viernes, 25 de abril de 2014

Hielo y marea, primer texto en el blog de Marcela Castro Dassen, abril de 2014

Hielo y marea


La vida
 en un cubo de hielo
 salís a caminar y se termina, te traga la marea, la tierra te devora, el cubo se vuelve concéntrico, ya no es uno sólo, es más de uno, se consumen juntos, sin sentido, dentro de una copa
 para contener, que no contiene, asfixia.


               Una espuma, una ola, una v corta.
Alguien bebe de la copa, quedan las manchas pajarileso sin pretender volar, pájaro que bebe de la misma copa cada vez más vacía.
 Manchas informes en torno al pájaro,
             pico indemne,


La vida escurre. Hielo devorado.

jueves, 24 de abril de 2014

La letra ésa, por Isabel D´Amico, abril de 2014

La letra esa

Se soñó en el jardín. Escribía en un librito con hojas verdes. Verde claro. Escribía muy bien para estar en sala naranja. Y lo hacía sin faltas de ortografía, con palabras complicadas, muy retorcidas.
¿Era su letra? ¿Quién era la madre de esa letra?
Tanto a la "e" como a la "a ", ella las hacía gordas. En cambio las del librito se confundían con otras. La "e" era una boca, una boca vertical de labios finos y apretados. Las "o", ojos de mirada oscura.
Al escribir, ella no dejaba tantos espacios en blanco, es decir, en verde. Había tantos espacios verdes.
Ella no acentuaba con rojo, siempre dudaba con los acentos. Cuando era chica jugaba a acentuar diferente a todas las palabras que se le cruzaban por la cabeza. Algunas sonaban tan hermosas. Como "Ábrazame". No era una orden, sino una súplica. Rara vez ella acentuaba.
No. No es su letra. Pero el número 3 la ha vuelto a confundir.
Las letras del librito de hojas verdes se reclinan, se acuestan se duermen. Cuando se duermen, deja los espacios verdes. Cuánto duermen. Su letra es más erguida, no se entrega a la cómoda cama del renglón.Ella odia el renglón, prefiere a las palabras flotantes. Odia el renglón, como odia el colchón.
Número 5. Número 7. Con el número 9 tuvo la certeza. No era igual.
Si no tiene dibujos no es de ella. Los rulos de la "j", por ejemplo, le encanta cómo le salían y se ve claro en "déjame", esa jota no usa rulos. Ni tampoco la "h" que por ser muda, la adornaba como a una princesa, siempre y cuando estuviera al principio de la oración.
Muda como la "h", silenciosa como la "h", en los espacios verdes para que las letras duerman sin ruido, sin hacer ruido.
Se le aclaró todo con los números. En la última página del librito estaba escrito el número veinte. Ese era su tiempo vivido.
Ella se soñó en el jardín. Escribía en un librito con hojas verdes todo lo que no dijo, pero la letra no era la suya. Supo entonces cómo es la letra madre.

Isabel D'Amico

miércoles, 23 de abril de 2014

Por una cabeza, un cuento de Pablo Cecchi, abril de 2014

Por una cabeza


     En la escuelita de Evita (Escuela Eva Perón Nro. 5321. Lomas de Zamora), de chico, no me dejaban tranquilo. Condenada mi nuca a las miradas frías y eléctricas de mis queridos compañeritos de clase, alternadas con sus burlas e insultos astronáuticos hacia lo más profundo de mi ser. Me cantaban "Cabezón, cabezón, con cabeza de melón, si te duele la cabeza, no nos llames por Geniol", cómo sufría, por Dios. Los profesores no hacían nada por detener a esta mini barra brava. Yo ni me inmutaba ante la burla de estos energúmenos, los odiaba en secreto y ellos mismos desconocían el profundo dolor que me infringían, pero jamás respondía cosa alguna. Entonces seguían suponiendo que no me afectaban en lo más mínimo, aunque algo detectaban. El hombre posee sentidos que desconoce.
     Con mi querida amiga Martha, compañerita de clase y de banco, llamábamos a estas gentes en secreto: "las fuerzas imperiales", sin que ellos, nuestros rivales, se enterasen, claro.
    
     Acaeció una vez, que, en la clase de Dibujo, Dardo Olivares, el líder delas fuerzas del Imperio, cansado que sus embestidas, como las de sus secuaces contra mi persona no surtieran el efecto esperado, se sentó justo frente a mí. En las clases de Dibujo la ubicación geográfica de mesas y sillas cambiaba drásticamente, sin mantener el orden común en el que se encontraban en clases diarias, como ser Matemáticas o Ciencias Sociales. Entonces el pibito agarró una hoja nro.6 y se puso a trazar, dibujar, colorear con marcadores, lápices, lapiceras, biromes, fibrones.     
     Azules, naranjas, verdes, negros, amarillos, fucsias. No paraba más. De vez en cuando, me miraba con una mueca horrenda y burlona. Pues, evidente: me estaba dibujando.

     Eran las 4 de la tarde, faltaba un ratito para que nos fuéramos del tan amado lugar. Tanto mi corazón, como el de Martha saboreaban ese gusto a la libertad, aquel momento celestial en que sonaba el timbre final de la jornada y laprofenos decía sonriente, un tanto directa: "Bueno, chicos, taza, taza, cada uno a su casa".

     Terminado su dibujito, mi archirrival se me acercó por la retaguardia, lenta pero pesadamente y me estampó una bruta palmada, a mano abierta, sobre mi omoplato derecho. El tipo me lo destrozó. Vale la pena mencionar que el guachito, con tan sólo 9 años daba la impresión de ser un adolescente ya entrado en años, por su corpulencia gorilezca. El golpe fue tan pero tan poderoso, que por poco no me caigo unos metros hacia delante, sobre el grupo delas nenas top. Entonces me di vuelta, preso de un terror muy profundo y lo vi a Olivares sonreír malicioso y grotesco, mientras sujetaba la hoja con su dibujo terminado y me decía "Tomá, Cabeza de rodilla, mi obra de arte, para vos". ¿Por qué? Su gesto, su presencia deleznable, los años de compartir el mismo curso con este sujeto, y ese remate de burla, tan pero tan horrible. Entonces sí, vino lo peor, tomé la hoja Canson con robótica velocidad y, absorto, me sumergí en la totalidad de ese mamarracho : varias figuras ornamentaban toda la extensión de la hoja. Horribles personitas, provistas con cabezas de exageradas dimensiones y cuerpos minúsculos. Cada una portaba un rótulo sobre su figura, el más grande de estos personajes llevaba escrito la palabra Papá, a su derecha, una mujer, también muy cabezona, con el cartelito de Mamá. No se salvaba uno, seguían los hermanos, tíos, abuelos. Finalmente, como cereza del postre, el más chico de todos, rodeado en un círculo negro, bien pero bien groso. Sobre su figura se leía: "El Cabezón", en clara alusión a mi persona. Debajo y a la derecha, la firma: Dardo Olivares. No te das una idea la bronca que se encendió en mi persona, el mismísimo demonio me poseyó en aquel momento, la energía de un gigante de plomo de un segundo a otro colmó mis venas. Y al cielo grité: ¡Pedazo de gato, ahora que sos historia! Acto seguido, lo sujeté firme con ambos brazos de su delantal, y, con un esfuerzo sobrehumano, lo tiré sobre la gran mesada, donde todos los alumnos poníamos nuestros útiles y mochilas. Te soy sincero, fue tal la fuerza con que lo arrojé a este enfermito, que se llevó puestos todos los objetos en su dirección de vuelo. Un segundo después caía de cabeza sobre el piso de cemento rugoso y con la boca bien abierta, rompiéndose así las paletotas contra el sopi. La sangre vino a borbotones y el llanto del "Patrón del mal" fue impostergable.
 
     Los pibes no respondieron ante la caída de suquía. Desde ese día, todo el mundo enla escuelita de Evitalo comenzó a ignorar. Pasó a ser un personaje nefasto, ermitaño, aunque mucho más especial de lo que era, porque entonces, esa situación particular lo había vestido de una humanidad nunca antes conocida por su persona. No lo temían ni las moscas, pero se lo observaba mucho más. Se lo comenzó a considerar en otros aspectos. Se volvió un buen pibe y nunca más cambió. Prestaba libros, hojas, dejó de fumar, jamás se le escuchó un insulto más de su boca. Un pan de Dios.

     Ahora sí, el último timbre sonó, entonces la ansiedad incontrolable, animalesca, en la que todos nos arrancábamos los guardapolvos grises (justamente hacían honor a su nombre, guardaban el polvo de la tierra, volviéndose de ese color) y los lanzábamos al horizonte, a ningún punto en especial. Hacia la libertad. Cada día era el último día de clases, esa era la realidad para mí. Y todo terminaba en un hermoso picadito. Casi siempre con "los del C", con quienes mantenía una relación mucho más sana y donde me aceptaban como parte de esa manada. Nunca jugué tan bien como aquel partido de abril, aunque promediando la hora de juego, un zurdazo del Gordo Chascovsky (que nunca sabremos a ciencia cierta si fue un remate, o bien un despeje) tomó una altura considerable y fue a caer justo en la terraza de la tienda de Jorge Garki. Yo me ofrecí como buen caballero que era a ir a buscarla, lo que olvidé en ese momento, tal vez poseído por algún personaje indescifrable y grotesco, es que Jorge Garki fue quien le enseñó a D.O. (de ahí en más a Dardo Olivares se lo llamó así, con sus iniciales, dándole un carácter de que murió para el resto, luego de mi certero ataque) a mofarse de mí. Acaeció una vez que nos encontrábamos en su local los dos, en los primeros años de cursada. Y este Jorge lo agarraba del hombro a Olivares y, señalándome, le decía al oído, un tanto alto, cosa de que yo escuchase bien clarito:No ves la cabeza que tiene este hijo de puta. Él era el culpable después de todo. Pobre Dardito. Un simple títere. Me acordaba de todo esto al tiempo que avanzaba mecánicamente hacia el negocio.

     Golpeé
dos o tres veces con la mano, el local se encontraba cerrado. Luego de unos minutos bancándome puteadas de mis compañeros de juego:

     -¿Quién es?

     No me atreví a responder nada.
     Alguien se asomó por la ventanita de la puerta.
    
     -Ah, sos vos, cabeza de pija. Así me llamaba el muy educado, ese ser intocable y respetado en toda la sociedad de Belgrano R. Siempre me catalogaba de esa manera cruel cuando estaba solo o con su querido cuñado, "El Darta" (un borracho de pacotilla, que le festejaba como un autómata imbécil toda su burrada de chistes). Pues era un secreto que me llamara así, nadie debía enterarse. Cada vez que lo veía, me decía que no me enojara de sus chistecitos, que me cargaba por mi bien, para que pasara un buen rato, para que creciera. Esto me lo reiteraba un sinfín de veces. Que argumento carente de sentido, ¿no? En los últimos tiempos intentaba no hacerlo, pero tarde o temprano, caía bajo sus garras. Como cuando mi querida madre (que en paz descanse) me mandaba a comprar cosas para la escuelita. Pero este tipo se suponía que él pasaba un buen rato a costa mía. ¿Cómo es eso? ¡La verdad no entiendo nada!

     -Vení, pasá, marmota, pedazo de puto. Dale, cabezón. ¿Vos querés que te cague bien a trompadas? Pasá de una vez.

     En la tienda se vendían artículos de librería, indispensables para los alumnos de primaria y secundaria de los alrededores. Ah, no solo se burlaba de los más pequeños, también era muy común su avanzada hacia las colegialas de 13 años para arriba, piropeándolas de arriba a abajo, mientras se encontraran más solas, más les avanzaba. Todo se sabía, las señoras del barrio no decían ni mu, muy extraño, ahí habíagato encerrado.
      Jorge ordenaba prolijamente sus artículos, como verdaderos trofeos. Y uno, al comprarle algo, si era observador, leía sus gestos de dolor, un tanto disimulados, al desprenderse de algún objeto. Era un local amplio , algo antiguo, con claras reminiscencias, de que mucho tiempo atrás, allí, había una vieja casa bien victoriana, aunque mucho más pequeña de lo habitual.
     Jorge, se decía en el barrio, era un hombre muy educado, amable con quien se presentase en su local, no había forma de que no te caiga bien. Era un tipo muy respetado y respetable por donde se lo mirara. Mucha gente se hizo amiga de él, la familia Ordoñez solía invitarlo a sus asados domingueros y cumpleaños. Javier, el hijo de Luis Amadeo, el verdulero de Figueroa, lo invitó a 3 recitales de rock: al Estadio Único de Lomas, la noche en que se reencontraron Frau Alfios, el líder de "los Cachivaches" con su guitarrista, Ricardo "El socio" Giraldin. Estuvieron en el Estadio de los Orangé, donde tocó "La Bersuit" conOs Chimangos, un grupo brasilero de soporte, del cual se sospechó mucho tiempo que participaba en rituales macumberos; y en el Teatro Libertino de la Calle Narroad, durante el Festipank, el anteaño pasado, si mal no recuerdo. Gran espectáculo.

     -¡Diantre!, ¡el timbre otra vez! Ese debe ser el "Darta", aguantá acá, cabeza de zapallo, no toques nada.

     Mi ruta del miedo no había llegado a su fin, sentía la desesperación de mis compañeritos de picado, plasmada en sus gritos. ¡Dale, sandía! ¡La pelota, hermano, qué te pensás!

