El cumpleaños de
la Emmita
I
Emminta,
le decia mi abuelo Elio -un tano albañil bonachón, a quien en la familia le llamábamos el Nono Elio. La Emmita le decía el Nono desde
pequeña y así le quedó. Era la preferida del Nono, entre sus cinco hijos. Desde
que tengo uso de de razón, la Emmita actuó- a pesar de su diminuto- como una
mujer adulta. Aun así, para marido,
hijos, hermanos y sobrinos, siempre fue la Emmita. Y la Emmita, a pesar de sus
achaques, cumplió 90 años. Algunos
problemitas en su salud le jugaban una mala
pasada. Una artrosis galopante le atacaba las rodillas y los tobillos en
un lastimoso grado de inmovilidad. En los últimos años se le fue torciendo el
pie derecho hacia fuera y, al apoyarlo, le causaba mucho dolor. Sólo los
calmantes le permitían trasladarse pesadamente. Mas un espíritu inquieto- que
a veces molestaba a terceros- la impulsaba
a no entregarse a la postración a la que sus roídos huesos querían condenarla.
Incluso
con estas contras encima, estaba decidida. Casi en soledad confeccionó la lista
de invitados. El resto de los preparativos del
festejo de sus 90 años los condujo ante la mirada asombrada de propios y
extraños. ¡Ah, nuevos tiempos!, cada vez
más cuesta creer que a edad tan avanzada ella se fijara una meta y lograra
alcanzarla. Pero allí iba ella, lenta en un andador cuádruple, del cual últimamente no se desprendía, aunque en tramos cortos se las podía arreglar
sola.
Los
médicos le advirtieron: a su edad, una caída sería una segura fractura de
cadera. Se cuidaba, pero eso no le impedía llevar a cabo las tareas caseras, que
desplegaba con inusitada energía desde joven.
En
una libretita diseñó su cumpleaños. El inventario de gastos que la Emmita
transcribía en su libreta era releído en cualquier momento del día, para
asegurar con la relectura la eficacia de lo planeado y para no correrse un
milímetro del dinero que contaba para tal fin. Tres rubros eran los gastos
mayores: comida, bebida y música.
Pero, antes de ocuparse de estos rubros, lo
primero fue la selección de la concurrencia: además de recorrer en su memoria
los afectos, las rupturas, las reconciliaciones y los nuevos contactos, la
lista era la base del futuro presupuesto.La Emmita contó más de 150 candidatos a invitados, pero
decidió que para sus 90 años tenían que ser 90 personas. Esa cantidad era una
ecuación casi natural, coincidía
con los ahorros para los gastos de la fiesta. Los invitados resultaban
una muestra bien representativa de los seres que a diario visitaban a la homenajeada: algunos amigos, sus sobrinos más cercanos, sus nietos
y sus tres hijos. La Emmita, en voz
baja, rumoreaba nombres. En la lista se incluyeron también algunos casi desconocidos
por su círculo más íntimo. Nuevos amigos y amigas llenaban los espacios vacíos.
Más grande se ponía, más jóvenes eran sus nuevas relaciones. Ninguno de sus
hijos entendió esta manera singular de renovarse de la Emmita: allegados en
tiempo de descuento, a quienes sus hijos celosamente observaban. La Emmita
invitó a su fiesta un cúmulo de afectos, tampoco le importaba si finalmente era
defraudada.
Ella
no era del todo inexperta en reuniones de 20 a 30 personas. Y tampoco era inexperta del
todo en fiestas mayores. Una experiencia nodal fue cuando cumplió sus 80 años.
Pero alli contó con un ejército de colaboradores
para un festejo de más de 120 personas. Un exitoso ensayo previo.
II
Y
bien, para los 90, 90 invitados.
