lunes, 29 de octubre de 2012

Nuevo texto de Gabriela Ramos, octubre de 2012


Ominoso
            Viajaba en subte, la línea “b”: la comisura de su boca (sus manos aferradas al vaivén del sostén, sus pequeños ojos negros, sus pestañas afiladas y brillantes). Me tomó por sorpresa un hombre poco común, muy poco común, pensé. Tal virtud era imposible olvidar. Temblaban los asientos: Se denomina tren o ferrocarril a una serie de vagones o coches conectados a una locomotora, que generalmente circulan sobre carriles de riel permanentes para el transporte de mercancías o pasajeros de un lugar a otro. No obstante, también existen trenes de carretera. El ferrocarril puede ir por rieles (trenes convencionales) u otras vías destinadas y diseñadas para la levitación magnética. Pueden tener una o varias locomotoras, pudiendo estar acopladas en cabeza o en configuración push pull (una en cabeza y otra en cola) y vagones; o ser automotores, en cuyo caso los vagones (todos o algunos o solo uno) son autopropulsados. Varía entonces la manera de propulsión de los trenes, principalmente, según su utilización. Busqué la información automáticamente y sin meditarlo en la wikipedia. Ese hombre había sido traído por ángeles de túneles cilíndricos, atrapado por un tonto destino confuso, llevado a mis brazos, a los oscuros secretos tejidos en un sueño poco común: él.
            Salí a la calle,  rocé mis labios con mis manos y me pareció verlo. Lo vi. Nos miramos a los ojos, pero nos desencontramos en el empujón que me dio una mujer de unos ochenta años, quien pasó violentamente taconeando con sus zapatos blancos de charol. Me volví hacia atrás y él ya no estaba. Me pregunté si hubiera mirado su boca, si hubiera… Cada vez que lo viera, serían otras las sensatas sensaciones que tendría. Insistí y cambié mi rumbo. En el quiosco compré cigarrillos y dudé: ¿sería del barrio? No podía olvidar los instantes vívidos en nuestros encuentros fugaces, pero no por eso nimios. Abrí el paquete y encendí un cigarrillo. Alguien, tarde, me  ofreció fuego. Le agradecí y nos sonreímos: lo reconocí. Era él. La comisura de sus labios, esa exacta y precisa mueca. Se fue como un fantasma, se perdió en las calles, se esfumó, lo raptaron, tomó un taxi, tomó la línea de colectivo que lo llevaría a su casa. Me sentí ansiosa. Era él. Aquél que deambulaba en el manicomio de las calles cuadradas, con inmensos cuadrantes y ángulos y aristas imperfectas. No lo pensé: me dirigí al subte, tomé la línea”b” y decidí ir en dirección a Dorrego. En el tren resonaba en mí la definición de wikipedia: Se demonina… y algo ominoso parecía flotar en la atmósfera. Perdí las esperanzas. Un pantalón verde viejo, se habían abierto las puertas bruscamente, el pie avanzaba, habría deaparecido su talón. Me insultaron por empujar apresurada y nerviosa. La puerta cerraba. Sentí terror. Giré mi cabeza y ahí estaba: no me vio, lo reconocí. La boca era congruente con la de él. Cuando me acerqué, intenté disimular. Miré de reojo y me sonrió. Tal vez quien había bajado del tren era un doble. Tal vez todos eran dobles. Pero este era él. ÉL. Sin embargo, me quedé helada: a su lado había dos nenes y un bebé sobre el regazo de una mujer. Y él les sonreía. Su mano tomaba la de la mujer. Todo terminó ahí. Debía volver por la otra dirección. Debía descender del tren. Ya nada tenía sentido, la soledad me conmovía a tal punto que seguí inmutable hasta el fin del viaje. No sé si él bajó antes, no sé si la mujer se esfumó para siempre.
El camino de vuelta fue en soledad, casi no había pasajeros. Quería llorar. Lloré. Creo que lo ominoso tenía que ver con la levitación magnética. No sé qué significa.
Tonto destino.

Nuevo poema de Pablo Cecchi, octubre de 2012


VERSIONES


adheridas          al árbol
        chicharran
La corteza        como  a contra pared
Mañanas          repetidas          en el conurbano
            Se añora la calma de otros días
- Al vacío, solo así se cura el malestar
- Al vacío, solo así se cura el malestar.


Versiones,        especies con disimulo
            Nos quieren tentar                    a una nueva aparición
Que      nos salvará      del laberinto
-Rompamos con todo y fijemos la brillante idea así no se nos escapa
-Rompamos con todo  y fijemos la brillante idea así no se nos escapa.


Fibras por el piso, sin saber
            me marcho,                  ya termino esta función
    Algo aletargada llega la visita que fundará
                         a la famosa y dorada
-Pero queda en el olvido, sigamos contra lo nuevo.
-Pero queda en el olvido, sigamos contra lo nuevo.


Hay hambre                 
 No podemos   no debemos      permanecer quietos
                         de nuestras manos, todos juntos,

    la piel estalla. Y no llega tu mano sanadora,

                            Te extraño

-Dejemos el romanticismo, no estamos para chucherías
-Dejemos el romanticismo ,  no estamos para chucherías

            

Nuevo- bellísimo texto de Mario Ricca, octubre de 2012


La Pasión según Osuna


I.

