viernes, 31 de mayo de 2013

Solesy letras, un poema de Roberto Aguilar, mayo de 2013


                                          Soles y letras



Sol  desierto,
            fiesta del bosque,
                               caída al infinito de tu iris.

Sol negro, hermano de la noche,
                               constelación entre tus pies y ls míos.
                               Marea de fuegos amarillos
proscribe  valles y montañas al desierto de  palabras.


           Cenizas de versos y arenas al viento vuelan desde el soplo .
         hacia acantilados,
                              respiran  olas crujientes
contra las rocas.
                              Alguien se hunde, saca una mano,
dos, escribe en la arena: Nadie en la costa. Entra una gaviota. Vuela sobre la espuma del sol blanco.
                                         Sones,
                                              esperas,
                                                         caprichos del ol-
vido donde cruzan los sueños
                                               y girasoles del espanto.

                                 Invocación

¡Sol cautivo,
                  corto resplandor,
                                              llama de los cirios,     
                       serafín entre rejas,
                                             tierra amarga sobre tu boca,
dejá a la noche                                   y al ave gritar

                             en la tercer orilla!

jueves, 30 de mayo de 2013

El caníbal glorificado, un poema de Pablo Cecchi, mayo de 2013

El caníbal glorificado




La gula del titán Cronos
lo llevó a comerse a sus hijos.
Del trono de los cielos
despojó a su padre
con suma ira
-a pedido de su madre-
se encegueció,             
Más tarde cayó,
en su descendiente.
-¡Qué linaje endemoniado!,
                     
                        Ahora, mirá,
su supuesta mente divina
es una contradicción.
Y los griegos adoraron
a ese dios caníbal
por mucho, mucho tiempo

¡Estúpidos!
Los romanos también
lo llamaron Saturno.
A sus vecinos helénicos
robarles fue fácil,
les quitaron      
e impusieron la saturnina.
A todos,
ni uno solito se salvó.
No fue suficiente,
levantaron estatuas inmensas,
inquebrantables.
Hoy,                            
no cambia el nombre del astro.
Ni detiene su gula.

El polvoriento, un poema de Horacio Intorre, mayo de 2013

           Lancé al polvoriento
contra el espejo.
Aún no empiezo a caminar
¿Hacia dónde va la imagen?
                  
                     ¿Será acaso, un reflejo
                      sobre el polvo?
Un simulacro              una ilusión,
                        ¿la nada del revés o su fondo?

¿Acaso la nada es, aun si no empiezo a caminar?


¿Qué ,                  detrás              del               reflejo?
Dos        pasos, uno por camino
                                                       ¿Y aún no empiezo a caminar?

                     (los pedazos de espejos marchan, a `paso vivo, los restos de mi imagen)

Los cielos, por Gabriela Ramos, mayo de 2013

Los cielos


            Celia abre los brazos para desperezarse, es una mañana muy fría, hace calor dentro de las sábanas y las frazadas son muy pesadas. Mientras se larga a llover, el tiempo le dice que será un duro día y ella tiene pocas ganas de levantarse y salir de la casa. Celio aún escribe, aún no durmió en toda la noche, extensa, negra, sin luna, sin ventana, sólo en su cuarto en el edificio de Corrientes y Pueyrredón. En el centro del edificio, hay una boca, da al jardín y no la vio en toda la noche, escribe, aún y es de mañana. Celia mira por la boca del edificio, su ventana ya deja ver las primeras gotas, debe colgar la ropa y al fin salir en busca de empleo. Celio cierra los ojos, pero le asusta el negro de su cuarto y de la noche pasada, abre y cierra los ojos y es extenso el espacio  en su pensamiento, en su plan por escribir el mejor cuento deo en su vida, y tic tac, los pestañeos, negro blanco, luz extensa, electrones y tic, la noche apagada sin luna y es de día, son las seis y debe dormir pero tic y la noche. Celia cuelga la ropa, cansada, sabe,  no le espera un buen día, le alegra el verde de los árboles y el jardín de la boca del edificio, teme que se caiga alguna media, teme salir otra vez y volver sin trabajo, con menos dinero del que tenía, salir y la lluvia, y los reflejos  le recuerdan la nada infinita que siente cuando vuelve a su casa para planchar y lavar y tener menos de lo ahorrado y estar sin trabajo. Celio se acuesta, ese departamento sin ventana, porque la hicieron cerrar, porque había un hombre que se había suicidado, que se había lanzado sobre el jardín de la boca del edificio y todos los vecinos habían olvidado a ese hombre y ese hombre después estuvo en boca de tantos vecinos y Celio quería dormir pero el negro del departamento, que era un cuarto, y la computadora que debía abandonar, apagar, como a sus palabras, como a su pensamiento, como la vida de ese hombre que se fue por la boca y fue a parar a un jardín que Celio no ve porque no hay ventana ya. Celia sale de la casa, en Pueyrredón y Corrientes hay mucha gente, eso es duro, muy duro, salir como fantasma y volver, sin nada, pero ella camina y apura los pasos y llega y hay mucha cola y la gente viste mejor que ella, y se susurra: hay sólo dos puestos, y  hay que cumplir con los requisitos y ella no quiere oír, porque son tantos y ella no tiene trabajo y ella hace años  no tiene trabajo y está cansada, muy cansada, y la gente en la cola se impacienta, pero ella está mal vestida, ya poco queda en la bolsa del jabón en polvo, volverá con menos dinero y sin trabajo. Celio duerme. Celia hace dos horas  está en la fila, empezó a helar y su saco está mojado, su pelo también, el agua de sus zapatos ya hace burbujas cuando ella mueve los pies porque tiene mucho frío y entonces avanza la fila, y le tocó a ella. Celio sueña que hay una ventana en el departamento, una luz cálida de primavera avanza sobre todos los objetos de la habitación, q exactamente con el orden que él necesita, y es una mañana hermosa, y la computadora está apagada y sus ideas tan lúcidas y va a levantarse y va a escribir mientras tome unos mates y todo será perfecto en ese día. Celia no consigue el trabajo, vuelve triste, el cuerpo le pesa, a pesar de la lluvia y el frío, ya no le queda jabón en polvo y ya no tiene ganas de lavar la ropa esta noche y colgarla a la mañana porque esta noche no llegará nunca, porque ese día no va a terminar, porque ella está muy cansada y el dolor extiende las horas y a ella le duele mucho todo, hoy. Celio está abrazado a su almohada, tiene un sueño cálido, sueña luces e imanes entonces despierta y no hay ventana y no hay luz y la noche no termina y no amaneció aún y aún no escribió nada, pero sí había escrito, su computadora lo guardaba todo. Celia se tira por la ventana y cae al jardín. Celio prende la computadora y termina su cuento, y se dice: “Cielos. Es el mejor cuento que hice”.