El
lechón adobado no podía faltar, desde antaño, en la comilonas familiares el
lechón era la reina del gourmet, los invitados no hubieran concebido otra
atención. Acompañaban la comida principal, una entrada contundente de unas
sabrosas empanadas mendocinas y luego una robusta presa de pollo con salsa al
jerez, una absoluta y exquisita joya para el paladar. Como el presupuesto era
menor que en reuniones anteriores, se redujo la calidad de los vinos, cervezas
y gaseosas a granel. Su hijo Eduardo, amigos
y colaboradores le arrimaban los
distintos precios.
A la Emmita no se les escapó la selección
de mozo, cocineros, colaboradores -los músicos requerían una atención especial
pues para ella la música sería la nota de color-.
El
predio de la fiesta fue una especie de quincho de un garage, del tamaño de un
lote de las casas de la zona de Pedro Molina. Amplio predio, de unos 60 mts de fondo, reciclado para fiestas familiares,cerrado
con un alto portón de chapa que cubría todo el frente del lote. Desde la
entrada hasta donde estaban los comensales, se anticipaba un pequeño parque de
unos 50 mts, un prolijo parque con
juegos, que resultó muy beneficioso para
la cantidad de niños presentes en la fiesta , algunos de los cuales eran
bisnietos de la Emmita.
III
Son
las 14hs de un soleado domingo de mayo. Todo el mundo está ubicado y ya
impaciente en sus mesas. Se abre la pequeña puerta del inmenso portón de 10 mts
de ancho y aparece la Emmita , seguida
por sus tres hijos:El Juanca, el Alberto y el Eduardo. La acompañan lentamente
, pues camina con dificultad ante la
vista atenta de todos. Con fondo de “Los
caminos de la vida”, de Vicentico, se arremolinan para besar a la nonagenaria.
Este saludo no estaba previsto y el espacio se achica. Hay aplausos y vivas.
Todo el mundo se sienta y se viene la comida. Solo reina un suave murmullo. Los
ojos de Emmita irradian felicidad.
Cuando
la Emmita estima que los mozos ya no serán necesarios y han satisfecho a los
comensales, da una señal y- por la puerta de entrada- aparecen los músicos a
toda orquesta. Inundan el predio al son de una canzoneta. Todos iluminados por
el mediodía luminoso de otoño mendocino.
Si hay una estación que enorgullece a los mendocinos, es el otoño.
Después
de la comida, en pocos minutos, se canta el cumpleaños feliz, acompañados por
la orquesta. Allí, en un galpón preparado para fiestas familiares, en los
suburbios de Guaymallén, brilla entonces esa sonrisa abierta y tan linda de
Emmita, la más contagiosa.
Entonces,
se larga la música y salen las parejas a bailar. De los instrumentos que
conforman la orquesta, la estrella es el acordeón. Están previstos pasodobles, salsa ,tarantela.
Y no falta el tango, porque el Juanca es
bailarín de tango. La Emmita es hija de italianos y varios de sus sobrinos
parecieran recién venidos de la
península itálica, aunque algunos de ellos jamás cruzaron el charco.
IV
Así, con ahínco, concibió la Emmita
su festejo fellinezco, donde confirmó esa popularidad, que siempre tejió con un
axioma: solidaridad con el familiar, el amigo o el vecino. Desde muy joven,
colocó inyecciones- a veces sin cobrar- prestó dinero a familiares y a amigos,
a sabiendas de que no lo recuperaría; actuó, incluso, criticada por su marido y sus hijos . Sin embargo, a la
Emmita las opiniones contrarias
a sus decisiones no le importaban.
Y
allí estamos, ¡miren!, Ante el rostro iluminado de la Emmita, los 90 asistentes
cantamos emocionados el cumpleaños
feliz. Y ella aplaude y levanta las manos para agradecer, plena de vida como
si recién comenzara. Como si para ella, todo y siempre, estuviera por comenzar.
Hermoso.
ResponderEliminarLa Emminta de mi familia era la Doña Fina... mi impresionante abuela, impresionante mujer, inmensa persona.
Me hiciste emocionar Carlos, muchas gracias.