martes, 30 de julio de 2013

La costurera, un cuento de Gabriela Ramos, julio de 2013

La costurera

            Había dejado caer un dedal sobre el piso. Era dorado y brillaba con los primeros rayos de sol. En la mesa, aún estaban las telas extendidas: una roja, una verde y otra con flores rosas. Decidió seguir cosiendo sin el dedal. Marcó con tiza el corte y luego comenzó a hilvanar. El rayo de sol, ya se encontraba en su regazo, después de una hora de trabajo. Se pinchó el dedo y la sangre le brotó hasta manchar la tela. Se levantó de un golpe y corrió hasta el baño. Luego, tuvo que ir al lavadero para dejar en agua la tela, no quería usar jabón, podía arruinar la buena calidad de una tela comprada en oferta y que, en general, era carísima. Cuando volvió a la sala de costura, parecía estar todo desordenado. Al levantarse, las telas habían caído sobre el piso (estaban arrugadas) al igual que el dedal, que encontró unos minutos después. Ordenó todo de tal manera que, al final, ya no sabía por dónde recomenzar. Tomó la tela roja, la estiró, la palpó, la sacudió. Al sacudirla, en el rayo de sol podía verse la suciedad de esa tela, todo un arcoiris de polvillo: no era de tan buena calidad como la que se le había manchado. Sintió una pequeña molestia en el dedo, así que dejó la tela sobre la mesa y volvió al baño. Tomó la botella de alcohol etílico del botiquín, que más que botiquín era una caja de cartón forrada con papel de diario. Siempre había querido pintarla, pero nunca lo hizo. En realidad, había querido ser escritora, pero eso tampoco. Nunca.. De chica, su hermana mayor le había enseñado a coser: le enseñó a tomar el corte de alguna ropa y luego confeccionar una nueva,  ella misma. Le parecía absurdo pensar que hilvanar podía tener algo que ver con escribir. La hermana, además, le decía que no era para ella, que eso lo hacía solamente gente importante, que ella nunca conocería. Y ella lo entendió. Así que se curó la herida, le ardió bastante y, en un gesto de altanería, se sintió orgullosa de, en lugar de callos por escribir, o por tocar la guitarra, tener una herida de costurera. Antes que se cayera el dedal al suelo, antes de hilvanar incluso, luego de pincharse el dedo, antes de ir al baño y después de sumergir la tela en el balde con agua, ella había soñado, por un instante, que podía ser escritora. Ahora, que veía su herida, pensaba que eso no era para ella, una vez más. Sin embargo tuvo ganas de escribir algo, tomó un lápiz y un cuaderno viejo del cajón de la mesa de teléfono y comenzó:

            La costurera era una mujer solitaria, como los escritores. Llevaba una herida en el dedo. Ese dedo era enorme, gordo y tenía la forma de una salchicha. Era un dedo particular, siempre terminaba herido y la costurera siempre se preguntaba por qué siempre en el mismo dedo: “¿Es algún designio? ¿Es el destino? ¿Qué quiere decir una herida tras otra en un dedo tan feo?”  Porque era distinto a los demás, no sólo por las cicatrices que iba juntando a través de los años, sino porque era verdaderamente feo. La costurera solitaria, pasaba horas cosiendo y siempre su dedo terminaba herido. Lo curioso era que no le dolía tanto como al dedo. Ella llevaba la aguja hacia la tela, clavaba una puntada y enseguida el dedo sangraba, sangraba tanto que le manchaba las telas, y ella perdía todo el tiempo en lavarlas y en curar al pobre dedo. El dedo no le contaba a nadie qué le pasaba. Ya el resto de los dedos lo sabía. Pero un día a él se le ocurrió hablar del tema con sus pares- pares, más allá de las diferencia-, y entonces todos se enojaron con la costurera. Porque, después de todo, ella era la líder. Y ese liderazgo la costurera lo perdió por consenso y nunca más la dejaron coser. Ahora la costurera se mece en una hamaca y no hace más que mirar el polvo en los rayos de sol que entran en la ventana.


            Cuando terminó de escribir el cuento pensó que tal vez hubiese podido terminar la historia con que la costurera de aburrida se convertía en escritora. Pero le pareció muy ridículo y entonces se miró el dedo de reojo y reflexionó un poco acerca de su belleza y sobre si tal vez el designio del dedo de su cuento podría volverse realidad. Pero otra vez recordó el instante en que quiso ser escritora y se dio cuenta: también los escritores usan sus dedos para escribir sus cuentos y que el cuento también podría haberse tratado de una escritora,  solitaria como las costureras. Y  escribió:

            La escritora era una mujer solitaria, como las costureras…

            No le gustó la idea de que el dedo de una escritora tuviera un designio. Porque, después de todo, era mejor que el designio del dedo fuera sólo para la costurera porque a ella le gustaba pensar cosas que podían pasarle en la fantasía. A ella y no a una escritora importante- aunque solitaria, importante- y que se creía más allá de todo. Por eso, se dio cuenta de que  ella nunca había escrito. La costura costura no se parecía en nada a la escritura. Excepto por tener un dedo con un designio, un destino y que ganará la apuesta con sus pares.

