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Había
una vez un Valle Encantado donde todos los personajes de los cuentos habitaban
en armonía y felicidad. No existían problemas: Gepeto era el carpintero,
Cenicienta dirigía una empresa de limpieza a domicilio, Caperucita recolectaba
las manzanas y la abuelita hacía las tartas. Cada habitante tenía una tarea
asignada.
El
Valle Encantado poseía una magia única. Los árboles alcanzaban las nubes más
lejanas, la luna siempre estaba llena y brillante, los campos florecían en primavera
y otoño, las piedras no lastimaban a nadie y la hierba seca olía a azaleas todo el año.
Como en todo cuento de hadas, no
siempre reinaba la felicidad. El Valle Encantado tenía una amenaza incesante:
el terrible Lobo Feroz. Los animalitos del bosque debían salir en grupos para
evitar ser atrapados y los tres
chanchitos tuvieron que mudarse a un monoambiente de cemento para impedir que el animal salvaje
volara sus casas de un soplido. Los peligros y el temor al Lobo Feroz
aterrorizaban a cada uno de los habitantes del encantador lugar.
Pero,
un día, la historia del Valle Encantado cambiaría para siempre.
Era un
17 de Octubre y Caperucita Roja cumplía sus 12 años. La niña anhelaba aquel
cumpleaños ya que, desde ese momento, podía comenzar a ir a las reuniones mensuales del Taller de
Escritura, dos veces al mes, en el sur del bosque. Muy feliz por escuchar las
historias más increíbles de la boca de sus protagonistas, Caperucita preparó su
canasta y se dirigió al encuentro tan esperado.
Al
llegar, Cenicienta- quien coordinaba los talleres-, comenzó a tomar lista a los
presentes.
-
Gepeto…
-
Presente.
-
Blanca Nieves…
-
Presente.
-
Los siete
enanitos…- y nombró a uno por uno
-
Presente.-
dijeron a coro
-
Rapunzel…
-
Presente.
-
Aurora-
-
…..- Gepeto le dio
un codazo a la princesa, quien se había dormido profundamente mientras esperaba
por ingresar al aula.
-
¡Bella
durmiente!-Exclamó Cenicienta
-
Presente,
presente- dijo la joven sin entender muy bien qué pasaba.
-
Princesa Bella…
-
Presente.
A medida
que eran nombrados, todos se acomodaban del lado derecho del aula, donde una
hilera de bancos se ordenaba en fila. Al finalizar, Cenicienta preguntó:
-
Bueno, ¿les
parece que comencemos?- y abrió un libro que tenía sobre su escritorio
Caperucita,
totalmente desconcertada, se encontró sola, parada a la izquierda del salón,
junto a la puerta.
-
¡NO!- exclamó la
joven de la capa roja- Yo no he sido nombrada.
-
Tienes razón- le
dijo Cenicienta- ¿Cuál es tu nombre?- preguntó mientras, con la mirada,
repasaba la lista una y otra vez.
-
¿Mi nombre?-
preguntó Caperucita cruzando los brazos.
-
Sí, todos aquí
tenemos un nombre si no, ¿cómo hemos de llamarte?
-
Yo... soy
Caperucita Roja.
-
Claro, pero ese
no es un nombre, es sólo una prenda de vestir. Blanca, Rapuzel, Bella, Aurora,
Gepeto. Esos sí son nombres. No puedes estar aquí, si no podemos llamarte de
algún modo.
Caperucita
irrumpió en llanto y salió corriendo del lugar. Doce años había esperado ese
momento. Doce años, para ser humillada delante de todos. Al llegar a lo de su
abuelita, ésta la esperaba con un delicioso pastel de fresas y chocolate. De
inmediato, la anciana notó la tristeza en el rostro de su nieta.
-
¿Qué ha pasado,
Caperucita? Hoy es 17 de octubre, tu cumpleaños, ¿por qué no estás feliz?
-
Porque yo no
tengo un nombre- pronunció casi en susurros con la cabeza gacha.
Luego
de pensar un par de minutos, la abuela respondió:
-
Es verdad, no
recuerdo tu nombre. Siempre te llamamos Caperucita. Pero llorar no es el modo
de solucionarlo. Si quieres cambiar las cosas, debes hacer algo al respecto-
Como palabras mágicas, una luz chispeante iluminó los ojos de la niña.
Caperucita
buscó unas cuántas cartulinas, reglas, tijeras, lápices de colores y pasó toda
la noche preprando unos panfletos y comiendo el delicioso pastel de
cumpleaños. Había comprendido: ya era el
momento de modificar el rumbo de la historia. Nunca más sería echada de un
lugar, nunca más huiría de miedo y, lo más importante, ella misma se buscaría
su propio nombre.
