Remolinos urbanos
Bajo el puente se
arremolinan los sueños y los dolores del día. Uno tras otro van llegando los
carritos llenos y la manos vacías.
Así, todas las tardes –
la frías y ásperas de invierno, como las
pesadas y lánguidas de verano –
se acompañan en el ritual de intercambiar saludos y cansancios. Sucios
de ciudad y hambrientos de vida, comparten la nada que atesoran.
Los más jóvenes se
diferencian en el andar porque, bajo los harapos y la greñas, la edad queda disimulada.
En ese lugar son mayoría. Por eso, las miradas discriminatorias o asustadas de
los transeúntes, duelen menos.
Se las reparten.
Pronto preparan el
brasero. Mientras buscaban qué comer y algo para vestirse, por las calles - sus
almacenes y roperos - juntaron lo necesario para alimentar el fuego fraterno.
Duermen ahí, bajo el
puente, entre los sueños, los dolores y las palabras del día, tapados con lo que
se salva del fuego, de los dientes y de las discusiones.
.
Cientos de vidas pasan
sobre ellos, a la velocidad de la autopista. Ese techo demasiado alto solo los
protege de la plena lluvia y de la intemperie grotesca, pero ellos se consideran
a resguardo.
Cada tanto y a pedido de
los vecinos que se sienten desprotegidos,
los desalojan aun más. Los sacan y cargan sus trastos en un camión;
lavan la vereda, la calle y hasta pintan las columnas del puente. No se salvan
del desalojo ni dolores ni sueños. Pero, antes de que se los extrañe demasiado,
vuelven a arremolinarse allí, entre viejas sonrisas y nuevos achaques. Y
encienden el fuego fraterno que les dará calor y tiznará las columnas recién
pintadas.
Y otra vez se reparten
las tardes, las miradas, los miedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario