viernes, 31 de octubre de 2014

prosas poéticas por Gaby Ramos, octubre de 2014


El hielo

Tras la silla, la sombra de tu cuerpo forja una palabra dulce para escuchar, tu sombra proviene de la brisa cálida desde  el océano, densa como él. Me mirás a los ojos, tus ojos, grano de café melodían desde la caja de música escondida en el cajón de la cómoda.  Espero atenta la dulzura de tu voz, espero que se abra tu boca, que tu lengua haga el ademán  para “decir”.
Entonces, en la plaza central se hacía de noche, se entonaban melodías, como las de tu boca y los chicos salían a jugar y los viejos se sentaban en los bancos y nosotros nos quedábamos, para quedarnos más. Y comenzaba a tocar la orquesta y el verde brillante de los árboles en la noche nos regalaba cierta calma.
Y miré la luna, que estaba entera, blanca como la leche y fría.
Tu boca: cuando amanece desde la torre del castillo el paisaje, mar abierto, pulmón en expansión; yo respiro, abrís tu boca, boca chocolate, boca de selva, boca salvaje, boca animal.
Cuando nos besemos, el beso.  Nocturno, deviene con aire denso, cálido, trópico, línea anclada en mi comisura, a tientas en la oscuridad, tus manos  bajan: mi cintura se hace diminuta, mi espalda de hielo, se derrite todo de a poco.
Una noche entre tus brazos, camina como cucaracha, brillante, en excursión. Como tiempo de arena entre los dedos y todo parece volver a empezar: la luna es de chocolate.
Abrís la boca para “decir” y sé que la melodía viene del sur, promesa, cuento de antaño y todos cierran las puertas en el pueblo y la cucaracha echa a andar hasta volar. Y entre tus labios surge la palabra final, decís:
-Hie-lo

Los dos sonreímos y la luna vuelve a ser blanca y  ya es carcajada.


En flores negras

                Tu boca se esconde hoy en flores negras y la tenue sombra de tu cuerpo gris en las palomas: trepa a las nubes, muda. Bajo la última estrella que vimos, dibujada en la arena con el índice sobre la duda: un corazón y una raíz abierta. Un pájaro de acero parte el horizonte en tres y nos hundimos en la tierra tierna de semillas y esperanzas. En las orillas del mar o del río hacemos la figura del cielo, algo azul o verde,  témperas niñas en papeles de horas tarde.
Cuando crece la brisa, el viento se arrulla y nos envolvemos entre el cielo y la tierra: coquear, susurro. Un silencio de estrellas enteras en la noche fugaz y redonda como tu mano. Se tiñe tu voz de tormentas, relámpagos, tiernas lloviznas  nutren la humedad de los vuelos de pájaros y reptiles en el hueco en que entra nuestro secreto, en la gris hora del tiempo y del adiós.
Los perros ladran y se escuchan en las paredes roídas de la ciudad y duermo, entre telas de araña y gusano, como una niña de satén.
En flores negras se ocultan nuestros días de barro y hielo, de sol y luz.


De papel

Las horas de papel
entre maníes y cigarrillo,
El vino en la garganta, en el mantel,
 en la frente.
                         Tu boca húmeda, intenta un secreto:
 se acorta la luz tenue de la lámpara verde
Entre tus manos  inventa un impasse,
suspiro
Hace años nos encontrábamos a escondidas
de tu sombra,
y fue difícil:
Logramos jugar con piedras,
las horas, de papel.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Prosa poética de Santi Resnik, octubre de 2014

