viernes, 11 de abril de 2014

El vestido de la abuela, un cuento de Gabriela Ramos, abril de 2014

El vestido de la abuela
La espina del pescado quedó atravesada en la garganta de Marisa, comió pan para no atragantarse. Tenía puesto un jean que le apretaba mucho. Una blusa pegada al cuerpo. Todo le apretaba. Cuando terminó la cena en la cocina amarilla, limpió todo y fue a cambiarse, necesitaba ponerse un vestido holgado y tirarse en la cama de su cuarto a ver televisión, una chiquitita que se había traído de su casa de Adrogué.
Abrió el armario y encontró un vestido holgadísimo para ella, era muy flaca. Pero ese vestido había sido de su abuela. Era un vestido muy colorido y tenía muchas historias de la familia. Cuando una tía suya se lo había puesto, enamoró a su marido. La abuela también se había casado por el vestido. La prima de Marisa también había conocido a un novio gracias al vestido colorido.
Era un vestido que no cambiaba de moda a pesar de tener más de 50 años. Se lo probó y se miró frente al espejo: giró, hizo un guiño y se sonrió. Pensó que debía conseguir un pretendiente. Esto no era fácil, ella prefería acostarse, tumbarse en la cama y ver su serie preferida, aunque tenía que ponerla en mute, por la patrona.
Un día decidió salir con el vestido puesto: lo cargó de adornos, lentejuelas, broches y se llenó de collares, pulseras y aros. También se puso mucho perfume, el bueno.
 Entonces salió con unos tacos aguja y salió por las calles en conquista. Por la calle recibió elogios pero también críticas fuertes: ¡Ridícula! -le gritaban.
A lo lejos  vio que se reunía mucha gente, vestida de fiesta. Caminó con dificultad, entró y se dirigió a la barra y pidió una copa de vino en tanto ojeaba y hacía guiños a cuanto hombre se le cruzara. Fue cuando pidió la segunda copa, que una mujer de vestido rojo se le acercó. Le ofreció una copa especial de la casa, la pagó y le pidió que lo tomara de un trago, junto con ella. Brindaron, se sonrieron y tomaron de un golpe todo el licor. La mujer se presentó:
-Soy Florencia. Florencia Vásquez.
                Era una mujer de piel mate, de mirada oscura y ojos azules. Tenía puesto un pantalón de charol brillante, una blusa azul eléctrico y un collar de perlas rosas. Su boca pintada de un rosa claro. Su cabello era oscuro, algo azulado.
-Yo me llamo Marisa. Marisa López. –dijo para no quedarse atrás. Le tembló un poco la mano derecha.
-¿A qué te dedicás? –Preguntó Florencia con unos ojos sonrientes y pícaros.
-Soy mucama. Bueno, por ahora. Estoy estudiando cine. Quiero ser crítica de cine. –Lo dijo con un poco de tristeza en los ojos, desesperanzada.
-Mirá vos. Tenemos coincidencias: soy artista plástica. Digo, estamos en el arte las dos. –Contrastó con altanería Florencia.
-Sí, bueno, yo recién empiezo la carrera y sólo puedo cursar una materia por año. El trabajo me lleva mucho tiempo. Mi patrona me tiene doce horas trabajando y estoy cama adentro.
Marisa acarició el volado del vestido con encaje, lo arrugó un poco, estaba nerviosa. Bajó la mirada como si esperara un reproche. Florencia encargó dos copas más. El mozo parecía ser una sombra que se movía como cucaracha, experto cucaracha concentrado en ir de una botella a otra, de copa a copa, de barra en barra. Florencia se acomodó en la banqueta y se dirigió a Marisa:
-¡Qué llamativo! No parecés empleada doméstica, vos tenés clase, sos atractiva, ¡Mirá tu vestido! ¡Es un lujo!
Marisa se paró y corrigió el vestido. El vestido estaba húmedo y hundido entre las piernas de ella. Acomodó su postura y clavó en el piso los tacos aguja:
-Bueno, era de mi abuela. Este vestido es muy especial. Es como un “atrapa novios”
Florencia se irritó un poco, una empleada doméstica con un vestido tan fino…
-¿Y, funciona?
Marisa se sonrió un poco dubitativa, con miedo de que la historia del vestido no fuera tomada con entusiasmo. Entones formuló una respuesta creíble.  Puso una cara seria:
