miércoles, 16 de abril de 2014

Una lectura de poética: sobre textos de Beatriz Vignoli, "El mal lector o el vicio de la pereza", por Mariano Botto, abril 2014


Poética de Vignoli
El mal lector o el vicio de la pereza

Me reconozco como un mal lector de poesía.  Un tipo que aborda los poemas de manera veloz,  sujeto a las metáforas novedosas, al sentido, a la amabilidad del ritmo y a la tonta esperanza del remate. Nada de todo esto sería despreciable en cualquier poema, aunque sí pobre. Sucede que Beatriz Vignoli no escribe para lectores como yo. En sus poemas hay mucho con poco,  el universo en cada grano de arena.
Luego de varios recorridos, enfurecido por caer de boca, pasada la invitación amable de los primeros versos, empecé a comprender la dimensión de los poemas. Muy tentado estoy de decir: hay mucho en lo que no está escrito, pero jamás lo haría frente a una que hoja blanca y no tiene más que versos encolumnados. (Me guardo mis obviedades).
Los primeros versos son bellos, amables: “El horno de leña y de ladrillos, cóncavo disco de hierro donde se asa la carne” (Eclipse) o “Te has sentado en la esquina, donde alguien puso mesas, sillas de plástico” (Surf); me ayudan a relajarme y recuesto sobre el respaldo de mi silla y leo el poema mientras pongo azúcar en la taza de café.  La segunda parte, cuando creía que el tono sería amable y podría leerlos de corrido como a un poema romántico, la escritura se atraviesa con toda su  profundidad. ¡Qué engaño! Quiso meterme de narices en el mundo, sin restricciones y con facilidad, para que atendiera a su poética que aparece a pura potencia. “Cree la madre que el nombre vendrá como la lluvia, la muerte, la sangre” (Luisa) o “Mirá, papá, no existo” (París, Texas) “En todos estos años no pronunciaste unas sola palabra” (Eclipse).
¿Qué pasó? ¿De qué dolor, de qué soledad, locura o muerte me habla detrás de ese mundo tan apacible, cotidiano y simple?
Ahora, la escritura se mueve a sus anchas en el terreno existencial.  Una gradación de sentido, de paso, cargada de mundo, personajes y acciones sencillas.
Y tiene algo más. No le bastó con engañarme, con que  iba a poder tomar mi café mientras disfrutaba de sus bellas imágenes. Tampoco le bastó que mi café se enfriara por el paso tan natural de imágenes mundanas hacia pensamientos existenciales y abstractos. Ahora para burlarse de mí y decirme que soy un lector vanidoso y atolondrado, cierra los poemas con imágenes estelares y así universaliza  temas que comenzaron tan individuales: “parece rebanado de un eclipse total” (Eclipse), “Vas fuera del mundo como un ángel” (Surf) “Como una estrella que está fuera del espacio” (París, Texas)
Todo está escrito, hasta lo que parece que no. Si hubiese sido música diría: el sentido se encuentra en los silencios. Pero, en este caso, el sentido está a cuesta de cada verso en particular tanto como en la estela de sus lecturas.


Anochece, me levanto para encender la luz del cuarto y salir de la penumbra. Desde mi ventana observo algunas personas  pasar por la calle bajo la débil resistencia de la tarde. La luna ya estaba afirmada en el celeste. El café helado no tiene remedio es un pequeño estanque muerto. Y yo entre medio del universo, de las personas de la calle, observo desde mi ventana y soy, en este instante, la poética de Vignoli: la soledad muda y sin nombre (Luisa), la soledad del hombre que no pronuncia palabra (Eclipse), el  ángel o  asesino que mira a la gente desde su soledad (Surf). Soy “Augusta” tras el blíndex a la espera de mi paraíso, un farol que no alumbra nada (cool ligth), un padre que ve a su hijo detrás del vidrio (París Texas).  Soy la soledad repleta de cosas bajo estas estrellas. 
 
 Poemas de Beatriz Vignoli trabajados en clase

LUISA

Tarde el nombre; no llega.
En las horas vendrá.
En las cucharas.
En la madre, en lo hija de su madre,
se le demora todavía la palabra.

Cree la madre que el nombre vendrá
como la lluvia, la muerte, la sangre.
Pero el nombre no viene.
El nombre no nace.
Vivita y sin nombre ella está ahí,
aún desanudada del lenguaje.

Piensa la hija: -No te escribiré.
Seré yo el pecho mudo, el pecho frío;
seré el pecho glacial.



ECLIPSE

En el horno de leña y de ladrillos
el cóncavo disco de hierro donde se asa
la carne y los panes se tuestan
parece, en su trípode, una de aquellas cosas
antiguas frente a las que tanto
te gustaba fumar.

Tu amigo me cuenta: vas a las cuatro plazas
por una vereda, por la otra
vereda vas volviendo como el loco a su casa.
Tu amigo me cuenta: en todos estos años
no pronunciaste más una palabra.

Cruza las piernas: noto que sus botas
son del mismo estilo que ya era viejo entonces.
La lleva, sin embargo, con gracia
pero su silencio es un reproche.

Oscuro contra el fuego, el perfil del disco
parece rebanado de un eclipse total.



SURF

Te has sentado en la esquina
donde alguien puso mesas,
sillas de plástico.

Necesitabas ver toda esta luz.
Hubieras sido un pintor impresionista
de nacer en otro siglo, en otra clase.