            Es tarde y no hago más que mirar el polvillo del rayo de sol que entra por la ventana. No puedo dominar mis dedos. Ellos hacen lo que quieren. Me hubiera gustado ser costurera o escritora. Pero eso es para gentes importantes.


Tres poemas de Gabriela Ramos, julio de 2013

La arpillera

Tras la mueca del panadero hay una sombra
Olor fresco a pan y a medialunas
Luego, de él se extraña el olor a tierra
Panaderías de todos los pueblos que visité
almacenes, pulperías
Detrás de su mueca está la mía
Yo siento en cada pueblo estar robada como ellos
Siento en cada panadero la sombra de mi mueca
Es en la comisura de la boca,
Ahí
se esconden los recuerdos
como los panes del panadero
Se extraña el olor a pan fresco
como cuando sobre los yuyos comía
el pan
del panadero
fresco y los yuyos hacían cosquillas
y el viento bordaba remolinos
como la mueca del pan

El panadero ya murió
y el pan ya no es el mismo
Bordo la mueca del pan
Sobre una tela arpillera

Horizonte

Vos una sonrisa débil, yo una sombra
Vos un gato gris, yo una mosca en peligro
Vos una casa enorme amada, yo un rincón
Vos una serpiente, yo una paloma en vuelo

Vos águila, yo pez en el mar
Vos un surco en el balcón, yo la comisura de tus labios
Vos una historia, yo un sueño
Vos llama, yo fuego
Vos mano, yo el trigo seco

Y, en el horizonte,
la sierra,
los dos.








Flores rosas

Al borde del río los dos nos besamos
En la grieta del cemento pisada
nació una flor rosa
Los dos discutimos hacia dónde iríamos
Los pájaros sobrevuelan la ciudad vacía
Vemos pasar el tren de carga
Los colores de las fábricas desteñidos
Las flores rosas esparcidas por nuestros caminos
En los recuerdos de quienes no conocemos
vos y yo nos abrazamos en una iglesia vacía
O bajo el amanecer
en el parque
La flor rosa está acorralada

en un cantero.

viernes, 19 de julio de 2013

Fantasmas, por Juan Escalona, julio de 2013

Fantasmas

            La conoció una oscura tarde de invierno. C. jugaba con un poco de masa en la cocina, mientras su madre preparaba unas pizzas. Estaba sentada en el primer escalón de la angosta escalera de mayólica beige, que daba al lavadero, cuando la descubrió blanca y deslumbrante en el pasillo hacia la terraza.
            Gritó y salió corriendo. Cuando volvió al escalón, ella aún estaba allí, le sonreía.
C. subió despacio las escaleras.


            La madre de C. se preocupaba porque su hija  hablaba sola. Se preocupó incluso cuando C., para Navidad y Reyes, comenzó a pedir dos muñecas, dos disfraces, uno de Blancanieves, otro de la Bella Durmiente,  dos juegos de cocina uno de plástico, para jugar y otro de acero inoxidable. Para el día del niño, C. pidió un par de patines y La Divina Comedia.
            La llevó al psiquiatra, quien luego de embadurnarle la cabeza con una sustancia rancia, pegajosa y llenarla de cables, diagnosticó, con toda su sapiencia y años de estudio, que C. era una niña normal, sólo jugaba con un amigo imaginario. Aconsejó a la preocupada madre que llevara a su pequeña hija más seguido a jugar a la plaza y se involucrara más en apoyar las inquietudes que todo niño como C. seguramente tendría.
            ¡Pero  este estúpido atrevido, venir a decirle cómo debía criar a su hija!

            C. pasaba horas hablando con su amiga, quien le contaba historias fantásticas. La que más le gustaba era sobre los caballeros del medioevo, a quienes había acompañado en las Cruzadas. C. solía cuestionar la supuesta justicia de  semejante carnicería. Su amiga le contestaba de mala gana: gracias a esa y a otras tantas matanzas, había logrado una buena reputación y el respeto de su gente.
            A C. le daban risas estas respuestas, llenas de  orgullo, creía que en ellas no había maldad.
            Maldad hay en los vivos contra los vivos.

            La madre de C. se levantaba muy temprano, preparaba el desayuno, té con leche con pan del día anterior con manteca y despertaba a su hijo.  Mientras se bañaba, le planchaba la camisa, también la de su marido, a quien despertaría una hora más tarde. Siempre vestía con un viejo y descolorido batón, aún en invierno. Le gustaba disfrutar del silencio en las mañanas y  conversar con su hijo, el primogénito, poseedor de una brutal inteligencia, que utilizaba sólo para su propio provecho. Todo aquello que no le redituara algún beneficio carecía para él de la más mínima importancia, lo degradaba a la nada. Y, como la nada es nada, muchos mortales ya absorbidos y triturados para la satisfacción de sus necesidades, deambulaban a su alrededor, como fantasmas.

            La madre de C., enamorada de su hijo, tan magnífico y maravilloso, aun cuando llegaba casi desmayado por la borrachera, intentaba hasta la corrupción satisfacer las necesidades de ese ser. Él era de ella, ella era de él.
Opinaba que C. era una nena tonta, de pocas luces, un castigo por abandonar a quien amó con toda su alma, un amor prohibido consumado en las calurosas noches de su tierra natal. Un amor del que no pudo escapar, aun después de casarse con aquel buen hombre trabajador y respetuoso, padre de C., ferviente creyente en la paternidad  de su hijo.

            La amiga de C. solía desaparecer durante algunas épocas cuando tenía hambre. No era fácil hacerse de comida por el barrio.  Prefería irse de viaje a Medio Oriente, donde desde hace miles de años se consigue buena mercadería y en cantidad, hay tanto disponible y no hace falta discutir con otras  como ella, que van a alimentarse.
En esos días C. volvía a la vida aunque extrañaba a su amiga. Disfrutaba los juegos de la plaza, conversar con otros chicos, hasta de hablar en la mesa familiar. Sin embargo dentro de ella habitaba el vacío.

            En unos de esos días de ausencia de su amiga, escuchó a su madre discutir con su hijo.
- ¡No te vayas! ¡ Me arrancás el alma! ¡Es una puta! ¡Y fea, si tiene cara de  hipocampo!
Por el agujero de la cerradura C. vio a su hermano con el bolso azul que ella
usaba para ir al club en una mano.

- ¿Tenés plata?
- Ya me voy a arreglar.

Su madre sacó del bolsillo del batón un sobre marrón, el mismo que su padre solía entregarle cuando cobraba el sueldo y lo puso dentro del bolsillo exterior del bolsón.

            - Llamame.
            - Voy a ser famoso, guardá esto que escribí, en unos años va a tener mucho valor.

“Querido Adán:

Hijo mio, quiero que sepas que te amo.
Me has traicionado. Ella se ha interpuesto en nuestro amor, te la regalé para que la usaras. Darte una compañía tranquila y agradable era mi idea, sin embargo...
Me conozco bien, y sé que permaneceré ofendido toda la eternidad. En un acto magnánimo, permitiré que sobrevivan.
Ya no me verás, pero sabrás de mí, cuando yo quiera. Te condeno a buscarme, cuando creas hallarme, estaré a un costado viendo cómo caes.
Sufriré por ti, y me pido a mí mismo perdonarte, a tu compañera también.
Adiós,
      
                           Dios”


            La madre de C. al leer el arrugado y amarillento papel, quedó aun más convencida del talento inigualable de su primogénito


            Una asfixiante noche, volvió, pero para despedirse. La vio reflejada en la pared  de su habitación. Hermosa, brillante, etérea. Le habían encomendado un trabajo, debía alimentarse de tal modo que no descubrieran los desechos, so pena de volver a vivir y ser alimento de sus jefes. Era mejor alejarse. Acechaban tiempos oscuros, raros, impredecibles. No era el momento aún, algún día se volverían a ver, juntas viajarían hasta las cimas de las montañas, donde el brillo de la nieve enceguece y donde el alimento aire.

Fantasmas, un texto de Luisa Luchetta, julio de2013

Fantasmas

            La conoció una oscura tarde de invierno. C. jugaba con un poco de masa en la cocina, mientras su madre preparaba unas pizzas. Estaba sentada en el primer escalón de la angosta escalera de mayólica beige, que daba al lavadero, cuando la descubrió blanca y deslumbrante en el pasillo hacia la terraza.
            Gritó y salió corriendo. Cuando volvió al escalón, ella aún estaba allí, le sonreía.
C. subió despacio las escaleras.


            La madre de C. se preocupaba porque su hija  hablaba sola. Se preocupó incluso cuando C., para Navidad y Reyes, comenzó a pedir dos muñecas, dos disfraces, uno de Blancanieves, otro de la Bella Durmiente,  dos juegos de cocina uno de plástico, para jugar y otro de acero inoxidable. Para el día del niño, C. pidió un par de patines y La Divina Comedia.
            La llevó al psiquiatra, quien luego de embadurnarle la cabeza con una sustancia rancia, pegajosa y llenarla de cables, diagnosticó, con toda su sapiencia y años de estudio, que C. era una niña normal, sólo jugaba con un amigo imaginario. Aconsejó a la preocupada madre que llevara a su pequeña hija más seguido a jugar a la plaza y se involucrara más en apoyar las inquietudes que todo niño como C. seguramente tendría.
            ¡Pero  este estúpido atrevido, venir a decirle cómo debía criar a su hija!

            C. pasaba horas hablando con su amiga, quien le contaba historias fantásticas. La que más le gustaba era sobre los caballeros del medioevo, a quienes había acompañado en las Cruzadas. C. solía cuestionar la supuesta justicia de  semejante carnicería. Su amiga le contestaba de mala gana: gracias a esa y a otras tantas matanzas, había logrado una buena reputación y el respeto de su gente.
            A C. le daban risas estas respuestas, llenas de  orgullo, creía que en ellas no había maldad.
            Maldad hay en los vivos contra los vivos.