Lo miro desde la entrada de terapia intermedia, la mano apoyada sobre los azulejos blancos. Necesito un momento para tomar coraje: hay una especie de energía inefable en el ambiente. La puerta entornada deja expuesta una cama ortopédica y el cuerpo inerte de un hombre, allí acostado. Hace pocas horas, Juan Osuna dejó en un quirófano del Hospital Fernández  medio hemisferio cerebral y la tapa de sus sesos.
(Conocí a Juan años atrás, frente a la guardia del hospital Pirovano. Sobre la vereda de Monroe, otros sin techo como él y cartoneros, que esperaban la hora del tren blanco, se juntaban  para matar el hambre. Un grupo de gente menos herida por la crisis traía la comida, preparada con buena voluntad y donaciones.)
Esta madrugada lo trajeron de urgencia desde el barrio de Belgrano, después de la noche más negra de su vida. Fue atacado mientras dormía sobre las balaustradas de un templo cristiano de la calle Sucre, su ascético refugio lumpen. Un enemigo en sombras (uno de tantos) le partió la frente con un hierro, dejándole un coágulo grande como una ciruela. Fue hallado a primera hora del día, en su lecho de mármol y sangre. Imagino constelaciones en explosión dentro de la cabeza de Juan, mucho más brillantes que las luces verdes y azules de ambulancias y patrulleros.

II.  

Busco en mi memoria otras ocasiones en que la cercanía de un lugar me haya afectado de manera semejante. Hay más de un recuerdo de la milicia: me veo vestido de combate, cuerpo a tierra sobre baldosas rotas, tragando angustia mientras apunto una ametralladora hacia la puerta de una casa, en la esperanza de que nunca llegue la orden de disparar. Otra vez, la puerta se parecía más al portal del Edén: éramos varios soldados reservistas en la puerta de un cabarute, perdido en la desolación patagónica. Buscábamos alguna suavidad para aliviar las asperezas de la vida entre sones de guerra, en la frontera. Recuperada mi condición humana, me encontré una tarde frente al portón de  una mansión decadente, casi desisto de golpear el llamdor de bronce:  yo estaba advertido,  ¡los excéntricos dueños tenían un tigre de Bengala por mascota! Pero más fuerte (más entrañable) es el recuerdo de una madrugada fría, frente a la basílica de Luján. Estoy a punto de cruzar la gran puerta, culminación de un día y una noche de caminata junto a una muchedumbre exhausta. Todos nos debatimos entre la piedad y las ganas de echarnos a dormir en la casa de la Madre del Cielo.
Sí, esa fuerza que emana de un Juan en el filo de la navaja, de su silencio y quietud poderosos, me enciende una emoción parecida al miedo (¡me eriza la piel!); pero se asemeja más a la fragilidad, al anonadamiento frente a lo sagrado que los místicos llamaron “santo temor de Dios”.

III.

       “Ecce homo”
 Las palabras se me aparecen como el nombre propio del dolor, al mirar a Osuna desde la puerta. -“¡He aquí al hombre!”- proclamó Pilatos, mientras  exhibía ante el gentío de Jerusalén  a un Jesús despojado de aspecto humano, a fuerza de tormentos. Y viene un salmo de David:
“Soy burla de todos mis enemigos, para mis amigos motivo de espanto; los que me ven por la calle huyen de mí. Como un muerto, he caído en el olvido, me he convertido en cosa inútil”.
Nunca quiso ser profeta Juan osuna. No creo que alguna vez se le haya cruzado la idea, ni ahora que casi no tiene cabeza, ni antes de verse sumergido en el mar rojo o antes aun de la noche del exterminador. Pero sujeto como está, de muñecas y tobillos, con tiras de gasa a los cuatro parantes de la cama; yacente y desnudo en su silencio de piedra;  así, dopado, tan débil por la batalla con la hermana muerte, el aguerrido negro ya no puede oponerse. Y profetiza con el silencio.
- ¡Juan, Juan Osuna!
-...
-Hola Juan. No sé si podés escucharme. -...-Sólo me dejan darte agua.
(Aplico un algodón empapado sobre la boca de pescado de Juan, sobre los labios resecos, cuarteados).
-mmmm-mm…
A pesar de sí mismo, el infame hace que me sienta como ante un tabernáculo: tengo el impulso de arrodillarme, de adorar al cordero que aún palpita en su carne. Él me obliga a volver sobre mí, a estar alerta: me llama desde lo profundo, desde lo inefable en mí. Y debo empeñarme en abrir mis puertas, rasgar el velo, cortar (como un cirujano) hasta dejar expuesta la visión de (¡santas paradojas!) lo sagrado invisible, la escucha del oráculo sin palabras.

IV.

