jueves, 28 de agosto de 2014

El acordeón de Yann, otro cuento de Diego Soria, agosto de 2014


El Acordeón de Yann (Les jours tristes)

El acordeón, de tantas voces en su arrugada garganta, esperó. La mano izquierda de Yann le hizo decir gravedades y la derecha, estridencias. Él siempre había querido tener la última en cada ensayo. El resto de la banda lo miró con envidia. ¿Quién se creyó este ordinario? , dicen las cuerdas, mientras suben el tono. Es tiempo de poner las cosas en orden, opinaron los tambores y platillos. El vibráfono se cuidó de decir algo, sentía que Yann no lo tomaba en cuenta y no quería una confrontación que lo alejara definitivamente de las armonías del músico.
Los vientos se llamaron a un silencio de redonda. Aunque no soportaban al acordeón, callaron. A final de cuenta eran parientes y lo primero es a familia.
Yann tomó el acordeón por sus mejillas, el fuelle se abrió lentamente mientras los dedos buscaban la clave donde comenzar. Los demás instrumentos se agazaparon en la sala, dispuestos a no ser menospreciados ni a una canción más. Entonces, Yann llamó al oboe, tenía una fija que le había rondado todo el día, un diálogo, quizás unos fraseos de acordeón para una canción sin nombre  aún.
El acordeón inició la charla con palabras breves a las que el oboe respondió de igual modo. Yann se dejó llevar, es un buen comienzo, pensó. Pronto las cuerdas tomaron por asalto la idea del músico. El contrabajo arremetió con sus graves, lo acompañó el banjo con su voz fina sumada a la charla de los vientos. El acordeón cambió la conversación, advirtió la opereta de las cuerdas e insistió, confiado en sus setenta y dos voces. A lo lejos, la percusión empujó al indeciso vibráfono al ruedo, tímido, esperaba la señal del banjo para entregar sus sones en gotas de agua. Goteó.
El acordeón luchó por mantener el predominio, no quiso ceder la armonía aunque se vio dominado por el ritmo de las cuerdas. La lucha fue tenaz dentro de la sala de ensayo en la Rue Champollion. Yann sacudió la cabeza, abrió y cerró el fuelle del acordeón extasiado por lo espontáneo.
La tuba se arrojó valientemente, abrió su bocaza, intentó recuperar el dominio del ritmo en manos de las cuerdas. Los arcos se sacrificaron, se deshilacharon pero sin resignar posiciones. Las voces subieron, se superpusieron hasta un cielo difícil de imaginar, la estructura estuvo a punto del derrumbe. Yann sintió que su idea no podía ir más allá, pero quiso seguir, el acordeón y las cuerdas buscaron un silencio, un da capo tal vez, en el momento en que la percusión tomó por asalto el ritmo de la música. Un golpe de tambor y los platillos bastaron para imponer su supremacía sobre estos compases. Yann subió un tono, aquietó su mano izquierda y le dio rienda suelta a la voz de su derecha.
Los redoblantes dictaron las condiciones. El acordeón salió airoso de la intentona de las cuerdas y los vientos. Ellos se resignaron en pos de la música.
Yann palpitó el final de la idea, nacida en alguna calle de Paris.
El tempo decaía, se acallaron lentamente las cuerdas y la percusión.

Se acercó el acorde final, Yann se dejó caer sobre la silla, mientras el acordeón expiró la última tríada.

William Borroughs Tennessee, un cuento de Diego Soria, agosto 2014

Williams Burroughs Tennessee

“yo escribí las que me han tocado, pero ahí afuera hay un mundo de cosas que buscan ser arrancadas de la oscuridad antes de ella te arranque a ti”
Williams Burroghs Tennessee


La pantalla del monitor se refleja en los lentes de Ricardo. Hundido en la silla ergonómica extiende un brazo para “clickear” desganado al mismo tiempo que toma un café. Ricardo trabaja todos los días en una oficina, pasa el día llamada tras llamada a desconocidos, intenta venderles una cobertura de prepaga. Él les cuenta las ventajas de sumarse a la protección de “San Jorge” aunque muchas veces le cortan el teléfono sin dejarle hablar más allá de un: “Buenas tarde, lo llamo de…” e inevitablemente la única respuesta es el tono telefónico. Ricardo suspira, tacha el número de una lista y marca el siguiente.