            La madre de C. se levantaba muy temprano, preparaba el desayuno, té con leche con pan del día anterior con manteca y despertaba a su hijo.  Mientras se bañaba, le planchaba la camisa, también la de su marido, a quien despertaría una hora más tarde. Siempre vestía con un viejo y descolorido batón, aún en invierno. Le gustaba disfrutar del silencio en las mañanas y  conversar con su hijo, el primogénito, poseedor de una brutal inteligencia, que utilizaba sólo para su propio provecho. Todo aquello que no le redituara algún beneficio carecía para él de la más mínima importancia, lo degradaba a la nada. Y, como la nada es nada, muchos mortales ya absorbidos y triturados para la satisfacción de sus necesidades, deambulaban a su alrededor, como fantasmas.

            La madre de C., enamorada de su hijo, tan magnífico y maravilloso, aun cuando llegaba casi desmayado por la borrachera, intentaba hasta la corrupción satisfacer las necesidades de ese ser. Él era de ella, ella era de él.
Opinaba que C. era una nena tonta, de pocas luces, un castigo por abandonar a quien amó con toda su alma, un amor prohibido consumado en las calurosas noches de su tierra natal. Un amor del que no pudo escapar, aun después de casarse con aquel buen hombre trabajador y respetuoso, padre de C., ferviente creyente en la paternidad  de su hijo.

            La amiga de C. solía desaparecer durante algunas épocas cuando tenía hambre. No era fácil hacerse de comida por el barrio.  Prefería irse de viaje a Medio Oriente, donde desde hace miles de años se consigue buena mercadería y en cantidad, hay tanto disponible y no hace falta discutir con otras  como ella, que van a alimentarse.
En esos días C. volvía a la vida aunque extrañaba a su amiga. Disfrutaba los juegos de la plaza, conversar con otros chicos, hasta de hablar en la mesa familiar. Sin embargo dentro de ella habitaba el vacío.

            En unos de esos días de ausencia de su amiga, escuchó a su madre discutir con su hijo.
- ¡No te vayas! ¡Me arrancás el alma! ¡Es una puta! ¡Y fea, si tiene cara de  hipocampo!
Por el agujero de la cerradura C. vio a su hermano con el bolso azul que ella
usaba para ir al club en una mano.

- ¿Tenés plata?
- Ya me voy a arreglar.

Su madre sacó del bolsillo del batón un sobre marrón, el mismo que su padre solía entregarle cuando cobraba el sueldo y lo puso dentro del bolsillo exterior del bolsón.

            - Llamame.
            - Voy a ser famoso, guardá esto que escribí, en unos años va a tener mucho valor.

“Querido Adán:

Hijo mío, quiero que sepas que te amo.
Me has traicionado. Ella se ha interpuesto en nuestro amor, te la regalé para que la usaras. Darte una compañía tranquila y agradable era mi idea, sin embargo...
Me conozco bien, y sé que permaneceré ofendido toda la eternidad. En un acto magnánimo, permitiré que sobrevivan.
Ya no me verás, pero sabrás de mí, cuando yo quiera. Te condeno a buscarme, cuando creas hallarme, estaré a un costado viendo cómo caes.
Sufriré por ti, y me pido a mí mismo perdonarte, a tu compañera también.
Adiós,
      
                           Dios”


            La madre de C. al leer el arrugado y amarillento papel, quedó aun más convencida del talento inigualable de su primogénito


            Una asfixiante noche, volvió, pero para despedirse. La vio reflejada en la pared  de su habitación. Hermosa, brillante, etérea. Le habían encomendado un trabajo, debía alimentarse de tal modo que no descubrieran los desechos, so pena de volver a vivir y ser alimento de sus jefes. Era mejor alejarse. Acechaban tiempos oscuros, raros, impredecibles. No era el momento aún, algún día se volverían a ver, juntas viajarían hasta las cimas de las montañas, donde el brillo de la nieve enceguece y donde el alimento aire.

martes, 16 de julio de 2013

La entrada de lo imposible, tres poemas en serie de Gaby Ramos, julio de 2013


I
En la entrada 
            entro
 el cansancio
            de lo inentrañable
Oscura,
                fin del camino
Extraña,
          tejido de leña

II
 Espera:
alguna serpiente  cruza
y descifra
la encrucijada innombrable.

III
De la   inevitable
del disfraz cubre verdaderos
              mi risa
 un arlequín que llora  el reino
 lo olvidado
              final del recorrido
 un comienzo,
                                    en serpiente.


Dos poemas de Víctor Dupont, julio de 2013

Los tulipanes y las nubes en el río.
El canto alcanzó la piedra roja.
Un eco de árbol, un agua en vapores.

Bajo hasta la orilla
          mis ojos  en
           vidrio empañado,
luz de tallo.

Un tulipán, una nube
en el sol por el Silbido del río.
La piedra roja.
Muda.

                        Árboles en eco.

Vapor.

¿Bajo o la orilla
me borda un paño
y la corriente, cantitos,
tallos trémulos?

*          *          *

Sé del trazo.
Debo confundir la nube de agua
con mi pie, pálido,
que la disuelve al estallarla

                                    ¿o yo me estallo?

                                    ¿o yo, agua?

jueves, 11 de julio de 2013

La heladera en mí, un poema de Pablo Cecchi, julio de 2013

La heladera  en mí


Me retuerzo desde mi nido,                       mi hogar,
junto a mis hermanas,
estoy verde, no me dejan salir, como canta Charly,
mis ojos de reptil,
detectan zonas de calor,  
                                       tengo que absorber para mí
la presa inquieta, yace en mi lecho,                        mi nido,
mi lengua se agita,          sale y vuelve a entrar,                   RÁPIDAMENTE
al menos por hoy,
doy vueltas y más vueltas,
abro la boca, bostezo y doy mordiscos exagerados
al vacío,
                        después, a la comida,
desayuno, almuerzo, merienda, cena
en mi mente, pero en la realidad
pierden su orden o tamaño,
adoro comer, engullir,                  odio masticar,                   trago
como un imbécil,             como Homero Simpson,               como los gansos,
me veo serpiente,
rayado a la vista,              así dicen que soy,            distinto,               me dejan a un lado,
o enveneno fácilmente,                                                               será tanta mi soledad
o el miedo que da mi rostro       frío,
mi corazón de piedra,
cepillo estos dientes a presión
y afilo los colmillos con una lima.

Y, cuando la captura se acerca,
la heladera, mi presa, dormita, como siempre,
sumida en el frío y eléctrico ronroneo,
                perpetuada en su cometido de  ser llenada,
                                 vaciada,              una y otra vez   
                por mí, mi familia
y otras personas-reptiles…
reptamos hacia ella,
 es la cima, nos da la vida,            madre nuestra,
incubadora de la energía creadora,
heladera salvadora,
mis ojos ya no se cierran,             necesito estar en espiral,
salir,

                   volver a entrar,
una forma que nunca se cierra la mía,
 la de la víbora.

miércoles, 10 de julio de 2013

Vos eras la dueña de mis noches, un texto de Juan Escalona, Julio de 2013

Vos eras la dueña de mis noches.
                 
               Había claridad en tu andar.
                Me acuerdo la primera vez que sentí tu aroma. Así, casi de sopetón, estaba buscando a otra pero apareciste vos. Uno debe acostumbrarse a los nuevos sabores, a los nuevos olores.  Fue allá, en la entrada a la villa de Ensenada, yo venía desde muy lejos, vos siempre anduviste por aquí, por esas calles de tierra y casas bajas, donde el miedo se esconde y la rabia se publica, a un costado de la ruta, casi como metáfora: la velocidad que da la ruta es la velocidad que da el barrio. 
      Y nos acompañaste a ese primer movimiento, la adrenalina del robo nos recorría a los tres, cuando la vida nos decía “retrocedan”- a mi novia Nati y a mí-, vos nos decías “avancen”. Y  así avanzábamos, avanzamos juntos noches y días, nada nos detenía  juntos.
     Había adrenalina en tu andar.
     Desde ese momento tu perfume se me hizo familiar. Muchas pasamos juntos…  Como esa noche en que te buscamos por ahí, por la zona de la terminal, amigos y vodka nos esperaban en casa, una moneda nos decía que la noche estaba por comenzar. En vos, el juego.  Nuestros amigos nos recibieron con alegría, un espejo roto hacía de mediador y largas charlas sobre ideales pasados y misterios futuros nos envolvían en  humo,  paredes cargadas de cuadros de autores desconocidos. El calor desde  el horno ya no era necesario, para eso estabas vos,  fría en movimiento, caliente en tu acción. La charla era clara, concisa, sendas conclusiones sobre el ser se sacaban a tu lado, el dadaísmo y tu lumínica visión inundaban nuestros cerebros, cerebros abiertos a nuevas sinapsis.
    Había sabiduría en tu andar.
    También te encontré una tarde allá en Santa Fe. Tu fragancia nos guiaba, como perros seguimos tu rastro varios kilómetros.  “Nunca la van a ver así”, nos decía Mario, mientras nos dejaba sentir tu belleza en el aire. Eran las dos de la tarde, en el agobiante verano santafecino. Vos ya estabas entre nosotros. Todo se derretía, el departamento de Mario, adornado solo por una heladera, un ventilador, un colchón en el piso, dos plantas de marihuana en el balcón y una cantidad de instrumentos que decían: íbamos a tener un largo día entre sonidos. Yo me instalé cerca de los caospad, Mario en las pistas y Pablo en los teclados, los sonidos nos envolvían, tocamos desde las dos hasta alguna hora de la noche, el tiempo corría maratónicamente. Luego, entrada la noche, solo queríamos acción.
    Había creatividad en tu andar.
   También recuerdo la última vez que sentí tu olor. Vos estabas como siempre y como nunca, nunca sos la misma. Venia de tres días sin dormir, habitaba muchos rincones. No me quedaban ni amigos, ni novia, ni sonidos, ni creatividad, ni sabiduría, ni adrenalina, ni claridad. Mis huesos sin piel se pegaban al colchón  en el rincón más oscuro de aquel cuarto vacío, el vaho de tu cuerpo recorría mis venas despidiéndose. Antes de decirte el final adiós, a vos y a todos, vi un río rojo brotar de mis fosas nasales, y  fue allí cuando me calmé.
    Al fin iba a estar en calma, lejos de tu andar.                              


