martes, 10 de julio de 2012

Textos de Alicia Lapidus, Julio 2012


LA TENDRÍA QUE ECHAR
                


               La tendría que echar. Eso se repetía Marcela por enésima vez.
                Marcela tenía 65 flacos y secos años. Rubio ceniza teñido y ojos celeste claro. Viuda desde hacía diez, vivía en el mismo piso  compartido en vida de su marido, sobre Libertador.
                Nunca trabajó. Su marido ganaba muy bien y habían acordado que ella cuidaría la casa y los hijos, quienes ya hace rato se habían ido. Tenía una vida social muy rica, la cultivaba con esmero.
                Estaba cansada de las desprolijidades de Isabel. Era el tercer delantal que rompía en dos meses. Qué barbaridad, estas chicas ahora descuidaban su empleo permanentemente. Después se quedaban embarazadas y no podían ni mantener a la criatura. Ya no había cultura de trabajo. Se había perdido por completo.
                Marcela se encargaba de mirar que Isabel atendiera sus quehaceres como correspondía. La retaba lo suficiente, pero siempre en forma educada. Porque así, en una de esas, asimilaba maneras. Pero, cuando Isabel rompió el tercer delantal, Marcela perdió la paciencia y para que aprendiera a cuidar las cosas se lo descontó de su sueldo.


                Isabel tenía 40 años regordetes, petisos y con ojos chiquitos; había perdido la esperanza de encontrar un hombre o de tener un hijo que le diera alegría a su vida.
                Estoy podrida de la señora Marcela. Me tiene cansada con las quejas y con el querida, vení para acá; querida, haceme esto; querida, haceme aquello. No soy su esclava. Además yo sé que me ve como si yo fuera menos, se cree mejor que yo. Me lo hace sentir todo el tiempo.
                Por ejemplo esa manía de que use eso que ella llama delantal, es un uniforme, bah. Me enoja. Ya van tres uniformes que le rompo, pero me parece que se dio cuenta de que fue a propósito, porque el último- la muy turra- me lo descontó del sueldo. Para peor, dice que lo hace por MI bien. Por mi bien, podría pagarme más o dejarme salir los jueves a la tarde, como le pedí. Tengo que buscarme otro trabajo mejor. En una de esas puedo trabajar por hora, si la Nelly me deja ir a vivir con ella.

                La tendría que echar, pensaba Marcela, total hay tantas que necesitan el trabajo. Pero soy haragana para empezar a enseñar de nuevo. Además, Isabel es honesta, no me roba como otras. Y, sobre todo, no se queja.
                -¡Isabel! Hay que poner la mesa porque vienen los Bianchi a cenar, y hacé la salsa de champiñones que te sale tan bien con las pechuguitas. Pero tené cuidado, que no salgan secas como la última vez. Y, sobre todo, ponete el delantal que te compré y esta vez cuidalo, ¿me oiste?
                - Sí, señora Marcela.

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