Al llegar el mediodía Ricardo aprovecha el tiempo de descanso para hacer lo que más le gusta: escribir, toma su bolso negro y sube los dos pisos que separan las oficinas de la terraza. Los años y el sobrepeso le demandan más esfuerzo cada vez para superar las escaleras, pero cuando llega traspone la puerta de emergencia y el calor del día le invade el cuerpo. Camina hasta un rincón preferido de la terraza, allí donde un viejo cajón de madera lo espera. Otrora abandonado a su suerte hoy lo espera convertido en su atelier al aire libre. Ricardo abre el bolso con celo, como quien lleva algo muy frágil, saca un sobre marrón de su interior que contiene una pila de hojas escritas a máquina y anilladas. Se puede ver tachones en las hojas y en la primera un título con letras grandes: “Invierno en Septiembre” un poco más abajo: por Ricardo Brown. El sueño de escritor sobrevuela los quince minutos de descanso. Sus ojos se hunden en correcciones incalculables y la sensación de acometer una tarea homérica invade su ser. A veces le llega desde algún lugar lejano pero certero la sensación de vacío, de frustración. Aun así no renuncia, se pregunta: ¿Cómo harán los escritores profesionales?, ¿Cuándo Cortázar sabía que una historia estaba aceptablemente escrita? Piensa: Quizás el bolígrafo calle alguna respuesta, guarde tal vez para sí el secreto de la simbiosis entre al autor y su medio, entre los parques y los senderos que se bifurcan. Se acaba el tiempo y la novela con nuevos tachones vuelve al sobre, al bolso, al hombro de Ricardo que desciende a las oficinas.

El departamento de Ricardo es un mundo patas arriba, al entrar al mono ambiente hay que encender la luz para espantar las sombras, verdaderas dueñas del lugar gracias a una cortina oscura que cubre la única ventana. El foco en el centro de la habitación parpadea y cuelga como una tripa arrancada al techo-vientre. Sobre la mesa marrón los cadáveres de varios libros yacen con algunas de sus páginas marcadas, junto a ellos un lapicero y una computadora portátil. Desde el baño Ricardo canta sin ninguna vergüenza Rapsodia Bohemia mientras el vapor escapa por debajo de la puerta. En la pequeña cocina se apilan platos sucios, cajas de pizzas y una botella de aceite, testigo del abandono. Se oye la ducha menguar su caída hasta que enmudece. La cama es una montaña de ropa desordenada. Ricardo ahora camina envuelto en una toalla, enciende la computadora y la cafetera. Sobre una de las paredes hay varias estanterías llenas de libros, uno sobre otros sin un orden aparente. El realismo mágico se choca con el “never more” de Poe y Pedro Páramo se topa con Guy Montang. Pero entre todos ellos se destaca por su orden la obra completa de Williams Burroughs Tennessee, el autor favorito de Ricardo, un prosista de Nueva York. El autor de culto quien le dio el empellón definitivo para escribir su “Invierno en Septiembre”. Su obra maestra “Together or dominated” dio un respingo a la alicaída literatura internacional y a su imaginación.  

Los mails se parecen entre sí:

De: Editorial Tusitala
“Su novela no ha sido seleccionada para integrar nuestra colección...”


De: Editorial  Meridiano
“Agradecemos su interés por mostrarnos su trabajo, pero su novela no tiene el nivel necesario para ser editada…”


De: editorial Pedernal
“su novela no tiene chispa ¡No insista!...”

Ricardo respira resignado, todas las noches es lo mismo, varias docenas de mails rechazan su manuscrito, no logra convencer a ningún editor de publicar su novela. ¡Qué pensaría Williams en una situación así!  También él debió pelear contra todos. No queda más que insistir a brazo partido hasta encontrar a alguien con más visión. Su “Invierno en Septiembre” es una historia, quizá su propia historia de Quijote a la espera de poder salir de un sobre papel madera.

