Crónica al rojo vivo
Muñiz. Primeros
días de agosto, domingo diez de la mañana.
-Hola, pa, tomamos el tren, nos reunimos en lo de
Anni. –anunciaba en la pantalla del celular de Flyn-.
-Ok, ya salgo, los espero. –imprime la pantalla de
Jack.
El día se presenta
con el cielo muy cargado de nubes.
En Palermo se
bajan los hijos varones de Flyn. Descienden los 22 años de Jack, su delgadez,
su pelo rubio y los 30 de Ribery de cabello crespo corto e incipientes
entradas. Deben caminar hasta llegar al departamento de Anni, delgada, castaño.
Por instantes hay viento y la humedad en el aire es molesta. Shania viaja desde
Caballito, siempre deja suelto su cabello ondulado castaño claro. No se
maquilla, va a cara limpia, no cambiará a los 26. Flyn está más cerca del encuentro
de hijos y padre. Él, desde Balvanera y en diez minutos, estará reunido con su
hija, yerno y nietas.
Los cuatro
llegarán muy juntos al departamento del cuarto piso en el barrio de Palermo.
Antes de salir disfrutaron de una mateada, facturas y bizcochuelo.
Flyn tiene a sus
dos nietas de 5 y 2 años sentadas en su falda. Las niñas ríen por las
cosquillas del abuelo.
-Bueno, niños, usen el baño y nos vamos -dice Anni mientras señala hacia el lugar.
-Vamos, tenemos un viajecito, -dice Shania y se pone de pie mientras habla y aletea con las manos -.
El yerno de Flyn,
hincha de River, se queda con sus hijas en el departamento.
Caminan hasta
encontrar la salida del 95. El cielo cada vez más oscuro. Ya en camino a la
cancha, las mujeres ocupan un asiento de a dos, los varones detrás y, en
frente, en los de una fila va Flyn. En cada parada, el 95 levanta hinchas del
Rojo. Todos se miran, nadie se conoce y sonríen. Parece no querer despejar el
cielo, las nubes andan más cargadas. Se va llenando el bondi con camisetas
rojas, algunas azules y pocas blancas. Directo a Avellaneda parece ir el
colectivo, mientras suben más y más los del Rojo.
Belgrano y
Alsina: bajan todos en la misma parada y
comienzan a caminar, algunos apurados y otros, como los hijos de Flyn, más
lentos. Hay tiempo, las dos mujeres van tomadas del hombro y los tres varones,
de escoltas. Oscurece cada vez más, las luces de la calle encienden.
Sobre Alsina muchos puestos de venta de camisetas,
gorros, camperas, remeras, buzos, vinchas y souvenires. En las esquinas están
los que ofrecen banderas. Cada quien pregona lo suyo de un lado a otro. La
mercadería reluce sobre el asfalto.
Dos cuadras antes de la cancha, la policía hace el
cacheo. A las mujeres, por mujeres policías, a un costado de la calle. Los
cacheos se repiten antes en la entrada y antes de ingresar a la tribuna. Nada
de botellas ni encendedores, estos quedan en el piso al lado de las vallas.
Los varones se
adelantan y buscan el lugar en la platea alta. En el campo de juego está por
terminar la reserva. Los cinco se ubican en los asientos asignados justo entre
el pasillo y la baranda. Hasta que se acomoden quienes van llegando es molesto
estar en la primera fila.
El campo de juego se ve muy bien desde ese lugar. Las
luces del estadio encendidas. El cielo oscuro como si fuera de noche y son las
quince y cuarenta y cinco.
La tribuna de la cabecera norte parece completa de
hinchas. Todos entran en calor cantando y a los saltos. Los hinchas de la sur,
detrás del arco debajo de los visitantes, también completan la tribuna. La
mayoría con camisetas de color rojo, algunas azules y pocas blancas. Con otros colores las menos.
Se escucha la pitada del referí. Finaliza el partido
de reserva; los rojos ganaron dos a uno a River. Los cantos de la tribuna se
hacen oír. Los primeros insultos a los hinchas de River, también.
Flyn se para a ver desde la baranda la platea baja,
observa a la gente acomodarse, gira sobre sus talones y mira hacia la platea.
En el campo de juego los periodistas y reporteros
gráficos, frente a la salida de los jugadores. Los de River salen al trote,
silbido total de instrumentos bocalabiales, todos una sola nota, casi al mismo
volumen. Algunos se destacan por demasiado agudos y ruidosos. Sale el Rojo y
cambia la música. Ahora, entre aplausos y cantos, hasta que se unifica el gran
coro alentando al equipo.
En estos momentos se oscurece más el cielo, jamás
falla. Después del relámpago, el conteo es corto hasta el primer trueno. De
inmediato, llueve. Pocos minutos de lluvia fuerte, copiosa y el cielo se
unifica un color gris. La hinchada no calla, parece recibir el agua con
alegría. Pocos paraguas protegen, saltan al compás del coro cargado de insultos
a River.
Una pitada del referí desafortunada en contra del Rojo
y la mitad de cuarenta mil almas le regala saludos a la hermana, madre y abuela
del juez. Un rechazo de la defensa del local produce un rápido avance que se
convierte en gol del Rojo. Los gritos de los hinchas repiten diez veces
seguidas gol, otros algo más espaciados y el rooojoooooooooo hasta agotar el
aire de sus pulmones. Shania y Anni se abrazan, saltan Jack, Ribery y Flyn.
Escuchar al unísono es un hermoso coral de una sola nota redonda. Luego, la
gran mayoría canta lo que tiene ganas hasta que todo parece ordenarse. Por un
momento hay mucha armonía y no se nota quiénes desafinan.
Llega el silencio, River empató y la tribuna visitante
se escucha baja. No se encuentran miradas entre la parcialidad Roja. La mayoría
resopla bronca hacia el campo de juego. Alguien del Rojo se enoja y comienza a
saltar e insultar a la visita. Todos los locales se unen al canto, los diablos
sacan fuego de sus gargantas para tapar a la hinchada oponente. Pitada de final
del tiempo, al descanso, aplausos, acompañados de insultos aislados. Los del
Rojo se juntan casi en el centro del campo y los de River, a un costado. Son
los primeros en irse. Sigue lloviendo despacio y parejo.
Ribery, Jack y Flyn van en busca de cafés. Y Anni con
Shania, al baño. Debajo de la platea, en el pasillo, se encuentran los baños y
el buffet.
Predomina el color rojo, algo de azul y poco blanco
entre los simpatizantes de un lado a otro. Algunos se paran pegados a las
paredes a tomar o comer algo. El flujo de gente
va en un espacio de dos metros de ancho. Parece que se aproxima el
comienzo del segundo tiempo. Cada cual en su lugar sigue una cábala y disfruta
el café.
No merma la lluvia, lenta y copiosa como una pesada
garúa. Salen los jugadores de ambos equipos. El referí y sus colaboradores
esperan en el centro de la cancha. Los que tienen información de la transmisión
radial informan: no hay cambios en ambos equipos.
_-Mirá cómo se ubicaron, -dice esto Flyn- parece que
refuerza el medio campo.
De quienes están cerca nadie opina, sólo asienten con
cabeceos. El público comienza a calentar gargantas, alientos por la parte baja
al norte, en los laterales, otros cantos más suaves y la sur insulta a la de
River. Comienza el tiempo final, cuarenta mil almas se ponen de acuerdo en
cantar el mismo coral del infierno. Flyn ríe y quiere aprenderse la letra.
Un zapatazo desde fuera del área de un mediocampista
de River y convierte el dos uno. Van
veinte minutos del segundo tiempo y se desespera más el hincha que los
jugadores. Aislados van insultos o comentarios de cómo se ve en la cancha tal o
cual jugador. Todos quieren entrar a dejar la pelota dentro del arco de River.
Ya van treinta y cinco, una serie de rebotes en el área contraria y se produce
el milagro en el infierno. Grito de gol y festejo más largo que el primero. Nadie
deja de saltar y alentar al equipo. Entra a jugar los últimos minuto el francés
de River. Los insultos que recibe se multiplican. Parece que al del cielo se le
dio por mandar, en este minuto final, una copiosa lluvia. El francés manda la
pelota a lavar a las nubes. Silbidos, creo que hasta de la tribuna visitante.
El viento quiere ayudar a la lluvia a moverse de un lado a otro y el cielo se
mantiene gris. En el campo de juego nadie quiere bajar la pelota, ella viaja en el aire como la mejor de las brujas,
que no caiga en el arco del local. Pitazo final, el alivio, los aplausos no
para los jugadores que empataron, sino para la tribuna que se aguanta la mala
racha.
Costumbre de los plateístas, bajar y esperar apilados
fuera de la tribuna. Los comentarios al pasar fijan la mirada en Flyn, Ribery,
Shania, Anni y Jack que se mantenían abrazados. En las tribunas norte y sur la
gran mayoría de los simpatizantes permanece a esperar que avisen cuándo abrirán
las puertas del estadio.
La familia de Flyn baja junto al resto. Los hijos van
a un puesto que vende ropa y dejan en un espacio plantado a Flyn como punto de
encuentro. Se acentúa más el color rojo, pocas azules y algunas blancas con
vivos colorados. Fuera de la cancha, en un inmenso patio, se junta la mayoría
de simpatizantes. La marea humana comienza a moverse hacia la salida. Flyn y
sus hijos están dentro de la marea. El partido terminó, nadie canta nada. Se
escuchan comentarios y reproches entre los hinchas. Por detrás, los vendedores
de gaseosas. Y, al pasar por los puestos de choripán, el olor junto al de
hamburguesas es inconfundible. Los varones señalan a Flyn el local de pizza
canchera, un mundo de gente espera ser atendida. Deciden seguir camino. Ya no
llueve, sí se hace notar el viento que empuja frío a los simpatizantes en busca
de su medio de transporte.
Más vendedores ahora en las calles de acceso. Flyn y
sus hijos cruzan la plaza Nicolás Avellaneda para encontrar la parada del 95 al
frente en Avenida Mitre. Vuelve a ponerse oscuro el cielo, nada de viento.
Esperan junto a otros hinchas. Las caras parecen ser familiares al tomar el
bondi de regreso a Palermo. Como a la ida, todos se miran, sonríen y se
amontonan. En los pasillos, aguantan los apretujones. Al ser del Rojo, toleran
apilarse. Suben el puente Pueyrredón y se escucha un trueno. Parece sacudir al
transporte, silencio en el pasaje, la lluvia se presenta de inmediato.
Prevalece en la masa de simpatizantes el color rojo, algo de azul y poco
blanco.