miércoles, 17 de octubre de 2012

Nuevo texto de Daniel Milanesi, octubre de 2012




                     Remolinos urbanos    


          Bajo el puente se arremolinan los sueños y los dolores del día. Uno tras otro van llegando los carritos llenos y la manos vacías.

          Así, todas las tardes – la frías y ásperas de invierno, como las
pesadas y lánguidas de verano –  se acompañan en el ritual de intercambiar saludos y cansancios. Sucios de ciudad y hambrientos de vida, comparten la nada que atesoran.

          Los más jóvenes se diferencian en el andar porque, bajo los harapos y la greñas, la edad queda disimulada. En ese lugar son mayoría. Por eso, las miradas discriminatorias o asustadas de los transeúntes, duelen menos.
                                              Se las reparten.

          Pronto preparan el brasero. Mientras buscaban qué comer y algo para vestirse, por las calles - sus almacenes y roperos - juntaron lo necesario para alimentar el fuego fraterno.

          Duermen ahí, bajo el puente, entre los sueños, los dolores y las palabras del día, tapados con lo que se salva del fuego, de los dientes y de las discusiones.
.
          Cientos de vidas pasan sobre ellos, a la velocidad de la autopista. Ese techo demasiado alto solo los protege de la plena lluvia y de la intemperie grotesca, pero ellos se consideran a resguardo.

          Cada tanto y a pedido de los vecinos que se sienten desprotegidos,  los desalojan aun más. Los sacan y cargan sus trastos en un camión; lavan la vereda, la calle y hasta pintan las columnas del puente. No se salvan del desalojo ni dolores ni sueños. Pero, antes de que se los extrañe demasiado, vuelven a arremolinarse allí, entre viejas sonrisas y nuevos achaques. Y encienden el fuego fraterno que les dará calor y tiznará las columnas recién pintadas.

          Y otra vez se reparten las tardes, las miradas, los miedos.

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