     Como en una pesadilla sin final, me sumergí más profundo y me fui a "mis 20". No quise recordar más mi pobre infancia. Tiempos dorados, la primera vez que vi a Rosa, cuando noté su parecido con mi tía Estefanía, los gestos, esa sonrisa tan hermosa, la manera de mirar tan penetrante. Rosa en sí, era alguien adorable, y en quien uno podía confiar, sin importar de lo que se tratara.    Guardaba todo tipo de secretos. Su palabra para era santa, me transmitía mucha seguridad y nos respetábamos mucho. No, mucho no. ¡Muchísimo! Pasaron los años, 10 años de novio llevábamos. Y pasó lo que pasó. Mi mujer... (Enmudezco repentinamente, preso de un cierto espanto)... se transformó en unbicho. Fue cuando comenzaron las visitas de sus queriditas amigas, hace aproximados 2 años, ahora no paso los domingos por casa, porque muy bien que esas arpías venenosas están rondando por ahí. Al principio, todo bien, nos cagábamos de risa, la pasábamos bomba-bomba, mate, galletas, contaban de sus cosas, su vida, novios, pero lo más bien, yo participaba mucho, me sentía parte, ¿me entendés? Un poco de la realidad también comentábamos, para no andar desactualizados, ¿viste? Pero un día, a una de ellas, de nombre Margarita, que venía de una gran decepción amorosa, se le dio por llamarmePenacho, a causa de mis pelos súper exóticos. Rosa reía sin tapujos. Intenté superarlo. Pero cada vez que se acercaba esta mujer a casa, yo me encontraba a la defensiva y, tarde o temprano, me convertía en su plato predilecto.
     Meses más tarde, entre ella y Beatriz, otra maleducada amiga de Rosa, decidieron que yo era como un pajarito, que no decía ni pío. Me burlaban a un volumen un tanto alto y me daban miedo, no sabía como hacer. Hasta que un buen día vino lo peor de todo, a mi sutil Rosa se le dio por llamarme "Putita". No dejaba de hacerlo. Siempre que pasaba por el sector de la cháchara, ella a los gritosAhí va la trola, chicas, jajaja, yo agachaba la cabeza, hacía que no me jodía, igual que en la escuelita, entonces dejé de ir a casa cuando estaban estas imbéciles de cuarta. Y un buen día no me aparecí más. Mi ex-mujer se dio cuenta una semana más tarde, fijate como le importaba.

     Pasaron los años, me voy a mis 40, laburo en la Secretaría de Cultura de la Nación, un puesto importante, algo así como lo soñado, muy bien pago. Hace años que nadie emitía una burla hacia mi persona, hasta que, ¡zás!, la vi a Nadia, una compañera, la chica más linda y buena onda que uno pudiera haber imaginado. La vi de reojo, me señalaba, hacía gestos con ambos brazos, como diciéndome que tenía una enorme cabeza, mientras daba saltos pausados, se reía de forma alevosa e incitaba a sus compañeros, con mucha saña y maldad, que obviamente se enganchaban en la tremenda burla.
     Entonces ese detalle, ¿cómo dejarlo pasar?, no era ninguna boludez. Y pensar que la hacía a mi lado a la flaca. Pero a fin de cuentas, es una enviada más del imperio, como mis compañeros de aula. No la voy a respetar nunca más en toda mi vida, y hasta el fin de los días me dará nada más que lástima. Pobre. Fui con ella un señorito con todas las letras, esto tenía que tener un final. La halagué de mil maneras, me daba las gracias, siempre, súper correcta, la soñé, pensé que era especial te soy franco, pero me equivoqué, y es una puta barata más del montón. Los humanos cometemos errores. La encaré unos días más tarde:

     -Esta vez me di cuenta, te estabas riendo de mí, Nadia, con tus compañeritos de Departamento, hija de mil puta. No te lo voy a perdonar nunca, pero nunca. Qué pena que me das, ahora vas a ver. Le dije, o más bien, le grité.

     Me
fui muy rápido de allí, mientras, en mi cabeza sonaban palabras y sensaciones como "venganza", "asesinar", "miedo", "cuestión saldada", "¿cómo pude ser tan iluso?", todo era una terrible confusión a decir verdad. Pasaron unos días y me decidí por renunciar.

     Y aquí me encuentro, en familia. Como siempre nos reunimos los domingos en Casa de mi tío Alfaro a festejar lo que sea. Cuando llegan los invitados mi felicidad va in crescendo. Siempre pasa lo mismo, ni bien nos ponemos a comer cuando pincho el primer bocado, es ahí que Alfaro, Marcos o quien mierda sea, me manda una mirada fulminante, de búho, bien eléctrica y me pregunta:

     -¿Y las minas, cabeza de maceta? ¿Qué onda? ¿Cuando la' ponemo' eh?

     Dios parece no haberme dado el don necesario para responder este tipo de preguntas, así que me cansé de que se mofen de mi persona, me fui rápido a casa sin avisar, mi excusa era el baño. Llegué en menos de lo que canta un gallo, agarré la escopeta de mi tío Leonardo y me disparé en la sien. Por fin, se apagó el dolor.