jueves, 5 de julio de 2012

Textos de Daniel Milanesi, Julio de 2012



  

                                            Dolor de muelas
                                                                            

     Por recomendación de mi amiga Virginia fui a ese dentista. Hacía meses venía sintiendo un malestar en la boca, mejor dicho en toda la cara y en el cuello. Esperé en esa sala poco común, despoblada de los habituales diplomas enmarcados en serie y publicidades de productos relacionados. Estaba solo, no había secretaria, y dudaba: el doctor Gutierrez estaría atendiendo, no se oían los ruidos típicos de un consultorio odontológico. Mientras repasaba las dolencias para ser más preciso frente al doctor, me pareció escuchar que una mujer lloraba.
    Pronto se abrió la puerta y salió una chica de unos 30 años. Me saludó con gesto amistoso, se abrochó el abrigo y partió rápidamente.
    Cuando giré la cabeza hacia el consultorio me esperaba una cara bona-chona y una sonrisa cálida. Haciendo un ademán para que entrara, me dijo:

- Ud debe ser Carrasquedo.     

 Asentí, le ofrecí mi mano en saludo y agregué:

- Gregorio Carrasquedo, doctor.

   Él, sin soltarme la mano, lanzo una mirada ascendente a toda mi persona. Noté que sus ojos parpadeaban rítmicamente bajo unas cejas gruesas de curvatura exagerada - este tic cesaba al hablar. Después de varios sacudones de mano, en una tonada provinciana, dijo:

- Melquiades, Melquiades Gutierrez, amigo.

    El consultorio tenía aspecto de viejo. Nada de lo acostumbrado a ver en las últimas consultas. Él no parecía tan mayor, por lo que supuse, lo había heredado de su padre.
    Me dijo que antes de revisarme le explicara qué me pasaba, qué sentía, y que lo hiciera tranquilo, tomándome el tiempo necesario.

- Supongo que no tiene apuro- agregó.

    Contesté que no y me puse a narrar mis dolencias. Le conté que unos meses atrás había comenzado con un dolorcito en el primer molar, arriba a la derecha. Luego fue tomando todo el maxilar superior, trepó por la cabeza, hasta pegar la vuelta y llegar a la base de cuello, por detrás.
    Que esto no me dejaba trabajar tranquilo, ni dormir; que pasó a ser una neuralgia constante. Un dolor no tan fuerte, pero muy molesto y permanen-te. Solo en contadas ocasiones, sentía una puntada aguda.

- Bueno, siéntese, lo voy a revisar.

    Recostado en el sillón, con la boca abierta y sin ninguno de esos aparatos que absorben la saliva o mangueritas con las que te llenan la boca sus colegas, Gutierrez empezó a revisarme. Luego de unos minutos.



- Tiene una pequeña caries en donde me dijo. Empezamos por eso.

    Con un torno que apenas usó y la manipulación cuidadosa de pequeñas herramientas trabajó en mi boca por un breve lapso. Incorporándose dijo,

- Eso quedó listo.

- Es decir que falta algo más…

    Con la misma cordialidad con la que me recibió y atendió, comenzó a decirme que había visto otras cosas en mi boca. Me preguntó si quería saber todo, o si con la reparación de la caries era suficiente. Le dije que quería sentirme bien.  Pedí me explicara qué tenía.

    Comenzó así a narrar lo siguiente:

- Como usted sabe Gregorio, le han extraído en total cinco piezas dentales, tres en la parte inferior y dos arriba. Eso hace que muerda desparejo, y que se gasten muy rápidamente las articulaciones de la mandíbula. Además, duerme con los dientes muy apretados, por eso se están erosionando los incisivos y caninos. Seguramente hace ruido al dormir. Esto lo podemos mejorar con implantes y una protección de silicona, para usar por las noches.

