miércoles, 15 de octubre de 2014

Dos fabulosos cuentos de Gaby Ramos, octubre de 2014


Entre las horas

En la ventana de la iglesia hay una paloma gris. Llueve. La paloma cueca. El viento es fuerte. En el pueblo se escuchan los sonidos de las campanas: son las doce.
Detrás de las cortinas de la habitación de la casa, ellos se besan, sus labios tienen el sonido del infierno, las gotas de la lluvia los enciende, los tiñe en el calor de sus abrazos. La luz entra dispersa, en duda, como a pasos, y ellos desfiguran el tiempo. El reloj parece una flor seca, los muebles son el diagrama del desierto en el mapa, los gatos se esconden como ratas, la cama vacía, lejana, la banderola cae, el prisma en el ojo ciego de él, la pierna de ella entre las de él, las playas muertas entre las pieles húmedas y ásperas: hay una rosa en el jarrón de la mesa.
Se detiene la lluvia. Un cura sopla una vela, la luz baja en el altar.
Entre sus dedos hay un sudor cálido, meloso: ella abre más las piernas, él hace fuerza, presiona contra su cuerpo frágil, la aguja del reloj se estira, el desierto de la casa se expande, los ratones rumean, las nubes se dispersan, el clima se vuelve enigmático, ellos se reconocen tras las horas, en la piel de un elefante, en la mordida de un jabalí: en el lamido de una pantera. El ojo ciego de él se refleja en la mirada dulce de ella, como un oasis, el dolor se alivia, los cuerpos como mantas en el océano diluyen la inmensidad, los recuerdos flotan en el cuarto, la rosa, los gatos, las ratas, las panteras, los elefantes anclados en las figuras que forma la humedad en los brazos, en las piernas, en las espaldas y se arman una figura extraña en la arena del desierto de la casa, en los rincones de tiempo vacío, en las agujas de los relojes de todas las casas, en el clima enrarecido, en las bajas y altas de la vida hasta que los cuerpos se vuelven estatuas en resignación.
La puerta de la iglesia se abre: escapan animales. 



Nubes heladas

Una nube helada sobre los ojos de Malena. Ella es alta, flaca y usa unos tacos aguja color rosa. En la ciudad vuelan los folletos, las palomas y las bolsas, blancos. Los edificios parecen de cristal. Los arcos y los puentes, porcelana. Los habitantes de la ciudad son chiquititos y grises. Los autos se clasifican en: poderosos, a la moda y comunes.
En la ciudad “se sabe”: se viene la tormenta, pero nadie lo dice. Malena lo nota: cada nube helada que aterriza en el cielo, helada, trae consigo el recuerdo de la tormenta. Por eso  ella juega contra los adoquines con sus tacos: los mueve un poco, los acomoda, los desacomoda. Se pone nerviosa.
Nicolás se puso un traje gris. Como todos. Pero para él es la primera vez. Está por ir a una entrevista. Está ansioso y quiere que suceda lo antes posible.
El agua en gotas cae en la punta de los zapatos de las mujeres y los hombrecitos grises ya saben que, cuando una mujer mira la punta de sus pies, se viene, en serio, la tormenta.  Entonces comienza el ruido de las gotas de agua sobre los folletos; las palomas agitan sus alas y se refugian; y las bolsas hacen su escándalo.
La lluvia helada cae redimida. Malena y Nicolás están a tres cuadras de distancia: ella sonríe un poco pero duda; él siente que todo seguirá igual y está triste.
Los hombrecitos grises se convierten en puntos negros, como los de los dados: con cierto orden.
De pronto un relámpago y  el caos.
Malena piensa en la entropía. Los autos van en tres filas por la avenida, clasificados. La cola de los poderosos va a mayor velocidad, los de moda, intermedia; los comunes, baja. Malena nota la diferencia. Nicolás sale por el balcón y olvida que perdió la oportunidad de ser un hombre gris y se maravilla con los desfasajes de la velocidad de los autos.
Un trueno y la música de la lluvia en cadencia con los movimientos de la ciudad. Los silencios y las gotas: la basura descansa, los tacos de las mujeres hacen ruido, parecen cucarachas escondiéndose, los hombres grises cierran sus paraguas.
Los chicos se despiertan de la siesta con las abuelas: abren las ventanas y preguntan qué pasó. Entonces las abuelas hacen la chocolatada y les cuentan una historia inverosímil a los chicos, que ríen y ríen.
Malena y Nicolás se encuentran en una ochava. Se miran, se detienen.
A la noche ya están todos en sus casas. Alguna mujer se mira al espej

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