martes, 31 de julio de 2012

Nuevos Libros recomendados

"El origen de la tristeza", Pablo Ramos;
libro entrañable, despliega  -sobre el territorio del barrio, sobre un recorte poetizado del barrio- una poética de luces y sombras : " la luna estaba suspendida en el centro del cementerio. Iluminaba las tumbas con un color plateado y pegajoso."; "La Usina Móvil tenía un montón de luces muy potentes que iluminaron el incendio y los frentes de las casas más cercanas". El humor tantea la tristeza, porque la tristeza no pudo no tener un origen. Pero el origen es una zona difusa, plagada de anécdotas, entretejidas en claroscuros. Genial el último momento, donde el punto y aparte dilata y parte en fragmentos el trayecto hacia la imagen de la muerte.

"Historia de un abrigo", Soledad Puértolas

Un desfile, un verdadero desfile de personajes. Quien es mencionado al pasar en un capítulo toma un primer plano en el capítulo siguiente. Cadena de personajes, movidos por la urgencia de un personaje por encontrar un abrigo. En realidad, esa búsqueda genera un agujero narrativo, donde se ubican- mientras se pasan la posta para armarse una biografía y presentarse al conflicto- la sucesión de máscaras que despliega el texto. Lástima que Puértolas se olvidó de ponerles cuerpo a los personajes: Se ven los mundos, se ven las acciones, las psicologías, pero apenas si se ven los cuerpos. Salvo este flojo punto, vale la pena. Sobre todo, apreciar al estructura simple que usa para trabajar con muchos personajes a la vez.

Nuevos Textos de Lourdes Landeira, Julio 2012


I
Hay un instante.
El preciso instante del sol más alto. Entonces, la laguna, justo a mis pies,
se ilumina en vastedad.
Lo veo.
Sin embargo, el escarabajo arrastra una hoja robada al pasto, me distrae y- cuando vuelvo a mirar-  irrumpe un pequeño espacio de sombra .
¿Alguien más lo vio? ¿Volveré a verlo?
Ese, el de plena claridad, es también- dicen los que dicen saber- el más dañino.
Así, los cuerpos a mi alrededor
                se cubren bajo un ala de sombra artificial,
                                bajo una misma pared
comparten el bloqueador de rayos, sueñan y ríen.
Yo no muevo mis ojos del escarabajo y la laguna. Ahora ya es sombra homogénea,
será igual horas y horas.
Luego,
                el sol retornará.
Invadida, alterada, vuelta a dejar, será otra en ella.
Ahora,
                no hay nadie cerca.
Sombra y luz,
                irresistibles por igual.


II
Y  hay  otros,
                se irán encadenando entre hojas sueltas de ramas perdidas al viento, de lágrimas y amores, insectos y risas.
                O se fundirán en acuarela, mientras otros más- por leves o por irresistibles- desaparecerán en blanco y negro, y todavía serán.
Yo habré de atravesarlos a todos, a todos. Y me dejaré teñir, con o sin protector.
                 Y habrá ese sólo instante de humedad y laguna que arrasa y devora desiertos.
Entonces,
                                será mi arcoiris

III
Sol y laguna
en pasto y escarabajo
entre sombra y rama
                                ¿Arcoiris?
Amarillo y azul
en verde y negro
entre gris y marrón
                                ¿Arcoiris?
Bajo la hoja apenas sacudida por el insecto
Sobre un infinito de laguna
Partido por rayos
Bloqueada y protegida en susurros y huracanes
Mascarada perenne
                      Grietas
                                      sinuosas de volcanes sin lava
El papel encandila, la tinta lo mancha en destellos
Y aún no.
Pero  el niño de risa urgente retorna el escarabajo al árbol
De ahí ,emerjo,

                Cromática.



IV
Blanco, vasto e infinito
es más, sigue
suena y es  Nada

El azul o el negro                                                           
¿importa?
 apenas
          gota
mancha y salpica
Todo

Mancha, mancha
destello y destella
                destello y destella

Blanco, vasto e infinito
rítmico
sigue
nada

Punto y letra
                ¿azul o negro?
Ríe y se curva
apenas,
    destello.





V.
Antes
Muñeca de ojos bien abiertos
Cuerda a saltos en ronda de amigas
Renglones  interpuestos y juegos
Soñares despiertos entrelazados en cristal opaco y brasa efímera.

Luego
Mirada infantil de rostro completo
Enredadera de muros, caminos, cornisas;
                                                          hasta precipicios
Libretos, ensayos, parodia, tragedia y carcajada , amante esquiva
Soñares despiertos entrelazados en cristal breve  y brasa
                                                                                                 turbia.

Glaciar y averno
Averno y glaciar
Viejos órdenes enredados
Nuevos humos en grutas inasibles.









VI.

Solo árboles respiran hojas de otoño en ese valle
seco y quieto
desnudo de aves y canciones.
Promesa de frutos invisibles
y remolinos postdatados
¿Cómo habrán llegado ahí  esas letras que lo anticipan?
Desordenadas
                                                       tras caer de un bolsillo de niño,
cofre prestado de ignotas ediciones.
Antes, cartas transoceánicas
luego besos ensobrados
caricias repetidas.
Fulgores.
En jaulas con tormentos y alas resquebrajadas.
En brisas arremolinadas
tocarán con sus vocales las hojas
para sonar en raíz consonante
Y entonces, serán vos.
(ellas serán vos? Y qué serás vos?)







