jueves, 30 de mayo de 2013

El cumpleaños de la Emmita, Por Juan Carlos Pedot, mayo de 2013

El cumpleaños de la Emmita

I
            Emminta, le decia mi abuelo Elio -un tano albañil bonachón, a quien en la familia le llamábamos el Nono Elio. La Emmita le decía el Nono desde pequeña y así le quedó. Era la preferida del Nono, entre sus cinco hijos. Desde que tengo uso de de razón, la Emmita actuó- a pesar de su diminuto- como una mujer adulta.  Aun así, para marido, hijos, hermanos y sobrinos, siempre fue la Emmita. Y la Emmita, a pesar de sus achaques, cumplió 90 años.  Algunos problemitas en su salud le jugaban una mala  pasada. Una artrosis galopante le atacaba las rodillas y los tobillos en un lastimoso grado de inmovilidad. En los últimos años se le fue torciendo el pie derecho hacia fuera y, al apoyarlo, le causaba mucho dolor. Sólo los calmantes le permitían trasladarse pesadamente. Mas un espíritu inquieto- que a veces molestaba a terceros-  la impulsaba a no entregarse a la postración a la que sus roídos huesos querían condenarla.

            Incluso con estas contras encima, estaba decidida. Casi en soledad confeccionó la lista de invitados. El resto de los preparativos del  festejo de sus 90 años los condujo ante la mirada asombrada de propios y extraños. ¡Ah, nuevos tiempos!,  cada vez más cuesta creer que a edad tan avanzada ella se fijara una meta y lograra alcanzarla. Pero allí iba ella, lenta en un andador cuádruple, del cual últimamente no se desprendía, aunque en tramos cortos se las podía arreglar sola.
            Los médicos le advirtieron: a su edad, una caída sería una segura fractura de cadera. Se cuidaba, pero eso no le impedía  llevar a cabo las tareas caseras, que desplegaba con  inusitada energía  desde joven.
            En una libretita diseñó su cumpleaños. El inventario de gastos que la Emmita transcribía en su libreta era releído en cualquier momento del día, para asegurar con la relectura la eficacia de lo planeado y para no correrse un milímetro del dinero que contaba para tal fin. Tres rubros eran los gastos mayores: comida, bebida y música.
             Pero, antes de ocuparse de estos rubros, lo primero fue la selección de la concurrencia: además de recorrer en su memoria los afectos, las rupturas, las reconciliaciones y los nuevos contactos, la lista era la base del futuro presupuesto.La Emmita contó  más de 150 candidatos a invitados, pero decidió que para sus 90 años  tenían que ser 90 personas. Esa cantidad era una ecuación  casi natural, coincidía con  los ahorros  para los gastos de la fiesta. Los invitados resultaban una muestra bien representativa de los seres que a diario visitaban a la  homenajeada: algunos  amigos, sus sobrinos más cercanos, sus nietos y sus tres hijos.   La Emmita, en voz baja, rumoreaba nombres. En la lista se incluyeron también algunos casi desconocidos por su círculo más íntimo. Nuevos amigos y amigas llenaban los espacios vacíos. Más grande se ponía, más jóvenes eran sus nuevas relaciones. Ninguno de sus hijos entendió esta manera singular de renovarse de la Emmita: allegados en tiempo de descuento, a quienes sus hijos celosamente observaban. La Emmita invitó a su fiesta un cúmulo de afectos, tampoco le importaba si finalmente era defraudada.

            Ella no era del todo inexperta en reuniones de  20 a 30 personas. Y tampoco era inexperta del todo en fiestas mayores. Una experiencia nodal fue cuando cumplió sus 80 años. Pero alli  contó con un ejército de colaboradores para un festejo de más de 120 personas. Un exitoso ensayo previo.


 II
            Y bien, para los 90, 90 invitados.
            El lechón adobado no podía faltar, desde antaño, en la comilonas familiares el lechón era la reina del gourmet, los invitados no hubieran concebido otra atención. Acompañaban la comida principal, una entrada contundente de unas sabrosas empanadas mendocinas y luego una robusta presa de pollo con salsa al jerez, una absoluta y exquisita joya para el paladar. Como el presupuesto era menor que en reuniones anteriores, se redujo la calidad de los vinos, cervezas y gaseosas a granel.  Su hijo Eduardo, amigos y colaboradores  le arrimaban los distintos precios.
A la Emmita no se les escapó la selección de mozo, cocineros, colaboradores -los músicos requerían una atención especial pues para ella la música sería la nota de color-.

            El predio de la fiesta fue una especie de quincho de un garage, del tamaño de un lote de las casas de la zona de Pedro Molina. Amplio predio, de unos  60 mts de fondo, reciclado para fiestas familiares,cerrado con un alto portón de chapa que cubría todo el frente del lote. Desde la entrada hasta donde estaban los comensales, se anticipaba un pequeño parque de unos 50 mts,  un prolijo parque con juegos, que resultó muy beneficioso para  la cantidad de niños presentes en la fiesta , algunos de los cuales eran bisnietos de la Emmita.

III

            Son las 14hs de un soleado domingo de mayo. Todo el mundo está ubicado y ya impaciente en sus mesas. Se abre la pequeña puerta del inmenso portón de 10 mts de ancho  y aparece la Emmita , seguida por sus tres hijos:El Juanca, el Alberto y el Eduardo. La acompañan lentamente , pues camina con dificultad ante  la vista atenta de todos. Con  fondo de “Los caminos de la vida”, de Vicentico, se arremolinan para besar a la nonagenaria. Este saludo no estaba previsto y el espacio se achica. Hay aplausos y vivas. Todo el mundo se sienta y se viene la comida. Solo reina un suave murmullo. Los ojos de Emmita irradian felicidad.

            Cuando la Emmita estima que los mozos ya no serán necesarios y han satisfecho a los comensales, da una señal y- por la puerta de entrada- aparecen los músicos a toda orquesta. Inundan el predio al son de una canzoneta. Todos iluminados por el mediodía  luminoso de otoño mendocino. Si hay una estación que enorgullece a los mendocinos, es el otoño.

            Después de la comida, en pocos minutos, se canta el cumpleaños feliz, acompañados por la orquesta. Allí, en un galpón preparado para fiestas familiares, en los suburbios de Guaymallén, brilla entonces esa sonrisa abierta y tan linda de Emmita, la más contagiosa.

            Entonces, se larga la música y salen las parejas a bailar. De los instrumentos que conforman la orquesta, la estrella es el acordeón.  Están previstos pasodobles, salsa ,tarantela. Y  no falta el tango, porque el Juanca es bailarín de tango. La Emmita es hija de italianos y varios de sus sobrinos parecieran  recién venidos de la península itálica, aunque algunos de ellos jamás cruzaron el charco.


IV
            Así, con ahínco, concibió la Emmita su festejo fellinezco, donde confirmó esa popularidad, que siempre tejió con un axioma: solidaridad con el familiar, el amigo o el vecino. Desde muy joven, colocó inyecciones- a veces sin cobrar- prestó dinero a familiares y a amigos, a sabiendas de que no lo recuperaría; actuó, incluso, criticada por  su marido y sus hijos . Sin embargo, a la Emmita  las opiniones  contrarias  a sus decisiones no le importaban.



            Y allí estamos, ¡miren!, Ante el rostro iluminado de la Emmita, los 90 asistentes cantamos  emocionados el cumpleaños feliz. Y ella aplaude y levanta las manos para agradecer, plena de vida como si recién comenzara. Como si para ella, todo y siempre, estuviera por comenzar.









1 comentario:

  1. Hermoso.
    La Emminta de mi familia era la Doña Fina... mi impresionante abuela, impresionante mujer, inmensa persona.
    Me hiciste emocionar Carlos, muchas gracias.

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