Williams Burroughs Tennessee
“yo escribí
las que me han tocado, pero ahí afuera hay un mundo de cosas que buscan ser
arrancadas de la oscuridad antes de ella te arranque a ti”
Williams
Burroghs Tennessee
La pantalla del monitor se refleja en los lentes de Ricardo. Hundido en
la silla ergonómica extiende un brazo para “clickear” desganado al mismo tiempo
que toma un café. Ricardo trabaja todos los días en una oficina, pasa el día
llamada tras llamada a desconocidos, intenta venderles una cobertura de
prepaga. Él les cuenta las ventajas de sumarse a la protección de “San Jorge”
aunque muchas veces le cortan el teléfono sin dejarle hablar más allá de un: “Buenas tarde, lo llamo de…” e inevitablemente
la única respuesta es el tono telefónico. Ricardo suspira, tacha el número de
una lista y marca el siguiente.
Al llegar el mediodía Ricardo aprovecha el tiempo de descanso para hacer
lo que más le gusta: escribir, toma su bolso negro y sube los dos pisos que
separan las oficinas de la terraza. Los años y el sobrepeso le demandan más
esfuerzo cada vez para superar las escaleras, pero cuando llega traspone la
puerta de emergencia y el calor del día le invade el cuerpo. Camina hasta un
rincón preferido de la terraza, allí donde un viejo cajón de madera lo espera. Otrora
abandonado a su suerte hoy lo espera convertido en su atelier al aire libre.
Ricardo abre el bolso con celo, como quien lleva algo muy frágil, saca un sobre
marrón de su interior que contiene una pila de hojas escritas a máquina y
anilladas. Se puede ver tachones en las hojas y en la primera un título con
letras grandes: “Invierno en Septiembre”
un poco más abajo: por Ricardo Brown. El sueño de escritor sobrevuela los
quince minutos de descanso. Sus ojos se hunden en correcciones incalculables y
la sensación de acometer una tarea homérica invade su ser. A veces le llega
desde algún lugar lejano pero certero la sensación de vacío, de frustración.
Aun así no renuncia, se pregunta: ¿Cómo harán los escritores profesionales?,
¿Cuándo Cortázar sabía que una historia estaba aceptablemente escrita? Piensa:
Quizás el bolígrafo calle alguna respuesta, guarde tal vez para sí el secreto
de la simbiosis entre al autor y su medio, entre los parques y los senderos que
se bifurcan. Se acaba el tiempo y la novela con nuevos tachones vuelve al
sobre, al bolso, al hombro de Ricardo que desciende a las oficinas.
El
departamento de Ricardo es un mundo patas arriba, al entrar al mono ambiente
hay que encender la luz para espantar las sombras, verdaderas dueñas del lugar
gracias a una cortina oscura que cubre la única ventana. El foco en el centro
de la habitación parpadea y cuelga como una tripa arrancada al techo-vientre.
Sobre la mesa marrón los cadáveres de varios libros yacen con algunas de sus
páginas marcadas, junto a ellos un lapicero y una computadora portátil. Desde
el baño Ricardo canta sin ninguna vergüenza Rapsodia Bohemia mientras el vapor
escapa por debajo de la puerta. En la pequeña cocina se apilan platos sucios,
cajas de pizzas y una botella de aceite, testigo del abandono. Se oye la ducha
menguar su caída hasta que enmudece. La cama es una montaña de ropa desordenada.
Ricardo ahora camina envuelto en una toalla, enciende la computadora y la
cafetera. Sobre una de las paredes hay varias estanterías llenas de libros, uno
sobre otros sin un orden aparente. El realismo mágico se choca con el “never
more” de Poe y Pedro Páramo se topa con Guy Montang. Pero entre todos ellos se destaca
por su orden la obra completa de Williams Burroughs Tennessee, el autor
favorito de Ricardo, un prosista de Nueva York. El autor de culto quien le dio
el empellón definitivo para escribir su “Invierno
en Septiembre”. Su obra maestra “Together or dominated” dio un respingo a
la alicaída literatura internacional y a su imaginación.
Los mails se parecen entre sí:
De:
Editorial Tusitala
“Su novela
no ha sido seleccionada para integrar nuestra colección...”
De:
Editorial Meridiano
“Agradecemos
su interés por mostrarnos su trabajo, pero su novela no tiene el nivel
necesario para ser editada…”
De:
editorial Pedernal
“su novela
no tiene chispa ¡No insista!...”
Ricardo respira resignado, todas las noches es lo mismo, varias docenas
de mails rechazan su manuscrito, no logra convencer a ningún editor de publicar
su novela. ¡Qué pensaría Williams en una situación así! También él debió pelear contra todos. No queda
más que insistir a brazo partido hasta encontrar a alguien con más visión. Su “Invierno en Septiembre” es una
historia, quizá su propia historia de Quijote a la espera de poder salir de un
sobre papel madera.
Ricardo cliquea y elimina mails, pero uno le llama le atención
De:
Fernando
¿Qué haces
Richard?, ¿cómo andas?