El cumpleaños de la Emmita, Por Juan Carlos Pedot, mayo de 2013

El cumpleaños de la Emmita

I
            Emminta, le decia mi abuelo Elio -un tano albañil bonachón, a quien en la familia le llamábamos el Nono Elio. La Emmita le decía el Nono desde pequeña y así le quedó. Era la preferida del Nono, entre sus cinco hijos. Desde que tengo uso de de razón, la Emmita actuó- a pesar de su diminuto- como una mujer adulta.  Aun así, para marido, hijos, hermanos y sobrinos, siempre fue la Emmita. Y la Emmita, a pesar de sus achaques, cumplió 90 años.  Algunos problemitas en su salud le jugaban una mala  pasada. Una artrosis galopante le atacaba las rodillas y los tobillos en un lastimoso grado de inmovilidad. En los últimos años se le fue torciendo el pie derecho hacia fuera y, al apoyarlo, le causaba mucho dolor. Sólo los calmantes le permitían trasladarse pesadamente. Mas un espíritu inquieto- que a veces molestaba a terceros-  la impulsaba a no entregarse a la postración a la que sus roídos huesos querían condenarla.

            Incluso con estas contras encima, estaba decidida. Casi en soledad confeccionó la lista de invitados. El resto de los preparativos del  festejo de sus 90 años los condujo ante la mirada asombrada de propios y extraños. ¡Ah, nuevos tiempos!,  cada vez más cuesta creer que a edad tan avanzada ella se fijara una meta y lograra alcanzarla. Pero allí iba ella, lenta en un andador cuádruple, del cual últimamente no se desprendía, aunque en tramos cortos se las podía arreglar sola.
            Los médicos le advirtieron: a su edad, una caída sería una segura fractura de cadera. Se cuidaba, pero eso no le impedía  llevar a cabo las tareas caseras, que desplegaba con  inusitada energía  desde joven.
            En una libretita diseñó su cumpleaños. El inventario de gastos que la Emmita transcribía en su libreta era releído en cualquier momento del día, para asegurar con la relectura la eficacia de lo planeado y para no correrse un milímetro del dinero que contaba para tal fin. Tres rubros eran los gastos mayores: comida, bebida y música.
             Pero, antes de ocuparse de estos rubros, lo primero fue la selección de la concurrencia: además de recorrer en su memoria los afectos, las rupturas, las reconciliaciones y los nuevos contactos, la lista era la base del futuro presupuesto.La Emmita contó  más de 150 candidatos a invitados, pero decidió que para sus 90 años  tenían que ser 90 personas. Esa cantidad era una ecuación  casi natural, coincidía con  los ahorros  para los gastos de la fiesta. Los invitados resultaban una muestra bien representativa de los seres que a diario visitaban a la  homenajeada: algunos  amigos, sus sobrinos más cercanos, sus nietos y sus tres hijos.   La Emmita, en voz baja, rumoreaba nombres. En la lista se incluyeron también algunos casi desconocidos por su círculo más íntimo. Nuevos amigos y amigas llenaban los espacios vacíos. Más grande se ponía, más jóvenes eran sus nuevas relaciones. Ninguno de sus hijos entendió esta manera singular de renovarse de la Emmita: allegados en tiempo de descuento, a quienes sus hijos celosamente observaban. La Emmita invitó a su fiesta un cúmulo de afectos, tampoco le importaba si finalmente era defraudada.

            Ella no era del todo inexperta en reuniones de  20 a 30 personas. Y tampoco era inexperta del todo en fiestas mayores. Una experiencia nodal fue cuando cumplió sus 80 años. Pero alli  contó con un ejército de colaboradores para un festejo de más de 120 personas. Un exitoso ensayo previo.