Sus manos acariciaban levemente el césped,  solían acompañarse por los puños de una camisa a cuadros rojos y negros, pero esta vez, físico al viento, alzó la mirada perdida y pasó de largo todo el resto del patio. Llegó a la estrellada noche y se clavó en una triada de astros. 
Hace rato estaba sentado ahí, ya había visto el sol bajar y las luciérnagas salir de sus nidos.  Así, mezclaba luciérnagas con estrellas arriba y luciérnagas con reflejos abajo, todo envuelto en frescos hedores y una suave melodía de fondo.
Entumecido, una gran cantidad de bichos de luz lo sorprendió.  La nube amarilla  subía por entre sus más pequeñas titilaciones hermanas, dobló hacia la izquierda en el aire y apuntó curso directo hacia su cara. Tanteó por el piso que tenía cerca, nada. Ahora sus manos, ya despegadas del césped, lanzaron dos bofetadas abiertas a la nube. Cuando abrió los ojos, la danza entre el campo y las estrellas había restablecido otro orden.

lunes, 27 de octubre de 2014

Prosa poética de Mariano Botto, octubre de 2014



Octubre hilvana los dedos de la tejedora. Caigo en un cruce. Palmas primaverales abiertas a la orilla sigilo bajo la piedra. Ella cruza el páramo del telar, regresa y dice: “Este adoquín arrancado por cartaginenses y romanos es montaña y cantera”.  La canción de eucaliptus nos empapa de tierra húmeda y, en cada gota, altamar y polvo. Tejido, enredos y puntos.  Rumores del hierro sobre los reposos del río.  Simulamos la piel erizada tras el paso del tren. Mis rodillas parten el mármol desgastado; sangro sobre sus escritos,  los maldigo.  ¿Dónde las vías perdieron las esperanzas, si el humo de las casas llegó  hasta su olimpo?  En la siesta del callejón, las ventanas comentan la trama, trepan por las terrazas y rodean viejas antenas, espías del brillo berreta. Las hebras me hablan de la tejedora. La mujer en telar, se teje punto por punto.  

miércoles, 22 de octubre de 2014

Malos ejemplos, un cuento de Pepe Carvalho, octubre de 2014

Malos ejemplos 


La casa:
                Las Fuerzas armadas y la religión católica  fueron, por muchos años, el alimento en lo fue la casa histórica de la familia. El bisabuelo Arnaldo había sido miembro de la Corte Suprema de Justicia. La casa, ya en el siglo pasado, estaba enclavada en la zona alta de las lomas de San Isidro, muy cerca del río. Amplios jardines sobre las lomas y frondosas arboledas daban la bienvenida. El salón de los recuerdos, decía siempre mi padre. En esa familia siempre hubo militares, jueces y curas. La bisabuela Teresa no se quedaba atrás: socia fundadora de la sociedad de beneficencia “Hijas de Cristo rey”. Las paredes con sus retratos de San Martín, Belgrano, Saavedra y  fotos del almirante Rojas, amigo personal de padre.
Así fue la vida de Bona,   a la espera de su adolescencia para ingresar al Liceo. Luego,  seguramente, al Colegio Militar. El legado familiar era ser general del ejército. El padre, almirante en actividad en la Armada Argentina, colgaba sobre la inmensa chimenea de la casa su pistola reglamentaria.
-          ¿Sabes qué, hijo?  Estamos pasando momentos difíciles. Por ahí nos atacan los apátridas subversivos y tenemos que defender la familia.
Cuando ingresó al último año del colegio militar, el padre le regaló una pistola automática Bereta italiana.
-          Tenela  siempre cerca, hijo.
               

Vidas paralelas:
Por los mismos años, otro fue el derrotero de Federico. Cuando en 1972 se recibió de subteniente lo enviaron a cursos de formación en la escuela de las Américas, en Panamá. Tal vez allí y sin saberlo se cruzó con el futuro Teniente Bona. Años después, Federico regresó con sólidos conocimientos  sobre la lucha antisubversiva y técnicas especiales de torturas. Siendo ya capitán, lo enviaron a cumplir funciones al monte tucumano a las órdenes del General Menéndez. En la primera acción  comandó  un grupo de tareas y tomó por asalto  una casa con militantes políticos de izquierda. Tras el intenso tiroteo, capturó a tres hombres y a una mujer embarazada. Cuando regresó al cuartel, dejó detenidos a los cuatro, preparó un informe del hecho y asentó el estado físico de los prisioneros: “heridas leves en las piernas y brazos”.
Por la noche, mientras brindaba con sus compañeros por el bautismo de fuego, el General Menéndez lo convocó a ir juntos a ver a los detenidos.

