Epígrafes post mortem para un
cuento apócrifo (*)
“Esta pared de
madera que toco, muy
lLejos del
mundo, está congelada igual a
tu alma ahogada en la noche.”
Maupassant
“Nunca conocí el
amor. Viví en la deso-
lación. Me deportaron a una catacumba
alemana.”
Nietszche
“Las idas y
vueltas a mi patria sin ley:
un estar en el desierto, entre inmortal-
les.”
Kafka
“Fui niño y lo
seré por siempre, con un
corazón
en la mano. Escribo memorias
de terror. La biografía de tu muerte, de
mi
vida.”
Poe
“Espero
a la policía en el medio de un
diluvio nocturno y medieval. Me con-
ducirán al cadalso. Antes quiero no
rezar,
hundirme en el alcohol.”
Bukowski
“¡Cuántas
horas pasé entre estas cua-
tro paredes, con una taza de mate
cocido amargo entre las manos!
La
luz de la vela
fue un barco a la deriva
entre los bordes metálicos de este
mar de medianoche. La
ventana a-
abierta de mi
cuarto quiere ponerle a-
las
a la niña de mis ojos. La libertad
me quema. Muy pronto la niña
caerá
como una estrella
furtiva.”
Lautréamont
“No
conozco la prisión. Vivo en ella”
“A vos
te escribo: esqueleto, amigo
de
lo negro.”
Dostoyevski.
“Todo lo hago, lo esculpo sobre esta
piedra oscura: tu alma, músculo, piel
corazón,
mi memoria.”
Rodin
“Voy a hablar de lo que no se puede decir.
Voy a hablar de la muerte. Tengo mucho para contar, mucho para reír.”
Anónimo
“Soy fuego que se apaga. Soy el abismo por donde se pierden las
palabras”
Anónimo
“¿A dónde debo ir? ¿A dónde debo emigrar después de este holocausto de
mí en vos sin yo?”
Anónimo
“Quemarme como a un papel es lo mejor que pudiste hacer en el medio de
la noche: soy ceniza de tu rosa de los vientos.”
Anónimo
“Estás hecho a mi forma sin palabra,
medida del agua profunda y superficial: (…)”
Anónimo
Pueblo fantasma
“Soy
la llama que ilumina todo
en olvido y no dice nada.”
Lucifer
Había una vez una joven muy pobre del pueblo-, pero valiente-, y un príncipe ciego extraviado en el
medio de la noche, cerca de un precipicio. El hombre iba distraído con su
pensamiento perdido en Dostoyevski, Nietszche, Maupassant, Ducasse, Kafka, Poe,
Rodin, Bukowski, Lautréamont, y,
sobre todo, en la muerte de su pueblo por la
guerra perdida contra el extranjero. Fue entonces cuando.
Auro tropezó con una piedra y se cayó al abismo de su mano izquierda que cubría
toda su frente. Sin embargo,
abajo lo esperaba la palma derecha de la doncella extendida como la tinta sobre
el papel blan- co. En esa fosa se conocieron. La mano no llevaba guante ni
anillos, sólo era una tum- ba abierta a los saludos, flores y epígrafes de cualquier
persona que pasara por allí. Entonces, las canciones y frases de las almas en
pena cayeron como la tierra sobre los cuerpos, bocas y ojos de los enamorados.
El príncipe y la joven nunca despertaron con la luz del sol, pero sí en los sueños
de libertad de su pueblo, en el cuenco de una fuente nacida del epitafio de la
noche.
Leopoldo Lugones
(*) Los nombres citados no pertenecen a ningún
hombre en particular, son simples homenajes a lecturas.