El Arca de la Alianza fue un objeto singular: diseñada por el mismo Dios Altísimo, mandada construir por Moisés, tenía por función guardar las Tablas de la Ley. Tuvo, sin embargo, otros usos eminentes: conquistar la Tierra Prometida, abrir las aguas del Jordán, presidir el derrumbe de Jericó y promocionar los reinados de David y Salomón. Pero cuatro mil quinientos años de avatares ( incluída la caída de Jerusalén),  desvencijaron el Arca del éxodo, la multiplicaron en una diáspora de incontables variantes.
Nunca quiso ser rey Juan Osuna (y, aunque ahora lo quisiera, con la cabeza alargada y blanda como un melón podrido, no le cabría una corona). Y, sin embargo, entre las leyendas que hoy ubican el Arca en Zimbabwe, u oculta en Jordania, o en una iglesia de Etiopía, existen múltiples versiones inadvertidas del Arca. Son útiles allí donde haya algo sagrado que preservar, alguna realeza subrepticia que dignificar, según el carpintero de Nazareth:
“Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí.
Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.”
En la versión de arca de Juan Osuna, se reemplazó la madera de acacia negra, recubierta de oro,  por caños y flejes, algo despintados; la escudilla que contenía el maná del desierto fue cambiada por una bandeja descartable con medio kilo de gelatina de frambuesa; en lugar de la vara florecida de Aarón, hay una varilla con manchas de óxido y ganchos de los que cuelgan sendas bolsas de suero y sangre; lo santo no está, ahora, en el sancta sanctorum del templo de Jerusalén; espera, dormido y sin velo, en una sala desnuda y vieja de hospital público. En cuanto a los querubines que custodiaban el cofre legendario, ya no existen y no hay nada que pudiera corresponderles; la única cosa asociable con seres alados es el nido de vello púbico del paciente, del que asoma un pico que, o por presunto origen amorreo o por alguna marca de sangre en la ingle o por mera distracción de la Ley, se salvó del bisturí.
Dicho de otro modo, Juan: si no podés hacerte de un reino por falta de linaje, ¿por qué no intentarlo por izquierda? Está el caso del ladrón que crucificaron a la derecha de Cristo. En el último minuto de su vida, le dice al compañero de suplicio:
-“Acordate de mí cuando llegues a tu Reino”
-“Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”- fue la respuesta.
Menudo ladrón Dimas, que se robó el Cielo.


V.

Y, al tercer día, resucitó. O casi: para resucitar hay que morirse del todo; y de Juan sólo murió un pedazo de cabeza, con la parte de memoria, vida, odios, ansias allí guardados. El resto de Juan se agarra a este mundo, después del descenso a los infiernos. Habrá que bancarse que siga la pasión, ofrecer el sacrificio sin altar, pasada la Pascua.
Nunca quiso ser sacerdote Juan Osuna. Nunca lo afligió no pertenecer a la familia de Leví, ni siquiera a la de Judá. De religión, ni hablar, pudo decirme alguna vez. Y con el cura Mengano está todo mal, me dijo otras veces.
-¡Dale! ¡Aprovechá ahora!- me dice Juan sin mirarme, sin hablar, tieso como las tablas de Moisés -Dale, que yo ya estoy jugado, estoy para el sacrificio. Aprovechame, gil, traeme todo, abrí todo, las puertas los placares los postigos. Traé todo lo que pesa, lo que duele, lo que nunca mostraste por vergüenza, aquel yugo que cargás desde siempre. Total, ¿a mí qué me hace?, ¡mirá cómo estoy! Traeme tus pecados, el recuerdo de aquella mina que me contaste, que al final no te quiso, los años que perdiste, el amor que escondiste, esa herida que cicatrizó sin curar, vamos, no te guardes nada, hasta el menor resentimiento. Dame todo y lo quemamos, es ahora. Ya estoy ardiendo, pero no me duele, esto es como la zarza del Sinaí: se quema sin consumirse. ¿Qué estás mirando? No hace falta que te saques los zapatos, vos sabés que yo, de santo, nada.-
Seguro, Juan. Sin embargo, la cruz te la estás bancando. Vos no tenés por qué saber quién es Theilard de Chardin. Pero un rezo suyo podría ser la música de tu silencio:
“Señor, no tengo ni pan, ni vino. Pero sobre el altar de la tierra entera, te ofrezco la pena y el trabajo del mundo.”

VI. Con la salida de la primera estrella, termina el horario de visitas. Y no me echan: sirvo para acompañar al paciente en la cena de los ácimos. No ha probado bocado, no tiene hambre. Para colmo, Juan se ha convertido al Islam: usa turbante de vendas.
-¿Y gelatina, Juan?
Subo al séptimo piso, están cerrando la cocina, se apiadan de nosotros.
-¡A cenar, Juancito! Mirá qué fresca está.
-Ayudame, che, siento la cabeza como una mochila. Y los brazos…-balbucea Juan.
-A ver, abrí la boca. Ahí va. ¿Está buena?
-Mm-mmm, mshí.
-¡Quién diría, Osuna…! ¿Te acordás de los fideos con bolognesa, en la puerta del Pirovano?
-No me hagás acordar, que me duele… Yo fui muy bueno para lo malo. Ya sabés las que me tuve que comer, de chiquito. Algo te conté, de mi tío. Así me pintó la vocación… robé a mano armada, vendí merca; bueno…,también fui plomero y pintor.
Una noche vos dijiste que, al final, yo era un buen tipo.
-Vos no tenés idea- te dije -Yo estuve en Caseros, le hundí una faca a más de uno.
Quien ahora me susurra en el corazón es, creo, el vidente del Apocalipsis:
“Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Por eso, te aconsejo: ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete! Cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para revestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez.”
Pobre, ciego, sordo, creí que las palabras eran para Osuna; pero no, el vidente me hablaba a mí, como Juan me habla con su silencio. Él me lleva ventaja: ya ha pasado por el fuego, la vergonzosa desnudez es mía.
-Pero yo, a ustedes, todos los miércoles en el Pirovano, los ayudaba.  No me ponía en la fila con los muertos de hambre, yo servía el guiso de onda, con los voluntarios. Después, siempre volvíamos a pie, por Superí.
Y, entre girones de recuerdos y tragos de gelatina, otra vez el Ángel de Laodicea:
“Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos.”