lunes, 8 de julio de 2013

Enfocado, un texto de Pablo Cecchi, julio de 2013

Enfocado

                Aquel foquito de 75 watts emanaba su particular luz desde un rincón de la pequeña y pobre cuarto, corazón de la exótica lámpara símil japonesa que tenemos Marta y yo, y poseedor de una mente clara y brillante. Lo miraba fijamente y pensaba, aunque- por su fortaleza lumínica- me costaba mucho desprenderme de su imagen,  lo precursor que fue en el nacimiento de las ideas, cuántos inventores como Einstein o da Vinci, o su mismísimo padre, Thomas Edison, serían nadie hoy sin él. Ninguno hubiese llegado a ninguna de sus fantásticas invenciones ;  qué atrasados estaríamos en relación a lo que estamos, ¿no?, nadie se pone a pensar en eso realmente, el común de la gente se llena la boca de una sarta de pelotudeces hoy día. A ver, hay que pensar un poquito mas, usar la cabecita para algo más que para ver la tele, usar el feisbuq y chismosear forradas. Necesario es ponerse a reflexionar profundamente: no seríamos nadie sin él, sin el foquito. Es alguien maravilloso, le debemos la vida, pero, por favor… qué me vienen a hablar ahora de que se nos viene el mundo abajo, pero, che, ¡inútiles!, ¡un poco de consideración a la hora de referirse al foco! Él es la vida, él es Pepe.
¿Y su espontaneidad, qué?, ¿acaso piensan que ustedes pueden tener las salidas que él tiene?, es auténtico ante todas las cosas, con él me siento muy confiado, me identifico mucho, sé que me va a responder siempre y es muy claro cuando proyecta, cosa que constantemente ocurre; incansable, está permanentemente ante la necesidad del otro. Es como yo, porque cuando cumplo, cumplo, igual que él, no se hace drama por nada, por ninguna cosa. Pepe es un foquito especial, no es insulso o burlón como el resto que siempre se gasta, él es único, déjenme que me sincere.

                Cuando llegué el otro día a casa, jueves de la semana pasada creo que fue, sí,  jueves, vine muy cansado, fue un día interminable en el laburo, pila de cosas para hacer. Singularmente, parecían no tener un final, para colmo, faltó una compañera de oficina por lo que debí hacer el doble de labor. ¡Buenos días, amor!, le dije a Marta ni bien llegué, me esforcé por ocultar mi malestar; ¡pero para qué! Ella: que no llamé en todo el día, que se sintió sola, que me necesitaba, que no podía dejar de pensar en mí. Pero yo sé muy bien qué hay tras todo esto, ella está celosa de Pepe, claramente es eso porque estoy más tiempo junto a él que con ella últimamente, es que nos tomamos mucho cariño, hasta el punto de hacernos íntimos amigos. Los domingos salimos  juntos a pasear, vamos al cine, el elige la película, yo invito. Sino salimos a andar un cacho en bici por los bosques de Palermo. Nos gusta el aire libre, el verde, esa sensación de respirar aire puro, como si estuviésemos en el Sur.  Es el compañero que toda persona quiere tener en la vida.

                ¡Basta de adulaciones! Lo único malo de él, la parte que nunca mencioné, es que cuando lo conoces se enrosca fácilmente, no parece alguien sencillo pero con el tiempo me di cuenta: es un amor, no hay nadie como él. También sé por amigos en común  que, tiempo atrás, cuando no vivía en casa todavía anduvo con una foquito roja noviando, cuando eran más chicos, en su temprana adolescencia y no salían de sus habitaciones de cartón de la ferretería de Don Atilio; ahora ella está muy lejos, en el viejo hotel alojamiento de Ciudad de la Paz y Manuel Ugarte, no sale de ahí y vive elogiada por las parejas enamoradas. Igual lo extraña y no sabés cómo.
                Lo recuerdo como si fuera ayer, lo vi solo como siempre lo veía, como a la espera de  mimos, tan frecuentes por entonces. Lentamente me acerqué al cuarto y le susurré un -¿Cómo estás?, me enteré que anduviste noviando-, mientras lo acariciaba con mi franelita naranja (su preferida) con la que suelo hacerlo, su sonrisa de siempre esta vez tornó en enojo y luego en estallido, del susto el trapito se me cayó : -¡aarrgggghhh!, me quemó la mano. La saqué barata, pero él, él no, murió, su vida terminó, sus patitas separadas. Cómo olvidarlo, todo ese tiempo de oro que pasamos juntos, momentos felices que no serán reemplazados por nada del mundo. Miro sus fotos, no lo puedo creer e irrumpen las lágrimas. Qué viajes nos dimos. Donde quiera que esté, que siga iluminando vidas y caminos como hizo con el mío.


