viernes, 7 de noviembre de 2014

Serie: fragmentarios que desembocan en poema, Gaby Ramos, noviembre de 2014


Mentiras

Luego de que me besaste, olvidé las tristezas. Detrás del muro hay gatos –muchos-. Seguramente los jóvenes harán grafitis, habrá muchos murales. Mientras, paso.

Una mujer con velo, una cruz y- a tientas- la tristeza. Una voz grita a lo lejos. Tal vez nunca sepa de quién es esa voz. La calle está repleta de gente, las avenidas se derrumban en la velocidad, yo miro: un hombre  duerme entre cartones.

Hay estadísticas para todo. Una mujer rubia, extravagante, con sus tacos color carmín llama la atención. Un hombre de corbata susurra algo al oído de otro. Reparten propaganda  política. Ella, como una sombra, arrasa la avenida. Atrás quedan murmullos, papeles, corbatas, un viejo ministerio, manteros, quioscos. No hay enamorados, no hay niños ni ancianos. Hay una casa de electrodomésticos. Mariana se mira en la pantalla: la mueca se multiplica en los televisores.
Alcanza la altura tu recuerdo, trepa por los techos, por las avenidas, vuela y se enreda en los cables eléctricos. Tal vez el engaño llegue más alto.  Todavía lo extrañás.
Tu voz, de chocolate, alta y seductora, tiembla por piezas de barro, algodón y cenizas –al final nunca dijiste lo que sentías-. Yo, como un fantasma, hilo la historia en rincones, en el tiempo en que mueren las flores, en terrones de azúcar, en cafés. Dentro del vientre llevamos mentiras.

En el cielo veo cómo se dispersan los pájaros para luego formar una pirámide. En los pasillos pasa. Pasan.


 Los pasillos
El suicidio blanco, la muerte en piezas. Él, de traje, veloz, atina. Ella, dispersa, voraz. Un pétalo de hielo se hunde en tus entrañas, me deslizo en el silencio de tu sombra.
El verano, tierno, amanecido, llega en gotas de rocío, en el color de las flores, en la triste despedida. Amante de tantos rincones, de flores de algodón, de brisas frescas e incienso, en ferias de chatarra de colores, en ríos infinitos. En la humedad de esa hoja veo las venas del verano, fornidas como tu cuerpo.
De nylon, de colores, de madera, las despedidas. En un sobre, en un papel, digital. Como una muerte que empieza -o como un regodeo en la nada-. Triste en paisajes enormes, vacía. Agoniza aquella última caricia, aún puedo besarla.
Como líneas oblicuas entre estrellas, la esperanza va. Una pequeña luz del sol en tu iris, tierra roja entre tus pies, la flor gris que prometía y los zapatos de acero, los días de mañana hilados en el pasado, como pasar a tientas a desatar el muro de lo inevitable, tirar para abajo hasta que caiga el olvido a plomo: ella va, hecha de luz.
En la miel, en las cuevas, entre tus dientes. Los pasillos. Pasillos: de mimbre, de un pajar, de tierra. Hormigas. Pasillos de terracota, de cemento, de hierro. La luz se desliza en el barro: el destino lo marcan los pasillos. Tu voz a lo lejos, el eco y el reflejo: el ancho de tu cintura y un recuerdo.


La luna y las estrellas

                Entre la luna y las estrellas vas,
escapás.
Una luz tenue y
una aguada blanca
sobre un fondo oscuro
la sombra de tu voz,
caricia fresca
el agua se desliza.
En los árboles corre
el eco
del canto de pájaros de noche,
de cacao
La luz intermitente
de un satélite rebota
contra tu suelo de piedra
Tu mano amarilla
bajo el rayo del sol
al día siguiente
una estrella de chocolate,
la vía láctea en tu entrecejo
el vuelo, tan alto
de un pájaro de terracota
Brilla en el cielo
con tu luz 


No hay comentarios:

Publicar un comentario