Textos de Patricia Tombetta, Julio 2012


LA VISITA.
                                                                                                                                     
                                                                                                                                              A Lunita

Se fue el sábado a la tardecita, a esa hora, a la peor hora del día junto a madrugadas insomnes. Había hecho algunos avisos, erráticos, se prestaban a la ilusión de que no llegara pero el viernes, bien temprano, se instaló. Con toda su espesura, con su estar pegajoso, su caricia de hielo, sombra de espanto.
El miedo.
Algo de ese miedo.
Cuando era chica me daba un miedo gris oscuro saberla instalada en casa de algún amiguito. Con el tiempo me enseñaron a que no en cualquier casa, no cualquier amiguito. Pero me daba miedo la seriedad del evento. A que los grandes no supieran espantarla ni atenderla. Nosotros jugábamos un poco para poder aguantarla, a sabiendas de que cualquier conjuro sería inútil. Eso lo aprende uno rápido.
La he visto llegar de golpe para irse de inmediato. La he visto llegar con ruidos y en secreto. La he visto llegar un día e instalarse largo tiempo.
Cansada.
Sin apuro.
La he visto ensangrentada e indiferente.
Nunca la vi vencida, como mucho la vi entretenida en otro lado, la vi pasar más tarde. Bueno, es algo.
Aun sin dolor, he visto sus adherencias.
Azar seguro.
Sin saña, como al voleo.
Me impresiona su gordura, no deja un resquicio libre donde esconderse, donde encontrar un alivio.
Los que se encuentran son tus deseos: que se quede unos días, que se vaya ahora, no, un rato más, mañana, que se distraiga, a la una, a las dos y a las… y no te lo digo nunca pero cuánto puedo aguantar… ¡Andate ya!
Paciencia.
                                            Es seguro.
                                                                                       Se va.
Se va.
Te quedás con el vacío de su gordura, pegajoso, a veces sucio. Un dar vueltas por la casa, tratar de borrar sus marcas, o no, dejarlas un rato más. Juntarte con otros que la tuvieron hace poco. (A veces ayuda).
Si se habrán gastado metros de fantasías, de conjuros, elixires, ungüentos y rituales. Ahora se gastan fortunas. (Es lo que hay).
Graciosas fusilerías  si no fuera tan en serio. Su llegada o su partida. Da lo mismo.
Instante solitario, único y seguro.
Alivio, castigo, bendición, injusticia, a tiempo…bla,bla,bla.
Fue en serio, con pocas vueltas.
El viernes, bien temprano, nos asaltó la visita. 



DE A POCO.

El primer muerto que vi en mi vida fue el tío Joaquín. Yo no tendría más de siete años y resultó un momento extraordinario. Los grandes me habían permitido asomarme a sus cuitas, aunque más no fuera, un ratito. Ver al tío muerto, como ver a un hombre desnudo.
A mí me impresionó su nariz, estaba segura, le había crecido algunos centímetros hacia arriba y se le habían agrandado los agujeros hasta semejarse a dos cavernas inútiles. Su color o su expresión me pasaron desapercibidos. En eso reparé muchos muertos después.
Quienes me rodeaban se lamentaban un poco, tomaban café, fumaban bastante y le deseaban que hubiera podido darse cuenta: no quería quedarse dormido, cómo se enojó anteayer porque se sintió mejor, se le hizo largo, sólo él lo sabe y, tal vez, la tía Palmira que no se movió de su lado. No. Eso lo sabe sólo él.
Frases que se estamparon en mí, ávida como estaba, sin alcanzar a entender mucho. Pero una cosa era que me dejaran espiar y otra, requerir información. Los excesos en mi familia eran mal vistos.
Por suerte llegó mi nona y me tomó, no, para ser exactos, me agarró de la mano “vamos a saludar a la tía, si no parece que no vinimos”. Fue una orden impartida sin mirar demasiado a  nadie, menos a mi madre que, adiviné, no la aprobaba. Yo, tan encantada como aterrorizada, me adentré en las entrañas del velorio.
Después de algunos intercambios formales mi nona arremetió la curva a ciento ochenta kilómetros por hora: “¿Y, se dio cuenta?” Palmira la miró torcido pero andaba con ganas de hablar. “Me parece que sí, estaba despierto, me agarró de la mano, fuerte, fuerte, con la otra apretó la sábana y se cortó”. “Habrá hecho el último suspiro”, dijo una canosa de negro que me había besado un minuto antes con algo de baba. “Abrió grandes los ojos, pobre viejo mío”, la tía trataba de terminar la conversación  con un sollozo. Pero mi nona seguía con el pie en el acelerador: “Bueno, ya hace un tiempo había hecho eso ¿te acordás?”. “Sí, por eso, si se dio cuenta, se lo llevó con él”, hablaba mientras había comenzado a jugar con un anillo de piedra brillante que otra anciana le alababa por lo bajo.
En ese momento apareció la tía Sexta, que se encontraba lo bastante cerca, a desviar la conversación. Debe haber sido la única vez que me fastidié con sus palabras. Ella, diminuto ángel como era, sabía frenar las ponzoñosas arremetidas de mi nona. Pero ese día yo quería que siguiera adelante, enterarme del deseo del tío, conocer qué se había llevado. Me sentí desahuciada, resulta que uno se podía llevar algo y a mí no se me ocurría más que llevarme alguna amiga o a mi  mamá, pero sospechaba con certeza de la imposibilidad de tal cosa. No. Debía ser algo diferente.
Antes de irnos, eché una última mirada y los vi a todos girar alrededor de ese faro-nariz del tío. Un cúmulo de vestidos negros y cabezas blancas. Todos muy atentos, nadie parecía que iba a moverse de allí hasta que el tío soltara prenda. Lo supuse: si uno permanecía lo bastante, hacia el final del velorio, antes del cementerio donde te dejaban solo,  el muerto diría unas últimas palabras que develarían el incomprensible secreto.
Pero, bueno, acostumbrada como estaba a no cometer excesos, me alejé satisfecha de ese primer encuentro.