Cuando
los primeros rayos del sol iluminaron al Valle, todos los habitantes
amanecieron con una una nota escrita en letras rojas pegada a sus puertas:
“Hoy, 17:30hs, están todos invitados a
participar de la primera reunion del MRPC, Movimiento Revolucionario
de Personajes de Cuentos.
Temario a desarrollar:
ñ Primer punto, expulsión del Lobo Feroz fuera
del Valle. Por un hogar sin miedos;
ñ Segundo punto, dar a conocer el nombre de Caperucita Roja”
Feliz
por lo que se avecinaba, Caperucita
tenía una cosa más que hacer: atrapar al Lobo Feroz. Sólo pensar en el
terrible animal hacía que un escalofrío recorriera su cuerpo. Ya no había tiempo para arrepentirse.
Decidida,
Caperucita se sumergió en el tupido bosque de hojas verdes y plantas salvajes y
comenzó la búsqueda. Llegó hasta el final de los caminos, recorrió los lagos,
trepó los árboles más cercanos al cielo, subió a la torre más alta.
Al Lobo
se lo había tragado la tierra.
Pero, ¿qué
haría entonces? Caperucita lo sabía: el éxito del primer encuentro del MRPC
dependía de su capacidad de atrapar al lobo. Sin eso, estaba perdida y el
intento por ponerse un nombre reconocido por todo el Valle sería en vano. Nunca
más las tomarían en serio.
Justo
en el momento de mayor desesperación, Caperucita recordó que, todos los jueves,
cuando ella se dirigía a la casa de su abuelita, el Lobo intentaba meterse en la casa para disfrazarse
de la anciana. El Lobo pretendía- de una vez y para siempre- comerse a la niña.
Corrió
como nunca antes lo había hecho. Casi sin aire y con un zapato menos, llegó a
la puerta de la casa. La anciana no estaba y el lobo aún no había llegado.
Caperucita se escondió en el ropero y esperó agazapada la llegada del terrible animal. Después de un
largo rato, ahí estaba: la niña podía sentir sus pasos, su olor, sus latidos
profundos y su nariz al olfatear todo al su alrededor. Su corazón latía casi
tan fuerte como el del animal.
Cuando
el lobo abrió el ropero para buscar la ropa de la abuelita, Caperucita saltó
encima de él tan rápido como pudo y, con un enorme palo, le dio un tremendo
golpe en el hocico con todas sus
fuerzas. Una vez que el Lobo yació en el
suelo indefenso, lo ató con unas cuantas
sogas que encontró en la casa y llamó a los siete enanitos para sacarlo del
lugar.
17:30hs. Damos por comenzada la reunión.
Todos
los ciudadanos del Valle aguardaban expectantes: ¿Finalmente alguien había
enfrentado al lobo? Cenicienta, escéptica ante la posibilidad de que una niña
terminara con la tortura y el temor que siempre los había acechado, dijo con
los brazos cruzados:
-
No entiendo qué
hacemos aquí. Nadie ha podido jamás atrapar al Lobo. Yo tengo que manejar una
empresa y todos deberían estar cumpliendo con sus labores…
Antes
de que la engreída Cenicienta finalizara, Pinocho gritó, mientras señalaba un
costado del camino de naranjos:
-
¡Ahí vienen y
traen al Lobo!- En realidad, el niño había mentido una vez más, Caperucita y
los Siete Enanitos, con el Lobo atado, venían por el camino contrario.
Bocas
abiertas en los rostros de los habitantes del Valle. Caperucita atravesó el
camino con pasos firmes y cabeza en alto, mientras los Siete enanitos
arrastraban al animal por la tierra.
-
Como les he
prometido, comienza la primera asamblea abierta y popular del MRPC: Movimiento
Revolucionario de Personajes de Cuentos.
Esas
palabras pronunciadas por la niña de capa roja hicieron que la asamblea
estallara en un ferviente aplauso. Cuando todos se calmaron, Gepeto pasó a leer
el temario del día.
-
Primer Punto: desterrar al Lobo Feroz.
Se abrió la lista de oradores:
-
Hay que
encerrarlo en una torre- Dijo Rapunzel.
-
Tenemos que
dormirlo para siempre- Gritó Blanca Nieves
-
Exigimos que
reconstruya nuestros hogares- opinaron los Tres chanchitos
-
Hay que matarlo-
exclamó la drástica Cenicienta.
Tras
discutir y deliberar cuál era el mejor
destino para el Lobo, se decidió pasar a la votación. Había llegado el momento
tan esperado.
-
Todavía no pueden
votar. No sin antes escucharme- una voz suave y aflautada en la asamblea…Era el
Lobo.
-
¿Por qué debemos
escucharte?- Dijo Caperucita, apuntando al animal con el mismo palo de madera
con el que lo había golpeado.
-
Esto no puede ser, no es una democracia si no
me dan antes el derecho a defenderme- reclamó el animal sujetado de pies y
manos.