 

03/07/2013 Pablo “El Suricato” Cecchi

martes, 2 de julio de 2013

HORAS EXTRAS, por Horacio Intorre, Julio de 2013

HORAS EXTRAS


Pedro  tenía de cincuenta años,  empleado judicial, Ana sus esposa tenía cuarenta y ocho años. Viven juntos desde hace veinte años. Pedro trabaja entre expedientes polvorientos en lugar oscuro, con oscuros compañeros de oscuros pensamientos.
                Ana, desde que perdió su primer embarazo de cinco meses, ya no pudo tener más hijos, eso la deprimió mucho.  Abandonó su aspecto físico y sus ambiciones. Tirada en un sillón pasa los días, entre culebrones mexicanos  y  noticieros que repiten una y otra vez los mismos crímenes y robos (no existen otras noticias)
                A la hora de la cena, casi no conversan entre  sí,  se les gastaron las palabras y los temas. Los días son todos iguales se repiten fatigosamente.
                Ana  solo mira la tele y come chocolates y galletitas, engorda más y más. A la vez que aumenta su pesimismo y su desidia. Para ella la vida pasa entre novelas mexicanas, crímenes y robos que le cuentan en l a tele. Es más seguro quedarse en casa, “piensa”. Sin vivir no se muere, pero vivir muerto es peor, que morir de un tiro en la cabEza.
                Pedro trabaja demasiado, es un buen empleado. Pero comenzó a sentir dolores en su espalda y en su cuello, por lo que fue a visitar a un médico. Pedro siempre fue un hombre sano dinámico, bastante alto y bien parecido con cabello rubio  prolijo y barba candado que le da un aspecto intelectual.
                El médico le mandó hacerse unos estudios.   Ante los resultados solo le dijo que debía ocuparse más de sí mismo, hacer ejercicios, correr, trabajar menos y romper con la rutina. Pedro se compró un equipo de gimnasia y zapatillas para correr. Ha dejado de  hacer horas extras, lo que le permite llegar más temprano a su casa, cambiarse y salir a correr tal cual le recomendó el médico.
                Ana continúa su rutina de  chocolates y tele.
                Pedro se pone la ropa de gimnasia y se dirige a la plaza  a tres cuadras de su casa. Al principio empieza con ejercicios suaves  a caminar  trotar y descansar un rato. Se siente muy bien, a pesar de que le duelen todos los músculos. Día a día su condición física mejora.
                Mientras  Ana,  con sus chocolates y telenovelas, engorda cada vez más.
                Pedro ya puede dar varias vueltas a la plaza, sin cansarse. Cuando vuelve a su departamento de dos ambientes de barrio de Almagro, ya no soporta ver a su mujer tirada en el sillón, meta tele y  chocolates.
                Una noche como otras noches, Pedro sale a correr, da varias vueltas a la plaza cada vez a más y más velocidad,  siente que tiene un motor en cada pierna y en sus brazos, alas de águila. Corre por la ciudad gritándole a la gente que lo miraba azorada, que era libre, libre, libre.  Atraviesa bocacalles, salta automóviles y semáforos, agita sus brazos-alas y se eleva sobre la ciudad. Ve todo desde arriba, vuela sobre el Río de la Plata, roza las nubes, se eleva más y más , se cruza con un cometa blanco y luminoso que le hace un guiño.Se pierde en el universo y jamás regresa.

                Ana, ausente de todo, ve la tele y come sus chocolates desparramada en el sillón. Ya no puede moverse, intenta incorporarse y cae al suelo. Así muere, aplastada contra el piso, sola en su departamento de dos ambientes del barrio de Almagro.

Australia, un texto de Gaby Ramos, julio de 2013

Australia

            Entonces era tarde y la plaza ya estaba repleta. La gente caminaba por la feria, evaluaba precios y calidad, originalidad y novedad. Los jóvenes: algunos se besaban, otros reían, otros sencillamente callaban y jugaban con yuyos, flores o piedras. Por mi parte, miraba una palmera. Era enorme con sus hojas de penacho, creo que se le dice palmera australiana. Pero podía ser de otra familia u origen. Qué interesante, cada vez que soplaba el viento, ella se abría a la intemperie. Porque ella estaba en medio de seres  de todas las edades, que la circundaban o no, según sus antojos. Muchos descansaban bajo su manto para refugiarse del sol, para escapar al calor del atardecer. Desde el banco verde, yo la miraba. Ella se abría de una manera especial, cuando no había viento, apenas una brisa. Era diferente al resto de las de su familia, una cuestión puramente formal, categoría humana. Tuve una ensoñación al mirarla: ella movía sus fuertes raíces apenas visibles y parecía desplazarse como si hubiera flotado sobre el mar. Luego verifiqué: ella hablaba cuando el viento paraba, farfullaba alguna verdad tan cierta que yo la olvidaba. Y me di cuenta por qué la olvidaba: el viento soplaba y entonces ella callaba, desplegaba sus hojas de manera tan hermosa que uno lo olvidaba por completo, era maravilloso.
            Lo que no quedaba claro era si ella lograba comunicarse con los pájaros. Ellos apenas se le acercaban, como quien se acerca a una mal parada. En cambio, a mí me parecía que si hubiera sido pájaro no hubiese negado el desafío de hacer equilibrio a su alrededor para sentirla mejor, en el vuelo. Pero acá, desde la tierra, desde el asfalto y desde el metal de este banco verde todo parecía estar lejano, aunque terriblemente apetitoso.
            Y hoy, acá, desde este banco, cuento esta historia, la que la Palmera Real de Australia me cuenta, aunque la olvido y reescribo lo que creo haber entendido.


