jueves, 30 de mayo de 2013

Los cielos, por Gabriela Ramos, mayo de 2013

Los cielos


            Celia abre los brazos para desperezarse, es una mañana muy fría, hace calor dentro de las sábanas y las frazadas son muy pesadas. Mientras se larga a llover, el tiempo le dice que será un duro día y ella tiene pocas ganas de levantarse y salir de la casa. Celio aún escribe, aún no durmió en toda la noche, extensa, negra, sin luna, sin ventana, sólo en su cuarto en el edificio de Corrientes y Pueyrredón. En el centro del edificio, hay una boca, da al jardín y no la vio en toda la noche, escribe, aún y es de mañana. Celia mira por la boca del edificio, su ventana ya deja ver las primeras gotas, debe colgar la ropa y al fin salir en busca de empleo. Celio cierra los ojos, pero le asusta el negro de su cuarto y de la noche pasada, abre y cierra los ojos y es extenso el espacio  en su pensamiento, en su plan por escribir el mejor cuento deo en su vida, y tic tac, los pestañeos, negro blanco, luz extensa, electrones y tic, la noche apagada sin luna y es de día, son las seis y debe dormir pero tic y la noche. Celia cuelga la ropa, cansada, sabe,  no le espera un buen día, le alegra el verde de los árboles y el jardín de la boca del edificio, teme que se caiga alguna media, teme salir otra vez y volver sin trabajo, con menos dinero del que tenía, salir y la lluvia, y los reflejos  le recuerdan la nada infinita que siente cuando vuelve a su casa para planchar y lavar y tener menos de lo ahorrado y estar sin trabajo. Celio se acuesta, ese departamento sin ventana, porque la hicieron cerrar, porque había un hombre que se había suicidado, que se había lanzado sobre el jardín de la boca del edificio y todos los vecinos habían olvidado a ese hombre y ese hombre después estuvo en boca de tantos vecinos y Celio quería dormir pero el negro del departamento, que era un cuarto, y la computadora que debía abandonar, apagar, como a sus palabras, como a su pensamiento, como la vida de ese hombre que se fue por la boca y fue a parar a un jardín que Celio no ve porque no hay ventana ya. Celia sale de la casa, en Pueyrredón y Corrientes hay mucha gente, eso es duro, muy duro, salir como fantasma y volver, sin nada, pero ella camina y apura los pasos y llega y hay mucha cola y la gente viste mejor que ella, y se susurra: hay sólo dos puestos, y  hay que cumplir con los requisitos y ella no quiere oír, porque son tantos y ella no tiene trabajo y ella hace años  no tiene trabajo y está cansada, muy cansada, y la gente en la cola se impacienta, pero ella está mal vestida, ya poco queda en la bolsa del jabón en polvo, volverá con menos dinero y sin trabajo. Celio duerme. Celia hace dos horas  está en la fila, empezó a helar y su saco está mojado, su pelo también, el agua de sus zapatos ya hace burbujas cuando ella mueve los pies porque tiene mucho frío y entonces avanza la fila, y le tocó a ella. Celio sueña que hay una ventana en el departamento, una luz cálida de primavera avanza sobre todos los objetos de la habitación, q exactamente con el orden que él necesita, y es una mañana hermosa, y la computadora está apagada y sus ideas tan lúcidas y va a levantarse y va a escribir mientras tome unos mates y todo será perfecto en ese día. Celia no consigue el trabajo, vuelve triste, el cuerpo le pesa, a pesar de la lluvia y el frío, ya no le queda jabón en polvo y ya no tiene ganas de lavar la ropa esta noche y colgarla a la mañana porque esta noche no llegará nunca, porque ese día no va a terminar, porque ella está muy cansada y el dolor extiende las horas y a ella le duele mucho todo, hoy. Celio está abrazado a su almohada, tiene un sueño cálido, sueña luces e imanes entonces despierta y no hay ventana y no hay luz y la noche no termina y no amaneció aún y aún no escribió nada, pero sí había escrito, su computadora lo guardaba todo. Celia se tira por la ventana y cae al jardín. Celio prende la computadora y termina su cuento, y se dice: “Cielos. Es el mejor cuento que hice”.



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