Juan profeta,
sacerdote,
rey.

         -¡Hola, buenas noches! ¿Cómo está el paciente? En un rato vengo para los controles, ¿sí?
           Juan intenta un vistazo imposible hacia el pasillo, donde se aleja la enfermera turno noche, con su ambo blanquísimo, ceñido a la cintura.
         -¡Chisssssssst, chiiissss-ssstttt!

Juan sobreviviente,
im-paciente,
reo.

Mariotyto 2012









viernes, 26 de octubre de 2012

Nuevo poema de Josefina Bravo


SUBE Y BAJA DE ATARDECER

¿Un baile con ansias de beso?
¿La voz arrebatada en un cuento?
¿El último destello de luz
de una vela ya extinta?

¿El chillido de cadenas
en el vaivén de la hamaca,
las manos ásperas,
la respiración que sube
y baja?

¿Un atardecer amarillo o anaranjado?
¿Los pies en la arena?
¿El beso de rocío
en el jardín de los grillos?
           
¿Un paseo en La Laguna Don Tomás,
el viento seco en la cara,
los pies descalzos al muelle?

¿Qué es ?
           
En la madera húmeda,
castigada de agua y viento,
mis manos frías,
buscándote.

Primeros textos de Rubén Diodato, octubre 2012


Un Hijo

La inocencia lo irrita
                            El juego siempre tiene dueño
                                 El dueño nunca quiere ser empleado
                                                   El empleado nunca quiere jugar
El juego no quiere ser idea
                   La idea busca su  absoluto
                         no entiende al niño
                                            (que soy y que fui)


Hoy,
el que fui  llora
                               el que soy  sonríe
                                             el que fui busca
                                                        el que soy juega
                           Los dos, tan juntos,  se desconocen
                                                 Y en la grieta
                                              la palabra del que fui 
                                                                 encuentra
                                                                                     al que soy





Nuevo texto de Diego Soria


LUZ DE MAURO

Luz de Mauro
    al dibujarnos
          la noche del sueño
 el abrazo intermitente,
   Quema,
        apaga;
quema
               apaga
Fugaz como llegó



Con alas de guitarra
         mil demoniso por sonrisa
 prometeo en alegróa
    Picaro
         Irreverente,
              Pentatónico,
                         Blues .
          

Acaricia su luz al hombro,
                         A media barba,
 Enciende el cigarrillo su comisura,
Alienta,
        entre el cansancio
         y el sudor.
¡Dale, bobeta!

El silencio  alcanzó tu luz.
Fue fatal,
al final del compás
Sordo,
   Impensado,
     La luz fue mueca mueca,
       llanto,
Hasta luego.

Va la luz
Va calle
        abajo,
             lenta,
                       tambaleante,
                                      luz lívida
             eco de blues en nuestro pecho,
 candil diminuto,
                 contra la bóveda nocturna.

¿Que te has Ido?
Mentira, Mauro,
                Intermitente
En el des-
               dibujo
¡Mentira, bobeta!





miércoles, 24 de octubre de 2012

Nuevo texto de caro Diéguez, octubre 2012



DEMONIO AL PIE DE LA CAMA

Recuerdo la mesa servida: enorme, impecable y vacía, la sopa burbujeante y el olor dulzón de la calabaza entre los huesos de la cocina. Después, el plato roto en el suelo y un as de corazones a contracara.
                La casa tenía una sola ventana, casi siempre cerrada. Un pasillo desierto comunicaba con las habitaciones (y un silencio de luna las habitaba).
                Detrás de cada cerrojo, una batata maltrecha me vigilaba sin prisa y sin pausa.
(alguien me preguntó –alguna vez–  si era feliz. Definitivamente, no)
                De aquella época, recuerdo también dos demonios en disputa al borde de mi cama. Eran mi no-me-olvides de todas las noches y de cada mañana. Más de una vez pensé que estaban  adentro. Pero un día sentí la nausea, tiré la ropa, la cebolla y las batatas. Me rasguñé los brazos y las piernas hasta los huesos. Después, me dormí acurrucada.
                Al día siguiente rompí la balanza. Corrí a la cocina y abrí la ventana: el horizonte se ensanchaba sobre mí. Hay un punto donde solo queda empezar de nuevo. 

viernes, 19 de octubre de 2012

Nuevos poemas de Josefina Bravo, octubre 2012


I.
Hay días
de voz amontonada:
montaña
blanca
en letras
derrama
tu avalancha.

Y, en la blanca caída,
                                    aturde.