Gepeto, como uno de los miembros más antiguos
del Valle, consideró que el feroz Lobo
tenía razón. Todos respetaban al viejo carpintero.
-
No perdemos nada,
de todas maneras, ¿qué puede decir para justificar tantos años de terror?-
Luego de someter nuevamente a votación, se decidió otorgarle al animal el
derecho a defenderse.
-
¿Qué tienes para
decir?- Gritó Caperucita enojada por la decisión de la mayoría.
-
Alguna vez, ¿me
he comido a alguien de ustedes?- preguntó el Lobo mirando a los ojos a los
miembros del Valle.
Un
silencio ensordecedor se apoderó de la asamblea.
-
Siempre he
querido acercarme, pero huyen de mí. Por ejemplo, intenté socializar con los tres chanchitos y
sólo conseguí que se encerraran en una jaula de cemento- El lobo se dirigió a
cada uno de los miembros del Valle para explicar el porqué de sus acciones,
mientras sus grandes ojos se humedecían.
-
¡No, no!- Gritó
Caperucita cada vez más enojada
-
No podemos
dejarnos convencer por el Lobo, no olvidemos que es feroz; si no lo es, ¿cómo
se explicar que todos los jueves se esconda en la casa de mi abuelita para
comerme?-
Tras
una larga pausa, el Lobo contestó:
-
Es verdad,
Caperucita, hubo un tiempo en que fui muy malo. Pero ya no soy así. De pequeño
me enseñaron a andar solo y a asustar a quien estuviera cerca…. Pero hace mucho
tiempo he dejado de ser el Lobo Feroz. Todos los jueves voy a lo de tu abuelita
porque sé que ella no estará en la casa….- El animal rompió en llanto.
-
No vas a
convencerme con esas lágrimas. ¡No le crean!- Exclamó Caperucita con el rostro
del color de su capa
Con la
voz aun más fina que antes, con frases entrecortadas, el Lobo confesó:
-
Voy a la casa de
la abuelita … para usar su ropa. Es la única vestimenta de mujer en el Valle que
me entra: sus zapatos me calzan perfecto y sus vestidos son de mi talla. ¡Soy
gay!- Gritó con tanta fuerza que incluso hasta en otros cuentos pudieron oirlo.
El
pobre animal ocultó por largos años quién era realmente. Lo habían educado para
ser rudo y masculino, pero en verdad era vegetariano y tenía su propia huerta
en medio del bosque.
Caperucita
se acercó hasta el animal que no paraba de llorar, lo miró por unos instantes
y soltó las cuerdas que lo amarraban:
-
Lobo, no somos
tan distintos.
Miró
por primera vez en forma diferente al, entonces, indefenso animal en suelo.. El Lobo había ocultado por años
quién era y Caperucita aún no sabía mucho sobre ella. Estaba creciendo y
no decidía qué estilo musical prefería
escuchar, cuál era su actividad favorita o si le gustaba el color rosado mucho
más que el rojo.
Mientras algunos miembros del
Valle no salían de su asombro, como un efecto contagioso, algunos personajes
comenzaron a gritar sus confesiones:
-
¡Cenicienta no me
paga las horas extras ni las vacaciones, es una explotadora!- Gritó la Bella
Durmiente, que se dormía en todos lados por las 14 horas diarias que Cenicienta
la hacía trabajar para su empresa de
limpieza.
-
Pinocho...,
¡Pinocho es un malcriado que miente todo el tiempo!- Exclamó el papá del niño
cansado de tantos engaños.
-
Nosotros nos
fuimos a vivir juntos, pero no a causa del lobo... nos extrañábamos demasiado
al vivir tan lejos- Dijo el menor de los chanchitos.
-
¡Las fresas
exóticas de mis tartas son en realidad frutillas salvajes!- Gritó la abuelita
de Caperucita, mientras lloraba avergonzada.
Todos
en el Valle recordarían por siempre aquella tarde. El Lobo nunca más fue
llamado feroz y nadie en aquel lejano lugar volvió a ocultarse de él.
Caperucita decidió tomarse el resto de ese año para descubrir quién era
realmente y, en su cumpleaños número 13, decidió que su nombre sería Victoria.
Fue así como los tres: Victoria, la abuelita y el Lobo se mudaron juntos a una cabaña.
El animal tenía una huerta en donde se cultivaban las mejores fresas del Valle,
la anciana las utilizaba para realizar
unas tartas deliciosas. La ya adolescente Victoria fundó su propio Taller de
Escritura donde todos, sin distinción, podían ir para compartir y escribir las
nuevas historias y cuentos de hadas.
Desde
aquella primera Asamblea del MRCP, los 17 de Octubre en el Valle, se cuelgan
banderas con los colores del arco iris en todas las ventanas y todos los personajes se visten con
capas rojas para festejar el día en que nadie queda sin su nombre.