EL
CAZADOR
El
sol se asomó y, junto con él, el cazador saltó de la cama. Vistió camisa y
pantalón terroso, se calzó las botas y se abrigó con una chaqueta de lana,
vieja de tanto uso. La escopeta esperaba el gran día arriba del ropero, bien
guardada. El cazador la tomó. Sacó las municiones del fondo de un cajón y
cargó.
Llegó
al lago cuando los primeros rayos del sol comenzaban a rozar la superficie. En
el fondo, las gotas de agua se mantenían apretadas. Esperaban el calor que las
llevaría hacia las alturas. Los peces acariciaron la superficie del agua
deslumbrados por la incipiente luz. En el cielo, se dibujó la silueta del
pájaro, grande, majestuoso. Hizo un giro
en el aire mientras se miraba en el espejo del agua. Hacía frío. Con la llegada
del día nacían los rumores: las copas de
los árboles se agitaban bajo el peso de los benteveos, mientras su grito
atravesaba el bosque. Un susurro, apenas un roce, sobre el colchón de hojas a su izquierda llamó
la atención del cazador. Cuando miró, vio la cola de una ardilla desaparecer tras el tronco de un árbol.
Se
preparó, agazapado detrás de una piedra, escopeta en mano. Inmóvil, silencioso,
se confundía con la tierra. Miró hacia el cielo y vio acercarse otra vez al
pájaro. Esta vez volaba en picada, con la urgencia y la concentración de quien
ha visto a su presa y está decidido a tomarla. Apenas rozó el agua, su cuerpo
giró en sentido contrario y se alejó, otra vez, hacia lo alto. Por un instante,
el cazador pudo ver en su pico la silueta de un pez agitado. Había llegado el momento. Fijó su
mirada en el pájaro, apuntó, contuvo apenas la respiración y disparó. Mientras el
pájaro caía, una estampida de aves se desprendió de la copa del árbol y la
ardilla corrió, asustada, hacia arriba,
por el tronco.
* * *
Siempre
le había gustado esa piedra plana que se asomaba sobre el espejo del lago. Era
una plataforma ancha como para que un hombre se pudiera sentar a caballo y
quedar, de esa forma, suspendido sobre la superficie del agua. Si se lo miraba
de lejos, el cazador parecía flotar entre la tierra y el cielo. A un lado,
varias aves esperaban el desplume. Él se dedicaba a arrancarle las plumas a ese
pájaro, el primero en morir esa mañana. Cuando terminó, su chaqueta de lana
estaba pegoteada con plumas, por efecto de la humedad. Delante de él, había
quedado el cuerpo desnudo del pájaro. Sin su principal atributo parecía una
sombra de sí mismo, como esos rellenos de los almohadones que pierden su forma
cuando se los priva de la funda.
El
cielo se había cubierto de nubes. Las gotas de agua volvieron al lago en forma
de lluvia.
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