II.
Hay días
de cerrarte la boca
coser con hilo rojo
y adentro
las palabras.
En mar de saliva,
silencia.


miércoles, 17 de octubre de 2012

Nuevo texto de Daniel Milanesi, octubre de 2012




                     Remolinos urbanos    


          Bajo el puente se arremolinan los sueños y los dolores del día. Uno tras otro van llegando los carritos llenos y la manos vacías.

          Así, todas las tardes – la frías y ásperas de invierno, como las
pesadas y lánguidas de verano –  se acompañan en el ritual de intercambiar saludos y cansancios. Sucios de ciudad y hambrientos de vida, comparten la nada que atesoran.

          Los más jóvenes se diferencian en el andar porque, bajo los harapos y la greñas, la edad queda disimulada. En ese lugar son mayoría. Por eso, las miradas discriminatorias o asustadas de los transeúntes, duelen menos.
                                              Se las reparten.

          Pronto preparan el brasero. Mientras buscaban qué comer y algo para vestirse, por las calles - sus almacenes y roperos - juntaron lo necesario para alimentar el fuego fraterno.

          Duermen ahí, bajo el puente, entre los sueños, los dolores y las palabras del día, tapados con lo que se salva del fuego, de los dientes y de las discusiones.
.
          Cientos de vidas pasan sobre ellos, a la velocidad de la autopista. Ese techo demasiado alto solo los protege de la plena lluvia y de la intemperie grotesca, pero ellos se consideran a resguardo.

          Cada tanto y a pedido de los vecinos que se sienten desprotegidos,  los desalojan aun más. Los sacan y cargan sus trastos en un camión; lavan la vereda, la calle y hasta pintan las columnas del puente. No se salvan del desalojo ni dolores ni sueños. Pero, antes de que se los extrañe demasiado, vuelven a arremolinarse allí, entre viejas sonrisas y nuevos achaques. Y encienden el fuego fraterno que les dará calor y tiznará las columnas recién pintadas.

          Y otra vez se reparten las tardes, las miradas, los miedos.

martes, 16 de octubre de 2012

Nuevos poemas de Pablo Cecchi, octubre de 2012






Felicidad


I

Y qué de
            no llegar a ella ni una sola vez.
Tan desenvuelta
sin miedo a nada ni a nadie,
                        entre risas se proclama,
                     altiva,
                la llevan de la mano
en los cumpleaños y festejos del Año Nuevo
               renacida entre amantes ,
                                    eterna,
              entre amigos
                                   repiquetea emocionada sinigual
y entre vos y yo la convidamos al que pasa.



Este poema
es una sensación amarillenta
con sabor a chocolate
 y qué. no sabés por qué.



II

Moviéndose a través de la primavera,
 surca,
avanza,
                                   remonta vuelo.
Engancha a varios en su caminata.
             Jadea
                             por más
                                          y más
                                                aun cuando no hay nada.
Se corona solita,
                                                  allá en lo alto.
Atreve su estado a otros seres,
                                a que continúen con ella
                                             De hermosa en el atardecer,
                                                                     su hermana, la amistad
hay que vivirla y quedarse a contemplarla,
                                                     removerla todo el día.

Nuevos poemas de Lourdes Landeira, octubre 2012


Cada hilo de luz
                     pudo ser lazo

 de algún rayo
                             puente
otro, solo trueno,
                                                 nubes

Cada mañana  pudo una promesa

 y muchas tardes
                        -por mil noches-          
                                                 entresueños.

Este mediodía de plena niebla
   ofrece
el lazo
            aprieta






Conozco a un niño de rodillas sucias

Sé de su bicicleta
de                     tres
                    ruedas

calle arriba
                  silba
                                    calle abajo       
                                                      sueña
Sus dos manos firmes al manubrio

ahora se desprenden
 me saludan

yo
                                                                                                                        no le respondo

viernes, 12 de octubre de 2012

Nuevo poema de Alicia Lapidus, octubre 2012







ESCRIBIR SIN SONRISA


No me pidas que escriba, 
            que sueñe
                   en la sonrisa, 
                   en  la batalla en mis ojos. 

No me pidas que escriba,
               ni que sueñe 
                      con caminos
                      de adioses cercanos.

No me pidas que sonría
              estrujada de ausencia
              estremecida de olvido.

Te escribo, no me pidas.

jueves, 11 de octubre de 2012

Nuevo texto de Daniel Milanesi, octubre de2012




                                                  La bolsa del perdedor
                                                                           

     Hasta antes del sexto round pudo mirar el andar y el culo de la mina que paseaba su estampa y los cartelitos por el cuadrilátero. Después se puso fulero. Cuando terminó esa vuelta lo estaban esperando con el botiquín entero. Recibió dos zurdazos de demolición que hicieron estragos en su ojo derecho y el labio superior. Igual, en un parpadeo, entre los dedos del asistente que le secaba la sangre, vislumbró algo- de lo que contenía con mucho esfuerzo- el shorcito azul. La campana anunció el séptimo y apenas la escuchó. El sonido de trenes y grillos a coro estaba en su cabeza desde hacía unos cuantos minutos. Un empujón de su segundo y la furia del público se lo confirmaron: tenía que pelear una vuelta más.