 II
            Y bien, para los 90, 90 invitados.
            El lechón adobado no podía faltar, desde antaño, en la comilonas familiares el lechón era la reina del gourmet, los invitados no hubieran concebido otra atención. Acompañaban la comida principal, una entrada contundente de unas sabrosas empanadas mendocinas y luego una robusta presa de pollo con salsa al jerez, una absoluta y exquisita joya para el paladar. Como el presupuesto era menor que en reuniones anteriores, se redujo la calidad de los vinos, cervezas y gaseosas a granel.  Su hijo Eduardo, amigos y colaboradores  le arrimaban los distintos precios.
A la Emmita no se les escapó la selección de mozo, cocineros, colaboradores -los músicos requerían una atención especial pues para ella la música sería la nota de color-.

            El predio de la fiesta fue una especie de quincho de un garage, del tamaño de un lote de las casas de la zona de Pedro Molina. Amplio predio, de unos  60 mts de fondo, reciclado para fiestas familiares,cerrado con un alto portón de chapa que cubría todo el frente del lote. Desde la entrada hasta donde estaban los comensales, se anticipaba un pequeño parque de unos 50 mts,  un prolijo parque con juegos, que resultó muy beneficioso para  la cantidad de niños presentes en la fiesta , algunos de los cuales eran bisnietos de la Emmita.

III

            Son las 14hs de un soleado domingo de mayo. Todo el mundo está ubicado y ya impaciente en sus mesas. Se abre la pequeña puerta del inmenso portón de 10 mts de ancho  y aparece la Emmita , seguida por sus tres hijos:El Juanca, el Alberto y el Eduardo. La acompañan lentamente , pues camina con dificultad ante  la vista atenta de todos. Con  fondo de “Los caminos de la vida”, de Vicentico, se arremolinan para besar a la nonagenaria. Este saludo no estaba previsto y el espacio se achica. Hay aplausos y vivas. Todo el mundo se sienta y se viene la comida. Solo reina un suave murmullo. Los ojos de Emmita irradian felicidad.

            Cuando la Emmita estima que los mozos ya no serán necesarios y han satisfecho a los comensales, da una señal y- por la puerta de entrada- aparecen los músicos a toda orquesta. Inundan el predio al son de una canzoneta. Todos iluminados por el mediodía  luminoso de otoño mendocino. Si hay una estación que enorgullece a los mendocinos, es el otoño.

            Después de la comida, en pocos minutos, se canta el cumpleaños feliz, acompañados por la orquesta. Allí, en un galpón preparado para fiestas familiares, en los suburbios de Guaymallén, brilla entonces esa sonrisa abierta y tan linda de Emmita, la más contagiosa.

            Entonces, se larga la música y salen las parejas a bailar. De los instrumentos que conforman la orquesta, la estrella es el acordeón.  Están previstos pasodobles, salsa ,tarantela. Y  no falta el tango, porque el Juanca es bailarín de tango. La Emmita es hija de italianos y varios de sus sobrinos parecieran  recién venidos de la península itálica, aunque algunos de ellos jamás cruzaron el charco.


IV
            Así, con ahínco, concibió la Emmita su festejo fellinezco, donde confirmó esa popularidad, que siempre tejió con un axioma: solidaridad con el familiar, el amigo o el vecino. Desde muy joven, colocó inyecciones- a veces sin cobrar- prestó dinero a familiares y a amigos, a sabiendas de que no lo recuperaría; actuó, incluso, criticada por  su marido y sus hijos . Sin embargo, a la Emmita  las opiniones  contrarias  a sus decisiones no le importaban.



            Y allí estamos, ¡miren!, Ante el rostro iluminado de la Emmita, los 90 asistentes cantamos  emocionados el cumpleaños feliz. Y ella aplaude y levanta las manos para agradecer, plena de vida como si recién comenzara. Como si para ella, todo y siempre, estuviera por comenzar.









martes, 28 de mayo de 2013

Blanco y cresta, un poema de Eran MInuchin, mayo de 2013

 Volver a la pluma,
                          que se hunde en el tintero,
 desde   el orgulloso gallo: blanco y cresta.

Es una espada, sí,
                      apunta hacia adentro, más bien a la izquierda,
          después, también a derecha. 
Traduce, pincha, corta,
en torno, también industrial.
Gira.
Ante la piedra no se frena y es dentista cruel.
Ahora dirás, 
               ¿contra quién, la guerra?
Al instinto no se le puede,
Entonces, 
                     ¿contra quién apuntás?

Quiero
ser el piloto,
             el vacío mismo del abismo,

                 caer,
                             solo caer.
 Estar en la balanza,
                   que pesa y mide,
Y ahí, en  equilibrio:
                                 la estocada.

Eso es la maestría.
Enseñar.
                    Ahí, es por ahí,
 agrupar  fuerzas  en la alquimia
 que cubre de plateado su deseo
y de oro
             que da
que abre.
Abrir.
Que se abran las puertas,
Vamos a salir.

Blanco y cresta.
Vamos.