El pacto de sangre:
  Ya frente a los detenidos,  le dijo al General:
-A esos detenidos yo no los traje así de maltrechos y torturados.
Entonces, el General sacó su arma  y agregó:
- Capitán, son sus detenidos, termine con el tema.
 El Capitán Federico acomodó su prolijo bigote, se pasó la palma de la mano sobre su pelo cortado al ras y dijo:
Yo soy un soldado, señor. Y  si mato lo hago en combate.
El  odio del General no se hizo esperar:
-Acaba de firmar su baja del ejército, Capitán Federico.
  Por esas cosas que tiene la vida, el gringo Bona estaba detrás de escena. Dio un paso adelante y tomó el arma. Disparó contra los indefensos y se ganó un lugar de privilegio con el General. A partir de allí, el Bona formaba parte del grupo selecto del Tercer cuerpo de ejército  e intervenía en casos especiales, como oficial de inteligencia. Se especializó en torturas a mujeres.
A comienzos de los años 80, sin la protección de la dictadura militar y perseguido judicialmente por crímenes de lesa humanidad, entró en crisis psicológica y lo enviaron a tratamiento.
  
El tratamiento:
Cada vez que pretendía tener sexo con una mujer, fuera quien fuera, no podía evitar recordar imágenes de mujeres desnudas y torturadas. Los gritos de las víctimas, los golpes, la sangre formaban parte de su imaginario estable.

“Los 33 orientales”:
EL ex Capitán Federico comenzó otra vida fuera de los cuarteles. Informado de la baja del ejército, primero superó el repudio de sus camaradas, que en distintas oportunidades lo trataron como a un traidor a la Patria. Se enteró después que no había sido el único que se comportó como un auténtico soldado. Junto a él hubo otros 32 oficiales dados de baja a quienes popularmente se  llamó “los 33 orientales”.  Comenzó a estudiar sociología en la UBA y también cursó algunas materias en Ciencias Económicas. Ya no vivía en barrios militares y podía leer cualquier cosa para informarse sobre el mundo, libre ya de la parcialidad de la información proporcionada por  las minutas que había recibido en las fuerzas armadas durante los años anteriores.
-Hay otra vida y otra gente, me doy cuenta que durante la carrera militar se debería estudiar en la universidad estatal, como complemento a la preparación castrense.

Juicio y castigo:
Con la llegada de la democracia, Federico comenzó a desarrollar actividad política. Puso en conocimiento público lo sucedido y las verdaderas causas de su baja del ejército.
El General Menéndez fue juzgado y condenado a tres cadenas perpetuas.

Una vida de torturas:

                Para el gringo Bona,  la vida cambió incluso más.  Años después, a causa del tratamiento psiquiátrico, lo separaron de la fuerza por inservible.

 El tratamiento:
                EL gringo Bona, tres años después de su baja, tuvo tres intentos de suicidio. Solo y sintiéndose una piltrafa humana, volvió a vivir en la casa paterna, donde los recuerdos e imágenes de la vida militar lo sumergieron en una depresión enorme. Acomodado en el viejo cuarto que había usado cuando adolescente, tenía siempre a mano su pistola Bereta automática.