     Como pudo buscó ponerse fuera del alcance de las manos del adversario, sin quedar arrinconado contra las sogas. ¡Pucha que se movía ese cabrón!. A esta altura la visión era difusa y la cabeza le pesaba como si hubiera estado llena de tuercas de acero. Él sabía, esto podía pasar, ya no tenía los años y el empuje que lo habían llevado a cosechar una pequeña fama. Pero la necesidad de unos pesos para poner el negocio que le permitiera mantener a su familia, lo hicieron aceptar el desafió. Mejor dicho “desafiar” al campeón de la categoría.

    La bolsa de dinero en juego lo salvaría si ganaba o perdía. Habían pactado 10.000 para el ganador y 3.000 para el perdedor. El promotor le aseguraba, duplicar la bolsa del perdedor, si la pelea - pactada a diez - duraba ocho rondas.      

    El hombre llegó al ring con los sueños secos. Esos que había sembrado a lo largo de los años. Porque los sueños si no se riegan, si no se los cuida, si uno no remueve la tierra de vez en cuando con el esfuerzo de otros sueños, se mueren.

    Terminó el séptimo sin aire, salpicaba sangre y sudor en cada movimiento. Su pocas fuerzas le bastaron para darse cuenta de que estaba a punto de iniciar la ronda decisiva. En ésa, cada golpe del rival y cada golpe de la vida podrían haber tenido una recompensa doble. Recibió muchas indicaciones en el rincón, pero no las podía procesar. Instintivamente miró a la tribuna, buscaba el rostro de su hija. Entonces recordó con alivio, que le había pedido que no viniera al combate.     

    Sonó, más fuerte aun, la campana. Temblando de debilidad buscó erguirse, adoptar una postura digna para un final inminente. Así pudo por un rato mantenerse a salvo. Hasta que una mano, o bien pudo ser un mazazo, le abrió una herida tremenda en la frente. Sintió doblarse sus rodillas y luego chocar su cara contra la lona. La sangre hacía charco y le pegoteaba el pelo. Una voz sin agitación, más nítida que el griterío del público, contaba:

    - Uno…, dos…, tres…- pausado.

     A su mente llegaron los momentos felices de la vida. Sus primeros triunfos en la categoría. La primera salida con su mujer. El nacimiento de la nena. Y poco más. El árbitro dejó de contar, tomó sus manos, las sopesó y le dijo algo que no entendió.

    - Siga, siga. Cuidado con las cabezas.

    Se dio cuenta, se estaba incorporando, el público gritaba con nuevos bríos. El rival era una nube oscura, fría y peligrosa que amenazaba devorarlo.    Retrocedió hasta el fin del universo. Esas cuerdas tensas y gruesas eran la frontera infranqueable. Entonces enfrentó el nubarrón; tiró un par de piñas para disiparlo. Pero un rayo que salió desde el otro lo impacto en el hígado. Y otra vez la lona, los gritos.

    - Uno, dos, tres, cuatro...

    El bailoteo de los pies del campeón  contra la lona sonó a redoblantes de murga, como aquella en la que había participado en su niñez. Todos sus afectos danzaban alrededor, con ese ritmo.

    - Siete, ocho.

    La campana fue un llamado a recreo de la escuela. Mientras lo reanimaban, una sonrisa se dibujó en la deformidad de su rostro.

Nuevo texto de Gabriela Ramos, octubre de 2012


                            NO VAYA A DECIR...

            Cuando miró al costado, el puente estaba verde.  Los trozos, cascarones de la pintura roída caían con el trance del tren. Cada paso seguro tintineaba en el farol prendido desde la noche anterior. El señor galés era realmente interesante. Paseaba con su Peugeot dorado.
             No vaya a decir MAI LORD, diga Milord.
            Pensó que en la esquina podía estar la rubia. Unos gruesos labios bermellón, una buena cintura, un buen par de tetas.
            Siempre el río se ve marrón. Como la mierda. Interior y exterior. En retrospectiva e introspectiva. Pero esos zapatos estaban viejos. En  otros tiempos la cosa era más divertida. Rubias, morochas y coloradas bien tetonas, casi siempre con una nariz descomunal o chiquita, daba igual si pecosa o no. Travestis, lesbianas, putas, monjas, renegadas, o una que viniera bien como para retomar el tema de los ideales para saltar más alto. Con eso de Milord la cosa iba, de charla en charla, de lucha en lucha. Dígase que una fantasía más, una menos, daba igual. Porque subir ese coche, echar cara al destino y hacerle frente, eso sí. Una tetona y con culo grande, o chico da igual. Lo importante es que se sepa que no mueren las ideas. Sobre todo, que el universo mental de cada uno es respetable. Como una bola de mucosa que se agita. Como la mancha voraz, o algo así. Ahora sí: que no se filtren los sueños por los cristales del retrovisor que ya se viene la rubia, el dorado (y el mar). Qué se va a hacer, está repleto de pendejas, eso con mucho respeto al fin del mundo y las tetas de la melancolía. Aunque si se termina el mundo, yo sigo tetas y universo (mental). Pero si la luna se esconde al revés…, de boluda no tenés nada. El tema con Milord es que yo tengo gran interés por las cuevas. Porque agarro una piedra, dos del mar y cruzo los universos. El que me une a mí y el otro,  que me une a mí. El tema de la sombra ya se lo explico a todas las rubias, morochas, albinas que me cruce con tetas enormes. Si son descomunales, mejor. Porque el Peugeot que tiene Milord es como el sueño dorado del universo. El dorado me hace conectar nuevamente con los ideales, la lucha. Es que la rubia parece tan rojiza al sol, aunque eso mucho no me importa, lo importante son esas mucosas rojas que le veo. Y Milord, buen tipo. Porque yo acá arranco docente y termino director. Después, en el gremio y a pensar en otra cosa. Me fascino con las voces, ¿lo femenino, dijiste? Sí, me encanta escucharlas cantar. Cuando una mina canta… La rojita, la rojiza, digo, o la dorada. Porque esa charla me dejó pensando. Milord sí que es un tipo inteligente, aunque bastante agrandado. En la travesía de los universos yo le doy una piedra dorada a la rubia tetona y a la mucosa, a la mocosa. En realidad cuando uno es un luchador y las yeguas se ponen en celo, me vuelvo loco. Eso sí, ni un paso, porque el universo tiene dos tetas, pero si yo digo tres, ella me lo cree. Todo monitoreado desde el dorado. Desde el retrovisor veo a la rubia, aunque las mocosas coloradas con esas tetas, ese PAR DE TETAS, me enloquecen, por más boca sucias que sean, porque Milord- después de la charla- se tomó toda la Glaciar y no me dejó una gota, aunque te digo, la vuelta en auto, estuvo bien el tipo.
            El tren de las siete ya viajaba por otros lugares. Vio el tintineo del farol. El río se sacudía en su espesura. Prendió un cigarrillo, se sentó en el borde del puente verde y fijó su mirada en la pared descascarada.

