jueves, 29 de noviembre de 2012

Nuevos poemas de Pablo Cecchi


1
Con mirada niña
maravillé mis ojos
ante mí
la nada escapaba
todo  encerrado,
           -cuadro del Bosco-.

Gritó varias veces
pero nadie lo oyó
Quiso salir corriendo
pero sus botas
quedaron  en el lodo.


Fue entonces,
la señal:
 El cuadro
 mostraba un paisaje de infiernos
 nunca posibles
Y mi mirada niña creció. 
                                           


















2
Ella
encuentra solo hilachas
hilachas
que solo encuentra ella
Nosotros, tan distantes,
olfateamos apenas lo intangible.
El Brujo
remueve la tierra
en busca del futuro.
Giramos y nos topamos
con una pared toda pintada
Firmes,
ni nos miramos,
damos la vuelta
y cada uno para su camino
Altanera, como sargenta de diez mil batallas,

le estampa un bofetazo
al brujo,
que tropieza.

La tierra me ciega por un momento
y a vos te envuelve en una nube de polvo

Ella
encuentra solo hilachas
hilachas
que solo encuentra ella.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Nuevo poemazo de Gabriela Ramos, noviembre 2012


La muerte
                Fugaz eterna
                                te recuerdo en capas
mujer valiente
                extraña represalia te di
miro al lado
                                donde no estás
alegría sol
                Mitad latente
 desolador el crudo  paisaje
                 en tu vientre
una mitad de mí te dice sí
Hombre de piedra, esquivo
                                un recuerdo gris
                                                                miras atrás y tus jaulas me abren
al territorio cierto; no hay:
                negación
                olvido
                ternura
Quien sabe tus palabras.
                Menos yo, tu tierra,
                                tu caudal,

                                                tu ausencia, yo.
Esos no hablan de mí
                 desarman  tu gran altivez en fracaso
                sus piernas corren lento
                carne tiesa tus penas reminiscentes
tu quieta circunstancia,
                                ellos van
                                tus ideales mujeres cruzan
                                                                tu vieja añoranza
En la calle que da  a mi enorme portón
                                de lata
aquí está, como tus mujeres
                esta duda que camina en los pasillos y me dice:
                                                “Por fin, muere”

martes, 20 de noviembre de 2012

Nuevo texto de Gabriela Díaz


Velvet Rouge

Cruzo la puerta, ahí esta. Nunca vi a un muerto.
El hedor de las flores recicladas no me deja respirar ni pensar en nada más que en mis ganas de vomitar. Con cada paso, el nudo en mi pecho aprieta más y más. No miro hacía los costados, no quiero sentir ningún rostro húmedo cerca del mío. Pienso: si camino firme, derecho hasta el ataúd, nadie se atreverá a interrumpir ese momento.  Camino, camino, siempre en el mismo lugar. Mis pies amarrados al piso y el muerto ahí, a dos pasos.


Estoy parada junto al ataúd. No puedo mirar al muerto. Me concentro en el terciopelo rojo del ataúd: combina con la madera que recubre la sala velatoria. El aire escasea en la habitación, quiero pedir a gritos que abran una ventana pero todo está herméticamente cerrado para que nadie, ni el muerto, pueda escapar. Miro desesperadamente  alrededor, quiero que alguien venga a abrazarme, que me saquen de aquel lugar. Trato de llorar para emocionar a alguien, llamar su atención. Sólo el muerto parece verme.


No sé dónde estoy. Una tela roja, suave, me rodea. Oigo los sollozos de la gente, pero no puedo reconocer a nadie, ¿por qué hay tantos extraños?
Miro mis manos,  veo a través de ellas las flores pudriéndose en toda la habitación. No hay ventanas, sin embargo, nunca respiré tan profundo. El aire me atraviesa, llena mis pulmones, sale de mi cuerpo y vuelve a  mí. Levito.
Un beso en la frente me trae de manera brusca. Sus lágrimas caen por mi rostro, me confunden. No sé quién es, ni por qué llora. Miro a mi alrededor: techo y paredes cubiertas en madera. Intento pararme con todas mis fuerzas, no puedo. Un peso enorme en el pecho me mantiene acostada. Sigo intentando hasta que consigo ver

                                                                                                             mi cuerpo envuelto en una tela de terciopelo rojo.