Ricardo cliquea y elimina mails, pero uno le llama le atención

De: Fernando
¿Qué haces Richard?, ¿cómo andas?
Te escribo para contarte algo interesante, la semana próxima viene a cenar al bodegón tu amado Williams Burroughs.
El tipo está de gira presentando su libro y su representante eligió mi Bodegón para que él cene en privado con varios intelectuales de acá. Ese tal Williams está un poco loco, ¿no te parece?, ¡dejar la cocina del hotel por un bodegón!
Si te animas te puedo meter en la reunión disfrazado de mozo, me voy a reír mucho si decís que sí.
Saludos, Amigo
Fer.

 Apenas termina de leer el mail, Ricardo llama a su amigo Fernando, le dice sí a su propuesta muy contento, casi exultante. Bromean un momento en el teléfono y cuelga. El corazón no le cabe en el pecho. Se dirige a la mesa dando pasos de baile, saca su novela del sobre y se dispone a hacer una última corrección, “Invierno en Septiembre” será un gran regalo para el maestro, luego piensa en el moño, el traje de mozo, la bandeja y sonríe con la ocurrencia.

La semana es calma, los insultos telefónicos no hacen mella en el espíritu de Ricardo, él está más interesado en el encuentro con Williams que en acercar a San Jorge a potenciales clientes. Por las tardes, después del trabajo, va hasta el “Bodegón de la Abuela” a practicar su papel de mozo. Descubre que mantener un par de botellas y vasos sobre la bandeja no es fácil, en más de una ocasión estos terminan por estallar contra el suelo ante la vista atónita y comprensiva de su amigo Fernando.
Ricardo sueña entre mesas y manteles un llamado desde Nueva York: -¡amazing your novel mi amigo, congratulations!

La noche deseada llega al fin, Ricardo mira ansioso desde la cocina. Muchos intelectuales se acomodan en las mesas separadas para el encuentro, a él poco le importa sus excentricidades y pavoneos en el pequeño mundo del bodegón de barrio, lejos, muy lejos de Manhattan.
El aroma de la comida casera argentina sobrevuela el aire cuando la puerta se abre y todos giran para mirar. Un hombre mayor de traje blanco y camisa negra avanza lentamente acompañado de una asistente. El pelo blanco escapa de su boina como las raíces de un árbol, su piel blanquísima resalta sus ojos azules, pero también su arrugado rostro de 78 años. Camina con lentitud entre las mesas ayudado por su bastón. Su expresión entre cansada y aburrida es evidente, este es un convite más, una ciudad más, al menos espera que la comida sea buena.  Ricardo esta emocionado, se prepara para hacer su papel. Los invitados saludan a Williams, algunos en un inglés tarzanezco. El escritor ocupa el sitio de honor en la cabecera de la mesa como no podía ser otra manera, acostumbrado a los honores y la pleitesía exagerada Williams soporta uno por uno a las plumas locales que alborotadas se turnan para alabar sus obras como si él mismo no las conociese, hay flashes y celulares que filman el momento.
El rostro del viejo escritor es un desierto reseco, como su Texas natal. Deja ahora su bastón de empuñadura dorada, su mano deja libre al fin el águila que adorna la empuñadura tallada.
- Thank you for this welcome –dice Williams, a pesar de que habla perfecto español, quizás intenta acortar distancias con la comida y alargarlas con sus aduladores.
 -Welcome to Argentina –dicen otros.

Comienza la cena y Williams escucha con forzada atención lo que departen sus colegas. Ricardo, mientras, cumple muy bien su papel: sirve las mesas, lleva mucha bebidas y, aunque tiene al alcance de la mano a Williams, no se anima a hablar con él. Bajo la bandeja va y viene junto a los platos “Invierno en Primavera”.