Dos poemas de Gaby Ramos, julio de 2013

Detrás de la soledad

Detrás
            de mañana, de tarde
                        esa minúscula
                        cuando  se esconde
                        el universo se agranda
                                    como si  repitiera dos veces
                                                                                    por mil
                                                                                    Ella , en indescifrables
                                                                                                telares
                                                                                    Esconden: pezuñas, músicas
                                                                                                pequeñas piedras
                                                                                                caracoles pastel
                                                                                                sedas coloreadas
                                                                                                            pieles de serpiente
Detrás

            se enhebra toda poesía


El estado de la tarde

Tras un árbol,
            dentro del día
            bajo una piedra
            sobre la sombra
            se esconden
            las palabras perdidas
Un lejano suspiro
            una brisa
            se apagan los besos
            y despierta la encrucijada
            y entonces se avanza
            en pasos lentos
            al recuerdo velado
                        a los milagros entre un olvido
                        y a la memoria en el pajar

Equipaje, más y más de Pablo Arahuete, julio de 2013

Equipaje


¿quién te lleva
 caos adentro?
En
la mueca, perversea el azar
su vacío
laberinto
¿quién refleja si no el espejo?
liviano
huidizo,

¿quién te espera?

No sabe nada de la vida, un cuento de Pablo Cecchi, julio de 2013

“No sabe nada de la vida”


                -Desde que tengo diez años que no soy tan feliz- me dice mi amigo y aclara -de verdad.  Yo le creo, pero
 miro a un costado, busco ocultar la molestia por su confesión. Alfonso, mi amigo, hace unos cuántos años está de novio con esa harapienta del barrio. Los primeros meses vino tranca la mano, igual yo ya me olfateaba algo extraño, cuando nos reunimos en mi casa o en algún bar, la mina nos mira re mal a todos los amigos, se queda callada y sólo habla con “el Afo” en voz baja y siempre enojada. Acto seguido, se van. Con el transcurrir del tiempo, empezaron los faltazos de nuestro amigo a los asados domingueros, evidentemente,“la que te jedi” le absorbía todo el tiempo, quiere que sea solo para ella y le disgusta profundamente el hecho de que esté con sus amigos.) Te juro, no puedo creer cómo no le da un voleo en el orto en todo este tiempo que ya llevan juntos. Qué mina, mi dios, cómo se la aguanta. Me desespera.

Es sabido por todos nosotros que al año de comenzar a salir, le metió los cuernos con un arquitecto, un tal Rodríguez, y con otros tantos más, según me contó Adriana, una amiga en común. Incluso se quiso encamar conmigo en numerosas ocasiones por esa época. Mirála a la flaca, no llevaban más de 3 meses de noviazgo y ya se quería voltear al mejor amigo de su pareja. No agarré viaje pese a su singular encanto y belleza. Ojo, yo también tenía lo mío, eh, supe ser un pibe bastante lindo y atractivo, no había quién se me resistiera ni la mujer más agria dejó de mirarme con ganas en algún momento. Bueno, bueno, me voy por las ramas, vuelvo por donde quedé: Bárbara lo hizo laburar como nadie con la mudanza, con su obsesión por mantener todo limpio y en orden. Le comía el sueldo todos los meses, se lo gastaba en ropa de marca, carteras, exquisiteces, manjares y joyas súper lujosas. Él se las arregló y, aunque su novia no se lo permitió, se las ingenió en alguna ocasión para vernos; nosotros, sus amigotes, La banda de Viyurca; el sábado pasado fuimos al cine Savoy a ver una de acción, sobre perros voladores, a mí siempre me gustó el género. A él, cuando éramos unos "pendex", ahora no. Le gusta más el drama, las nacionales y las que ganan muchos premios de afuera (los globos de Oro, los osos de no sé qué cadorcha y los premios de Cannes). Pero, bueno, decidió ceder en esta ocasión, ante la elección de su amigo, a quien no veía hace un tiempo largo, muy largo.

Qué suerte tuve en no conocer a nadie que me aislara así, o que me hiciera absolutamente dependiente de ella. Para empezar vivo solo. Hago lo que quiero, no tengo a nadie detrás diciéndome qué hacer y cómo. Punto, es simple, me cojo a la que quiero y cuando quiero. Me voy a un buen boliche, me transo una nami, me la llevo al telo o a mi casa, siempre- claro- con su consentimiento, soy todo un caballero Es así, la buena vida es para pocos. Yo soy uno de ellos, soy un tipo honrado y feliz, disfruto estar entre amigos. Él, a veces, parece que no. Porque yo sé muy bien que tanto a mí como a Maribel no nos ve porque prioriza estar con su boludita, fuera de que esta sucia de mierda lo deje o no lo deje.

                Lo voy a llamar a Alfonso, pasaron cinco años ya desde la última vez que nos vimos. Bueno, yo lo veo siempre en el programa que conduce a la tarde por América y en las revistas de chimentos, cuando cuentan sus nuevos romances. Sinceramente soy su fan número uno y él lo tiene que saber, solo lo tengo que llamar, estoy cansado de estar solo.