Nuevo cuento de Gabriela Díaz, noviembre de 2012



MPCR


          Había una vez un Valle Encantado donde todos los personajes de los cuentos habitaban en armonía y felicidad. No existían problemas: Gepeto era el carpintero, Cenicienta dirigía una empresa de limpieza a domicilio, Caperucita recolectaba las manzanas y la abuelita hacía las tartas. Cada habitante tenía una tarea asignada.
          El Valle Encantado poseía una magia única. Los árboles alcanzaban las nubes más lejanas, la luna siempre estaba llena y brillante, los campos florecían en primavera y otoño, las piedras no lastimaban a nadie y la hierba seca olía a azaleas  todo el año.
          Como en todo cuento de hadas, no siempre reinaba la felicidad. El Valle Encantado tenía una amenaza incesante: el terrible Lobo Feroz. Los animalitos del bosque debían salir en grupos para evitar ser atrapados y los  tres chanchitos tuvieron que mudarse a un monoambiente  de cemento para impedir que el animal salvaje volara sus casas de un soplido. Los peligros y el temor al Lobo Feroz aterrorizaban a cada uno de los habitantes del encantador lugar.

          Pero, un día, la historia del Valle Encantado cambiaría para siempre.

          Era un 17 de Octubre y Caperucita Roja cumplía sus 12 años. La niña anhelaba aquel cumpleaños ya que, desde ese momento, podía comenzar a ir  a las reuniones mensuales del Taller de Escritura, dos veces al mes, en el sur del bosque. Muy feliz por escuchar las historias más increíbles de la boca de sus protagonistas, Caperucita preparó su canasta y se dirigió al encuentro tan esperado.
          Al llegar, Cenicienta- quien coordinaba los talleres-, comenzó a tomar lista a los presentes.
-        Gepeto…
-        Presente.
-        Blanca Nieves…
-        Presente.
-        Los siete enanitos…- y nombró a uno por uno
-        Presente.- dijeron a coro
-        Rapunzel…
-        Presente.
-        Aurora-
-        …..- Gepeto le dio un codazo a la princesa, quien se había dormido profundamente mientras esperaba por ingresar al aula.
-        ¡Bella durmiente!-Exclamó Cenicienta
-        Presente, presente- dijo la joven sin entender muy bien  qué pasaba.
-        Princesa Bella…
-        Presente.

          A medida que eran nombrados, todos se acomodaban del lado derecho del aula, donde una hilera de bancos se ordenaba en fila. Al finalizar, Cenicienta preguntó:

-        Bueno, ¿les parece que comencemos?- y abrió un libro que tenía sobre su escritorio

          Caperucita, totalmente desconcertada, se encontró sola, parada a la izquierda del salón, junto a la puerta.

-        ¡NO!- exclamó la joven de la capa roja- Yo no he sido nombrada.
-        Tienes razón- le dijo Cenicienta- ¿Cuál es tu nombre?- preguntó mientras, con la mirada, repasaba la lista una y otra vez.
-        ¿Mi nombre?- preguntó Caperucita cruzando los brazos.
-        Sí, todos aquí tenemos un nombre si no, ¿cómo hemos de llamarte?
-        Yo... soy Caperucita Roja.
-        Claro, pero ese no es un nombre, es sólo una prenda de vestir. Blanca, Rapuzel, Bella, Aurora, Gepeto. Esos sí son nombres. No puedes estar aquí, si no podemos llamarte de algún modo.

          Caperucita irrumpió en llanto y salió corriendo del lugar. Doce años había esperado ese momento. Doce años, para ser humillada delante de todos. Al llegar a lo de su abuelita, ésta la esperaba con un delicioso pastel de fresas y chocolate. De inmediato, la anciana notó la tristeza en el rostro de su nieta.

-        ¿Qué ha pasado, Caperucita? Hoy es 17 de octubre, tu cumpleaños, ¿por qué no estás feliz?
-        Porque yo no tengo un nombre- pronunció casi en susurros con la cabeza gacha.

          Luego de pensar un par de minutos, la abuela respondió:

-        Es verdad, no recuerdo tu nombre. Siempre te llamamos Caperucita. Pero llorar no es el modo de solucionarlo. Si quieres cambiar las cosas, debes hacer algo al respecto- Como palabras mágicas, una luz chispeante iluminó los ojos de la niña.

          Caperucita buscó unas cuántas cartulinas, reglas, tijeras, lápices de colores y pasó toda la noche preprando unos panfletos y comiendo el delicioso pastel de cumpleaños.  Había comprendido: ya era el momento de modificar el rumbo de la historia. Nunca más sería echada de un lugar, nunca más huiría de miedo y, lo más importante, ella misma se buscaría su propio nombre.
          Cuando los primeros rayos del sol iluminaron al Valle, todos los habitantes amanecieron con una una nota escrita en letras rojas pegada a sus puertas:

“Hoy, 17:30hs, están todos invitados a participar de la primera reunion del MRPC, Movimiento Revolucionario de Personajes de Cuentos.
Temario a desarrollar:
ñ      Primer punto, expulsión del Lobo Feroz fuera del Valle. Por un hogar sin miedos;
ñ      Segundo punto, dar a  conocer el nombre de Caperucita Roja”

          Feliz por lo que se avecinaba, Caperucita  tenía una cosa más que hacer: atrapar al Lobo Feroz. Sólo pensar en el terrible animal hacía que un escalofrío recorriera su cuerpo.  Ya no había tiempo para arrepentirse.

          Decidida, Caperucita se sumergió en el tupido bosque de hojas verdes y plantas salvajes y comenzó la búsqueda. Llegó hasta el final de los caminos, recorrió los lagos, trepó los árboles más cercanos al cielo, subió a la torre más alta.
          Al Lobo se lo había tragado la tierra.
          Pero, ¿qué haría entonces? Caperucita lo sabía: el éxito del primer encuentro del MRPC dependía de su capacidad de atrapar al lobo. Sin eso, estaba perdida y el intento por ponerse un nombre reconocido por todo el Valle sería en vano. Nunca más las tomarían en serio.
          Justo en el momento de mayor desesperación, Caperucita recordó que, todos los jueves, cuando ella se dirigía a la casa de su abuelita, el Lobo  intentaba meterse en la casa para disfrazarse de la anciana. El Lobo pretendía- de una vez y para siempre- comerse a la niña.
          Corrió como nunca antes lo había hecho. Casi sin aire y con un zapato menos, llegó a la puerta de la casa. La anciana no estaba y el lobo aún no había llegado. Caperucita se escondió en el ropero y esperó agazapada  la llegada del terrible animal. Después de un largo rato, ahí estaba: la niña podía sentir sus pasos, su olor, sus latidos profundos y su nariz al olfatear todo al su alrededor. Su corazón latía casi tan fuerte como el del animal.
          Cuando el lobo abrió el ropero para buscar la ropa de la abuelita, Caperucita saltó encima de él tan rápido como pudo y, con un enorme palo, le dio un tremendo golpe  en el hocico con todas sus fuerzas. Una vez que  el Lobo yació en el suelo indefenso, lo ató  con unas cuantas sogas que encontró en la casa y llamó a los siete enanitos para sacarlo del lugar.

17:30hs. Damos por comenzada la reunión.

          Todos los ciudadanos del Valle aguardaban expectantes: ¿Finalmente alguien había enfrentado al lobo? Cenicienta, escéptica ante la posibilidad de que una niña terminara con la tortura y el temor que siempre los había acechado, dijo con los brazos cruzados:

-         No entiendo qué hacemos aquí. Nadie ha podido jamás atrapar al Lobo. Yo tengo que manejar una empresa y todos deberían estar cumpliendo con sus labores…

          Antes de que la engreída Cenicienta finalizara, Pinocho gritó, mientras señalaba un costado del camino de naranjos:

-         ¡Ahí vienen y traen al Lobo!- En realidad, el niño había mentido una vez más, Caperucita y los Siete Enanitos, con el Lobo atado, venían por el camino contrario.