La venganza de la memoria:
“En el cuarto, en medio de la oscuridad total, me llamaba la atención un punto de luz, ¿qué era? Qué raro, nunca había prestado atención a este detalle, ¿de dónde venía la luz? A pura brazada y a puro vuelo, me acerqué a esa luz y un susurro de niño me dijo: vení por aquí, este es mi lugar, soy yo, vení, no temas, soy tus sueños. ¿Recordás qué querías ser? Qué pena me das, continuaba el susurro y se adentraba más aun en aquel punto de luz. De golpe, el  susurro se transformó en un abrazo, y luego en un beso en la mejilla. Antes de irse, antes que se apague el punto de luz, mis sueños me abofetearon.”

Y después:
En la oscuridad del cuarto, la mano abrió el cajón de la cómoda y, como tantas veces lo simuló, tomó el arma y la explosión resolvió las dudas.
Enterado del desenlace de la vida del Gringo, Federico dijo:
-          Ese fue el acto más digno de su vida.
                                                                Jony del Monte de Robles

Nota al pie:

     En la historia de la Patria, las Fuerzas Armadas se nutrieron de los hijos de los sectores sociales dominantes. Ganaderos, agricultores y comerciantes disponían de los espacios de poder, aparte de manejar  enormes fortunas. Las fuerzas armadas, como  los grupos  de la iglesia católica y romana, poblaron el ejército de Roca para quedarse con las inmensas extensiones de tierra de los indios. Con posterioridad y por cuestiones de intereses económicos, pretendieron jugar a la democracia  hasta que, en 1930, haciendo uso del poder militar, se hicieron dueños de la estructura del gobierno desde el manejo del Colegio militar. Desde ahí en adelante comandaron los destinos de la Patria con el aval- una vez más- de la estructura de la Iglesia católica y apostólica y romana. Por supuesto, batieron una bandera de defensa de sacrosantos valores. 
l nivel de descomposición de sus cuadros  fue creciendo de acuerdo a cada uno de sus socios circunstanciales: burguesía nacional, grupos económicos nacionales, neoliberalismo internacional. Esto llevó, durante las décadas del 60 y del 70, a la instalación de dictaduras militares.  El proyecto neoliberal y financiero que inundó el mundo durante esos tiempos y durante los del 80 y 90 sumió a las Fuerzas Armadas en la peor de las crisis. Se quebró de esa manera la estructura de cuadros.

Los personajes de esta historia intentan reflejar el nivel de descomposición y mostrar que no era cierto que todas las órdenes debían cumplirse

miércoles, 15 de octubre de 2014

Dos fabulosos cuentos de Gaby Ramos, octubre de 2014


Entre las horas

En la ventana de la iglesia hay una paloma gris. Llueve. La paloma cueca. El viento es fuerte. En el pueblo se escuchan los sonidos de las campanas: son las doce.
Detrás de las cortinas de la habitación de la casa, ellos se besan, sus labios tienen el sonido del infierno, las gotas de la lluvia los enciende, los tiñe en el calor de sus abrazos. La luz entra dispersa, en duda, como a pasos, y ellos desfiguran el tiempo. El reloj parece una flor seca, los muebles son el diagrama del desierto en el mapa, los gatos se esconden como ratas, la cama vacía, lejana, la banderola cae, el prisma en el ojo ciego de él, la pierna de ella entre las de él, las playas muertas entre las pieles húmedas y ásperas: hay una rosa en el jarrón de la mesa.
Se detiene la lluvia. Un cura sopla una vela, la luz baja en el altar.
Entre sus dedos hay un sudor cálido, meloso: ella abre más las piernas, él hace fuerza, presiona contra su cuerpo frágil, la aguja del reloj se estira, el desierto de la casa se expande, los ratones rumean, las nubes se dispersan, el clima se vuelve enigmático, ellos se reconocen tras las horas, en la piel de un elefante, en la mordida de un jabalí: en el lamido de una pantera. El ojo ciego de él se refleja en la mirada dulce de ella, como un oasis, el dolor se alivia, los cuerpos como mantas en el océano diluyen la inmensidad, los recuerdos flotan en el cuarto, la rosa, los gatos, las ratas, las panteras, los elefantes anclados en las figuras que forma la humedad en los brazos, en las piernas, en las espaldas y se arman una figura extraña en la arena del desierto de la casa, en los rincones de tiempo vacío, en las agujas de los relojes de todas las casas, en el clima enrarecido, en las bajas y altas de la vida hasta que los cuerpos se vuelven estatuas en resignación.
La puerta de la iglesia se abre: escapan animales. 