martes, 24 de julio de 2012

Nuevos textos de Cecilia Miano, Julio de 2012


          Mañana con juego de luces,  nubes despreocupadas, brisa fresca, humedad vaporosa  en pava, mates amargos y tostadas dulces.
    La masa entrecruza dedos, la idea de tenerla enfrente dispara ……muy linda tu hijita, Cora, con esos aires de reina, seguro podés decirle cuántas cosas han pasado ustedes para que sepa, la pobre… ¡ah!, tu marido se lo dice… ¡sí, seguro, es su estilo, el muy charlatán le dicen… ! Contame cómo van los preparativos para tu cumpleaños, seguro tenés todo organizado, las tortas, los manteles, la limpieza… sí, espero que atiendas la puerta, sí, sí, sos una mujer muy solicitada y nunca dejarías a nadie esperando…bueno eso no sé si es tan así, yo recuerdo a ese fulano de Tres Lomas… no me pongas esa carita apurada para avisarme,” de eso no se habla”, yo soy una mujer con códigos … ahora, entre nosotras, el otro día vi a Benito, deslucido, ¿cómo hacés para soportar a un hombre con su carácter?, él siempre con esa carita de “yo no fui”, con esa lentitud de tortuga… ay, se me está yendo la lengua, perdón, ya sabés con todo el amor que te tengo podría defenderte ante cualquier ataque… ¡ah!, si, bueno, es verdad, él no te ataca, pero tiene cosas… ¿te acordás en el velatario de Clara?, parecía un familiar, está bien, ella era un ser muy querible, pero llorar y no poder moverse de ahí me sorprendió… bueno, tenés razón, cuando los hombres son sensibles nos quejamos, cuando no lo son, también… ¡cómo lo defendés!...  ¿sabés?,¡ la vi a Dominga!, ella siempre con novedades, me dijo que el hijo de Mabel está de novio con la hija de Marta… sí, ella, la del kiosco, sí, son buenos chicos, aunque la chica es un poco ligerita, ya van no sé cuántos novios… ay, qué cosa, parece que hoy nada te cae bien, ¿será que algo te molesta?...     Me olvidaba, el otro día me crucé en la calle con Salvador y me dijo que te vio en el médico, ¿te pasa algo o es rutina?, porque como no comentaste nada… bueno,  yo siempre me preocupo por vos y por todos, ¿viste como es mi carácter?, ¡ah!, para que te den ganas,  estoy amasando unas pizzas porque tengo invitados para la noche, nos reunimos con los primos de Carlos y estoy en preparativos, hice una torta borrachita, pongo una picada grande y las pizzas, después nos jugaremos unos partidos de canasta, sí, lo más lindo; bueno, si gano, a mí me gusta ganar, sí o sí… ja,ja! Sin trampas, todo por derecha pero ganar y si no, ¿para qué se juega?...
    A lo mejor Benito te puso al tanto de la situación de José, el marido de Dominga, es difícil, pero el hombre le pone garra, desde que se quedó sin trabajo se las rebusca, pone y saca d e aquí y de allá…    Después de estas pizzas, estos chicos van a chuparse los dedos, no soy prolijita como vos, pero me salen buenísimas y ellos hace mucho que no vienen, ¿qué?,¡ah! Son los primos de Tres Lomas, Javier y Claudia. Sí, son charlatanes, buena onda, llegan a las ocho más o menos, seguro  ella trae algo rico, cocina muy bien… ¿viste?, viene de familia, ¡si no cocinamos bien, no entramos!  Viste en qué ratito están listas, bueno, un día te enseño a hacerlas, mañana nos vemos y tomamos unos mates, así te cuento todo lo de esta noche. ¡Que sigas bien amiga!
     El aroma de levadura hinchada se cuela por los recuerdos, el mantel se estira con  ayuda de dedos sagaces, las copas se llenan de alegrías y el murmullo se estira hasta las carcajadas. La noche asoma presurosa para contemplar la escena.  Mañana será otro día.  






I
Los gorriones orientan
                               grises
en zapatos gastados;
                          la suerte está echada
en el amarillo
sobre agujeros
de sol,
                entre los  ruidos
                  celestes gloriosos
de los verdes que se guardan
 para el final
              anaranjados gastados
                 en cabalgar paisajes
restan importancia
                     a la buena o mala suerte.


Mi salvador
orienta la llegada
              de las alas
salgo a
         caminos de historias perdidas,
en sillas de hamacas,
                            la  Colorida
                               llega cerca
me abraza
 y me cuenta:
            la suerte se echa a verdear
                                    para el final.