Te escribo
para contarte algo interesante, la semana próxima viene a cenar al bodegón tu
amado Williams Burroughs.
El tipo
está de gira presentando su libro y su representante eligió mi Bodegón para que
él cene en privado con varios intelectuales de acá. Ese tal Williams está un
poco loco, ¿no te parece?, ¡dejar la cocina del hotel por un bodegón!
Si te
animas te puedo meter en la reunión disfrazado de mozo, me voy a reír mucho si
decís que sí.
Saludos,
Amigo
Fer.
Apenas termina de leer el mail, Ricardo llama
a su amigo Fernando, le dice sí a su propuesta muy contento, casi exultante. Bromean
un momento en el teléfono y cuelga. El corazón no le cabe en el pecho. Se
dirige a la mesa dando pasos de baile, saca su novela del sobre y se dispone a
hacer una última corrección, “Invierno en Septiembre” será un gran regalo para
el maestro, luego piensa en el moño, el traje de mozo, la bandeja y sonríe con
la ocurrencia.
La semana es calma, los insultos telefónicos no hacen mella en el
espíritu de Ricardo, él está más interesado en el encuentro con Williams que en
acercar a San Jorge a potenciales clientes. Por las tardes, después del trabajo,
va hasta el “Bodegón de la Abuela” a practicar su papel de mozo. Descubre que
mantener un par de botellas y vasos sobre la bandeja no es fácil, en más de una
ocasión estos terminan por estallar contra el suelo ante la vista atónita y
comprensiva de su amigo Fernando.
Ricardo sueña entre mesas y manteles un llamado desde Nueva York: -¡amazing your novel mi amigo,
congratulations!
La noche deseada llega al fin, Ricardo mira ansioso desde la cocina.
Muchos intelectuales se acomodan en las mesas separadas para el encuentro, a él
poco le importa sus excentricidades y pavoneos en el pequeño mundo del bodegón
de barrio, lejos, muy lejos de Manhattan.
El aroma de la comida casera argentina sobrevuela el aire cuando la
puerta se abre y todos giran para mirar. Un hombre mayor de traje blanco y
camisa negra avanza lentamente acompañado de una asistente. El pelo blanco
escapa de su boina como las raíces de un árbol, su piel blanquísima resalta sus
ojos azules, pero también su arrugado rostro de 78 años. Camina con lentitud
entre las mesas ayudado por su bastón. Su expresión entre cansada y aburrida es
evidente, este es un convite más, una ciudad más, al menos espera que la comida
sea buena. Ricardo esta emocionado, se
prepara para hacer su papel. Los invitados saludan a Williams, algunos en un
inglés tarzanezco. El escritor ocupa el sitio de honor en la cabecera de la
mesa como no podía ser otra manera, acostumbrado a los honores y la pleitesía
exagerada Williams soporta uno por uno a las plumas locales que alborotadas se turnan
para alabar sus obras como si él mismo no las conociese, hay flashes y
celulares que filman el momento.
El rostro del viejo escritor es un desierto reseco, como su Texas natal. Deja
ahora su bastón de empuñadura dorada, su mano deja libre al fin el águila que
adorna la empuñadura tallada.
- Thank you for this welcome –dice Williams, a pesar de que habla perfecto
español, quizás intenta acortar distancias con la comida y alargarlas con sus
aduladores.
-Welcome to Argentina –dicen otros.
Comienza la cena y Williams escucha con forzada atención lo que departen
sus colegas. Ricardo, mientras, cumple muy bien su papel: sirve las mesas,
lleva mucha bebidas y, aunque tiene al alcance de la mano a Williams, no se
anima a hablar con él. Bajo la bandeja va y viene junto a los platos “Invierno en Primavera”.
-¿Y quién es este tipo? –dice levantando los hombros uno de los
cocineros.
-¿Cómo, quién? –se enoja Ricardo, “el
maestro”, ¿quién si no? Una de las mejores plumas del mundo actual, lo que
pasa es que vos solo lees el deportivo del diario querido… ¡más respeto!
El cocinero asimila lo dicho como un boxeador un uppercat, no dice nada,
aunque le gustaría gritarle algunos insultos. Debe ser como ir a ver a Boca el
domingo, “capaz” es eso piensa el
cocinero mientras arquea las cejas y vuelve a la cocina… capaz es eso repite.
La madrugada avanza entre el humo de los cigarros. Algunas risas exageradas
por momentos sobresaltan al resto. Los cafés de sobremesa duermen sobre el
mantel y las anécdotas son las últimas del arcón de los recuerdos. Ya no queda
mucho por decir. Algunos de los invitados se empiezan retirar, en especial, los
que se sienten decepcionados de la falta de atención hacia ellos comparada con
la dispensada a los bifes de chorizo. Williams por fin comienza a disfrutar la
soledad de la madrugada, mira con simulada indiferencia la gente pasar en la
vereda. Se dibujan sus figuras tras las cortinas: un grupo de chicas camina
hacia algún lugar, sus sombras desparejas recorren la larga fachada y por un
momento se dejan ver en la entrada, cruzan la calle con la prisa de su lozanía.
Williams bebe un poco, harto de un mundo que se repite capital tras capital. Un
cena más, una calle adoquinada o una asfaltada, en la ciudad a veces o en el
campo rodeado de vacas y de personas, ¡que difícil! ¿Cuál es la diferencia
entre los vacunos y la gorda que recita esa poesía con voz impostada?
No alcanzó a escuchar el nombre.
¿Muge?
No, dice sobre el cielo y las estrellas.
Williams piensa, cuanto mejor sería que mugiera y todos aplaudieran, y él
también, todos aplauden con él y la gorda quiere regalarle algo como poesía en
un papel, Williams lo acepta, sonríe, lo usará más tarde en el baño del hotel
de cinco estrellas, antes o después de que la editorial le envié a la
habitación una puta de tetas plásticas, otro regalo por escribir historias de
la nada: un par de tetas falsas. Ella lo estruja entre las piernas, finge algo
como amor. Y él es una ironía, mira de costado, aprieta una teta, o una
¿naranja? Qué más da, mañana será otra ciudad, otras calles, otra puta.
Los empleados al fin tienen un respiro y se reúnen en otra mesa a cenar,
Ricardo, entre ellos, se siente uno más. Han escogido las pastas. El queso
rallado va de mano en mano y la salsa humeante se une a los tallarines en
volutas de sabor agridulce. Bromean mozos y cocineros, todo es distención,
hasta Ricardo parece haber perdido el interés en el escritor que fuma su habano
en la ya solitaria mesa del agasajo. Invierno
en Primavera reposa sobre junto a las copas. Ricardo se siente animado,
como quien se paraliza ante una canción que llega de pronto a la memoria, luego
de miles de noches sin saber que la extrañaba. Ahora ella está ahí plantada
sobre sus acordes y él se siente bien, triunfal. Los demás no notan el renacer
de Ricardo, sus promesas, su seguridad al jurarse la publicación de la novela
entre salsa boloñesa y tallarines.
Williams observa como un niño desde su silla la algarabía sincera del
grupo de trabajadores, aunque no entiende todo lo que ellos dicen, comprende
los gestos universales de la camaradería. Le recuerda sus primeros tiempos de
escritor amateur, cuando recorría los viejos bares de New York, cuando no era
una luminaria y recorría los antros donde bullía la poesía, el bourbon, los
cuentos y las prostitutas.
Williams no sabe cómo pero, entre recuerdos y efluvios de Buenos Aires,
se encontró de pie, apoyado sobre su bastón frente a la mesa de los mozos y
cocineros del Bodegón que ahora lo miran intrigados. Ricardo de solo verlo
vuelve a sus nervios iniciales. Todos se mueven para dejar un lugar a Williams.
La cena de los cocineros continúa con una charla amena, donde el escritor se
instruye sobre los secretos de un buen puchero de osobuco, las empanadas
cortadas a cuchillo, el asado y demás clásicos de la comida argentina, siempre
con verdadero interés. Ricardo sigue la charla con la boca seca, acaricia con
los dedos el lomo de su novela, espera un momento en que poder sacar el tema.
La última mesa del bodegón se acerca a fondear la mañana. Entre risas,
los cocineros tratan de explicar a Williams el término “trucho” sin que este
pueda si quieras decirlo después de tanto alcohol.
La sonrisa de la resaca es triste.
Williams está feliz pero agotado, alrededor, algunas cabezas cuelgan,
otros miran desde el fondo de sus ojos al infinito, esperan la señal para
abandonar el barco.
Hay silencio y parece que todo acaba, cuando uno de los cocineros le pregunta
a Williams: ¿cómo es eso de escribir historias que son un éxito?
Ricardo despierta, eso le puede interesar, acerca su “Invierno en Primavera” expectante.
Williams, más muerto que vivo, vuelve a la expresión grave de su reseco
Texas, hace un silencio teatral, carraspea y dice: “el secreto es no escribirlos…”
Ahora todos lo miran con incredulidad.
Él sonríe y continúa: “yo no
escribí más que el primer libro, el resto de mis publicaciones solo llevan mi
firma, así es como se hace un éxito”, luego se lleva el vaso a la boca. Williams
siente un peso enorme diluirse entre trago y trago, ya no quiere hablar más.
Ricardo piensa en su novela, en las escaleras, en la terraza. Se recostó
sobre el respaldar de la silla algo incómodo con la revelación.
Afuera el sol se asoma cuando los platos comienzan su marcha a la cocina,
en la calle -entre dos- suben a Williams a un taxi.
Ricardo cruza la avenida con la novela bajo el brazo, se aleja del
bodegón, mentalmente, repasa la historia de sus personajes y se le ocurren
algunos cambios en la historia antes de que alguien las escriba por él.
La reseca Texas se bebe el viento al pie de las ventanas de la suite, Williams
no piensa en la próxima capital cuando salta al vacío.