La mitad de la vida
Me encontraba a
los 50, encerrado como un animal de
corral dentro de una cerca. El amor con mi mujer imperceptiblemente se esfumó,
al modo de un candil que se apaga, muy despacito.
Luego, ese amor que floreció con Romina duró solo algunas primaveras, fue una amante en tiempo de descuento. Y me
abandonó.
Mis hijos
no me daban ni cinco de pelota. El
negocio, de mal en peor. Una rinitis mal tratada me tenía a mal traer.
- Hoy no vayas
al negocio, a vos se te han bajado las defensas - Me decía Beatriz, mi esposa.
Era cierto, no tenía ánimo para
enfrentar la adversidad, me faltaba otro tipo de defensa.
-No puedo, hoy
tengo banco, tengo que cubrir los cheques voladores. - le contestaba yo con
toda mi estatura mediana encorvada hacia la tierra
Yo era un tipo de buen talante por más difícil
que las circunstancias pintaran, nunca perdía
los estribos. Luego de la jornada comercial, en mi reducto
- estudio me distendía con un tango de Pugliese. A veces
lo alternaba con -algún genio del Jazz – palabras de Alberto.
-Necesitas
reponerte – Beatriz, siempre indicándole
a los que la rodean, qué hay que
hacer. Hay gente que vive más la vida de los demás que la propia, nuestros
hijos le hacían notar que cada vez estaba más hincha pelotas.-No estás
entendiendo, mujer, claro, nunca laburaste-
-De algún culo
va a salir sangre - mi esposa
-Claro, del mío
-
-Temes ir al médico -
-Fui, pasé tres días
en cama. Estoy igual... -
Y seguía.
Sabía: la
cuerda de mi vida tenía que cortarse,
drásticamente. Solo la inercia que llamamos rutina guiaba mis pasos. Andaba
entonces, sin ninguna voluntad para modificar todo el escenario donde transcurría mi vida.
Hasta la deuda que me hacía correr todas
la mañanas no tenía sorpresa: ir a los bancos a hablar con los gerentes para que
me dieran un poco más de changüí, cansado de que me tuvieran lástima y me
perdonaran.
-Alberto, a ver
si ordena su cuenta-advertencia repetida.
A veces la depre
me tumbaba. Y el médico me empastillaba.
A los míos les
decía:
– Es hepático- a esa
altura todo me daba igual.
-Necesitás unas
vitaminas -mi mujer.
-Uno de estos
días me pegó un tiro y San se acabó-
Me dirigí al
banco y, en la FM del auto, los acordes del
tango de Troilo y Catulo
“Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.”
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.”
Un cliente que
me debía un montón de guita me largó un cheque posta, de una firma solvente. Ese día había salido el sol. Ni
sospechaba que una salidera preparada para mi tenía fecha cierta... justo
cuando recuperaba el equilibrio financiero. A cuatro cuadras, dos moto chorros
me habían elegido como el cliente del día. Me negaba a entregarles la guita
. -
No seas boludo, te quemamos -
- La guita no
la doy, ya estoy muerto en vida -
Dos disparos y
perdí la vertical. Del suelo me arrebataron el maletín.
No me podía
levantar. Tenía una rodilla rota, cuando el Same me llevó. Me vendaron la
cabeza, una bala me agujereó el pabellón de la oreja y yo no sentía nada.
Desde esas
camionetas con parlantes, de propaganda
callejera que revienta los oídos,
se oía
la canción “a partir de mañana viviré la mitad de mi vida”.
A partir de
mañana enterraré la mitad de mi muerte, de Alberto Cortéz.
La música no se
quejaba, con pabellón o sin pabellón, me atravesaba. Ese tema nunca me había
gustado, pero en ese momento me acariciaba como un bálsamo. La letra comenzó a
repetirse y repetirse adentro. Era un mantra que se distribuía por todo el
cuerpo.
Camino al
hospital, la música me dio el tono justo: minga me voy a suicidar.
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