Tejedora, un poema de Gabriela Ramos, mayo de 2013

Tejedora 


La flor tendida
            descanso gris
                        como el gato
                                    que merodea por el jardín
            Como flor, el colibrí
                                    tornasolado
El gato pasea,
            tras la reja
                        la sombra
                        esconde la flor
El gato busca al colibrí,
la flor la sombra
la reja teje y desteje tristezas

En el gris descanso
Como la flor
 el colibrí

Como el gato

lunes, 27 de mayo de 2013

Crónica al rojo vivo, por Francisco Famá, mayo de 2013

Crónica al rojo vivo

            Muñiz. Primeros días de agosto, domingo diez de la mañana.
-Hola, pa, tomamos el tren, nos reunimos en lo de Anni. –anunciaba en la pantalla del celular de Flyn-.
-Ok, ya salgo, los espero. –imprime la pantalla de Jack.
            El día se presenta con el cielo muy cargado de nubes.
            En Palermo se bajan los hijos varones de Flyn. Descienden los 22 años de Jack, su delgadez, su pelo rubio y los 30 de Ribery de cabello crespo corto e incipientes entradas. Deben caminar hasta llegar al departamento de Anni, delgada, castaño. Por instantes hay viento y la humedad en el aire es molesta. Shania viaja desde Caballito, siempre deja suelto su cabello ondulado castaño claro. No se maquilla, va a cara limpia, no cambiará a los 26. Flyn está más cerca del encuentro de hijos y padre. Él, desde Balvanera y en diez minutos, estará reunido con su hija, yerno y nietas.
            Los cuatro llegarán muy juntos al departamento del cuarto piso en el barrio de Palermo. Antes de salir disfrutaron de una mateada, facturas y bizcochuelo.
            Flyn tiene a sus dos nietas de 5 y 2 años sentadas en su falda. Las niñas ríen por las cosquillas del abuelo.
-Bueno, niños, usen el baño y nos vamos -dice  Anni mientras señala hacia el lugar.
-Vamos, tenemos un viajecito, -dice Shania y se  pone de pie mientras habla y   aletea con las manos -.
            El yerno de Flyn, hincha de River, se queda con sus hijas en el departamento.
            Caminan hasta encontrar la salida del 95. El cielo cada vez más oscuro. Ya en camino a la cancha, las mujeres ocupan un asiento de a dos, los varones detrás y, en frente, en los de una fila va Flyn. En cada parada, el 95 levanta hinchas del Rojo. Todos se miran, nadie se conoce y sonríen. Parece no querer despejar el cielo, las nubes andan más cargadas. Se va llenando el bondi con camisetas rojas, algunas azules y pocas blancas. Directo a Avellaneda parece ir el colectivo, mientras suben más y más los del Rojo.
            Belgrano y Alsina:  bajan todos en la misma parada y comienzan a caminar, algunos apurados y otros, como los hijos de Flyn, más lentos. Hay tiempo, las dos mujeres van tomadas del hombro y los tres varones, de escoltas. Oscurece cada vez más, las luces de la calle encienden.
Sobre Alsina muchos puestos de venta de camisetas, gorros, camperas, remeras, buzos, vinchas y souvenires. En las esquinas están los que ofrecen banderas. Cada quien pregona lo suyo de un lado a otro. La mercadería reluce sobre el asfalto.
Dos cuadras antes de la cancha, la policía hace el cacheo. A las mujeres, por mujeres policías, a un costado de la calle. Los cacheos se repiten antes en la entrada y antes de ingresar a la tribuna. Nada de botellas ni encendedores, estos quedan en el piso al lado de las vallas.
            Los varones se adelantan y buscan el lugar en la platea alta. En el campo de juego está por terminar la reserva. Los cinco se ubican en los asientos asignados justo entre el pasillo y la baranda. Hasta que se acomoden quienes van llegando es molesto estar en la primera fila.
El campo de juego se ve muy bien desde ese lugar. Las luces del estadio encendidas. El cielo oscuro como si fuera de noche y son las quince y cuarenta y cinco.
La tribuna de la cabecera norte parece completa de hinchas. Todos entran en calor cantando y a los saltos. Los hinchas de la sur, detrás del arco debajo de los visitantes, también completan la tribuna. La mayoría con camisetas de color rojo, algunas azules y pocas blancas.  Con otros colores las menos.
Se escucha la pitada del referí. Finaliza el partido de reserva; los rojos ganaron dos a uno a River. Los cantos de la tribuna se hacen oír. Los primeros insultos a los hinchas de River, también.
Flyn se para a ver desde la baranda la platea baja, observa a la gente acomodarse, gira sobre sus talones y mira hacia la platea.
En el campo de juego los periodistas y reporteros gráficos, frente a la salida de los jugadores. Los de River salen al trote, silbido total de instrumentos bocalabiales, todos una sola nota, casi al mismo volumen. Algunos se destacan por demasiado agudos y ruidosos. Sale el Rojo y cambia la música. Ahora, entre aplausos y cantos, hasta que se unifica el gran coro alentando al equipo.
En estos momentos se oscurece más el cielo, jamás falla. Después del relámpago, el conteo es corto hasta el primer trueno. De inmediato, llueve. Pocos minutos de lluvia fuerte, copiosa y el cielo se unifica un color gris. La hinchada no calla, parece recibir el agua con alegría. Pocos paraguas protegen, saltan al compás del coro cargado de insultos a River.
Una pitada del referí desafortunada en contra del Rojo y la mitad de cuarenta mil almas le regala saludos a la hermana, madre y abuela del juez. Un rechazo de la defensa del local produce un rápido avance que se convierte en gol del Rojo. Los gritos de los hinchas repiten diez veces seguidas gol, otros algo más espaciados y el rooojoooooooooo hasta agotar el aire de sus pulmones. Shania y Anni se abrazan, saltan Jack, Ribery y Flyn. Escuchar al unísono es un hermoso coral de una sola nota redonda. Luego, la gran mayoría canta lo que tiene ganas hasta que todo parece ordenarse. Por un momento hay mucha armonía y no se nota quiénes desafinan.
Llega el silencio, River empató y la tribuna visitante se escucha baja. No se encuentran miradas entre la parcialidad Roja. La mayoría resopla bronca hacia el campo de juego. Alguien del Rojo se enoja y comienza a saltar e insultar a la visita. Todos los locales se unen al canto, los diablos sacan fuego de sus gargantas para tapar a la hinchada oponente. Pitada de final del tiempo, al descanso, aplausos, acompañados de insultos aislados. Los del Rojo se juntan casi en el centro del campo y los de River, a un costado. Son los primeros en irse. Sigue lloviendo despacio y parejo.
Ribery, Jack y Flyn van en busca de cafés. Y Anni con Shania, al baño. Debajo de la platea, en el pasillo, se encuentran los baños y el buffet.
Predomina el color rojo, algo de azul y poco blanco entre los simpatizantes de un lado a otro. Algunos se paran pegados a las paredes a tomar o comer algo. El flujo de gente  va en un espacio de dos metros de ancho. Parece que se aproxima el comienzo del segundo tiempo. Cada cual en su lugar sigue una cábala y disfruta el café.
No merma la lluvia, lenta y copiosa como una pesada garúa. Salen los jugadores de ambos equipos. El referí y sus colaboradores esperan en el centro de la cancha. Los que tienen información de la transmisión radial informan: no hay cambios en ambos equipos.
_-Mirá cómo se ubicaron, -dice esto Flyn- parece que refuerza el medio campo.
De quienes están cerca nadie opina, sólo asienten con cabeceos. El público comienza a calentar gargantas, alientos por la parte baja al norte, en los laterales, otros cantos más suaves y la sur insulta a la de River. Comienza el tiempo final, cuarenta mil almas se ponen de acuerdo en cantar el mismo coral del infierno. Flyn ríe y quiere aprenderse la letra.
Un zapatazo desde fuera del área de un mediocampista de River  y convierte el dos uno. Van veinte minutos del segundo tiempo y se desespera más el hincha que los jugadores. Aislados van insultos o comentarios de cómo se ve en la cancha tal o cual jugador. Todos quieren entrar a dejar la pelota dentro del arco de River. Ya van treinta y cinco, una serie de rebotes en el área contraria y se produce el milagro en el infierno. Grito de gol y festejo más largo que el primero. Nadie deja de saltar y alentar al equipo. Entra a jugar los últimos minuto el francés de River. Los insultos que recibe se multiplican. Parece que al del cielo se le dio por mandar, en este minuto final, una copiosa lluvia. El francés manda la pelota a lavar a las nubes. Silbidos, creo que hasta de la tribuna visitante. El viento quiere ayudar a la lluvia a moverse de un lado a otro y el cielo se mantiene gris. En el campo de juego nadie quiere bajar la pelota,  ella viaja en el aire como la mejor de las brujas, que no caiga en el arco del local. Pitazo final, el alivio, los aplausos no para los jugadores que empataron, sino para la tribuna que se aguanta la mala racha.
Costumbre de los plateístas, bajar y esperar apilados fuera de la tribuna. Los comentarios al pasar fijan la mirada en Flyn, Ribery, Shania, Anni y Jack que se mantenían abrazados. En las tribunas norte y sur la gran mayoría de los simpatizantes permanece a esperar que avisen cuándo abrirán las puertas del estadio.
La familia de Flyn baja junto al resto. Los hijos van a un puesto que vende ropa y dejan en un espacio plantado a Flyn como punto de encuentro. Se acentúa más el color rojo, pocas azules y algunas blancas con vivos colorados. Fuera de la cancha, en un inmenso patio, se junta la mayoría de simpatizantes. La marea humana comienza a moverse hacia la salida. Flyn y sus hijos están dentro de la marea. El partido terminó, nadie canta nada. Se escuchan comentarios y reproches entre los hinchas. Por detrás, los vendedores de gaseosas. Y, al pasar por los puestos de choripán, el olor junto al de hamburguesas es inconfundible. Los varones señalan a Flyn el local de pizza canchera, un mundo de gente espera ser atendida. Deciden seguir camino. Ya no llueve, sí se hace notar el viento que empuja frío a los simpatizantes en busca de su medio de transporte.