Nubes heladas

Una nube helada sobre los ojos de Malena. Ella es alta, flaca y usa unos tacos aguja color rosa. En la ciudad vuelan los folletos, las palomas y las bolsas, blancos. Los edificios parecen de cristal. Los arcos y los puentes, porcelana. Los habitantes de la ciudad son chiquititos y grises. Los autos se clasifican en: poderosos, a la moda y comunes.
En la ciudad “se sabe”: se viene la tormenta, pero nadie lo dice. Malena lo nota: cada nube helada que aterriza en el cielo, helada, trae consigo el recuerdo de la tormenta. Por eso  ella juega contra los adoquines con sus tacos: los mueve un poco, los acomoda, los desacomoda. Se pone nerviosa.
Nicolás se puso un traje gris. Como todos. Pero para él es la primera vez. Está por ir a una entrevista. Está ansioso y quiere que suceda lo antes posible.
El agua en gotas cae en la punta de los zapatos de las mujeres y los hombrecitos grises ya saben que, cuando una mujer mira la punta de sus pies, se viene, en serio, la tormenta.  Entonces comienza el ruido de las gotas de agua sobre los folletos; las palomas agitan sus alas y se refugian; y las bolsas hacen su escándalo.
La lluvia helada cae redimida. Malena y Nicolás están a tres cuadras de distancia: ella sonríe un poco pero duda; él siente que todo seguirá igual y está triste.
Los hombrecitos grises se convierten en puntos negros, como los de los dados: con cierto orden.
De pronto un relámpago y  el caos.
Malena piensa en la entropía. Los autos van en tres filas por la avenida, clasificados. La cola de los poderosos va a mayor velocidad, los de moda, intermedia; los comunes, baja. Malena nota la diferencia. Nicolás sale por el balcón y olvida que perdió la oportunidad de ser un hombre gris y se maravilla con los desfasajes de la velocidad de los autos.
Un trueno y la música de la lluvia en cadencia con los movimientos de la ciudad. Los silencios y las gotas: la basura descansa, los tacos de las mujeres hacen ruido, parecen cucarachas escondiéndose, los hombres grises cierran sus paraguas.
Los chicos se despiertan de la siesta con las abuelas: abren las ventanas y preguntan qué pasó. Entonces las abuelas hacen la chocolatada y les cuentan una historia inverosímil a los chicos, que ríen y ríen.
Malena y Nicolás se encuentran en una ochava. Se miran, se detienen.
A la noche ya están todos en sus casas. Alguna mujer se mira al espej

lunes, 13 de octubre de 2014

Ensayo sobre el espectáculo "Con un tigre en la boca", por Magdalena Mirazo, octubre de 2014

CON UN TIGRE EN LA BOCA

Entre la poética del amor y la del desamor,  desde el abrazo más íntimo hasta la soledad más profunda (si se hizo tarde para escapar): así se mueve “Con un tigre en la boca”.
Cada actor funde su imagen con la palabra del autor y consigue entregar una máscara perfecta.
 Las escenas se convierten en situaciones reales y se siente un estremecimiento cuando la experiencia  percibe cada situación como posible.
El ojo ve la oscilación de la felicidad al estrago, a tal punto, que  el espíritu rebalsa en cascada o implosiona.
El amor , ¿justifica el existir aunque no sea correspondido?


“¿Que haré con este corazón?
¿Derribarlo a mentiras?
¿Ahogarlo con palabras?
¿Tirárselo a los perros? [...]”
                      Jorge Boccanera

                  La pregunta del alma en carne viva imposibilita siquiera  imaginar el día en que ya no duela. Un aullido, un pedido inútil de socorro.


