viernes, 21 de noviembre de 2014

La mitad de la vida, por Juan Carlos Pedot, noviembre de 2014

La mitad de la vida

Me encontraba a los 50, encerrado como  un animal de corral dentro de una cerca. El amor con mi mujer imperceptiblemente se esfumó, al modo de un candil que se apaga, muy despacito.
Luego,  ese amor que floreció  con Romina duró solo algunas primaveras,  fue una amante en tiempo de descuento. Y me abandonó.
Mis hijos no  me daban ni cinco de pelota. El negocio, de mal en peor. Una rinitis mal tratada me tenía a mal traer.
- Hoy no vayas al negocio, a vos se te han bajado las defensas - Me decía Beatriz, mi esposa. Era cierto,  no tenía ánimo para enfrentar la adversidad, me faltaba otro tipo de defensa.
-No puedo, hoy tengo banco, tengo que cubrir los cheques voladores. - le contestaba yo con toda mi estatura mediana encorvada hacia la tierra
 Yo era un tipo de buen talante por más difícil que las circunstancias  pintaran, nunca perdía los estribos. Luego de la jornada comercial, en mi reducto - estudio  me  distendía con un tango de Pugliese. A veces lo alternaba con -algún genio del Jazz – palabras de Alberto.
-Necesitas reponerte – Beatriz, siempre indicándole  a los que la rodean,  qué hay que hacer. Hay gente que vive más la vida de los demás que la propia, nuestros hijos le hacían notar que cada vez estaba más hincha pelotas.-No estás entendiendo, mujer, claro, nunca laburaste-
-De algún culo va a salir sangre - mi esposa
-Claro, del mío -  
-Temes  ir al médico -
          -Fui, pasé tres días en cama. Estoy igual... -
          Y seguía.
          Sabía: la cuerda de  mi vida tenía que cortarse, drásticamente. Solo la inercia que llamamos rutina guiaba mis pasos. Andaba entonces, sin ninguna voluntad para modificar todo  el escenario donde transcurría mi vida. Hasta  la deuda que me hacía correr todas la mañanas no  tenía sorpresa: ir a  los bancos a hablar con los gerentes para que me dieran un poco más de changüí, cansado de que me tuvieran lástima y me perdonaran.

-Alberto, a ver si ordena su cuenta-advertencia repetida.
A veces la depre me tumbaba.  Y el  médico me empastillaba.
A los míos les decía:
 – Es hepático- a esa altura  todo me daba igual.
-Necesitás unas vitaminas -mi mujer.
-Uno de estos días me pegó un tiro y  San se acabó-

Me dirigí al banco y, en la FM del auto, los acordes del   tango  de Troilo y Catulo
Por eso en tu total
fracaso de vivir,
ni el tiro del final
te va a salir.”


Un cliente que me debía un montón de guita me largó un cheque posta, de una firma  solvente. Ese día había salido el sol. Ni sospechaba que una salidera preparada para mi tenía fecha cierta... justo cuando recuperaba el equilibrio financiero. A cuatro cuadras, dos moto chorros me habían elegido como el cliente del día. Me negaba a entregarles la guita
.        - No seas boludo, te quemamos  -
- La guita no la doy, ya estoy muerto en vida -
Dos disparos y perdí la vertical. Del suelo me arrebataron el maletín.
No me podía levantar. Tenía una rodilla rota, cuando el Same me llevó. Me vendaron la cabeza, una bala me agujereó el pabellón de la oreja y yo no sentía nada.


Desde esas camionetas con parlantes,  de propaganda callejera  que revienta los oídos, se  oía  la canción “a partir de mañana viviré la mitad de mi vida”.
A partir de mañana enterraré la mitad de mi muerte, de Alberto Cortéz.
La música no se quejaba, con pabellón o sin pabellón, me atravesaba. Ese tema nunca me había gustado, pero en ese momento me acariciaba como un bálsamo. La letra comenzó a repetirse y repetirse adentro. Era un mantra que se distribuía por todo el cuerpo.


Camino al hospital, la música me dio el tono justo: minga me voy a suicidar.

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