El hielo
Tras la silla, la sombra de tu cuerpo forja una palabra dulce para
escuchar, tu sombra proviene de la brisa cálida desde el océano, densa como él. Me mirás a los
ojos, tus ojos, grano de café melodían desde la caja de música escondida en el
cajón de la cómoda. Espero atenta la
dulzura de tu voz, espero que se abra tu boca, que tu lengua haga el ademán para “decir”.
Entonces, en la plaza central se hacía de noche, se entonaban
melodías, como las de tu boca y los chicos salían a jugar y los viejos se
sentaban en los bancos y nosotros nos quedábamos, para quedarnos más. Y
comenzaba a tocar la orquesta y el verde brillante de los árboles en la noche
nos regalaba cierta calma.
Y miré la luna, que estaba entera, blanca como la leche y fría.
Tu boca: cuando amanece desde la torre del castillo el paisaje, mar
abierto, pulmón en expansión; yo respiro, abrís tu boca, boca chocolate, boca
de selva, boca salvaje, boca animal.
Cuando nos besemos, el beso.
Nocturno, deviene con aire denso, cálido, trópico, línea anclada en mi
comisura, a tientas en la oscuridad, tus manos bajan: mi cintura se hace diminuta, mi espalda
de hielo, se derrite todo de a poco.
Una noche entre tus brazos, camina como cucaracha, brillante, en
excursión. Como tiempo de arena entre los dedos y todo parece volver a empezar:
la luna es de chocolate.
Abrís la boca para “decir” y sé que la melodía viene del sur,
promesa, cuento de antaño y todos cierran las puertas en el pueblo y la
cucaracha echa a andar hasta volar. Y entre tus labios surge la palabra final,
decís:
-Hie-lo
Los dos sonreímos y la luna vuelve a ser blanca y ya es carcajada.
En flores negras
Tu boca se esconde hoy en flores
negras y la tenue sombra de tu cuerpo gris en las palomas: trepa a las nubes,
muda. Bajo la última estrella que vimos, dibujada en la arena con el índice
sobre la duda: un corazón y una raíz abierta. Un pájaro de acero parte el
horizonte en tres y nos hundimos en la tierra tierna de semillas y esperanzas.
En las orillas del mar o del río hacemos la figura del cielo, algo azul o
verde, témperas niñas en papeles de
horas tarde.
Cuando crece la brisa, el viento se arrulla y nos envolvemos entre
el cielo y la tierra: coquear, susurro. Un silencio de estrellas enteras en la
noche fugaz y redonda como tu mano. Se tiñe tu voz de tormentas, relámpagos,
tiernas lloviznas nutren la humedad de
los vuelos de pájaros y reptiles en el hueco en que entra nuestro secreto, en
la gris hora del tiempo y del adiós.
Los perros ladran y se escuchan en las paredes roídas de la ciudad y
duermo, entre telas de araña y gusano, como una niña de satén.
En flores negras se ocultan nuestros días de barro y hielo, de sol y
luz.
De
papel
Las horas de papel
entre maníes y cigarrillo,
El vino en la garganta, en el mantel,
en
la frente.
Tu boca húmeda,
intenta un secreto:
se
acorta la luz tenue de la lámpara verde
Entre tus manos inventa un impasse,
suspiro
Hace años nos encontrábamos a escondidas
de tu sombra,
y fue difícil:
Logramos jugar con piedras,
las horas, de papel.
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