“[…] palabras arrojadas contra el acantilado de sus ojos
cuando lloro desnuda sobre un espejo roto
reina de lo imposible
mujer a la que nunca habrás de regresar como se
vuelve al barrio
por eso escribo en tu memoria
con la sustancia espesa del dolor […]”
                                                                 Patricia Díaz Bialet

                Con la esperanza rota. Con la desesperanza. Con lo que queda y no se puede definir,  ni explicar, salvo como una “sustancia” lastimosa y densa que no escurre. Y corroe.


[…] y es un beso de sal sobre la llaga
todo el tiempo que tarda el corazón
en dejarte partir […]            
                                            Laura Yasan

¿Cuánto es el tiempo? ¿Cómo es el tiempo del amor? ¿Cuánto mide el infinito? Ese es el beso más largo. El olvido no alcanzará nunca al amado.

Para pasar casi sin pausa del dolor al deseo, al nuevo deseo, como en la vida.

[…] porque por ejemplo
 yo
con esta cara de humilde palomita de lástima
es lo que le ordeno:
inmersión de nata y entrepierna tibia
actitud de escolar amedrentado
le exijo más y más paseo púrpura y hervor de latidos bajos
más antebrazo de bronce que se cuele
o le explico:
así como respiro cuando corro,
así voy a respirarte la poca piel que te quede sin untar cuando te toque
así voy a exaltarte los pómulos con la brasa afligida
así me voy a ungir de vos aunque no te roce.
                                                                                             Patricia Díaz Bialet


“[…] Siempre habrá un ocultamiento de la luz en el día, para
 que no se note la trampa ni el espejo[…]”
                                                                                Juano Villafañe

Por eso el silencio ocupó la sala al finalizar el espectáculo.
 Demasiadas sensaciones se amontonaban y pujaban un cada propio día.
Desiertos en los que el tiempo sobra y es brasa de amantes.

Hasta que, al fin, el alma se contuvo perpleja, para luego soltarse y disfrutar del torbellino de palabras de amor que, en una danza, a veces suelta y  otras abrazada apasionadamente, rugía como un tigre.

jueves, 9 de octubre de 2014

Bello poema en prosa de Josefina Bravo, octubre de 2014

El blanco nace en mí, agujerea luz y crece en la oscuridad de mis caderas; se agranda y se estira en mí, nervio-blanco ramificado, estremece músculos y acalambra arcoíris en largos de mis piernas. Avanza, tronco arriba, eclipsa órganos y transita brazos hasta llagar la yema. Abajo, hace rulo en el talón y retuerce la planta de mis pies. Llega a habitarme por completo. Entonces, mi ojo es blanco, es decir, multicolor. Luz linterna. Y mis palabras,  blanquecinas traslúcidas, prisma acuoso, casi aire, y toda yo fosforezco, abandonada, indefinidamente

martes, 7 de octubre de 2014

Prosa poética de Vivi García, octubre de 2014

EL CAZADOR

El sol se asomó y, junto con él, el cazador saltó de la cama. Vistió camisa y pantalón terroso, se calzó las botas y se abrigó con una chaqueta de lana, vieja de tanto uso. La escopeta esperaba el gran día arriba del ropero, bien guardada. El cazador la tomó. Sacó las municiones del fondo de un cajón y cargó.

Llegó al lago cuando los primeros rayos del sol comenzaban a rozar la superficie. En el fondo, las gotas de agua se mantenían apretadas. Esperaban el calor que las llevaría hacia las alturas. Los peces acariciaron la superficie del agua deslumbrados por la incipiente luz. En el cielo, se dibujó la silueta del pájaro, grande, majestuoso.  Hizo un giro en el aire mientras se miraba en el espejo del agua. Hacía frío. Con la llegada del día nacían los  rumores: las copas de los árboles se agitaban bajo el peso de los benteveos, mientras su grito atravesaba el bosque. Un susurro, apenas un roce,  sobre el colchón de hojas a su izquierda llamó la atención del cazador. Cuando miró, vio la cola de una ardilla  desaparecer tras el tronco de un árbol.