          Bocas abiertas en los rostros de los habitantes del Valle. Caperucita atravesó el camino con pasos firmes y cabeza en alto, mientras los Siete enanitos arrastraban al animal por la tierra.

-         Como les he prometido, comienza la primera asamblea abierta y popular del MRPC: Movimiento Revolucionario de Personajes de Cuentos.

     Esas palabras pronunciadas por la niña de capa roja hicieron que la asamblea estallara en un ferviente aplauso. Cuando todos se calmaron, Gepeto pasó a leer el temario del día.
     - Primer Punto: desterrar al Lobo Feroz.

Se abrió la lista de oradores:
-         Hay que encerrarlo en una torre- Dijo Rapunzel.
-         Tenemos que dormirlo para siempre- Gritó Blanca Nieves
-         Exigimos que reconstruya nuestros hogares- opinaron los Tres chanchitos
-         Hay que matarlo- exclamó la drástica Cenicienta.

          Tras discutir  y deliberar cuál era el mejor destino para el Lobo, se decidió pasar a la votación. Había llegado el momento tan esperado.

-         Todavía no pueden votar. No sin antes escucharme- una voz suave y aflautada en la asamblea…Era el Lobo.
-         ¿Por qué debemos escucharte?- Dijo Caperucita, apuntando al animal con el mismo palo de madera con el que lo había golpeado.
-          Esto no puede ser, no es una democracia si no me dan antes el derecho a defenderme- reclamó el animal sujetado de pies y manos.

Gepeto, como uno de los miembros más antiguos del Valle, consideró que el  feroz Lobo tenía razón. Todos respetaban al viejo carpintero. 
-         No perdemos nada, de todas maneras, ¿qué puede decir para justificar tantos años de terror?- Luego de someter nuevamente a votación, se decidió otorgarle al animal el derecho a defenderse.
-         ¿Qué tienes para decir?- Gritó Caperucita enojada por la decisión de la mayoría.
-         Alguna vez, ¿me he comido a alguien de ustedes?- preguntó el Lobo mirando a los ojos a los miembros del Valle.
          Un silencio ensordecedor se apoderó de la asamblea.

-         Siempre he querido acercarme, pero huyen de mí. Por ejemplo,  intenté socializar con los tres chanchitos y sólo conseguí que se encerraran en una jaula de cemento- El lobo se dirigió a cada uno de los miembros del Valle para explicar el porqué de sus acciones, mientras sus grandes ojos se humedecían.
-         ¡No, no!- Gritó Caperucita cada vez más enojada
-         No podemos dejarnos convencer por el Lobo, no olvidemos que es feroz; si no lo es, ¿cómo se explicar que todos los jueves se esconda en la casa de mi abuelita para comerme?-
          Tras una larga pausa, el Lobo contestó:

-         Es verdad, Caperucita, hubo un tiempo en que fui muy malo. Pero ya no soy así. De pequeño me enseñaron a andar solo y a asustar a quien estuviera cerca…. Pero hace mucho tiempo he dejado de ser el Lobo Feroz. Todos los jueves voy a lo de tu abuelita porque sé que ella no estará en la casa….- El animal rompió en llanto.
-         No vas a convencerme con esas lágrimas. ¡No le crean!- Exclamó Caperucita con el rostro del color de su capa
          Con la voz aun más fina que antes, con frases entrecortadas, el Lobo confesó:
-                     Voy a la casa de la abuelita … para usar su ropa. Es la única vestimenta de mujer en el Valle que me entra: sus zapatos me calzan perfecto y sus vestidos son de mi talla. ¡Soy gay!- Gritó con tanta fuerza que incluso hasta en otros cuentos pudieron oirlo.