II
Vino un barquito de
                       rojos en labios con gracia,
 en caramelos enrulados, amarillo,
naranjas en rodajas jugosas,
                     en noche de ayer, azul,
marrón en tierra amontonada,
                         en mentas solitarias, verde
violetas en sueños perdidos,
                      en pompones de lana, rosa
negros en ojos profundos,
los tintes se burlan
de mi vista cansada
mi guía, el barquito manso, 
                         me atraviesa.

viernes, 13 de julio de 2012

Nuevos textos de Roberto Aguilar, Julio 2012


                                                La voz quebrada



      La voz quebrada en el medio del clamor de las olas : 
                          ‘¡Estoy meada por los elefantes!’.
     Un síndrome de algas rastreras se aprisiona en la playa de
la fábrica de deshechos industriales. El camión atmosférico vomita toda la
mierda sobre las aguas, mientras las escolásticas iglesias evangélicas, sindicales, burguesas y trogloditas de la pobreza hablan con sus campanas de Mayo, 9 de Julio y 17 de Agosto. Fecha de veñas y ruiseñores en las jaulas pasean por las calles de las manos de las 90-60-90 con voluptuosas curvas. Pasean todas, menos las atorrantas en los parques. Fuman sus yerbas y sueñan con un mar de esmeraldas. En el medio de la mañana estallan:
                          ’¡Estoy meada por los elefantes!’.
       Las amígdalas en las epístolas ligueras de montañas, lágrimas, valles con olor a asado. Alguien descuartiza a un humano. Lo entretiene con histo-
rias para que no sufra. Pero, a la larga, se cansa. Le hinca un cuchillo en la yugular como el codo en la cara en lugar de un beso. Los campos de hojas mugen:
                           ‘¡Está meada por un elefante!’.
      Las  proximidades de la costa trajeron todos los tiempos. Ríos con brazos
crepé atenuaron los Calipsos voladores y Cupido diluviano aminora- ahora mismo- la marcha de su Kawasaki. Ven la sangre llegar pero el cuerpo no aparece. Garrotes de espoleadotes, la vara de Dios. Una matraca de Sade hurga el universo. Recién para el atardecer, ruidos de gaviotas, sombras en los acantilalados, ecos de los abismos:
                           ‘¡Estoy meada por los elefantes!’.
      No hay cántico, sólo grito. Una mano acorta la partida. La hace pedazos.
Suerte perra. Relámpagos a la deriva. Una señora se rasca el culo. El chofer
de la 22 dobla al mundo y atropella a una viejecita. Todo es como antes. El
frío trae el hambre, el calor la sed y el corazón las grietas del dolor. Resucita  Jesús y lo volvemos a matar.
                          ´¡Estamos meados por los elefantes!´
      Llega la noche tranquila, las estrellas brillan al falo excitado del obelisco.
Duerme en los umbrales, los andenes, las plazas, la memoria despojada de
cronómetros, anillos y dólares. Huyen los marsupiales hacia donde vinieron.
Las palomas no se ven. Están en las panzas de los declamadores de cambios.
Pasan los celulares, las prostitutas, las engominadas y estúpidas tangueras
                  Pero a ellos no los ven. El sudor de las sábanas negras tapa sus sombras sobre la tierra. De reojo, murmuran:
                                    ‘Son linyeras ¡Meados por los elefantes!’

      En el medio de la risotada de los camiones de basura, aparece un bebé.  Gesticula entre la inmundicia. Nunca duerme. Bajo el viento y las nubes, quiebra su voz y aprieta con todas las ganas su puñito. Todo eso para darte una trompada en la boca, cálido lector.

                           De golpe, la lluvia y la sangre.


      
     




Textos de César López Osornio, Julio 2012


¿Escuchaste lo que dicen de Dalmira?, Osornio, cada día está más linda. Hace tiempo que no se la ve así, me dijo Stoppelman. Dicen que la vieron salir de noche. ¡Te imaginás!, Osornio, Dalmira saliendo de noche. Con el marido en La Gama. Como dijo Anselmo, fumemos que el humo nos hace ver las cosas con otra perspectiva. Este lugar es ideal para ver la vida del pueblo. A pesar del humo, ¿viste, Osornio? Yo trato de no fumar, pero cada vez que vengo, no sé, acá hay algo, tal vez el humo. Puede ser el humo, me dijo Stoppelman.
Pero como te decía, ¡Dalmira, qué mujer!  El día que se casó hicieron cola para verla. Yo la vi. Recorrió el pueblo. Parecía una procesión,Osornio. Pasó un mes y seguían hablando de ella. Imaginate,  piel morena,  ojos claros. Las mujeres de envidiosas, y nosotros, ¡qué espectáculo, Osornio! ¡Lástima! Tendría que haberse casado con otro. Él no está nunca, dijo Stoppelman. Dicen que ahora se le dio por fundar un pueblo. Yo no sé, si fuera él, no me muevo de su lado. ¿Fumás?, dale Osornio,  mirá los tipos de al lado. Fuman que te fuman, dijo Stoppelman. El humo me gusta ¿sabés? Tiene algo de misterio, de sueños. ¡De secretos, Osornio! Como te decía, la vieron salir de noche. ¿Familiar enfermo?, no tiene. Hace  años, muchos años, la besé. Allá, justo atrás de aquel árbol.  Nadie lo sabe, me dijo Stoppelman, Me enamoré perdidamente. La enviaron a Buenos Aires. Tal vez ni me recuerde. A veces creo que sabe que estoy entre este humo, como en un sueño. Me confieso, Osornio, vengo a verla. Y la espero hasta que vuelve. Dulce veneno embriagador, caricias de humo que desbocan mis pensamientos. Sigo enamorado, Osornio, nunca la olvidé. ¿Sabés que es lo peor?, me dijo Stoppelman,  lo peor es que sigo esperando. Esperoun milagro que la traiga hacia mí. La busco, la llamo. Me gusta venir acá. Humo, cigarrillos, historias entrelazadas. Mirá aquel tipo parece una chimenea, desde que entramos no dejó de fumar. Ahhh, Osornio si pudiéramos leer el humo. Tarda media hora y vuelve. De Dalmira te hablo, Osornio. Al principio pensé que no podía ser pero, a medida que pasa el tiempo, me convenzo cada vez más. Dicen que sus salidas empezaron hace cuatro meses. Justo cuando volví al pueblo, me dijo Stoppelman. Creo que voy a enloquecer. ¿Te dije que vengo a verla todos los jueves? Es el día que ella sale. ¿Te cuento un secreto?, estoy casi seguro. Podría jurar que me busca entre el humo. Luego camina hasta la esquina. Un día de estos la sigo. Con tanto humo, ¿vos crees que me ve? Ahhh si pudiera leer el humo. Yo le escribo. Le escribo versos.
No hay uno en el pueblo que no esté enamorado de ella. Los veo, se paran para verla pasar. Yo, en cambio, muero por su aroma. Cierro los ojos, puedo olerla. Aun ahora, entre todo este humo puedo sentir el perfume de su piel. 

