NO VAYA A DECIR...
Cuando
miró al costado, el puente estaba verde. Los trozos, cascarones de la
pintura roída caían con el trance del tren. Cada paso seguro tintineaba en el
farol prendido desde la noche anterior. El señor galés era realmente
interesante. Paseaba con su Peugeot dorado.
No vaya a decir MAI LORD, diga Milord.
Pensó que en la esquina podía estar la rubia. Unos gruesos labios bermellón,
una buena cintura, un buen par de tetas.
Siempre el río se ve marrón. Como la mierda. Interior y exterior. En
retrospectiva e introspectiva. Pero esos zapatos estaban viejos. En otros
tiempos la cosa era más divertida. Rubias, morochas y coloradas bien tetonas,
casi siempre con una nariz descomunal o chiquita, daba igual si pecosa o no.
Travestis, lesbianas, putas, monjas, renegadas, o una que viniera bien como
para retomar el tema de los ideales para saltar más alto. Con eso de Milord la
cosa iba, de charla en charla, de lucha en lucha. Dígase que una fantasía más,
una menos, daba igual. Porque subir ese coche, echar cara al destino y hacerle
frente, eso sí. Una tetona y con culo grande, o chico da igual. Lo importante
es que se sepa que no mueren las ideas. Sobre todo, que el universo mental de
cada uno es respetable. Como una bola de mucosa que se agita. Como la mancha
voraz, o algo así. Ahora sí: que no se filtren los sueños por los cristales del
retrovisor que ya se viene la rubia, el dorado (y el mar). Qué se va a hacer,
está repleto de pendejas, eso con mucho respeto al fin del mundo y las tetas de
la melancolía. Aunque si se termina el mundo, yo sigo tetas y universo
(mental). Pero si la luna se esconde al revés…, de boluda no tenés nada. El
tema con Milord es que yo tengo gran interés por las cuevas. Porque agarro una
piedra, dos del mar y cruzo los universos. El que me une a mí y el otro,
que me une a mí. El tema de la sombra ya se lo explico a todas las
rubias, morochas, albinas que me cruce con tetas enormes. Si son descomunales,
mejor. Porque el Peugeot que tiene Milord es como el sueño dorado del universo.
El dorado me hace conectar nuevamente con los ideales, la lucha. Es que la
rubia parece tan rojiza al sol, aunque eso mucho no me importa, lo importante
son esas mucosas rojas que le veo. Y Milord, buen tipo. Porque yo acá arranco
docente y termino director. Después, en el gremio y a pensar en otra cosa. Me
fascino con las voces, ¿lo femenino, dijiste? Sí, me encanta escucharlas
cantar. Cuando una mina canta… La rojita, la rojiza, digo, o la dorada. Porque
esa charla me dejó pensando. Milord sí que es un tipo inteligente, aunque bastante
agrandado. En la travesía de los universos yo le doy una piedra dorada a la
rubia tetona y a la mucosa, a la mocosa. En realidad cuando uno es un luchador
y las yeguas se ponen en celo, me vuelvo loco. Eso sí, ni un paso, porque el
universo tiene dos tetas, pero si yo digo tres, ella me lo cree. Todo
monitoreado desde el dorado. Desde el retrovisor veo a la rubia, aunque las
mocosas coloradas con esas tetas, ese PAR DE TETAS, me enloquecen, por más boca
sucias que sean, porque Milord- después de la charla- se tomó toda la Glaciar y
no me dejó una gota, aunque te digo, la vuelta en auto, estuvo bien el tipo.
El tren de las siete ya viajaba por otros lugares. Vio el tintineo del farol.
El río se sacudía en su espesura. Prendió un cigarrillo, se sentó en el borde
del puente verde y fijó su mirada en la pared descascarada.
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