          El pobre animal ocultó por largos años quién era realmente. Lo habían educado para ser rudo y masculino, pero en verdad era vegetariano y tenía su propia huerta en medio del bosque.
          Caperucita se acercó hasta el animal que no paraba de llorar, lo miró por unos instantes y  soltó las cuerdas que lo amarraban:

-        Lobo, no somos tan distintos.
          Miró por primera vez en forma diferente al, entonces, indefenso animal  en suelo.. El Lobo había ocultado por años quién era y Caperucita aún no sabía mucho sobre ella. Estaba creciendo y no  decidía qué estilo musical prefería escuchar, cuál era su actividad favorita o si le gustaba el color rosado mucho más que el rojo. 
             Mientras algunos miembros del Valle no salían de su asombro, como un efecto contagioso, algunos personajes comenzaron a gritar sus confesiones:

-        ¡Cenicienta no me paga las horas extras ni las vacaciones, es una explotadora!- Gritó la Bella Durmiente, que se dormía en todos lados por las 14 horas diarias que Cenicienta la hacía trabajar  para su empresa de limpieza.
-        Pinocho..., ¡Pinocho es un malcriado que miente todo el tiempo!- Exclamó el papá del niño cansado de tantos engaños.
-        Nosotros nos fuimos a vivir juntos, pero no a causa del lobo... nos extrañábamos demasiado al vivir tan lejos- Dijo el menor de los chanchitos.
-        ¡Las fresas exóticas de mis tartas son en realidad frutillas salvajes!- Gritó la abuelita de Caperucita, mientras lloraba avergonzada.


          Todos en el Valle recordarían por siempre aquella tarde. El Lobo nunca más fue llamado feroz y nadie en aquel lejano lugar volvió a ocultarse de él. Caperucita decidió tomarse el resto de ese año para descubrir quién era realmente y, en su cumpleaños número 13, decidió que su nombre sería Victoria.
       Fue así como los tres: Victoria, la abuelita y el Lobo se mudaron juntos a una cabaña. El animal tenía una huerta en donde se cultivaban las mejores fresas del Valle,  la anciana las utilizaba para realizar unas tartas deliciosas. La ya adolescente Victoria fundó su propio Taller de Escritura donde todos, sin distinción, podían ir para compartir y escribir las nuevas historias y cuentos de hadas.

          Desde aquella primera Asamblea del MRCP, los 17 de Octubre en el Valle, se cuelgan banderas con los colores del arco iris en todas las  ventanas y todos los personajes se visten con capas rojas  para  festejar el día en que nadie queda sin su  nombre. 

jueves, 15 de noviembre de 2012

Nuevo poema de Diego Soria, noviembre de 2012


Malecón
                                                            al vacío,
                                                     zambullo
                                        un   mar rojo,
                                el perfume
                         asfixia de placer
                               la bramura
                                         de tu océano;
                                               

 malecón vencido,
                                                            tu oleaje
                                                        cae
                                                            abrasado
                                            en lenguas  blancas
                                                            agita espumas,
                    calidez de     tifón en tus labios
                                               Carmín                                              
                             
Y el océano,
                 de los pelos
                                          me arrastra sin remedio
                                                                a la playa desierta
                                                                  de tu piel
                                                       el sol de esta mañana
                                                                                              se llena            

martes, 13 de noviembre de 2012

Un poema de César López Osornio, noviembre de 2012




                                    

                Captó la imagen,
quiso retenerla.
                      Y fueron sólo pedacitos  recuerdos,
dulce brisa sobre su cara.
                         Y solo gotas de
                              sol
                                     salpicaron la mañana,
(sobre el agua, un reflejo de fuego agitó la vida).

Lejana en rumores,
              fue hacia ellos,
                                     sutil, la bruma,
(sobre aguas en profundo sueño, un reflejo de calma sostenida).
Cielo en el agua,
(fiel reflejo).
             Una gaviota solitaria batió a su lado,
                          una efímera esencia inmortal.
Siguió sin alejarse.
Llama que lacera,
                        ávidos ojos de sol en el levante,
verdes copas,                             largas sombras,
           y en la imagen
        (sobre la imagen)
      un trino nuevo llevó el viento.