-¿Y quién es este tipo? –dice levantando los hombros uno de los cocineros.
-¿Cómo, quién? –se enoja Ricardo, “el maestro”, ¿quién si no? Una de las mejores plumas del mundo actual, lo que pasa es que vos solo lees el deportivo del diario querido… ¡más respeto!
El cocinero asimila lo dicho como un boxeador un uppercat, no dice nada, aunque le gustaría gritarle algunos insultos. Debe ser como ir a ver a Boca el domingo, “capaz” es eso piensa el cocinero mientras arquea las cejas y vuelve a la cocina… capaz es eso repite.

La madrugada avanza entre el humo de los cigarros. Algunas risas exageradas por momentos sobresaltan al resto. Los cafés de sobremesa duermen sobre el mantel y las anécdotas son las últimas del arcón de los recuerdos. Ya no queda mucho por decir. Algunos de los invitados se empiezan retirar, en especial, los que se sienten decepcionados de la falta de atención hacia ellos comparada con la dispensada a los bifes de chorizo. Williams por fin comienza a disfrutar la soledad de la madrugada, mira con simulada indiferencia la gente pasar en la vereda. Se dibujan sus figuras tras las cortinas: un grupo de chicas camina hacia algún lugar, sus sombras desparejas recorren la larga fachada y por un momento se dejan ver en la entrada, cruzan la calle con la prisa de su lozanía. Williams bebe un poco, harto de un mundo que se repite capital tras capital. Un cena más, una calle adoquinada o una asfaltada, en la ciudad a veces o en el campo rodeado de vacas y de personas, ¡que difícil! ¿Cuál es la diferencia entre los vacunos y la gorda que recita esa poesía con voz impostada?
No alcanzó a escuchar el nombre.
¿Muge?
No, dice sobre el cielo y las estrellas.
Williams piensa, cuanto mejor sería que mugiera y todos aplaudieran, y él también, todos aplauden con él y la gorda quiere regalarle algo como poesía en un papel, Williams lo acepta, sonríe, lo usará más tarde en el baño del hotel de cinco estrellas, antes o después de que la editorial le envié a la habitación una puta de tetas plásticas, otro regalo por escribir historias de la nada: un par de tetas falsas. Ella lo estruja entre las piernas, finge algo como amor. Y él es una ironía, mira de costado, aprieta una teta, o una ¿naranja? Qué más da, mañana será otra ciudad, otras calles, otra puta.

Los empleados al fin tienen un respiro y se reúnen en otra mesa a cenar, Ricardo, entre ellos, se siente uno más. Han escogido las pastas. El queso rallado va de mano en mano y la salsa humeante se une a los tallarines en volutas de sabor agridulce. Bromean mozos y cocineros, todo es distención, hasta Ricardo parece haber perdido el interés en el escritor que fuma su habano en la ya solitaria mesa del agasajo. Invierno en Primavera reposa sobre junto a las copas. Ricardo se siente animado, como quien se paraliza ante una canción que llega de pronto a la memoria, luego de miles de noches sin saber que la extrañaba. Ahora ella está ahí plantada sobre sus acordes y él se siente bien, triunfal. Los demás no notan el renacer de Ricardo, sus promesas, su seguridad al jurarse la publicación de la novela entre salsa boloñesa y tallarines.

Williams observa como un niño desde su silla la algarabía sincera del grupo de trabajadores, aunque no entiende todo lo que ellos dicen, comprende los gestos universales de la camaradería. Le recuerda sus primeros tiempos de escritor amateur, cuando recorría los viejos bares de New York, cuando no era una luminaria y recorría los antros donde bullía la poesía, el bourbon, los cuentos y las prostitutas.
Williams no sabe cómo pero, entre recuerdos y efluvios de Buenos Aires, se encontró de pie, apoyado sobre su bastón frente a la mesa de los mozos y cocineros del Bodegón que ahora lo miran intrigados. Ricardo de solo verlo vuelve a sus nervios iniciales. Todos se mueven para dejar un lugar a Williams. La cena de los cocineros continúa con una charla amena, donde el escritor se instruye sobre los secretos de un buen puchero de osobuco, las empanadas cortadas a cuchillo, el asado y demás clásicos de la comida argentina, siempre con verdadero interés. Ricardo sigue la charla con la boca seca, acaricia con los dedos el lomo de su novela, espera un momento en que poder sacar el tema.
La última mesa del bodegón se acerca a fondear la mañana. Entre risas, los cocineros tratan de explicar a Williams el término “trucho” sin que este pueda si quieras decirlo después de tanto alcohol.
La sonrisa de la resaca es triste.
Williams está feliz pero agotado, alrededor, algunas cabezas cuelgan, otros miran desde el fondo de sus ojos al infinito, esperan la señal para abandonar el barco.
Hay silencio y parece que todo acaba, cuando uno de los cocineros le pregunta a Williams: ¿cómo es eso de escribir historias que son un éxito?
Ricardo despierta, eso le puede interesar, acerca su “Invierno en Primavera” expectante.
Williams, más muerto que vivo, vuelve a la expresión grave de su reseco Texas, hace un silencio teatral, carraspea y dice: “el secreto es no escribirlos…”
Ahora todos lo miran con incredulidad.
Él sonríe y continúa: “yo no escribí más que el primer libro, el resto de mis publicaciones solo llevan mi firma, así es como se hace un éxito”, luego se lleva el vaso a la boca. Williams siente un peso enorme diluirse entre trago y trago, ya no quiere hablar más.
Ricardo piensa en su novela, en las escaleras, en la terraza. Se recostó sobre el respaldar de la silla algo incómodo con la revelación.
Afuera el sol se asoma cuando los platos comienzan su marcha a la cocina, en la calle -entre dos- suben a Williams a un taxi.
Ricardo cruza la avenida con la novela bajo el brazo, se aleja del bodegón, mentalmente, repasa la historia de sus personajes y se le ocurren algunos cambios en la historia antes de que alguien las escriba por él.

La reseca Texas se bebe el viento al pie de las ventanas de la suite, Williams no piensa en la próxima capital cuando salta al vacío.  

martes, 26 de agosto de 2014

Del trópico al sur, un texto de Gaby Ramos, agosto de 2014


                Del trópico al sur

Una tormenta de verano azotaba los techos del pueblo. En el mar,  el color verde esmeralda, delataba lo tropical del país. Se veía en la transparencia la arena revuelta, las piedras de colores cálidos y un cielo denso, parecía plomo a punto de tumbarse sobre la playa. Las personas en sus casas, las ventanas resistían al agua débilmente, golpeándose contra el cemento pintado de rosa, teñido por el agua de carmín, los árboles lucían su fuerza y se tambaleaban de un lado a otro, parecían caer cada vez y volvían al centro siempre.
Ella que iba a volver tarde, que le faltaba un largo camino para llegar a Bombinhas, y la ruta era otro mar. Sentía alegría, también ansiedad y un poco de depresión y  alegría al mismo tiempo. El paisaje era violento y atractivo, peligroso y dulce. Por momentos estaba  angustiada, pero irrumpía la euforia en cada ráfaga, como si el golpe del viento la  hubiese reanimado y serenado.
En la ruta no había ningún auto, ni camión: ella estaba desierta y revuelta; triste y densa. El calor viciaba el aire, la vegetación y la ruta  se oponían tan fuertemente que sólo podían reunirse con el agua  pertinaz, sin vacíos: sólo ella era ese único vacío del paisaje.
Alguna que otra lagartija se escabullía en el morro.
Cada paso era lentitud, quietud: pesadas bolsas de mercurio  se fundían en el asfalto. Faltaba tanto, y dale pasar al lado de unas cuántas rocas al costado de la ruta.
Entre cielo, mar, tierra y tormenta apenas se patinaba. Un contraste de objetos fundidos por el agua, sin transparencia, tullidos. Se sentó sobre una roca, alzó su cara al cielo y se embebió de serenidad y pasión: estaba en el tiempo de las horas tristes, agitadas, lentas.
El calor, movimiento lento, furioso: ella culminaba, resistía.
A lo lejos se acercaba un hombre, desnudo. Ella pensó que se trataba de un animal, un pez, un montón de cera derretida en el asfalto. No sabía cómo hacer para asegurarse de que era algo determinado. Poco a poco, se hizo pez, rinoceronte, elefante, ballena hasta volverse hombre simplemente.
Desnudo. Gordo. Enorme.
Dos polos se acercaron, hasta fundirse.
Hablaron. Ella pensó que podía acompañarla, pero él iba hacia Canto Grande. Se separaron después de pocas palabras. Cuál era el camino más adecuado ya estaba claro.
Ella encontró el atajo: un camino de barro, la boca de la fiera. Hizo fuerza, fue duro, pero llegó al mar luego de cinco horas de horas. Llegaba cansada y embarrada.
Se zambulló. Nadó. El barro se fue poco a poco, ella se volvió blanca porcelana.