Más vendedores ahora en las calles de acceso. Flyn y sus hijos cruzan la plaza Nicolás Avellaneda para encontrar la parada del 95 al frente en Avenida Mitre. Vuelve a ponerse oscuro el cielo, nada de viento. Esperan junto a otros hinchas. Las caras parecen ser familiares al tomar el bondi de regreso a Palermo. Como a la ida, todos se miran, sonríen y se amontonan. En los pasillos, aguantan los apretujones. Al ser del Rojo, toleran apilarse. Suben el puente Pueyrredón y se escucha un trueno. Parece sacudir al transporte, silencio en el pasaje, la lluvia se presenta de inmediato. Prevalece en la masa de simpatizantes el color rojo, algo de azul y poco blanco.

martes, 21 de mayo de 2013

La apuesta asegurada, otro poema de Pablo Cecchi, mayo 2013


La apuesta asegurada




Sin suerte     en esa mano,
por fin su boca ha cerrado,
y dejará de apostar
contra tu juego.
Por esa senda
anduve yo,
él muy bien la junaba,
          minucioso anduvo
tras todos mis pasos,   
ésa era     su estrategia
y yo, concentrado,
 con el miedo latiéndome,
por su atención
           en mi nuca,
en las barajas         que presentaba,
a  mi eclipse.