   Quise hablar, pero me dijo que no había terminado de contarme todo, me pidió que volviera a abrir la boca, y se prestó a revisarme nuevamente.
   Mientras lo hacía, me decía:

- Tiene una vieja pena incrustada en el paladar, algo de muy atrás en el tiempo, tal vez de la infancia. Está en estado casi óseo, puedo intentar sacarla. También tiene dos llagas de dolor profundo, una en cada mucosa de las mejillas - aún supuran - la llaga por la pérdida de aquel viejo amor, es menos preocupante que la otra, la originada por la muerte de ese ser querido, que tanto echa de  menos.

   Quería hablar pero él estaba revisando mi boca. Solo atiné a cerrar los ojos y a aflojarme un poco.

    Continuó:

- Junto a la campanilla hay capas de rencor que, seguramente producen malestar permanente. Por lo que veo, tiene cálculos biliares,  pronto le traerán problemas. Usted sufre de gastritis y várices.

    Con los ojos desorbitados lo miré con insistencia y toqué varias veces su antebrazo.  Pidió que me relajara, faltaba poco para terminar. Y agregó: todas sus partes blandas están cubiertas de angustia y culpa, eso afecta gran parte de su organismo y debilita su espíritu.

    Se retiró de mi boca y mirándome con ternura me dijo:

- Le recetaré un preparado para hacer gárgaras y en lo posible tómese unas vacaciones, las necesita.

    Muy confundido, enjuagué mi boca y sequé mis lágrimas. Un sinfín de imágenes se agolpaban en mi mente. Mientras dejaba el sillón, veía estillas clavadas en mi interior. En cada una de ellas, un rostro o un momento asociado.
    En ese estado de shock salí a la calle. A Virginia no la he vuelto a ver. Lo intente, pero conocidos en común me han dicho que tomó unas largas vacaciones. 
    Lo último que recuerdo de aquel encuentro es a Gutierrez- mientras escribía algo en un cuaderno gastado, dándome la espalda- y las palabras que cruzamos:

- ¿Estoy tan mal, doctor?.

- No más que otros.


                                                                                                                      




                                                    Repeticiones

     Por el Este aparecieron las siluetas de las naves contra el horizonte, como aves que buscaban la playa. Sus sombras penetraron la arena, la selva, el continente. Un viento desconocido comenzó a soplar desde entonces. El sol no fue la misma masa ígnea que calentaba la tierra y el mar. Se tornó opaco y frio. Envueltos en metal y rabia, cubiertos de fuego y peste, se lanzaron a la conquista. Y conquistaron. Derrumbaron la piedra, quemaron la selva, socavaron la tierra.

    Surgidos del agua y la niebla, los demonios blancos soltaron una furia encerrada por siglos en sus castillos. Lo que no lograron arrebatar las armas, lo hicieron los pactos y tratados.

    Desde el Norte, bajaron a todo galope jinetes de la ambición y la codicia, estremecieron los bosques, los pastizales y el cemento de las ciudades. Nuevas matanzas, antiguos motivos. Otro el botín, igualmente despiadados y asesinos.

    Así, por décadas, oleadas de conquista arrasaron lo conseguido. Un sendero de sangre marca su derrotero, su paso y su destino. Continuas hogueras consumieron cultura, costumbres y por supuesto a las personas. Aspiradoras gigantescas e insaciables absorbieron las riquezas. 

    Siempre, conquistadores y Malinches.
    Cada vez, más difícil el combate, porque estos últimos se multiplican y mimetizan.

    La memoria ancestral se activa en unos pocos. La amnesia es generali-zada. Para colmo de males, han aprendido a desconectar la alarma. Entre-
naron sirenas que encantan. Ya no necesitan salir a esclavizar, solo repar- ten las cadenas.

    El cerco se está cerrando nuevamente. Por algún rumbo del horizonte volverán, para arrasar con todo. Salvo que estemos atentos  al viento, al olor de la sangre, al brillo del sol.
   

                                                                                                           




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