Del
trópico al sur
Una
tormenta de verano azotaba los techos del pueblo. En el mar, el color verde esmeralda, delataba lo
tropical del país. Se veía en la transparencia la arena revuelta, las piedras
de colores cálidos y un cielo denso, parecía plomo a punto de tumbarse sobre la
playa. Las personas en sus casas, las ventanas resistían al agua débilmente,
golpeándose contra el cemento pintado de rosa, teñido por el agua de carmín,
los árboles lucían su fuerza y se tambaleaban de un lado a otro, parecían caer
cada vez y volvían al centro siempre.
Ella
que iba a volver tarde, que le faltaba un largo camino para llegar a Bombinhas,
y la ruta era otro mar. Sentía alegría, también ansiedad y un poco de depresión
y alegría al mismo tiempo. El paisaje
era violento y atractivo, peligroso y dulce. Por momentos estaba angustiada, pero irrumpía la euforia en cada
ráfaga, como si el golpe del viento la
hubiese reanimado y serenado.
En
la ruta no había ningún auto, ni camión: ella estaba desierta y revuelta;
triste y densa. El calor viciaba el aire, la vegetación y la ruta se oponían tan fuertemente que sólo podían
reunirse con el agua pertinaz, sin
vacíos: sólo ella era ese único vacío del paisaje.
Alguna
que otra lagartija se escabullía en el morro.
Cada
paso era lentitud, quietud: pesadas bolsas de mercurio se fundían en el asfalto. Faltaba tanto, y
dale pasar al lado de unas cuántas rocas al costado de la ruta.
Entre
cielo, mar, tierra y tormenta apenas se patinaba. Un contraste de objetos
fundidos por el agua, sin transparencia, tullidos. Se sentó sobre una roca,
alzó su cara al cielo y se embebió de serenidad y pasión: estaba en el tiempo
de las horas tristes, agitadas, lentas.
El
calor, movimiento lento, furioso: ella culminaba, resistía.
A
lo lejos se acercaba un hombre, desnudo. Ella pensó que se trataba de un
animal, un pez, un montón de cera derretida en el asfalto. No sabía cómo hacer
para asegurarse de que era algo determinado. Poco a poco, se hizo pez,
rinoceronte, elefante, ballena hasta volverse hombre simplemente.
Desnudo.
Gordo. Enorme.
Dos
polos se acercaron, hasta fundirse.
Hablaron.
Ella pensó que podía acompañarla, pero él iba hacia Canto Grande. Se separaron
después de pocas palabras. Cuál era el camino más adecuado ya estaba claro.
Ella
encontró el atajo: un camino de barro, la boca de la fiera. Hizo fuerza, fue
duro, pero llegó al mar luego de cinco horas de horas. Llegaba cansada y
embarrada.
Se
zambulló. Nadó. El barro se fue poco a poco, ella se volvió blanca porcelana.
Dicen
que los días de tormenta en ese pueblo son los más hermosos.
Una
burbuja en el mar se movió como un hueco con forma de luna.
Lucía
la reventó con el dedo. Adentro había una ballena.
Era
una ballena tropical.
Lucía
la montó: se fueron juntas al sur.
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