Ahora,
tené cuidado
cuando vuelva,
como un patético ganador,
        no dejará  títere con cabeza
y la primera  en su lista negra
                                                será tu sonrisa.


lunes, 20 de mayo de 2013

En esos días, un poema de Pablo Cecchi, mayo de 2013





De niño me querían mucho,
eran días especiales,
soñados, irretornables.

Veía
fotos de
felices, conocidos;
    etéreas,
                      paradisíacas.

Un buen día,
conocí a Malinche.
Todo alrededor fue entonces,
como en esos días.

Parece inmortal este amor,
los días se detienen exactos,
uno tras otro,
llenos de encuentros
como en las fotos que veía
por esos días.

Ahora solo tristeza
en mi amada.
Tuve que partir
hacia lo soñado, irretornable,
dejé, de tan niño, de existir.

Víspera o dromir la noche, un texto de Diego Soria, mayo de 2013


VÍSPERA O DORMIR LA NOCHE


El caudillo descansa sobre el mimbre, se deja ir en sueños, entre las nieblas de su cigarro; más allá, su escolta deambula y una guitarra suena en el fogón. Anochecer de una larga jornada a través de la reseca Santiago del Estero. La noche  alivia a los cuerpos marchantes. El brigadier, más que nadie, disfruta este clima ahuyenta-dolores del reuma.
Semanas atrás, alguien se acercó a su estancia en Buenos Aires con un pedido oficial: Sus oficios de mediador en la guerra civil desatada en el país. El brigadier general ya no cabalga, pero su opinión  aún resuena como los cascos de Atila.
-Mire, General, vivimos un situación compleja. Ud. sabe que la guerra es una amenaza real para organizarnos de una vez por todas, ¿me comprende?, no me llegaría hasta donde Ud. en vano, urge su presencia, su influencia allá en el norte -dijo el enviado del gobernador, recostándose en su silla.
El brigadier general lo miró desde el fondo de sus ojos negros, la luz de la tarde se filtraba entre las cortinas de la sala, se apoyó contra su bastón para acercarse a la ventana. Afuera, el campo abierto se abría al infinito. Giró sobre sí y dijo:
-Vea, voy a aceptar la misión, aunque no estoy en mis mejores condiciones, pero sépalo:e no me inspira confianza su gobierno. Eso de venir a buscarme -ahora- después de años de lucha, ¿qué han hecho?, ¿para qué peleamos? ¡Tanta sangre derramada por inútiles como Uds., sin saber qué hacer ahora con el país!, ¡mierda! -grito enfurecido y golpéo su bastón en el escritorio.
El enviado no podía hacerse más pequeño, aquel hombre con reuma y todo infundía un miedo particular.
-Pero, Brigadier… -intentó justificarse
-¡Vaya!, ¡lárguese de aquí!, diga lo que dije -gritó más fuerte-
El emisario precipitó su salida invadido de terror y de leyenda.
El Brigadier General sonríe al recuerdo. La noche se le antoja más reconfortante cada vez y se queda dormido, confía en sus hombres. Los lugareños se acercan a ver por sus propios ojos el rumor sobre la presencia del mítico general brigadier. El que alzó el oeste, el que peleó con Peñaloza, el feroz caudillo que hace temblar al más corajudo está allí, duerme la noche en silla de mimbre.
La noche abriga miedos, él  lo sabe: la muerte es su compañera fiel en estos años de lucha, confía en su suerte y su carisma a la hora de zanjar disputas con sangre, pero la muerte no tiene alianzas.
-¡General!, ¡despierte, mi general! -Dice Ortiz-
-¡Qué pasa, Ortiz!, ¡no grite, carajo!  -el general se encolerizó.
-¡Nos van a matar, General!, nos van a matar apenas crucemos esa frontera, lo dicen en todos lados general, por dios, usemos otro camino.
-Mire, Ortiz –dijo el brigadier General fastidioso- tengo que llegar a Buenos Aires cuanto antes, no me joda con sus miedos, ¡vivo con la muerte! -gritó-  Además se olvida con quién habla, no hay partida, ¡escuche bien, Ortiz! -dijo agarrando a sus asistente del cuello. Y, con el dedo dibujó en el aire una partida imaginaria en el patio- no hay partida, ni pistola que se me atreva, ¡no hay forma en que a mi grito no se pasen de bando! así que relájese, Ortiz… aliste la galera y vamos  por nuestros miedos.
Ortiz, mano derecha del General, definitivamente enmudeció por completo. Hombre de pluma y escritorio, contador, siempre juró fidelidad a su amigo, juró como todos, juró sin pensar que ese momento llegaría alguna vez. Las guerras civiles tienen muertes en el campo de batalla y otras que mueren en los escritorios.
-¡Vamos, mierda!, ¡vamos todos!, ¡a los caballos!, ¡mueran los malditos unitarios! -Gritó el Brigadier General, finalmente invadido por la locura-
-¡Mueran! -arengó la patrulla-
La galera se sacudió de un lado a otro del camino de piedras, típico del norte cordobés.
-Ya verás, Ortiz, con solo un grito… -se dio ánimos el general, mientras jugaba con sus pistolas-.
Fuera, el clima es otra vez cada vez más denso, húmedo.
-General, sea razonable, vamos a una muerte segura… -implora Ortiz al borde de la desesperación-
El camino baja en la entrada del barranco, es muy estrecho, a ambos lados la vegetación espesa incomoda la marcha.
-¡Qué pasa, carajo!, más rápido -gritó el general-
Los caballos dan un respingo pero, en la mitad del barranco, la galera queda atrapada en el barro; el primer disparo atraviesa el cuello del cochero, el resto de la escolta- uno a uno- cae al suelo, Ortiz grita de miedo dentro de la Galera, el General Brigadier solo murmura:
-¿Quién manda esta partida?...
La sangre se mezcla con el barro, los asesinos rematan a bayonetazos a los sobrevivientes, solo la galera queda inmóvil en medio de la masacre.
El General abre la portezuela.
Ortiz solloza.
El general Quiroga grita:
-¡Quién manda esta partida!