- A toda mi familia le funcionó. A mí, por ahora no. Por eso me lo puse, porque quiero encontrar un novio esta noche. Casarme y de una vez conseguir otro trabajo que tenga que ver con lo que estudio. En una revista o en un diario, no sé todavía.
Una ráfaga entró por el patio y el vestido hizo una danza mágica: los volados flotaron en la densidad del aire, como una flor con aroma a canela en la tibieza de la noche. Marisa interrumpió el vuelo, se sonrojó. Florencia se detuvo en la danza y una idea cayó en su boca, su astucia aumentaba:
- Yo escribo en una revista, podrías pasarme tus datos y yo te podría presentar con el director. Es una revista poco conocida, pero muy buena. Escribe gente que tiene toda una carrera en crítica de arte.
Marisa comenzaba a sentirse rara, como desinteresada hizo un esfuerzo:
-¿En serio? ¿Puedo darte mis datos?
Florencia sin desprenderse de su ansiedad por llevar puesto ese vuelo en su cuerpo:
-Sí, pero con la condición de que tomemos unos tres tragos más. Si no te embriagás y te mantenés en pie a pesar de tanto alcohol, tomo tus datos y los llevo al director.
Marisa y Florencia pidieron la tercera copa. El mozo cucaracha resbaló las copas por la mesada, Florencia tomó una copa y se la ofreció a Marisa. Brindaron y el vestido brilló esmeralda en la noche. A la segunda copa, azul; a la tercera rojo:
-Imposible. Te emborrachaste. No ganaste. Ahora no sólo no vas a poder trabajar en la revista, sino que vas a tener que darme tu vestido.
Marisa se sorprendió. Ni siquiera le había importado tanto la apuesta, sólo quería conseguir un novio, no entendía por qué lo había hecho. Con tristeza:
 -No puedo darte mi vestido. Es el vestido cazanovios.
Florencia aguzó la vista. Tomó a Marisa por la mano y le dijo con compasión:
-Pero si nadie te miró en toda la noche y parecés una alcohólica.
Marisa se sobresaltó, retiró su mano de un saque:
-No, en serio, el vestido no, es herencia familiar.
Tomó su bolso, saludó a Florencia, le agradeció los tragos y le pidió perdón por no haber ganado la propuesta. Se despidieron con sonrisas chuecas por el alcohol y miradas amenazantes.
Eran las cuatro de la mañana y Marisa caminó por el puerto, trastabillaba. El vestido se había ensuciado y ella empezó a contar las flores luego de sentarse en un banco. Las enumeró con nombres:
-Quiquita, vos sos la imprudente; Cachi, vos sos el desconsuelo; Pedrita, vos sos la saca sueños; y vos, Violetita, la que me va a hacer crítica de cine, una en serio, que se lo gane de verdad, no por regalar el vestido.
Siguió: Quiquita, Cachi, Pedrita y la famosa: Violetita. Una y otra vez. Pero se largó a llover y las flores se empaparon y sucedió algo extraño: las flores empezaron a hablarle a Marisa. Quiquita, en sus pétalos azules, ya polen:
-Debemos quedarnos bajo la lluvia hasta que amanezca, a las seis de la mañana va a llegar el galán que siempre esperaste: te va a invitar un café que te saque la borrachera y te pedirá matrimonio. Se casarán bajo la lluvia y deberán nadar en el río, como luna de miel.
-Quiquita, no seas tan imprudente, puedo enfermarme y además tal vez él nunca llegue.
Luego habló Cachi, segura:
-Vos nunca vas a conseguir nada en la vida, ni novio, ni vas a ser crítica ni vas a dejar de trabajar de limpieza nunca en tu vida. Tus doce horas de trabajo serán para siempre, tus ratos libres serán para cocinar, dormir y llorar.
Pedrita no dijo nada, porque siempre Cachi hablaba tanto que no le dejaba tema ni ganas de hablar, pero Violetita le dijo:
-Vos tenés que estudiar, no tenés que buscar novio. Tenés que estudiar, trabajar. El novio, me encargo yo. Vos vas a ser una gran crítica de arte.
Entonces todas las flores se secaron y sus colores brillantes se deslucieron y las pestañas de Marisa como espuma de mar se llenaron de lágrimas  y se cerraron como una ola.
El novio no llegó. Pero Marisa dejó de llorar: se bailó y bailó bajo la lluvia.

Y el vestido desprendió sus flores, en satélites diminutos alrededor de Marisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario