuestra urbe. Él nos contará  acerca de sus proyectos para el futuro cuando termine de cumplir su condena Paciencia, amigos.
                                           Beatriz Guido
                           Columnista de la revista ‘Semana Insólita’