Moca, por Diego Soria, mayo de 2013


Moca
          A la espera, una mano a cada lado, rodea el pocillo de néctar negro y humeante. Encima, volutas de vapor buscan a otras en el cielo del “Cafetín Utopía”, abrumado de moca, humedad y esperanzas en cenizas. Las volutas revolotean sobre las cabezas, anidan en los dinteles de las puertas, detrás del cuadro de Van Gogh impreso en china. Otras, más afortunadas, se van por la callecita. Esperanzas y  promesas ven pasar los hombres que por ellas juran, los ven irse en espirales de café con leche y medialunas.
El café ya no es néctar, no humea.
Sus guardias han caído a su lado.
Liberan la promesa.
Aletea ligera.
Gana altura.
Llega al dintel.
Entre volutas pomposas, de Moca y chocolate.

sábado, 18 de mayo de 2013

Rasgo en la perfección, un poema de Horacio Intorre, mayo de 2013


En mis sueños
inventé tus rasgos,                              facultades imaginadas del color,
creaciones de un fantasma
real,
tan solo, por decreto de mi retrato
pintor
que rasga la perfección, mientras delinea tus contornos
  


Tan lejana de mí,
¿Quién puede, acaso decir lo real del amor?

¿Quién puede, -¡que se atreva!-
con la belleza perversa de cualquier verdad?

"Diolinda" y "El otoño de Julio", dos textos de Gabriela Ramos, mayo de 2013



DIOLINDA

            El parque estaba cercado por rejas. Las rejas hacían sombras en el medio de la tarde sobre el nuevo pavimento. Diolinda colgaba la ropa en su tendedero, en un departamento en una esquina, una de las seis: se las llamaba “del diablo”. Manuel tocaba la batería sin acertar y Julio aún  no podía tocar su canción. María tejía. El parque, gris, escondía enamorados bajo sus árboles otoñales. En el parque había también un concierto. Cuando Diolinda terminó de tender la ropa, bajó apresurada a escuchar la orquesta. Bajó y, al atravesar las rejas del parque, estas hicieron sombras negras sobre ella. Diolinda llegaba al anfiteatro y Julio, en su departamento, aún no lograba terminar su canción. Manuel, su vecino, seguía sin acertar. María tejía una llama. Cuando Diolinda se sentó, escuchó la orquesta. Notaba que un músico bajaba sus párpados a cada acorde, temblaba un poco cuando el viento gemía y bailaba otro poco si todos los instrumentos sonaban. Diolinda centraba su mirada en cada músico y veía que cada uno lo hacía de modo diferente, pero  el conjunto era armonioso. Apoyó mejor sus nalgas en el asiento, estaba frío y buscaba calor. Hubo un instante, sólo un instante en que dejó de sentir frío. Su cuerpo era música. Terminó la orquesta y sonó el golpe de una batería lejana y un “DO” final. Entonces, sí, Diolinda volaba por el parque y ya no había sombras.
            María había destejido el parque y con él a Diolinda, quien volaba como una media al viento.





EL OTOÑO DE JULIO

            Julio acercó sus dedos para alcanzar una nota sobre su flauta dulce. Una y otra vez intentó. Al primer fracaso, miró el parque por el balcón y se abandonó a los movimientos de las hojas de los árboles, chispeaban en su verdor, sus verdes amarillentos, sus carmines. Ya era otoño y había vuelto de vacaciones su vecino Manuel, quien tocaba la batería todas las noches. Era la hora de su primer fracaso, las diez de la mañana. Y sobre esos árboles los pájaros volaban en una red que tejía y destejía el viento fuerte, hacían caer las hojas y hacían temblar a los enamorados del parque en su intercambio de abrigos. Mientras Julio retomaba la flauta dulce para realizar su segundo “RE”, la vecina Diolinda colgaba la ropa como todas las mañanas en el tendedero de su balcón. Ella vivía cruzando la avenida, en diagonal al parque, en una esquina que se llamaba la del diablo, porque era una de las seis esquinas. Y seis fracasos, entonces Julio no logró bien su “RE” ni su “MI”, ni su “FA”, ni su “DO” ni su “SOL”. Notó, al sexto fracaso, que había cotorras y le llamó la atención: sobre los árboles tejidos había también cotorras. Su amiga María teje siempre que se encuentran. Usa el croché como técnica favorita e inventa llamas y vicuñas y todo tipo de animales, en forma de media, le gustan los animales del norte. Y Julio no sabe por qué. Julio hizo su siguiente intento y, al girar sus ojos, vio que la vecina ya había terminado de colgar la ropa, pero  se agachaba, ella buscaba algo. Entonces el sol salió entre las nubes y tiñó el espesor de la resolana y el parque se vio bañado de una luz anaranjada, curioso a las once de la mañana.
            Era de noche y ya se habían sentido los golpes sobre la batería de Manuel. Julio se había dormido a las siete, cuando por fin había terminado de tocar su canción; Diolinda había encontrado la media que buscaba y había entrado al comedor luego de tender todo lo que debía tender. El parque estaba oscuro, muy oscuro. Ya no volaban los pájaros, ahora eran murciélagos lanzados en verdes grisáceos en la noche cian. Se venía la tormenta y se vino y Julio despertó y se dio cuenta de que ya había olvidado la canción, y Diolinda vio  ropa volar con el viento y algo le llamaba la atención porque ya era de noche y no llovía. Volvía a agacharse para recoger la ropa. Julio se levantaba para tocar la canción, Manuel ya no tocaba la batería. Sonó el timbre en la casa de Julio y era María: venía con su bolso repleto de lanas de tonos verdes. Julio le pidió que tejiera el vuelo de los pájaros y María lo hizo, mientras los murciélagos entraban su canción de libertad en la casa de Julio.