Te gusta mirar a los skaters,
esos surfistas de tierra que pasan con luz verde
y logran que parezca un océano el asfalto.

Estás solo. Desde que viniste de allá, andás solo.
Vas por fuera del mundo como un ángel,
vos, que mataste.



AUGUSTA

Redonda estaba ella en su cuna blanca,
una luna apagada, toda olvido;
seres habían amado ese equilibrio
que ahora su muerte brindaba.
Como si forrados en blindex estuvieran
atardeceres, ellos esperaban
lo suyo: el paraíso.
Que le tocó primero por una lotería
de voluntad de Dios y malapraxis;
fue su martirio una prolijidad
y un alimento. Bienaventurada
en su final sin principio.



VITRAUX

Resplandece el azul en su contorno oscuro:
el ramaje invernal del fresno abraza
los últimos cristales.



COOL LIGHT

Un farol redondo de luz fría
se ilumina a sí mismo;
no alumbra nada fuera de su esfera.

Ha quedado vacía
la noche alrededor.






DICIEMBRE 31, 2001

Y la vida era esto:

salir a la vereda el treinta y uno
a las doce, ver cómo un vecino
enciende una bengala.

El brazo en alto, inmerso en la luz ígnea.
Un silencio rosado y expectante,
un fuego inmóvil el mundo.

¿Celebra? ¿Pide ayuda? Nada pasa.
Nada llega. Todo al final se apaga.
Pero aquel brazo en alto, aquella duda.

Aquella intensidad.






PARÍS, TEXAS

El padre mira
su reflejo en el vidrio:
toda la luz que cae
fuera de su sombra
no es su imagen,
no es su hijo,
no es la sombra del pelo de su hijo
que está detrás del vidrio
jugando a que no existe:
–Mirá, papá,
no existo! y si viajara
más rápido que la velocidad de la luz
tu mirada no me alcanzaría nunca
y yo sería
entonces
como una estrella que está fuera del espacio
–dice
el hijo–
como una estrella que está fuera del espacio.


LA CANCIÓN DE FRANZ BIBERKOPF

Mi alegría de amar es mi miedo a matar;
no es soledad, es vértigo.

Crucificado en la verdad por mi palabra
de varón alemán, todo he perdido
menos saber. ¡Ay, qué lejos estoy
de mi alegría!

Una mentira, pronto, que me salve:
palabras como cuchillos que se van
por donde no debieran, date así
a mi mordisco, manzana del Edén,

Berlín;
ámame, mundo.



DUNCAN

¡Amable público! Yo tampoco dormía.
Yo miraba la faz sin rostro de la muerte
en los ojos del varón que más amé.
Él me mataba: hacía de mí, del rey,
budín de carne, merca de peniques.
Lesas humanidad e investidura,
chancho en el matadero,
me fui bajo el cuchillo indiferente.
Desee Zeus que nunca se vaya de mi sangre
su nombre; ni mi sangre de sus manos.
Vengada qude, si no su traición
al menos esta vergüenza.




LA GUERRA DE LOS TONTOS

Dinamitamos antes de cruzarlo
el puente, el bello puente
que habíamos construido.

El puente sobre el río del olvido era.

Ahora, moriremos olvidados.
Muramos ya, y de esto.



MENAGERIE
                                                                                               Tigre, tigre
                                                                                             William Blake
                                                                                           
                                                                                               Escolopendra, escolopendra
                                                                                               Aimé Cesaire

                                                                                               Iguana, iguana
                                                                                               Arnaldo Calveyra
¿Por qué, colegas míos
me ofendéis?
Ved: el tigre de Blake
no va y destroza al cisne de Darío,
lo cual, de suceder
al gato de Baudelaire le importaría
un bledo y la mitad.
Ni las escolopendras de Césaire
lo sacan de su tedio.
Y eso que bien podría, el tigre de Blake
demandar a la iguana de Calveyra
por propalar sus ecos; sin embargo
coexisten.
Y el gato, el bello gato
hubiera luchado en Cheshire, embistiendo
las diabólicas fintas
de una sonrisa por demás de inverosímil
y sin embargo se quedó en su casa
en París
en vez de polemizar con el mono de Darwin
sobre la contradicción entre progreso
y decadencia: silencio —ese sí—
lamentable.



LA CAÍDA

Si te dicen que caí
es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.
Soy, del ángulo recto
solamente los lados.
Ignoro el arte monumental del sesgo,
esa torsión ornamental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Ese rizo del mártir que, ascendiendo
se sale de la víctima
y su propio tormento sobrevuela
no es mi especialidad. Yo, cuando caigo,
caigo.
No hay parábola
ni aire, ni fuerza de sustentación.
Un resbalón: espero. Al suelo llego
por la ruta más breve.
Un alud, una piedra,
una viga a la que han dinamitado.
No hay astucias del cuerpo en mi descenso.
Se sobrevive: el fondo
del abismo es más blando
para quien no vuela, sólo cae.
Si te dicen que caí,
no vengas
a enseñarme aerodinámica revisionista.
No me cuentes de los que cayeron venciendo.
No vengas a decirme
que no crees que haya sido un accidente.
En lo único que creo es en el accidente.
Lo único que sabe hacer el universo
es derrumbarse sin ningún motivo,
es desmoronarse porque sí.





 

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