lunes, 27 de mayo de 2013

Crónica al rojo vivo, por Francisco Famá, mayo de 2013

Crónica al rojo vivo

            Muñiz. Primeros días de agosto, domingo diez de la mañana.
-Hola, pa, tomamos el tren, nos reunimos en lo de Anni. –anunciaba en la pantalla del celular de Flyn-.
-Ok, ya salgo, los espero. –imprime la pantalla de Jack.
            El día se presenta con el cielo muy cargado de nubes.
            En Palermo se bajan los hijos varones de Flyn. Descienden los 22 años de Jack, su delgadez, su pelo rubio y los 30 de Ribery de cabello crespo corto e incipientes entradas. Deben caminar hasta llegar al departamento de Anni, delgada, castaño. Por instantes hay viento y la humedad en el aire es molesta. Shania viaja desde Caballito, siempre deja suelto su cabello ondulado castaño claro. No se maquilla, va a cara limpia, no cambiará a los 26. Flyn está más cerca del encuentro de hijos y padre. Él, desde Balvanera y en diez minutos, estará reunido con su hija, yerno y nietas.
            Los cuatro llegarán muy juntos al departamento del cuarto piso en el barrio de Palermo. Antes de salir disfrutaron de una mateada, facturas y bizcochuelo.
            Flyn tiene a sus dos nietas de 5 y 2 años sentadas en su falda. Las niñas ríen por las cosquillas del abuelo.
-Bueno, niños, usen el baño y nos vamos -dice  Anni mientras señala hacia el lugar.
-Vamos, tenemos un viajecito, -dice Shania y se  pone de pie mientras habla y   aletea con las manos -.
            El yerno de Flyn, hincha de River, se queda con sus hijas en el departamento.
            Caminan hasta encontrar la salida del 95. El cielo cada vez más oscuro. Ya en camino a la cancha, las mujeres ocupan un asiento de a dos, los varones detrás y, en frente, en los de una fila va Flyn. En cada parada, el 95 levanta hinchas del Rojo. Todos se miran, nadie se conoce y sonríen. Parece no querer despejar el cielo, las nubes andan más cargadas. Se va llenando el bondi con camisetas rojas, algunas azules y pocas blancas. Directo a Avellaneda parece ir el colectivo, mientras suben más y más los del Rojo.
            Belgrano y Alsina:  bajan todos en la misma parada y comienzan a caminar, algunos apurados y otros, como los hijos de Flyn, más lentos. Hay tiempo, las dos mujeres van tomadas del hombro y los tres varones, de escoltas. Oscurece cada vez más, las luces de la calle encienden.
Sobre Alsina muchos puestos de venta de camisetas, gorros, camperas, remeras, buzos, vinchas y souvenires. En las esquinas están los que ofrecen banderas. Cada quien pregona lo suyo de un lado a otro. La mercadería reluce sobre el asfalto.
Dos cuadras antes de la cancha, la policía hace el cacheo. A las mujeres, por mujeres policías, a un costado de la calle. Los cacheos se repiten antes en la entrada y antes de ingresar a la tribuna. Nada de botellas ni encendedores, estos quedan en el piso al lado de las vallas.
            Los varones se adelantan y buscan el lugar en la platea alta. En el campo de juego está por terminar la reserva. Los cinco se ubican en los asientos asignados justo entre el pasillo y la baranda. Hasta que se acomoden quienes van llegando es molesto estar en la primera fila.
El campo de juego se ve muy bien desde ese lugar. Las luces del estadio encendidas. El cielo oscuro como si fuera de noche y son las quince y cuarenta y cinco.
La tribuna de la cabecera norte parece completa de hinchas. Todos entran en calor cantando y a los saltos. Los hinchas de la sur, detrás del arco debajo de los visitantes, también completan la tribuna. La mayoría con camisetas de color rojo, algunas azules y pocas blancas.  Con otros colores las menos.
Se escucha la pitada del referí. Finaliza el partido de reserva; los rojos ganaron dos a uno a River. Los cantos de la tribuna se hacen oír. Los primeros insultos a los hinchas de River, también.
Flyn se para a ver desde la baranda la platea baja, observa a la gente acomodarse, gira sobre sus talones y mira hacia la platea.
En el campo de juego los periodistas y reporteros gráficos, frente a la salida de los jugadores. Los de River salen al trote, silbido total de instrumentos bocalabiales, todos una sola nota, casi al mismo volumen. Algunos se destacan por demasiado agudos y ruidosos. Sale el Rojo y cambia la música. Ahora, entre aplausos y cantos, hasta que se unifica el gran coro alentando al equipo.
En estos momentos se oscurece más el cielo, jamás falla. Después del relámpago, el conteo es corto hasta el primer trueno. De inmediato, llueve. Pocos minutos de lluvia fuerte, copiosa y el cielo se unifica un color gris. La hinchada no calla, parece recibir el agua con alegría. Pocos paraguas protegen, saltan al compás del coro cargado de insultos a River.
Una pitada del referí desafortunada en contra del Rojo y la mitad de cuarenta mil almas le regala saludos a la hermana, madre y abuela del juez. Un rechazo de la defensa del local produce un rápido avance que se convierte en gol del Rojo. Los gritos de los hinchas repiten diez veces seguidas gol, otros algo más espaciados y el rooojoooooooooo hasta agotar el aire de sus pulmones. Shania y Anni se abrazan, saltan Jack, Ribery y Flyn. Escuchar al unísono es un hermoso coral de una sola nota redonda. Luego, la gran mayoría canta lo que tiene ganas hasta que todo parece ordenarse. Por un momento hay mucha armonía y no se nota quiénes desafinan.
