El
caudillo descansa sobre el mimbre, se deja ir en sueños, entre las nieblas de
su cigarro; más allá, su escolta deambula y una guitarra suena en el fogón.
Anochecer de una larga jornada a través de la reseca Santiago del Estero. La
noche alivia a los cuerpos marchantes.
El brigadier, más que nadie, disfruta este clima ahuyenta-dolores del reuma.
Semanas
atrás, alguien se acercó a su estancia en Buenos Aires con un pedido oficial: Sus
oficios de mediador en la guerra civil desatada en el país. El brigadier
general ya no cabalga, pero su opinión
aún resuena como los cascos de Atila.
-Mire,
General, vivimos un situación compleja. Ud. sabe que la guerra es una amenaza real
para organizarnos de una vez por todas, ¿me comprende?, no me llegaría hasta
donde Ud. en vano, urge su presencia, su influencia allá en el norte -dijo el
enviado del gobernador, recostándose en su silla.
El
brigadier general lo miró desde el fondo de sus ojos negros, la luz de la tarde
se filtraba entre las cortinas de la sala, se apoyó contra su bastón para
acercarse a la ventana. Afuera, el campo abierto se abría al infinito. Giró
sobre sí y dijo:
-Vea,
voy a aceptar la misión, aunque no estoy en mis mejores condiciones, pero sépalo:e
no me inspira confianza su gobierno. Eso de venir a buscarme -ahora- después de
años de lucha, ¿qué han hecho?, ¿para qué peleamos? ¡Tanta sangre derramada por
inútiles como Uds., sin saber qué hacer ahora con el país!, ¡mierda! -grito
enfurecido y golpéo su bastón en el escritorio.
El
enviado no podía hacerse más pequeño, aquel hombre con reuma y todo infundía un
miedo particular.
-Pero,
Brigadier… -intentó justificarse
-¡Vaya!,
¡lárguese de aquí!, diga lo que dije -gritó más fuerte-
El
emisario precipitó su salida invadido de terror y de leyenda.
El
Brigadier General sonríe al recuerdo. La noche se le antoja más reconfortante
cada vez y se queda dormido, confía en sus hombres. Los lugareños se acercan a
ver por sus propios ojos el rumor sobre la presencia del mítico general brigadier.
El que alzó el oeste, el que peleó con Peñaloza, el feroz caudillo que hace
temblar al más corajudo está allí, duerme la noche en silla de mimbre.
La
noche abriga miedos, él lo sabe: la
muerte es su compañera fiel en estos años de lucha, confía en su suerte y su
carisma a la hora de zanjar disputas con sangre, pero la muerte no tiene
alianzas.
-¡General!,
¡despierte, mi general! -Dice Ortiz-
-¡Qué
pasa, Ortiz!, ¡no grite, carajo! -el
general se encolerizó.
-¡Nos
van a matar, General!, nos van a matar apenas crucemos esa frontera, lo dicen
en todos lados general, por dios, usemos otro camino.
-Mire,
Ortiz –dijo el brigadier General fastidioso- tengo que llegar a Buenos Aires
cuanto antes, no me joda con sus miedos, ¡vivo con la muerte! -gritó- Además se olvida con quién habla, no hay
partida, ¡escuche bien, Ortiz! -dijo agarrando a sus asistente del cuello. Y,
con el dedo dibujó en el aire una partida imaginaria en el patio- no hay
partida, ni pistola que se me atreva, ¡no hay forma en que a mi grito no se
pasen de bando! así que relájese, Ortiz… aliste la galera y vamos por nuestros miedos.
Ortiz,
mano derecha del General, definitivamente enmudeció por completo. Hombre de
pluma y escritorio, contador, siempre juró fidelidad a su amigo, juró como
todos, juró sin pensar que ese momento llegaría alguna vez. Las guerras civiles
tienen muertes en el campo de batalla y otras que mueren en los escritorios.
-¡Vamos,
mierda!, ¡vamos todos!, ¡a los caballos!, ¡mueran los malditos unitarios!
-Gritó el Brigadier General, finalmente invadido por la locura-
-¡Mueran!
-arengó la patrulla-
La
galera se sacudió de un lado a otro del camino de piedras, típico del norte
cordobés.
-Ya
verás, Ortiz, con solo un grito… -se dio ánimos el general, mientras jugaba con
sus pistolas-.
Fuera,
el clima es otra vez cada vez más denso, húmedo.
-General,
sea razonable, vamos a una muerte segura… -implora Ortiz al borde de la
desesperación-
El
camino baja en la entrada del barranco, es muy estrecho, a ambos lados la
vegetación espesa incomoda la marcha.
-¡Qué
pasa, carajo!, más rápido -gritó el general-
Los
caballos dan un respingo pero, en la mitad del barranco, la galera queda
atrapada en el barro; el primer disparo atraviesa el cuello del cochero, el
resto de la escolta- uno a uno- cae al suelo, Ortiz grita de miedo dentro de la
Galera, el General Brigadier solo murmura:
-¿Quién
manda esta partida?...
La
sangre se mezcla con el barro, los asesinos rematan a bayonetazos a los
sobrevivientes, solo la galera queda inmóvil en medio de la masacre.
El
General abre la portezuela.
Ortiz
solloza.
El
general Quiroga grita:
-¡Quién
manda esta partida!
increible, muy bueno. parecen personajes ficticios pero al final rematas con Quiroga. lo unico q cambiaria es esta frase: "Fuera, el clima es otra vez cada vez más denso, húmedo." x q repetis la palabra "vez". pero esta buenisimo, escribis super bien, saludos
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