Mentiras
Luego de que me besaste, olvidé las tristezas. Detrás del muro hay
gatos –muchos-. Seguramente los jóvenes harán grafitis, habrá muchos murales.
Mientras, paso.
Una mujer con velo, una cruz y- a tientas- la tristeza. Una voz
grita a lo lejos. Tal vez nunca sepa de quién es esa voz. La calle está repleta
de gente, las avenidas se derrumban en la velocidad, yo miro: un hombre duerme entre cartones.
Hay estadísticas para todo. Una mujer rubia, extravagante, con sus
tacos color carmín llama la atención. Un hombre de corbata susurra algo al oído
de otro. Reparten propaganda política.
Ella, como una sombra, arrasa la avenida. Atrás quedan murmullos, papeles,
corbatas, un viejo ministerio, manteros, quioscos. No hay enamorados, no hay
niños ni ancianos. Hay una casa de electrodomésticos. Mariana se mira en la
pantalla: la mueca se multiplica en los televisores.
Alcanza la altura tu recuerdo, trepa por los techos, por las
avenidas, vuela y se enreda en los cables eléctricos. Tal vez el engaño llegue
más alto. Todavía lo extrañás.
Tu voz, de chocolate, alta y seductora, tiembla por piezas de barro,
algodón y cenizas –al final nunca dijiste lo que sentías-. Yo, como un fantasma,
hilo la historia en rincones, en el tiempo en que mueren las flores, en
terrones de azúcar, en cafés. Dentro del vientre llevamos mentiras.
En el cielo veo cómo se dispersan los pájaros para luego formar una
pirámide. En los pasillos pasa. Pasan.
El suicidio blanco, la muerte en piezas. Él, de traje, veloz, atina.
Ella, dispersa, voraz. Un pétalo de hielo se hunde en tus entrañas, me deslizo
en el silencio de tu sombra.
El verano, tierno, amanecido, llega en gotas de rocío, en el color
de las flores, en la triste despedida. Amante de tantos rincones, de flores de
algodón, de brisas frescas e incienso, en ferias de chatarra de colores, en
ríos infinitos. En la humedad de esa hoja veo las venas del verano, fornidas
como tu cuerpo.
De nylon, de colores, de madera, las despedidas. En un sobre, en un
papel, digital. Como una muerte que empieza -o como un regodeo en la nada-.
Triste en paisajes enormes, vacía. Agoniza aquella última caricia, aún puedo
besarla.
Como líneas oblicuas entre estrellas, la esperanza va. Una pequeña
luz del sol en tu iris, tierra roja entre tus pies, la flor gris que prometía y
los zapatos de acero, los días de mañana hilados en el pasado, como pasar a
tientas a desatar el muro de lo inevitable, tirar para abajo hasta que caiga el
olvido a plomo: ella va, hecha de luz.
En la miel, en las cuevas, entre tus dientes. Los pasillos. Pasillos:
de mimbre, de un pajar, de tierra. Hormigas. Pasillos de terracota, de cemento,
de hierro. La luz se desliza en el barro: el destino lo marcan los pasillos. Tu
voz a lo lejos, el eco y el reflejo: el ancho de tu cintura y un recuerdo.
La
luna y las estrellas
Entre
la luna y las estrellas vas,
escapás.
Una luz tenue y
una aguada
blanca
sobre un fondo
oscuro
la sombra de tu
voz,
caricia fresca
el agua se
desliza.
En los árboles
corre
el eco
del canto de
pájaros de noche,
de cacao
La luz
intermitente
de un satélite
rebota
contra tu suelo
de piedra
Tu mano amarilla
bajo el rayo del
sol
al día siguiente
una estrella de
chocolate,
la vía láctea en
tu entrecejo
el vuelo, tan
alto
de un pájaro de
terracota
Brilla en el
cielo
con tu luz
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