sábado, 18 de mayo de 2013

"Diolinda" y "El otoño de Julio", dos textos de Gabriela Ramos, mayo de 2013



DIOLINDA

            El parque estaba cercado por rejas. Las rejas hacían sombras en el medio de la tarde sobre el nuevo pavimento. Diolinda colgaba la ropa en su tendedero, en un departamento en una esquina, una de las seis: se las llamaba “del diablo”. Manuel tocaba la batería sin acertar y Julio aún  no podía tocar su canción. María tejía. El parque, gris, escondía enamorados bajo sus árboles otoñales. En el parque había también un concierto. Cuando Diolinda terminó de tender la ropa, bajó apresurada a escuchar la orquesta. Bajó y, al atravesar las rejas del parque, estas hicieron sombras negras sobre ella. Diolinda llegaba al anfiteatro y Julio, en su departamento, aún no lograba terminar su canción. Manuel, su vecino, seguía sin acertar. María tejía una llama. Cuando Diolinda se sentó, escuchó la orquesta. Notaba que un músico bajaba sus párpados a cada acorde, temblaba un poco cuando el viento gemía y bailaba otro poco si todos los instrumentos sonaban. Diolinda centraba su mirada en cada músico y veía que cada uno lo hacía de modo diferente, pero  el conjunto era armonioso. Apoyó mejor sus nalgas en el asiento, estaba frío y buscaba calor. Hubo un instante, sólo un instante en que dejó de sentir frío. Su cuerpo era música. Terminó la orquesta y sonó el golpe de una batería lejana y un “DO” final. Entonces, sí, Diolinda volaba por el parque y ya no había sombras.
            María había destejido el parque y con él a Diolinda, quien volaba como una media al viento.





EL OTOÑO DE JULIO

            Julio acercó sus dedos para alcanzar una nota sobre su flauta dulce. Una y otra vez intentó. Al primer fracaso, miró el parque por el balcón y se abandonó a los movimientos de las hojas de los árboles, chispeaban en su verdor, sus verdes amarillentos, sus carmines. Ya era otoño y había vuelto de vacaciones su vecino Manuel, quien tocaba la batería todas las noches. Era la hora de su primer fracaso, las diez de la mañana. Y sobre esos árboles los pájaros volaban en una red que tejía y destejía el viento fuerte, hacían caer las hojas y hacían temblar a los enamorados del parque en su intercambio de abrigos. Mientras Julio retomaba la flauta dulce para realizar su segundo “RE”, la vecina Diolinda colgaba la ropa como todas las mañanas en el tendedero de su balcón. Ella vivía cruzando la avenida, en diagonal al parque, en una esquina que se llamaba la del diablo, porque era una de las seis esquinas. Y seis fracasos, entonces Julio no logró bien su “RE” ni su “MI”, ni su “FA”, ni su “DO” ni su “SOL”. Notó, al sexto fracaso, que había cotorras y le llamó la atención: sobre los árboles tejidos había también cotorras. Su amiga María teje siempre que se encuentran. Usa el croché como técnica favorita e inventa llamas y vicuñas y todo tipo de animales, en forma de media, le gustan los animales del norte. Y Julio no sabe por qué. Julio hizo su siguiente intento y, al girar sus ojos, vio que la vecina ya había terminado de colgar la ropa, pero  se agachaba, ella buscaba algo. Entonces el sol salió entre las nubes y tiñó el espesor de la resolana y el parque se vio bañado de una luz anaranjada, curioso a las once de la mañana.
            Era de noche y ya se habían sentido los golpes sobre la batería de Manuel. Julio se había dormido a las siete, cuando por fin había terminado de tocar su canción; Diolinda había encontrado la media que buscaba y había entrado al comedor luego de tender todo lo que debía tender. El parque estaba oscuro, muy oscuro. Ya no volaban los pájaros, ahora eran murciélagos lanzados en verdes grisáceos en la noche cian. Se venía la tormenta y se vino y Julio despertó y se dio cuenta de que ya había olvidado la canción, y Diolinda vio  ropa volar con el viento y algo le llamaba la atención porque ya era de noche y no llovía. Volvía a agacharse para recoger la ropa. Julio se levantaba para tocar la canción, Manuel ya no tocaba la batería. Sonó el timbre en la casa de Julio y era María: venía con su bolso repleto de lanas de tonos verdes. Julio le pidió que tejiera el vuelo de los pájaros y María lo hizo, mientras los murciélagos entraban su canción de libertad en la casa de Julio.

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