Llega el silencio, River empató y la tribuna visitante se escucha baja. No se encuentran miradas entre la parcialidad Roja. La mayoría resopla bronca hacia el campo de juego. Alguien del Rojo se enoja y comienza a saltar e insultar a la visita. Todos los locales se unen al canto, los diablos sacan fuego de sus gargantas para tapar a la hinchada oponente. Pitada de final del tiempo, al descanso, aplausos, acompañados de insultos aislados. Los del Rojo se juntan casi en el centro del campo y los de River, a un costado. Son los primeros en irse. Sigue lloviendo despacio y parejo.
Ribery, Jack y Flyn van en busca de cafés. Y Anni con Shania, al baño. Debajo de la platea, en el pasillo, se encuentran los baños y el buffet.
Predomina el color rojo, algo de azul y poco blanco entre los simpatizantes de un lado a otro. Algunos se paran pegados a las paredes a tomar o comer algo. El flujo de gente  va en un espacio de dos metros de ancho. Parece que se aproxima el comienzo del segundo tiempo. Cada cual en su lugar sigue una cábala y disfruta el café.
No merma la lluvia, lenta y copiosa como una pesada garúa. Salen los jugadores de ambos equipos. El referí y sus colaboradores esperan en el centro de la cancha. Los que tienen información de la transmisión radial informan: no hay cambios en ambos equipos.
_-Mirá cómo se ubicaron, -dice esto Flyn- parece que refuerza el medio campo.
De quienes están cerca nadie opina, sólo asienten con cabeceos. El público comienza a calentar gargantas, alientos por la parte baja al norte, en los laterales, otros cantos más suaves y la sur insulta a la de River. Comienza el tiempo final, cuarenta mil almas se ponen de acuerdo en cantar el mismo coral del infierno. Flyn ríe y quiere aprenderse la letra.
Un zapatazo desde fuera del área de un mediocampista de River  y convierte el dos uno. Van veinte minutos del segundo tiempo y se desespera más el hincha que los jugadores. Aislados van insultos o comentarios de cómo se ve en la cancha tal o cual jugador. Todos quieren entrar a dejar la pelota dentro del arco de River. Ya van treinta y cinco, una serie de rebotes en el área contraria y se produce el milagro en el infierno. Grito de gol y festejo más largo que el primero. Nadie deja de saltar y alentar al equipo. Entra a jugar los últimos minuto el francés de River. Los insultos que recibe se multiplican. Parece que al del cielo se le dio por mandar, en este minuto final, una copiosa lluvia. El francés manda la pelota a lavar a las nubes. Silbidos, creo que hasta de la tribuna visitante. El viento quiere ayudar a la lluvia a moverse de un lado a otro y el cielo se mantiene gris. En el campo de juego nadie quiere bajar la pelota,  ella viaja en el aire como la mejor de las brujas, que no caiga en el arco del local. Pitazo final, el alivio, los aplausos no para los jugadores que empataron, sino para la tribuna que se aguanta la mala racha.
Costumbre de los plateístas, bajar y esperar apilados fuera de la tribuna. Los comentarios al pasar fijan la mirada en Flyn, Ribery, Shania, Anni y Jack que se mantenían abrazados. En las tribunas norte y sur la gran mayoría de los simpatizantes permanece a esperar que avisen cuándo abrirán las puertas del estadio.
La familia de Flyn baja junto al resto. Los hijos van a un puesto que vende ropa y dejan en un espacio plantado a Flyn como punto de encuentro. Se acentúa más el color rojo, pocas azules y algunas blancas con vivos colorados. Fuera de la cancha, en un inmenso patio, se junta la mayoría de simpatizantes. La marea humana comienza a moverse hacia la salida. Flyn y sus hijos están dentro de la marea. El partido terminó, nadie canta nada. Se escuchan comentarios y reproches entre los hinchas. Por detrás, los vendedores de gaseosas. Y, al pasar por los puestos de choripán, el olor junto al de hamburguesas es inconfundible. Los varones señalan a Flyn el local de pizza canchera, un mundo de gente espera ser atendida. Deciden seguir camino. Ya no llueve, sí se hace notar el viento que empuja frío a los simpatizantes en busca de su medio de transporte.

Más vendedores ahora en las calles de acceso. Flyn y sus hijos cruzan la plaza Nicolás Avellaneda para encontrar la parada del 95 al frente en Avenida Mitre. Vuelve a ponerse oscuro el cielo, nada de viento. Esperan junto a otros hinchas. Las caras parecen ser familiares al tomar el bondi de regreso a Palermo. Como a la ida, todos se miran, sonríen y se amontonan. En los pasillos, aguantan los apretujones. Al ser del Rojo, toleran apilarse. Suben el puente Pueyrredón y se escucha un trueno. Parece sacudir al transporte, silencio en el pasaje, la lluvia se presenta de inmediato. Prevalece en la masa de simpatizantes el color rojo, algo de azul y poco blanco.

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