Nuevos textos de Josefina Bravo, octubre 2012


                        EL TIEMPO EN QUE EL AGUA TOMA COLOR A TÉ

          Jorge se se disponía a fumar un buen cigarrillo sentado en su despacho, después de una larga noche de formalidades. Como administrador de la estancia, había conversado con muchos de los comensales, bailado con algunas damas y cenado a la derecha de su patrón. Entonces, se distendía cuando Amelia entró al despacho agitada, con las mejillas rojas, el rodete desprolijo y los ojos acongojados.
-Clarita no está en la habitación.
-¿Cómo que no está? ¿Te fijaste en el baño y en la cocina?
El ama de llaves asintió. La distensión se volvió tensión en el gesto del hombre. Sin embargo, disimuló, para no alarmar a  la mujer. Le dijo que no se preocupara, la iban a encontrar. Alertá a Ramona y a todas las empleadas domésticas. Yo me ocupo de los hombres. Y voy a ir hasta lo de Martín, quizás Gastón sepa algo.
El hombre alto, elegante, que hablaba de manera tan serena, se precipitó por el pasillo una vez que el ama de llaves se alejó hacia la cocina. Ya afuera, sintió el rocío fresco de la noche y percibió la luz plateada de la luna sobre la oscuridad despejada. Pasos largos, apurados, enseguida se convirtieron en un trote jadeante y acortaron la distancia hasta la casa de Martín. Había luz. Agitado, tocó la puerta de madera y gritó para que le abrieran rápido. El dueño de casa lo hizo pasar.
-Hombre, ¿qué pasó?
-No encontramos a Clarita…
Gastón apareció por el pasillo, el pelo revuelto y los ojos pegoteados de sueño.
-¿Sabés algo de tu amiga?
El niño movió la cabeza de derecha a izquierda. Martín dijo que se encargaría de ensillar algunos caballos. Jorge iba a despertar a Mario, el jardinero y a pedirle que alertara al resto de los hombres. Quería salir cuanto antes en busca de la niña.
En la casa, Amelia hacía lo mismo con Ramona y las domésticas. Entonces, todas las mujeres de la casa, vela en mano, buscaban a Clarita en las habitaciones, placares, debajo de las camas, detrás de las puertas, debajo de las mesas, detrás de las cortinas. El ama de llaves -farol en mano- caminó hasta el establo. Martín ensillaba unos caballos con la ayuda de Gastón. Jorge terminaba de ensillar el suyo y se preparaba para salir.
- Mario, vení conmigo.
El hombre justo entraba al establo. Asintió y de inmediato subió al lomo del animal que Martín le cedía. Se escuchaban las voces de unos hombres acercarse.
-Que ellos vayan para el lado de la ruta, Mario y yo vamos hacia los límites de la estancia de los Ping. Martín y Gastón, busquen en el monte y en el molino de las cañas. Amelia, si las mujeres ya buscaron en la casa, que ahora salgan y busquen en todo el casco.
-¿Necesitan faroles?
-No, con la luz de la luna alcanza.
Serio, la cara inmutable, así salió el Señor Benger del establo. Se escuchó el galope de los caballos alejarse y entrar en la profundidad de la noche. El tractorista, un hombre moreno y petiso, se subió de un salto al caballo que le tocaba. El otro hombre, un tanto más alto y regordete, tuvo más dificultades, pero una vez arriba demostró destreza para dirigir al animal. Salieron sin decir una palabra, acataban órdenes. Segundos más tarde, Martín y Gastón, padre e hijo, abandonaron el establo a trote.
Amelia casi corrió hasta la casa. Momentos después todas las mujeres caminaban el pasto húmedo al grito de:
Claaaaraaa.
Jorge y Mario recorrieron un buen trecho. Galopaban un tanto alejados uno de otro. Los ojos atentos a los costados. Jorge, dos por tres, veía algo blanco a lo lejos y se acercaba ilusionado para comprobar que eran huesos de animales, brillaban con luz de luna. Repasaba en la cabeza cada lugar donde podría llegar a estar la pequeña. No lo decía en voz alta, pero tenía miedo. La llanura se veía gris. El viento soplaba en dirección a la casa. Peinaba hacia atrás la cabellera de los hombres. No hablaban. Jorge lanzaba algunas miradas al cielo.
-Quizás deberíamos volver, no pudo haber llegado tan lejos.