jueves, 12 de julio de 2012

Textos de Mariana Silvestre, Julio 2012


Con un trapito, sacó los restos de día pegados en el vidrio. Corrió los muebles y despejó la zona marcada por la luz.
Sobre la silla, se estiró para arrancar la telaraña, por lo alto.
Así como se cuenta una mentira (que podría ser verdad) se creyó  segura.
Al otro lado, en la ventana: una gracia de señora, pintada en flor. Invita al so, en la hora de la merienda.
(Si llegase el cartero y la viese así estirada, con los deditos apretados en equilibrio) Situación tan graciosa, pensó.
Hacía rato que no ayudaba en su memoria. Antes, se pasaba tardes enteras  con su mejor vestido y la cara limpia (solo un poquito de rubor). Esperaba en la ventana, ¿acaso algún viajante la guardase en la mirada, como a una cajita de cristal?
Hacia el poniente, sintió el viento suave arremolinarse en la cortina. Un zumbido de abejas la envolvió de nostalgia.
(Una palabra colgada de la lengua, un pañuelo olvidado en el cajón).
Relajó su cuerpo en la silla, ya estaba cerca la puesta del sol.

Era una tarde rara como el relato de un sueño. Y con esa aurora lo cuentan los que lo vieron pasar. Ya casi entrada la noche, el gaucho arriaba las vacas; el médico manejaba su coche y las hijas del vecino de al lado volvían juntas a la casa, apurando el paso sin perder la claridad del camino. Y, como en una gran tormenta, todo se oscureció de repente. Y tal un rayo reflejado en el espejo, se vio una luz entrar: esquivar el cerco, rodar por el pasto y pintar la casa de luz, hasta dejar una llama incandescente sobre el horizonte, que duró, incluso, en invierno.




                          .....................











1

Traspasan el ladrillo,
vapor y aromas.
Un adiós en el umbral.

2
El hombre pasa silbando,
la nubes bajas
no perturban su camino.

3
Mientras el frio
corrompa mis huesos,
el amor golpea.

4
Las plumas rozan el ciruelo.
Naturaleza coqueta.

5
Por la ventana,
la luna descubre el rostro.
Fiel vigía.

6
Vuelo de mil palomas
me arrastra.
Persisto.

7
Andar amando
un amor andante.

8
Muestra el espejo
la grieta,
una noche cualquiera.

9
Aroma dulce sobre la parra.
Nace el día.

                                                ..................




La foto que guardo


Es la frazada de lana
y la bolsa roja, de agua caliente.
Es el queso con membrillo
y el mate cocido en la merienda.
Son los frasquitos de colonia
sobre la repisa del baño.

El pasto verde y los canarios
cantando en la jaulita.

La palabra siempre y el llanto
de no dormir en casa.
Es la camisa de seda, flor bordada.
La novela de la tarde
y la pava que hierve en la cocina.

Es la voz silenciada por la angustia,
una noche de verano.

El aplauso sincero,
frente a las cosas más ridículas.

Es la foto que guardo entre mis preferidas.

La emoción, que empaña los anteojos.
El coro de señoras y el café las violetas.

Es el no te olvides nunca, marianita.

                                                     .....................



 1

Gritó dormido.
Un abismo de cristal
bajo las hojas.

2
Sueña el gato
el vuelo del gorrión.
(sus patitas en el abismo)

3
La noche sabe, raja el vidrio.
Y la luna
en el fondo de la tasa.

4
Cada amanecer,
la verdad busca
un atajo.

5
La araña y su palacio,
recuerdos de seda.

6
Una sola piedra en el mar
y las aguas,
traslucen la mentira.

7
Subo y bajo en la noche.
Solo la fe,
deshace la espera.




martes, 10 de julio de 2012

Textos de Alicia Lapidus, Julio 2012


LA TENDRÍA QUE ECHAR
                


               La tendría que echar. Eso se repetía Marcela por enésima vez.
                Marcela tenía 65 flacos y secos años. Rubio ceniza teñido y ojos celeste claro. Viuda desde hacía diez, vivía en el mismo piso  compartido en vida de su marido, sobre Libertador.
                Nunca trabajó. Su marido ganaba muy bien y habían acordado que ella cuidaría la casa y los hijos, quienes ya hace rato se habían ido. Tenía una vida social muy rica, la cultivaba con esmero.
                Estaba cansada de las desprolijidades de Isabel. Era el tercer delantal que rompía en dos meses. Qué barbaridad, estas chicas ahora descuidaban su empleo permanentemente. Después se quedaban embarazadas y no podían ni mantener a la criatura. Ya no había cultura de trabajo. Se había perdido por completo.
                Marcela se encargaba de mirar que Isabel atendiera sus quehaceres como correspondía. La retaba lo suficiente, pero siempre en forma educada. Porque así, en una de esas, asimilaba maneras. Pero, cuando Isabel rompió el tercer delantal, Marcela perdió la paciencia y para que aprendiera a cuidar las cosas se lo descontó de su sueldo.


