Octubre hilvana los dedos de la
tejedora. Caigo en un cruce. Palmas primaverales abiertas a la orilla sigilo
bajo la piedra. Ella cruza el páramo del telar, regresa y dice: “Este adoquín arrancado
por cartaginenses y romanos es montaña y cantera”. La canción de eucaliptus nos empapa de tierra
húmeda y, en cada gota, altamar y polvo. Tejido, enredos y puntos. Rumores del hierro sobre los reposos del río.
Simulamos la piel erizada tras el paso del
tren. Mis rodillas parten el mármol desgastado; sangro sobre sus escritos, los maldigo. ¿Dónde las vías perdieron las esperanzas, si
el humo de las casas llegó hasta su
olimpo? En la siesta del callejón, las
ventanas comentan la trama, trepan por las terrazas y rodean viejas antenas,
espías del brillo berreta. Las hebras me hablan de la tejedora. La mujer en
telar, se teje punto por punto.
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