jueves, 28 de agosto de 2014

El acordeón de Yann, otro cuento de Diego Soria, agosto de 2014


El Acordeón de Yann (Les jours tristes)

El acordeón, de tantas voces en su arrugada garganta, esperó. La mano izquierda de Yann le hizo decir gravedades y la derecha, estridencias. Él siempre había querido tener la última en cada ensayo. El resto de la banda lo miró con envidia. ¿Quién se creyó este ordinario? , dicen las cuerdas, mientras suben el tono. Es tiempo de poner las cosas en orden, opinaron los tambores y platillos. El vibráfono se cuidó de decir algo, sentía que Yann no lo tomaba en cuenta y no quería una confrontación que lo alejara definitivamente de las armonías del músico.
Los vientos se llamaron a un silencio de redonda. Aunque no soportaban al acordeón, callaron. A final de cuenta eran parientes y lo primero es a familia.
Yann tomó el acordeón por sus mejillas, el fuelle se abrió lentamente mientras los dedos buscaban la clave donde comenzar. Los demás instrumentos se agazaparon en la sala, dispuestos a no ser menospreciados ni a una canción más. Entonces, Yann llamó al oboe, tenía una fija que le había rondado todo el día, un diálogo, quizás unos fraseos de acordeón para una canción sin nombre  aún.
El acordeón inició la charla con palabras breves a las que el oboe respondió de igual modo. Yann se dejó llevar, es un buen comienzo, pensó. Pronto las cuerdas tomaron por asalto la idea del músico. El contrabajo arremetió con sus graves, lo acompañó el banjo con su voz fina sumada a la charla de los vientos. El acordeón cambió la conversación, advirtió la opereta de las cuerdas e insistió, confiado en sus setenta y dos voces. A lo lejos, la percusión empujó al indeciso vibráfono al ruedo, tímido, esperaba la señal del banjo para entregar sus sones en gotas de agua. Goteó.
El acordeón luchó por mantener el predominio, no quiso ceder la armonía aunque se vio dominado por el ritmo de las cuerdas. La lucha fue tenaz dentro de la sala de ensayo en la Rue Champollion. Yann sacudió la cabeza, abrió y cerró el fuelle del acordeón extasiado por lo espontáneo.
La tuba se arrojó valientemente, abrió su bocaza, intentó recuperar el dominio del ritmo en manos de las cuerdas. Los arcos se sacrificaron, se deshilacharon pero sin resignar posiciones. Las voces subieron, se superpusieron hasta un cielo difícil de imaginar, la estructura estuvo a punto del derrumbe. Yann sintió que su idea no podía ir más allá, pero quiso seguir, el acordeón y las cuerdas buscaron un silencio, un da capo tal vez, en el momento en que la percusión tomó por asalto el ritmo de la música. Un golpe de tambor y los platillos bastaron para imponer su supremacía sobre estos compases. Yann subió un tono, aquietó su mano izquierda y le dio rienda suelta a la voz de su derecha.
Los redoblantes dictaron las condiciones. El acordeón salió airoso de la intentona de las cuerdas y los vientos. Ellos se resignaron en pos de la música.
Yann palpitó el final de la idea, nacida en alguna calle de Paris.
El tempo decaía, se acallaron lentamente las cuerdas y la percusión.

Se acercó el acorde final, Yann se dejó caer sobre la silla, mientras el acordeón expiró la última tríada.

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