Los cargadores, poema de Gabriela Ramos, mayo de 2013


LOS CARGADORES

El sol se asoma,
            acaece
            en viento sobre la ciudad,
            o tus párpados en la despedida
en el barrio el amarillo  tiñe las telas rojas,
             violetas o azules que venden por metro
 neutros mientras tejo mi primer pulóver
            Tejo a la mañana en la puerta del edificio
y pasan los cargadores de rojos, violetas, azules por metro
y cansados van, de esquina                   a media cuadra…
Pero en el barrio hay teros, sí, teros con patas enormes
y palomas, gatos, y ratas y cucarachas
Yo tejo para descargar, ellos para ganarse el pan
y los teros se aparecen, de sorpresa, a mitad del jardín
de la casa con pasillos largos, donde se esconden
vuelven al jardín y vuelan por el barrio
Pero, cuando llega la noche, acaecen  colores,
                                                                        los teros dejan de volar
Yo dejo de tejer y el barrio desolado esconde el día;
                                    los cargadores vuelven a casa por largos caminos y,
                                                                        de mañana,
                                                                                    vendrán con más pájaros, más colores
            Yo seguiré: tejo teros bajo el sol
                                                (acaece la tarde)

jueves, 16 de mayo de 2013

Dos poemas de Pablo Cecchi, mayo de 2013



Susurrantes  sobrevuelan
oídos súper sensitivos,
ellos de todas maneras,
hacen caso omiso.





Inmensos          terrones de azúcar                    enterrados,
inmensos,                      montañas,
montañas exquisitas,
el paraíso          de        todo niño,
      la perdición               para’l      goloso incurable.
-Imagino            posible hallar      el camino
     hacia              este                                       legendario tesoro.
-Sí,          es posible.
      -Enviemos     diez águilas       de montaña,
atigradas,        astutas                           y veloces;
      nos dirán                            el atajo                     
                                 a tomar.
Iremos      de noche,                   sigilosamente.
        Hay guardias,                                merodean
la zona, custodian,                     atentos,
no se les escapa            nada…                  ni nadie.
-Of cors,                responden a la corona.
-Callate                                     y escuchá mi plan,
con sumo cuidado.
Y          no me faltés más           el respeto,     ¿okei?
Muy bien,         cuando sepamos                la senda,
    Tú,                el dogo,           William y Marky
saldrán primero,
            luego Brayan,               Milton, Pol y Yo,
   seremos ocho.
-Ocho,             bizcocho.
    -¡Estúpido, escuchá!
En la noche y                            no lo olvidés.
 -¿Llevaremos                armas?
          -Posclaro,            me extraña,        araña.
         Cimitarras,      cuchillos,         escopetas y        dagas,
triunfaremos                   con seguridad.
  Volveremos cargados de azúcar,                                 el oro blanco…
seremos invencibles,                                brindemos.
-Yalú,               maestro.
-Salud, idiotita.
           

  



Él                                 solo me niega,
sin importar de qué se trate,
incluso                  si tengo razón,
él solo niega                            .






 Historias:
apiladas,            superpuestas                              y embotelladas
      en               poquitas páginas.
Héroes,                                                villanos, monstruos, mitos y dioses,
habitantes de                                         un mismo mundo,
             proezas, aventuras inverosímiles.
    Tierras soñadas                                             por mentes brillantes,
Al leerlas de pequeño,
     mi pecho                                          palpitaba
  cuando                       el protagonista y la criatura                     combatían
En una batalla histórica
Por                   sus exageradas                             dimensiones.
 Hoy me río,                 ayer                      me emocionaba.
                               Marcadas por siempre,
tatuadas                                                    en mi memoria,
               dinastías y árboles genealógicos
                   de razas                                                                 fantásticas
               y       las  llevaré          a la tumba.
Tolkien                no quiero que sea              el padre de todas ellas,
      necesito leer más       de todo esto,
      desentrañar     el huevo originario         
 de toda su literatura
              y me comentan
   de                            la                                  mitología                                  nórdica.
Sus mundos,                             dioses y demonios,
el Ragnarok, la batalla final,
en donde todos morirán
y sobrevivirán tan solo
unos pocos.

Emergen                      
nuevas ramas                            por escribir
                                    una historia,
 inventar un mito,                       aunque sea
uno pequeñito.
Darle                a                                  una anécdota peculiar
tuya, mía, anónima,
 fantasías únicas
que enamoren, apilen, ensueñen,
superpongan los dioses con la vigilia.