La costurera
Había dejado caer un dedal sobre el
piso. Era dorado y brillaba con los primeros rayos de sol. En la mesa, aún
estaban las telas extendidas: una roja, una verde y otra con flores rosas.
Decidió seguir cosiendo sin el dedal. Marcó con tiza el corte y luego comenzó a
hilvanar. El rayo de sol, ya se encontraba en su regazo, después de una hora de
trabajo. Se pinchó el dedo y la sangre le brotó hasta manchar la tela. Se
levantó de un golpe y corrió hasta el baño. Luego, tuvo que ir al lavadero para
dejar en agua la tela, no quería usar jabón, podía arruinar la buena calidad de
una tela comprada en oferta y que, en general, era carísima. Cuando volvió a la
sala de costura, parecía estar todo desordenado. Al levantarse, las telas
habían caído sobre el piso (estaban arrugadas) al igual que el dedal, que
encontró unos minutos después. Ordenó todo de tal manera que, al final, ya no
sabía por dónde recomenzar. Tomó la tela roja, la estiró, la palpó, la sacudió.
Al sacudirla, en el rayo de sol podía verse la suciedad de esa tela, todo un
arcoiris de polvillo: no era de tan buena calidad como la que se le había
manchado. Sintió una pequeña molestia en el dedo, así que dejó la tela sobre la
mesa y volvió al baño. Tomó la botella de alcohol etílico del botiquín, que más
que botiquín era una caja de cartón forrada con papel de diario. Siempre había
querido pintarla, pero nunca lo hizo. En realidad, había querido ser escritora,
pero eso tampoco. Nunca.. De chica, su hermana mayor le había enseñado a coser:
le enseñó a tomar el corte de alguna ropa y luego confeccionar una nueva, ella misma. Le parecía absurdo pensar que
hilvanar podía tener algo que ver con escribir. La hermana, además, le decía
que no era para ella, que eso lo hacía solamente gente importante, que ella
nunca conocería. Y ella lo entendió. Así que se curó la herida, le ardió
bastante y, en un gesto de altanería, se sintió orgullosa de, en lugar de
callos por escribir, o por tocar la guitarra, tener una herida de costurera.
Antes que se cayera el dedal al suelo, antes de hilvanar incluso, luego de
pincharse el dedo, antes de ir al baño y después de sumergir la tela en el
balde con agua, ella había soñado, por un instante, que podía ser escritora.
Ahora, que veía su herida, pensaba que eso no era para ella, una vez más. Sin
embargo tuvo ganas de escribir algo, tomó un lápiz y un cuaderno viejo del
cajón de la mesa de teléfono y comenzó:
La
costurera era una mujer solitaria, como los escritores. Llevaba una herida en
el dedo. Ese dedo era enorme, gordo y tenía la forma de una salchicha. Era un
dedo particular, siempre terminaba herido y la costurera siempre se preguntaba
por qué siempre en el mismo dedo: “¿Es algún designio? ¿Es el destino? ¿Qué
quiere decir una herida tras otra en un dedo tan feo?” Porque era distinto a los demás, no sólo por
las cicatrices que iba juntando a través de los años, sino porque era
verdaderamente feo. La costurera solitaria, pasaba horas cosiendo y siempre su
dedo terminaba herido. Lo curioso era que no le dolía tanto como al dedo. Ella
llevaba la aguja hacia la tela, clavaba una puntada y enseguida el dedo
sangraba, sangraba tanto que le manchaba las telas, y ella perdía todo el
tiempo en lavarlas y en curar al pobre dedo. El dedo no le contaba a nadie qué
le pasaba. Ya el resto de los dedos lo sabía. Pero un día a él se le ocurrió
hablar del tema con sus pares- pares, más allá de las diferencia-, y entonces
todos se enojaron con la costurera. Porque, después de todo, ella era la líder.
Y ese liderazgo la costurera lo perdió por consenso y nunca más la dejaron
coser. Ahora la costurera se mece en una hamaca y no hace más que mirar el
polvo en los rayos de sol que entran en la ventana.
Cuando terminó de escribir el cuento
pensó que tal vez hubiese podido terminar la historia con que la costurera de
aburrida se convertía en escritora. Pero le pareció muy ridículo y entonces se
miró el dedo de reojo y reflexionó un poco acerca de su belleza y sobre si tal
vez el designio del dedo de su cuento podría volverse realidad. Pero otra vez
recordó el instante en que quiso ser escritora y se dio cuenta: también los
escritores usan sus dedos para escribir sus cuentos y que el cuento también
podría haberse tratado de una escritora,
solitaria como las costureras. Y
escribió:
La
escritora era una mujer solitaria, como las costureras…
No le gustó la idea de que el dedo
de una escritora tuviera un designio. Porque, después de todo, era mejor que el
designio del dedo fuera sólo para la costurera porque a ella le gustaba pensar
cosas que podían pasarle en la fantasía. A ella y no a una escritora
importante- aunque solitaria, importante- y que se creía más allá de todo. Por
eso, se dio cuenta de que ella nunca
había escrito. La costura costura no se parecía en nada a la escritura. Excepto
por tener un dedo con un designio, un destino y que ganará la apuesta con sus
pares.
Es
tarde y no hago más que mirar el polvillo del rayo de sol que entra por la
ventana. No puedo dominar mis dedos. Ellos hacen lo que quieren. Me hubiera
gustado ser costurera o escritora. Pero
eso es para gentes importantes.