jueves, 8 de noviembre de 2012

Nuevo cuento de Alicia Lapidus, noviembre 2012



PERFUME DE MAÑANA

                Ledesma camina todos los días por las mismas calles. Anteojos de carey gruesos, indisolubles de su cara,  y el cabello oscuro,  apenas pintado de canas. Desde hace 27 años que, una jornada tras otra, sale de su casa de una planta, agrietada por el tiempo, y camina  dos cuadras hacia Cabildo. En la avenida, toma el eterno 60 para bajarse en Avenida de Mayo.
                Siempre sale temprano, busca encontrar  un asiento vacío. Viaja semidormido, recorre veredas, plazas y vidrieras que nunca cambian. Ese rato es su espacio propio, el de sus pensamientos,  rodeado de hombres y mujeres que no se ven entre sí.
                Esta mañana de mayo, Ledesma está con los ojos cerrados, sentado casi al fondo del colectivo. Va pensando en el permiso que debe pedir para salir antes de la oficina y llevar a su madre al médico. Pobre vieja, si tuviera al menos otro hijo para cuidarla.
                Como un impacto, como una explosión, como si el 60 se hubiera estrellado, así le llega. El asiento de al lado se estremece con la vibración. Cuando Ledesma inspira preparando un bufido, lo golpea un perfume delicado, fino. Un perfume sencillo, honesto. La protesta se paraliza en su nariz. No quiere moverse, no quiere perder con la mirada este placer repentino.
                La curiosidad siempre gana estas partidas. Y  esta vez también.
                Castaña, pelo corto, menuda, gordita, de alrededor de veinte años. La dueña del perfume mastica chicle, mientras abre su boca descaradamente.  Un rap desde su celular su celular eleva el volumen hasta Ledesma.  
                Ella lo ignora 
                Él la observa con curiosidad y admiración.
                Ledesma mira el reloj. Son las siete y cuarenta. Mira por la ventanilla. Sabe que ella subió al colectivo en Federico Lacroze. Calcula: fueron unos diez minutos después de él.
                La muchacha del perfume se baja en Las Heras y Junín. El viaje pierde sentido de nuevo. Él cierra los ojos. Hace desaparecer al mundo.
               
                Al día siguiente, Ledesma se despierta a las seis.
                Se baña y afeita como todos los días..
                 Se pone un traje.
                No cualquier traje, sino el de las fiestas, el de "vestir".
                Se perfuma, no mucho. No quiere perderse el de ella.
                Toma el 60 a las siete y diez. Sabe que es temprano, no le importa. Siente la emoción de un aventurero.
                Se baja en Federico Lacroze.
                Se queda parado en la vereda. Mira por primera vez esa esquina, no la ha observado en 27 años de trayecto.
                A las ocho la vida empezó a despertar. Chicos, tarde al colegio, arrastrados por sus madres gritonas. Oficinistas de corbata suben al colectivo con caras, ahí va mi propio rostro, se dice Ledesma.. Paseadores de perros arrastran más animales que los posibles.
                Bocinas, frenadas, ruidos.
                Ocho y diez, el perfume ausente. Los ojos de Ledesma se abren ante el mundo,e sa extraña aparición.  El sol ya pega por detrás de los edificios  en un resplandor que lo hace parpadear.
                Él, inmóvil, deja pasar un colectivo tras otro.
                Ocho y cuarenta. Ledesma mira por última vez su reloj. No está triste. Debería estar desilusionado, pero no. Un extraña y nueva alegría le calienta el pecho.
                Cruza la avenida y toma el 60 de vuelta a su casa. Va mirando por la ventanilla. Esta vez, el camino es otro.

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