Se preparó, agazapado detrás de una piedra, escopeta en mano. Inmóvil, silencioso, se confundía con la tierra. Miró hacia el cielo y vio acercarse otra vez al pájaro. Esta vez volaba en picada, con la urgencia y la concentración de quien ha visto a su presa y está decidido a tomarla. Apenas rozó el agua, su cuerpo giró en sentido contrario y se alejó, otra vez, hacia lo alto. Por un instante, el cazador pudo ver en su pico la silueta de un pez  agitado. Había llegado el momento. Fijó su mirada en el pájaro, apuntó, contuvo apenas la respiración y disparó. Mientras el pájaro caía, una estampida de aves se desprendió de la copa del árbol y la ardilla corrió, asustada,  hacia arriba, por el tronco.

* * *

Siempre le había gustado esa piedra plana que se asomaba sobre el espejo del lago. Era una plataforma ancha como para que un hombre se pudiera sentar a caballo y quedar, de esa forma, suspendido sobre la superficie del agua. Si se lo miraba de lejos, el cazador parecía flotar entre la tierra y el cielo. A un lado, varias aves esperaban el desplume. Él se dedicaba a arrancarle las plumas a ese pájaro, el primero en morir esa mañana. Cuando terminó, su chaqueta de lana estaba pegoteada con plumas, por efecto de la humedad. Delante de él, había quedado el cuerpo desnudo del pájaro. Sin su principal atributo parecía una sombra de sí mismo, como esos rellenos de los almohadones que pierden su forma cuando se los priva de la funda.


El cielo se había cubierto de nubes. Las gotas de agua volvieron al lago en forma de lluvia.

Prosa poética de Isabel D´Amico, octubre de 2014

Ella no acentuaba con rojo, siempre dudaba con los acentos. Cuando era chica jugaba a acentuar diferente a todas las palabras que se le cruzaban por la cabeza. Algunas sonaban tan hermosas. Como "Ábrazame". No era una orden, era una súplica. Rara vez ella acentuaba. La música del otro lado se derrite, desespera  para entrar por debajo de la puerta, por el ojo de la cerradura. Prepotente, se mete en mi refugio y suena, no quiero escucharla. Busco los tapones en el cajoncito izquierdo del escritorio y los enchufo en mis oídos. Veo todo más grande, el silencio ensancha la habitación y el gris se evapora. Es el vapor del gris, quiere tejerse conmigo y hurgar con su aguja en alguna trama de la que yo no soy responsable. A modo de homenaje, el mismo día que se fue, cosí a Oki en un tapiz dorado, y me dieron ganas de hacerlo con alas. Lo hice y me detuve en sus ojos, a él no le pegué botones, a él le bordé dos líneas. Intenté, desesperada, dibujarle una voz y no pude, por eso su boca la hice en forma de beso. Hace seis meses tengo mi taller en el primer piso. Apenas lo adquirí pinté las paredes de color salmón. Salvo los techos. Los techos me gustan blancos.  

viernes, 3 de octubre de 2014

Un poema de Juan Carlos Pedot, octubre de 2014

Todos los vinos un solo vino

la vida a grandes tragos,
                         sin fuga ni vicio

 he bebido, unas, entre muchos,

 sin ton ni son, solo elixir mágico

y  amargamente, otras,

 bebí la muerte de un amigo,

 en esa copa bebí, entonces, a todos los amigos,

he bebido como él lo hubiera hecho por mí.

 Y enredado en volutas de alcohol

Vi su saludo muy claro beberse el último trago



Y después la fuga.