El
Acordeón de Yann (Les jours tristes)
El
acordeón, de tantas voces en su arrugada garganta, esperó. La mano izquierda de
Yann le hizo decir gravedades y la derecha, estridencias. Él siempre había
querido tener la última en cada ensayo. El resto de la banda lo miró con
envidia. ¿Quién se creyó este ordinario? , dicen las cuerdas, mientras suben el
tono. Es tiempo de poner las cosas en orden, opinaron los tambores y platillos.
El vibráfono se cuidó de decir algo, sentía que Yann no lo tomaba en cuenta y
no quería una confrontación que lo alejara definitivamente de las armonías del
músico.
Los
vientos se llamaron a un silencio de redonda. Aunque no soportaban al acordeón,
callaron. A final de cuenta eran parientes y lo primero es a familia.
Yann
tomó el acordeón por sus mejillas, el fuelle se abrió lentamente mientras los
dedos buscaban la clave donde comenzar. Los demás instrumentos se agazaparon en
la sala, dispuestos a no ser menospreciados ni a una canción más. Entonces,
Yann llamó al oboe, tenía una fija que le había rondado todo el día, un diálogo,
quizás unos fraseos de acordeón para una canción sin nombre aún.
El
acordeón inició la charla con palabras breves a las que el oboe respondió de
igual modo. Yann se dejó llevar, es un buen comienzo, pensó. Pronto las cuerdas
tomaron por asalto la idea del músico. El contrabajo arremetió con sus graves,
lo acompañó el banjo con su voz fina sumada a la charla de los vientos. El
acordeón cambió la conversación, advirtió la opereta de las cuerdas e insistió,
confiado en sus setenta y dos voces. A lo lejos, la percusión empujó al
indeciso vibráfono al ruedo, tímido, esperaba la señal del banjo para entregar
sus sones en gotas de agua. Goteó.
El
acordeón luchó por mantener el predominio, no quiso ceder la armonía aunque se
vio dominado por el ritmo de las cuerdas. La lucha fue tenaz dentro de la sala
de ensayo en la Rue
Champollion. Yann sacudió la cabeza, abrió y cerró el fuelle del acordeón
extasiado por lo espontáneo.
La tuba se arrojó valientemente, abrió su
bocaza, intentó recuperar el dominio del ritmo en manos de las cuerdas. Los
arcos se sacrificaron, se deshilacharon pero sin resignar posiciones. Las voces
subieron, se superpusieron hasta un cielo difícil de imaginar, la estructura estuvo
a punto del derrumbe. Yann sintió que su idea no podía ir más allá, pero quiso
seguir, el acordeón y las cuerdas buscaron un silencio, un da capo tal vez, en
el momento en que la percusión tomó por asalto el ritmo de la música. Un golpe
de tambor y los platillos bastaron para imponer su supremacía sobre estos
compases. Yann subió un tono, aquietó su mano izquierda y le dio rienda
suelta a la voz de su derecha.
Los redoblantes dictaron las condiciones. El
acordeón salió airoso de la intentona de las cuerdas y los vientos. Ellos se
resignaron en pos de la música.
Yann palpitó el final de la idea, nacida en
alguna calle de Paris.
El tempo decaía, se acallaron lentamente las
cuerdas y la percusión.
Se acercó el acorde final, Yann se dejó caer
sobre la silla, mientras el acordeón expiró la última tríada.
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