                Isabel tenía 40 años regordetes, petisos y con ojos chiquitos; había perdido la esperanza de encontrar un hombre o de tener un hijo que le diera alegría a su vida.
                Estoy podrida de la señora Marcela. Me tiene cansada con las quejas y con el querida, vení para acá; querida, haceme esto; querida, haceme aquello. No soy su esclava. Además yo sé que me ve como si yo fuera menos, se cree mejor que yo. Me lo hace sentir todo el tiempo.
                Por ejemplo esa manía de que use eso que ella llama delantal, es un uniforme, bah. Me enoja. Ya van tres uniformes que le rompo, pero me parece que se dio cuenta de que fue a propósito, porque el último- la muy turra- me lo descontó del sueldo. Para peor, dice que lo hace por MI bien. Por mi bien, podría pagarme más o dejarme salir los jueves a la tarde, como le pedí. Tengo que buscarme otro trabajo mejor. En una de esas puedo trabajar por hora, si la Nelly me deja ir a vivir con ella.

                La tendría que echar, pensaba Marcela, total hay tantas que necesitan el trabajo. Pero soy haragana para empezar a enseñar de nuevo. Además, Isabel es honesta, no me roba como otras. Y, sobre todo, no se queja.
                -¡Isabel! Hay que poner la mesa porque vienen los Bianchi a cenar, y hacé la salsa de champiñones que te sale tan bien con las pechuguitas. Pero tené cuidado, que no salgan secas como la última vez. Y, sobre todo, ponete el delantal que te compré y esta vez cuidalo, ¿me oiste?
                - Sí, señora Marcela.

Textos de Asunción Marticorena, julio2012


                                 MEMORIA, VERDÍN Y LLUVIA

           Joven, fuerte y desafiante. Su camisa abierta bajo su chaqueta muestra un cuello grueso, de hombre atlético y vital. En su mano izquierda lleva una valija de antiguo  diseño. Hacia adelante, siempre en marcha hacia adelante, así lo indica la flexión de su rodilla derecha.  
           Su mirada, en el horizonte, es una mezcla de determinación sin alegría.
         La estatua, en bronce y cubierta de verdín, tiene un color matizado  entre metal, lluvia y tiempo. Enclavada frente  a una antigua y hermosa casa, donde hoy funciona el Centro Cultural de Miras, en Asturias.  Un apacible río pasa al borde del jardín.

        Al mirarla, las lágrimas se juntaron en mis ojos. La placa al pie de la figura lo señala: es un homenaje al inmigrante. También se explica que el joven representado fue uno de los antiguos dueños, emigrados a México en la mitad del siglo XIX.
        “La pucha, este tema me llega al alma”, pensé
        A este tema lo llaman “memoria genética”.
        Llanto, tristeza y angustia. Me pasa siempre, siempre, cuando se habla de inmigración. Recuerdo la visita al Hotel de Inmigrantes. Me senté en el largo banco de madera al costado de la mesa de mármol blanco donde daban de comer a los recién llegados. Viejos y grandes baúles a los costados del gran recinto daban veracidad al escenario.
        Por ahí había pasado mi historia y yo aún no existía.

       La entrevistada en el programa periodístico explicaba  el proceso mundial, respecto a la evolución de la memoria genética.

      “  En Europa quedará  la memoria genética de los musulmanes. Los únicos que actualmente siguen teniendo hijos en ese continente. En América Latina se impondrá la memoria genética de los europeos; mientras, en Estados Unidos, será la hispana. Los norteamericanos tienen muy pocos niños frente al aluvión de hijos de los latinos y caribeños.” 

       “De qué origen es tu apellido”?- suelo preguntar a mucha gente.
       “No se, italiano, o español, la verdad no lo sé”.
       Me horroriza escuchar algo así. Recuerdo el par de veces que me paré frente a la puerta de la casa de donde partió la familia de mi padre antes de dejar su tierra. Toqué las paredes varias veces, sin saber qué buscaba.

      El orgullo de esa memoria genética es equivalente a mis lágrimas.
      Volver a las tierras de mis ancestros me devuelve una alegría sin clara eplicación.

     “Qué tiene para comer”.
     “Jamón, chorizos, queso, vino. Todo hecho por nosotros”.
      Celia, una gallega bajita y regordeta de mediana edad, estaá acargo de un pequeño bar al costado del camino de peregrinos a Santiago de Compostela. Con una alegría que no sé de  dónde le surge, apareció con unas gruesas fetas de embutidos varios y un gran plato de queso de cabra y oveja. El vino dentro de la enorme jarra también había sido
elaborado en la casa. Sus manos grandes como platos mostraban la rusticidad de sus tareas.
      Ella estaba conectada a esa tierra y, desde chica, había aprendido  los quehaceres del campo. Nunca dejó, esa Galicia rural.

      “ Nosotros tenemos la suerte de contar en nuestra población con un gran caudal de inmigrantes de origen europeo. Ellos trajeron sus esperanzas y también sus valores. Estos están en la memoria genética de sus descendientes. Esta es la gran reserva moral de nuestro país. Hará que, en algún momento, podamos  recuperar nuestra humanidad perdida y dejar de ser meros prisioneros del consumo, dispuestos a justificar cualquier cosa a fin de lograrlo”, seguía transmitiendo en el mismo canal de T.V.


      La primera vez que mi tío volvió a su tierra, después de más de cincuenta años de  América, lo recibieron en su pueblo con la banda de música. Su ilusión  por volver fue amasada durante ese mismo tiempo. Volvió varias veces por temporadas cortas.

      La mirada del joven de la estatua enfrentaba el horizonte con desafío. Supongo que la de mi tío, cuando dejó su aldea, no era igual. Su padre lo mandó a América para que  no hiciera la milicia en las colonias españolas de Melilla, en África.

     “Tío, por qué no te quedas en España con todo lo que te gusta estar allá.”, le pregunté  una tarde.

      “Una cosa es ir por dos meses y volver. Otra, quedarse para siempre. Yo ya no puedo vivir siempre allí. La aldea es my chica. Yo aprendí a vivir de otra manera. Para ellos soy el americano.”
       Mi tío  murió, con un acento tan pronunciado entre sus palabras, como si hubiese bajado del barco el día anterior.





jueves, 5 de julio de 2012

Películas recomendadas, técnicas para escribir, Julio

"El circo ", Charles Chaplin, 1928.


       Sí, una nueva, dirán ustedes. Increíble lo que este hombre hacía con apenas los recursos del momento. Me puse a mirar varias pelis de Chaplin seguidas, mi hija Milena me obligó. Y ahí lo vi.  En "Tiempos modernos", en "El pibe" y  "En el circo". Es claro. Carlitos corre, huye, persigue. Y en esas corridas cambia de máscara. En diez minutos será perseguido, perseguidor, actor, espectador, muñeco, engranaje, imagen de sí mismo ante el espejo, cuerpo-máquina, perdedor, víctima del azar, ladrón, víctima de un robo...y así. pero en esa urgencia ser tanto es no ser nadie. Carlitos no puede hacer pie en ningún territorio, a esa velocidad,  cuanto más se multiplican las máscaras más se pierde
       ¿Y qué queda al final?
       Desde el argumento, el hombre solo o el hombre acompañado por una solitaria. Desde la poética, queda el camino. Carlitos siempre termina en ruta, más lento y sin destino, con solo un horizonte.
      Los primeros minutos de "El circo" son memorables en ese sentido. La escena del laberinto de espejos sintetiza toda la poética: ahí los Carlitos son casi infinitos, se pierden a lo lejos sin fin y sin pausa. Pero Carlitos no puede distinguir cuál de todos esos cuerpos es el original. Estira el bastón en busca del bombín, con el temor de quien- observado por todo un público de "Carlitos"- podría estar a punto de confundir una copia de bombín con  un bombín real. Carlitos tienta con el bastón, cuida su cuerpo- imagen de la imagen que los otros Carlitos- dentro del espejo- se hacen de él.
      Todo un espectáculo. 



"A Roma con amor", Woody Allen
       Mamma mía, cómo le han dado al pobre Woody, sólo porque está lleno de obsesiones, tópicos que repite- siempre con matices nuevos, ¿no es eso increíble, después de tantos años?- de estructuras narrativas impecables, actores dirigidos por un relojero, una fotografía gloriosa y otra cantidad de problemas que, por suerte, ejércitos de psicoanalistas no han logrado resolver.
       Una va a ver a Woody Allen, en parte sabe a qué va: no se entrega a cuestionar los fundamentos filosóficos de su existencia, pero está seguro de no caer en una peli pochoclera sin remedio.
     Esta peli es un gran cuento, una gran bolsa-cuento, con bolsitas- cuento adentro: el narrador del balcón está cargo de la gran bolsa; y , dentro de las bolsitas, a veces hay sub narradores que persiguen desfachatadamente a los personajes, mientras les hacen comentarios sobre la historia que aquellos protagonizan.
     La ducha y la ópera, ¡imperdible!

Textos de Daniel Milanesi, Julio de 2012



  

                                            Dolor de muelas
                                                                            

     Por recomendación de mi amiga Virginia fui a ese dentista. Hacía meses venía sintiendo un malestar en la boca, mejor dicho en toda la cara y en el cuello. Esperé en esa sala poco común, despoblada de los habituales diplomas enmarcados en serie y publicidades de productos relacionados. Estaba solo, no había secretaria, y dudaba: el doctor Gutierrez estaría atendiendo, no se oían los ruidos típicos de un consultorio odontológico. Mientras repasaba las dolencias para ser más preciso frente al doctor, me pareció escuchar que una mujer lloraba.
    Pronto se abrió la puerta y salió una chica de unos 30 años. Me saludó con gesto amistoso, se abrochó el abrigo y partió rápidamente.
    Cuando giré la cabeza hacia el consultorio me esperaba una cara bona-chona y una sonrisa cálida. Haciendo un ademán para que entrara, me dijo:

- Ud debe ser Carrasquedo.     

 Asentí, le ofrecí mi mano en saludo y agregué:

- Gregorio Carrasquedo, doctor.

   Él, sin soltarme la mano, lanzo una mirada ascendente a toda mi persona. Noté que sus ojos parpadeaban rítmicamente bajo unas cejas gruesas de curvatura exagerada - este tic cesaba al hablar. Después de varios sacudones de mano, en una tonada provinciana, dijo:

- Melquiades, Melquiades Gutierrez, amigo.

    El consultorio tenía aspecto de viejo. Nada de lo acostumbrado a ver en las últimas consultas. Él no parecía tan mayor, por lo que supuse, lo había heredado de su padre.
    Me dijo que antes de revisarme le explicara qué me pasaba, qué sentía, y que lo hiciera tranquilo, tomándome el tiempo necesario.

- Supongo que no tiene apuro- agregó.