Hacía más de una hora que galopaban a la deriva. El señor Benger no quería saber nada con abandonar la búsqueda. Quedaban muchos lugares donde buscar todavía. Mario insistía, debían intentar más cerca de la casa. Además, quizás los otros ya tenían noticias. Lo mejor era regresar. Jorge estaba más terco que nunca.
De repente, a lo lejos, vieron una luz moverse en todas direcciones. Galoparon en esa dirección. Jorge tenía el pecho oprimido, la garganta anudada. Era alguien a caballo. A unos pocos metros escucharon unos silbidos. Gastón.
- ¡Llevo más de media hora buscándolos!
-¿La encontraron?
-Sí, está en la casa con Amelia.
-¿Y está bien?
-Sí, sólo había subido a la colina de los panaderos y no se dio cuenta de la hora…
Gastón dijo algo más, pero Jorge no escuchó, ya iba a todo galope hacia el casco. Sus grandes manos (transpiradas) apretaban con fuerza las riendas ásperas de cuero viejo. Los grillos de la noche gris se callaron con el golpe de los cascos en la tierra húmeda, la respiración agitada, los ruidos crujientes de la montura y las crines al pegar en el muslo del animal. Jorge pensaba en esa chiquilla desobediente y estribaba más fuerte. La habían mandado a dormir y ella, muy campante, había salido de la casa a tan altas horas de la noche. No era la primera vez que lo hacía, no, la había encontrado otras veces. Espiaba las reuniones y las fiestas desde afuera de la casa. Salía a ver la noche estrellada o a escuchar los grillos. Siempre tenía una excusa. Y podía convencer a cualquiera de que la apañara en sus ocurrencias. La estaban consintiendo mucho. Se había vuelto del colegio pupilo porque extrañaba, dormía con su tía porque tenía miedo. Tenían que ponerle límites. Ahora lo iba a escuchar, cuando llegara. Ya iba a ver esa chiquilla, preocupar así a todo el mundo, despertar a media estancia para buscarla porque se le ocurre desaparecer de un momento a otro. Nada de cabalgatas, nada de mi comida preferida, nada de quedarme un ratito más despierta, nada de puedo ir al pueblo con vos. Ya no iba a consentirla más.
Llegó al casco de la estancia, dejó su caballo a Martín en el establo y se dirigió a la casa, con pasos largos y ruidosos. Pasó por la cocina, donde Ramona tiraba hierbas secas en grandes tazas de agua caliente y balbuceaba algo que Jorge no se quedó a escuchar. El aroma suave de las hierbas lo acompañó hasta la habitación de Amelia. Una vez en la puerta, vio a Clara dormida en la almohada y oyó a su tía tararear una canción de cuna, mientras le acariciaba el pelo, desde la frente hasta la oreja.
En el tiempo en que las hierbas caen y llegan al fondo de la taza, en el tiempo en que el agua toma color a té, se desvaneció el enojo en el gesto de Jorge, cedió la presión en su pecho, los hombros bajaron y se deslizó una lágrima por su mejilla fría. Entró, silencioso, besó la frente de Clara, apoyó un momento su mano (entonces seca) en el hombro de Amelia. Se quedó unos segundos en esa posición. Sus ojos: cautivos del movimiento pausado del cuerpo de la niña al respirar. Luego, con el cuerpo exhausto y pesado, caminó lento hasta la cocina, guiado por el aroma del té.

viernes, 5 de octubre de 2012

Nuevo poema de Elena Liceaga, octubre de 2012


   AMOR FANERAL


Nuestro amor es faneral, hecho de pelos y uñas.

Se  a  l  a  r  g  a,
      se acorta
                      crispa
                                     enrula
                                                       enlacia.

Se suelta y se recoge,
pegoteado o vaporoso,
opaco o brillante.

Bucle
         Jopo
                      Flequillo
(Según la ocasión)

Nunca el mismo.
Siempre igual.

Amor de uñas suaves y gentiles.
Crece armonioso y se quiebra malhumorado.
Rasguña, rasga, rasca y acaricia…
Pincha, clava, ataca y defiende.


 Amor vampírico:

soberbia incisiva
                                 lujuria canina
                                                                  prepotencia molar.
Besa y muerde.

Corta.
Desgarra.
Tritura.

Mata, muere y renace.
                           Locura de clave lunar.