Dicen que los días de tormenta en ese pueblo son los más hermosos.
Una burbuja en el mar se movió como un hueco con forma de luna.
Lucía la reventó con el dedo. Adentro había una ballena.
Era una ballena tropical.

Lucía la montó: se fueron juntas al sur.

domingo, 24 de agosto de 2014

Museo, un texto de Luisa Luchetta, agosto de 2014



MUSEO

                  El museo invitaba al silencio. Tranquilidad, espacio, luz. Un grupo de alumnos de guardapolvos blancos y camperas de colores formaba alegre, sinuosa, una nube vivaz alrededor de unas jóvenes maestras.

                  Evité, rauda, la pequeña aglomeración. Bajé las escaleras. Una orientadora me entregó la guía del museo y me recomendó el mejor circuito. Tímida, le comenté que solo quería llegar al bar y tomar un café.
  
                  Un espacio amplio, limpio, lleno de aire, permitía buscar refugio en la antigua recova.

                  " Pensar que por aquí circulaban comerciantes, traficantes de esclavos, contrabando, damas, prostitutas, carruajes, curas, caballos, marineros y capitanes". Me costaba imaginarme aquello.

                   ¡Qué belleza el silencio y la luz! Juntas son la libertad para mí.

                   Caminé algo displicente. Me sacaba y me ponía los lentes para leer con mayor o menor vehemencia, según se tratase del personaje. Me dejaba llevar por mis juicios de valor, que descansan en mis limitados conocimientos históricos.
                   Cuadros del prócer, ropas, pipas, sables, escritos a pluma y tintero.
                   Por momentos me cruzaba con algunos alumnos que, bajito, hablaban entre el respeto que imponía el lugar.

                   Aire puro. Paredes muertas resucitadas por la luz. Memoria. Finitud. Herencia.
Por suerte no detecté turistas. Ese lugar era mío, con mis cosas, nada ahí me era extraño.
Algunas personas miraban las pantallas que daban movimiento al lugar.

                   En silencio y luz, llegué hasta mi memoria. Una caricatura de aquel viejo presidente que me saludó con nudosa mano un 9 de julio me regaló la melancolía necesaria para comprender la burla.
                   Al pasar por la recova de los gobiernos militares que sucedieron, vino a mi la conclusión a la que recuerdo haber llegado al entender que "Pocho", "Quetejedi", eran el alias de un innombrable.
                   ¡Cuánta estupidez junta! ¡Se trataba de adultos!
                   Pero cuando avancé a la próxima exposición, me vi. Estaba ahí. En carne viva. A mis 13 años. Vi mis piernas flacas, mis medias 3/4, los huesos de mis caderas que sobresalían como orejas, las costillas sin carne. Vi a mi padre. Vi a mi madre, siempre con su batón floreado. Vi a mi hermano salir apurado en sus pantalones claros. Me vi salir corriendo tras él. Vi la Plaza de Mayo. Me vi cantar. Me oí gritar ¡Viva Perón, carajo! ¡Viva el Tío Cámpora! Los vi sonreír, saltar, mover las banderas. Los vi caminar por las calles sin importar el tránsito. Los vi trepar a los monumentos. Vi la libertad en medio de esa marea borracha de futuro. Vi las cosas cambiar. Vi el amor en cada uno de los que estábamos ahí. Porque la utopía estaba ahí. Yo viví en la utopía (¡Cuántos pueden decirlo!) que solo duró ese largo e increíble día.

                    Las lágrimas comenzaron a brotar. La luz del museo me molestaba. Apuré el paso hasta el bar.  

                    - Una lágrima, por favor.

martes, 19 de agosto de 2014

Remeras amarillas y Facebook, un trabajo con citas de Gaby Ramos, agosto de 2014

Remeras amarillas y Facebook
           
            Según Noam Chomsky: “El elemento esencial de control social, la estrategia de la desviación es desviar la atención pública de asuntos importantes y cambios decididos por las elites políticas y económicas, con una lluvia continua de entretenimiento e información insignificante. La estrategia de la desviación es también esencial para evitar el interés público en los conocimientos esenciales en los ámbitos de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología, y la cibernética. Mantener la atención del público desviado de los verdaderos problemas sociales, cautivada por asuntos sin importancia real.”
Según el diario página 12: El ministro de Espacio Público, Diego Santilli, contrató a doscientos pogueros para medir las vibraciones de River Plate. Chicos jóvenes: les pagó cien pesos a cada uno. En la cancha hubo coachs e ingenieros. Se pretendía medir vibraciones de los materiales y posibles impactos ambientales en el barrio. Los pogueros debieron ponerse remeras amarillas para este experimento científico que decían: “yo hice pogo en River”.
Ellos se dieron ánimo con cantitos fuera de libreto: “El que no salta es del PRO”, fue uno. “Macri, basura, vos sos la dictadura”, fue otro.
Según un diario de internet: Jeremy Meeks estuvo en la cárcel de California de EEUU por diez años. Fue detenido por la Policía de Stockton esta semana y las autoridades publicaron en Facebook su foto para alertar a los ciudadanos. Setenta y tres mil personas le dieron un “me gusta” a la imagen del delincuente. Su foto fue compartida nueve mil veces desde el miércoles pasado. Jeremy Meeks fue detenido nuevamente. Se estableció una fianza de novecientos mil dólares.  Se formó un grupo online para recaudar el dinero.
            Según La Nación: Se llama Sam Sung, trabajó para Apple y ahora subasta su uniforme. El ex empleado de la compañía, cuyo nombre completo evoca a la firma surcoreana, subastó su remera y tarjeta laboral de su antiguo empleo con el objetivo de recaudar fondos para una organización sin fines de lucro. Aunque pueda parecer inverosímil, Sam Sung y Apple se convirtieron en los protagonistas de una subasta a beneficio de una organización sin fines de lucro. Lo que puede sonar como un amigable encuentro entre a dos acérrimos competidores del mundo tecnológico, en verdad se trata de una historia que involucra a un ex empleado de la compañía estadounidense, cuyo nombre (que evoca al rival surcoreano) ganó notoriedad con una tarjeta laboral que se difundió en Internet. Sung ya no trabaja más en el local oficial de Apple en Vancouver, Canadá, pero decidió vender su viejo uniforme y la única tarjeta de presentación de la compañía con su nombre al mejor postor. Aun cuando falta que se cierre el período de subasta en eBay, ya logró recaudar más de 80.000 dólares, cuyo monto completo (salvo las comisiones del sitio) serán donadas a Children's Wish, una organización canadiense sin fines de lucro que asiste a las familias con niños que requieren de un tratamiento médico crónico o prolongado.
Titulares de noticias “insólitas” de msn, en internet:
·         Pandas trillizos nacen en China,

Un delincuente  llega a ser contratado para ser modelo, un grupo de jóvenes contratado para hacer pogo para medir vibraciones en una cancha de fútbol, una subasta de una remera de un trabajador de una multinacional, titulares aparentemente insólitos o novedosos.
Remeras amarillas y Facebook.
Noam Chomsky afirma que otra estrategia de los medios masivos es hacer creer al público que está de moda “ser vulgar o mediocre”.