    Contesté que no y me puse a narrar mis dolencias. Le conté que unos meses atrás había comenzado con un dolorcito en el primer molar, arriba a la derecha. Luego fue tomando todo el maxilar superior, trepó por la cabeza, hasta pegar la vuelta y llegar a la base de cuello, por detrás.
    Que esto no me dejaba trabajar tranquilo, ni dormir; que pasó a ser una neuralgia constante. Un dolor no tan fuerte, pero muy molesto y permanen-te. Solo en contadas ocasiones, sentía una puntada aguda.

- Bueno, siéntese, lo voy a revisar.

    Recostado en el sillón, con la boca abierta y sin ninguno de esos aparatos que absorben la saliva o mangueritas con las que te llenan la boca sus colegas, Gutierrez empezó a revisarme. Luego de unos minutos.



- Tiene una pequeña caries en donde me dijo. Empezamos por eso.

    Con un torno que apenas usó y la manipulación cuidadosa de pequeñas herramientas trabajó en mi boca por un breve lapso. Incorporándose dijo,

- Eso quedó listo.

- Es decir que falta algo más…

    Con la misma cordialidad con la que me recibió y atendió, comenzó a decirme que había visto otras cosas en mi boca. Me preguntó si quería saber todo, o si con la reparación de la caries era suficiente. Le dije que quería sentirme bien.  Pedí me explicara qué tenía.

    Comenzó así a narrar lo siguiente:

- Como usted sabe Gregorio, le han extraído en total cinco piezas dentales, tres en la parte inferior y dos arriba. Eso hace que muerda desparejo, y que se gasten muy rápidamente las articulaciones de la mandíbula. Además, duerme con los dientes muy apretados, por eso se están erosionando los incisivos y caninos. Seguramente hace ruido al dormir. Esto lo podemos mejorar con implantes y una protección de silicona, para usar por las noches.

   Quise hablar, pero me dijo que no había terminado de contarme todo, me pidió que volviera a abrir la boca, y se prestó a revisarme nuevamente.
   Mientras lo hacía, me decía:

- Tiene una vieja pena incrustada en el paladar, algo de muy atrás en el tiempo, tal vez de la infancia. Está en estado casi óseo, puedo intentar sacarla. También tiene dos llagas de dolor profundo, una en cada mucosa de las mejillas - aún supuran - la llaga por la pérdida de aquel viejo amor, es menos preocupante que la otra, la originada por la muerte de ese ser querido, que tanto echa de  menos.

   Quería hablar pero él estaba revisando mi boca. Solo atiné a cerrar los ojos y a aflojarme un poco.

    Continuó:

- Junto a la campanilla hay capas de rencor que, seguramente producen malestar permanente. Por lo que veo, tiene cálculos biliares,  pronto le traerán problemas. Usted sufre de gastritis y várices.

    Con los ojos desorbitados lo miré con insistencia y toqué varias veces su antebrazo.  Pidió que me relajara, faltaba poco para terminar. Y agregó: todas sus partes blandas están cubiertas de angustia y culpa, eso afecta gran parte de su organismo y debilita su espíritu.

    Se retiró de mi boca y mirándome con ternura me dijo:

- Le recetaré un preparado para hacer gárgaras y en lo posible tómese unas vacaciones, las necesita.

    Muy confundido, enjuagué mi boca y sequé mis lágrimas. Un sinfín de imágenes se agolpaban en mi mente. Mientras dejaba el sillón, veía estillas clavadas en mi interior. En cada una de ellas, un rostro o un momento asociado.
    En ese estado de shock salí a la calle. A Virginia no la he vuelto a ver. Lo intente, pero conocidos en común me han dicho que tomó unas largas vacaciones. 
    Lo último que recuerdo de aquel encuentro es a Gutierrez- mientras escribía algo en un cuaderno gastado, dándome la espalda- y las palabras que cruzamos:

- ¿Estoy tan mal, doctor?.

- No más que otros.


                                                                                                                      




                                                    Repeticiones

     Por el Este aparecieron las siluetas de las naves contra el horizonte, como aves que buscaban la playa. Sus sombras penetraron la arena, la selva, el continente. Un viento desconocido comenzó a soplar desde entonces. El sol no fue la misma masa ígnea que calentaba la tierra y el mar. Se tornó opaco y frio. Envueltos en metal y rabia, cubiertos de fuego y peste, se lanzaron a la conquista. Y conquistaron. Derrumbaron la piedra, quemaron la selva, socavaron la tierra.

    Surgidos del agua y la niebla, los demonios blancos soltaron una furia encerrada por siglos en sus castillos. Lo que no lograron arrebatar las armas, lo hicieron los pactos y tratados.

    Desde el Norte, bajaron a todo galope jinetes de la ambición y la codicia, estremecieron los bosques, los pastizales y el cemento de las ciudades. Nuevas matanzas, antiguos motivos. Otro el botín, igualmente despiadados y asesinos.

    Así, por décadas, oleadas de conquista arrasaron lo conseguido. Un sendero de sangre marca su derrotero, su paso y su destino. Continuas hogueras consumieron cultura, costumbres y por supuesto a las personas. Aspiradoras gigantescas e insaciables absorbieron las riquezas. 

    Siempre, conquistadores y Malinches.
    Cada vez, más difícil el combate, porque estos últimos se multiplican y mimetizan.

    La memoria ancestral se activa en unos pocos. La amnesia es generali-zada. Para colmo de males, han aprendido a desconectar la alarma. Entre-
naron sirenas que encantan. Ya no necesitan salir a esclavizar, solo repar- ten las cadenas.

    El cerco se está cerrando nuevamente. Por algún rumbo del horizonte volverán, para arrasar con todo. Salvo que estemos atentos  al viento, al olor de la sangre, al brillo del sol.