MEMORIA, VERDÍN Y LLUVIA
Joven, fuerte y desafiante. Su
camisa abierta bajo su chaqueta muestra un cuello grueso, de hombre atlético y
vital. En su mano izquierda lleva una valija de antiguo diseño. Hacia adelante, siempre en marcha
hacia adelante, así lo indica la flexión de su rodilla derecha.
Su mirada, en el horizonte, es una
mezcla de determinación sin alegría.
La estatua, en bronce y cubierta de
verdín, tiene un color matizado entre
metal, lluvia y tiempo. Enclavada frente a una antigua y hermosa casa, donde hoy
funciona el Centro Cultural de Miras, en Asturias. Un apacible río pasa al borde del jardín.
Al mirarla, las lágrimas se juntaron en
mis ojos. La placa al pie de la figura lo señala: es un homenaje al inmigrante.
También se explica que el joven representado fue uno de los antiguos dueños,
emigrados a México en la mitad del siglo XIX.
“La pucha, este tema me llega al alma”,
pensé
A este tema lo llaman “memoria
genética”.
Llanto, tristeza y angustia. Me pasa
siempre, siempre, cuando se habla de inmigración. Recuerdo la visita al Hotel
de Inmigrantes. Me senté en el largo banco de madera al costado de la mesa de
mármol blanco donde daban de comer a los recién llegados. Viejos y grandes
baúles a los costados del gran recinto daban veracidad al escenario.
Por ahí había pasado mi historia y yo
aún no existía.
La entrevistada en el programa periodístico
explicaba el proceso mundial, respecto a
la evolución de la memoria genética.
“
En Europa quedará la memoria
genética de los musulmanes. Los únicos que actualmente siguen teniendo hijos en
ese continente. En América Latina se impondrá la memoria genética de los
europeos; mientras, en Estados Unidos, será la hispana. Los norteamericanos
tienen muy pocos niños frente al aluvión de hijos de los latinos y caribeños.”
“De qué origen es tu apellido”?- suelo
preguntar a mucha gente.
“No se, italiano, o español, la verdad
no lo sé”.
Me horroriza escuchar algo así. Recuerdo
el par de veces que me paré frente a la puerta de la casa de donde partió la
familia de mi padre antes de dejar su tierra. Toqué las paredes varias veces,
sin saber qué buscaba.
El orgullo de esa memoria genética es
equivalente a mis lágrimas.
Volver a las tierras de mis ancestros me
devuelve una alegría sin clara eplicación.
“Qué tiene para comer”.
“Jamón, chorizos, queso, vino. Todo hecho por nosotros”.
Celia, una gallega bajita y regordeta de
mediana edad, estaá acargo de un pequeño bar al costado del camino de
peregrinos a Santiago de Compostela. Con una alegría que no sé de dónde le surge, apareció con unas gruesas
fetas de embutidos varios y un gran plato de queso de cabra y oveja. El vino
dentro de la enorme jarra también había sido
elaborado
en la casa. Sus manos grandes como platos mostraban la rusticidad de sus
tareas.
Ella estaba conectada a esa tierra y,
desde chica, había aprendido los
quehaceres del campo. Nunca dejó, esa Galicia rural.
“ Nosotros tenemos la suerte de contar en
nuestra población con un gran caudal de inmigrantes de origen europeo. Ellos
trajeron sus esperanzas y también sus valores. Estos están en la memoria
genética de sus descendientes. Esta es la gran reserva moral de nuestro país.
Hará que, en algún momento, podamos recuperar nuestra humanidad perdida y dejar de
ser meros prisioneros del consumo, dispuestos a justificar cualquier cosa a fin
de lograrlo”, seguía transmitiendo en el
mismo canal de T.V.
La primera vez que mi tío volvió a su tierra,
después de más de cincuenta años de
América, lo recibieron en su pueblo con la banda de música. Su
ilusión por volver fue amasada durante
ese mismo tiempo. Volvió varias veces por temporadas cortas.
La mirada del joven de la estatua
enfrentaba el horizonte con desafío. Supongo que la de mi tío, cuando dejó su
aldea, no era igual. Su padre lo mandó a América para que no hiciera la milicia en las colonias
españolas de Melilla, en África.
“Tío, por qué no te quedas en España con
todo lo que te gusta estar allá.”, le pregunté una tarde.
“Una cosa es ir por dos meses y volver.
Otra, quedarse para siempre. Yo ya no puedo vivir siempre allí. La aldea es my
chica. Yo aprendí a vivir de otra manera. Para ellos soy el americano.”
Mi tío
murió, con un acento tan pronunciado entre sus palabras, como si hubiese
bajado del barco el día anterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario