DIOLINDA
El parque estaba cercado por rejas.
Las rejas hacían sombras en el medio de la tarde sobre el nuevo pavimento.
Diolinda colgaba la ropa en su tendedero, en un departamento en una esquina,
una de las seis: se las llamaba “del diablo”. Manuel tocaba la batería sin
acertar y Julio aún no podía tocar su
canción. María tejía. El parque, gris, escondía enamorados bajo sus árboles
otoñales. En el parque había también un concierto. Cuando Diolinda terminó de
tender la ropa, bajó apresurada a escuchar la orquesta. Bajó y, al atravesar
las rejas del parque, estas hicieron sombras negras sobre ella. Diolinda
llegaba al anfiteatro y Julio, en su departamento, aún no lograba terminar su
canción. Manuel, su vecino, seguía sin acertar. María tejía una llama. Cuando
Diolinda se sentó, escuchó la orquesta. Notaba que un músico bajaba sus
párpados a cada acorde, temblaba un poco cuando el viento gemía y bailaba otro
poco si todos los instrumentos sonaban. Diolinda centraba su mirada en cada
músico y veía que cada uno lo hacía de modo diferente, pero el conjunto era armonioso. Apoyó mejor sus
nalgas en el asiento, estaba frío y buscaba calor. Hubo un instante, sólo un
instante en que dejó de sentir frío. Su cuerpo era música. Terminó la orquesta
y sonó el golpe de una batería lejana y un “DO” final. Entonces, sí, Diolinda
volaba por el parque y ya no había sombras.
María había destejido el parque y
con él a Diolinda, quien volaba como una media al viento.
EL OTOÑO DE JULIO
Julio acercó sus dedos para alcanzar
una nota sobre su flauta dulce. Una y otra vez intentó. Al primer fracaso, miró
el parque por el balcón y se abandonó a los movimientos de las hojas de los
árboles, chispeaban en su verdor, sus verdes amarillentos, sus carmines. Ya era
otoño y había vuelto de vacaciones su vecino Manuel, quien tocaba la batería
todas las noches. Era la hora de su primer fracaso, las diez de la mañana. Y
sobre esos árboles los pájaros volaban en una red que tejía y destejía el
viento fuerte, hacían caer las hojas y hacían temblar a los enamorados del
parque en su intercambio de abrigos. Mientras Julio retomaba la flauta dulce
para realizar su segundo “RE”, la vecina Diolinda colgaba la ropa como todas
las mañanas en el tendedero de su balcón. Ella vivía cruzando la avenida, en
diagonal al parque, en una esquina que se llamaba la del diablo, porque era una
de las seis esquinas. Y seis fracasos, entonces Julio no logró bien su “RE” ni
su “MI”, ni su “FA”, ni su “DO” ni su “SOL”. Notó, al sexto fracaso, que había
cotorras y le llamó la atención: sobre los árboles tejidos había también
cotorras. Su amiga María teje siempre que se encuentran. Usa el croché como
técnica favorita e inventa llamas y vicuñas y todo tipo de animales, en forma
de media, le gustan los animales del norte. Y Julio no sabe por qué. Julio hizo
su siguiente intento y, al girar sus ojos, vio que la vecina ya había terminado
de colgar la ropa, pero se agachaba,
ella buscaba algo. Entonces el sol salió entre las nubes y tiñó el espesor de
la resolana y el parque se vio bañado de una luz anaranjada, curioso a las once
de la mañana.
Era de noche y ya se habían sentido
los golpes sobre la batería de Manuel. Julio se había dormido a las siete,
cuando por fin había terminado de tocar su canción; Diolinda había encontrado
la media que buscaba y había entrado al comedor luego de tender todo lo que
debía tender. El parque estaba oscuro, muy oscuro. Ya no volaban los pájaros,
ahora eran murciélagos lanzados en verdes grisáceos en la noche cian. Se venía
la tormenta y se vino y Julio despertó y se dio cuenta de que ya había olvidado
la canción, y Diolinda vio ropa volar
con el viento y algo le llamaba la atención porque ya era de noche y no llovía.
Volvía a agacharse para recoger la ropa. Julio se levantaba para tocar la
canción, Manuel ya no tocaba la batería. Sonó el timbre en la casa de Julio y
era María: venía con su bolso repleto de lanas de tonos verdes. Julio le pidió
que tejiera el vuelo de los pájaros y María lo hizo, mientras los murciélagos
entraban su canción de libertad en la casa de Julio.
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