martes, 30 de septiembre de 2014

Poemas de Anne Diestro Reátegui, septiembre de 2014. Bienvenida!

La tristeza del cielo
 solo
         la noche
 en el silencio
 la mismísima
                  esa,
                  la de quedarse. 

**


 más fuerte, furia
de cielo
 va en las nubes
va en las luces
 luciérnagas  espían
 que el cielo desea de nada,
               Y, de pronto, suelta gotas:
                                                perla
                                                         tras perla
                        en agua
El cielo, mojado
Los árboles  mojados,
                             Perlas
Y perlas
( las mismas, mismísimas) mojadas
El cielo  da cuenta de círculo en una vereda,
 calle 18
           esquina posa  luna
Finalmente, es la única luz

Tan mismísima

martes, 23 de septiembre de 2014

Prosa y poesía con la misma poética, parientes, bah, de Gaby Ramos, septiembre 2014

La noche en la aldea
Los vidrios opacos de la casa de la aldea parecen esconder la luz de la tarde.  Una larga noche de incertidumbre, odio, desesperanza atrapará a los amantes tras la vitrina. Un día triste había apagado las luces del centro de la plaza. Ellos se tumban en un lecho de mariposas azules. Las mariposas cargan la tristeza de los desesperados.
Los padres, los amantes, los tristes ya no tendrán lechos, rincones, espacio bajo los árboles, los pies en el arroyo, amaneceres. Los fundadores de la aldea duermen.
Lucía cantó:
Tras las persianas escondo mis dudas, atrapo mariposas de noche, libélulas de finales, cucarachas brillantes de olvido. Quiero que sepas que te quiero igual, tras las persianas grises y el recuerdo
Eran las cinco de la tarde y la aldea estaba en penumbra. Los forasteros tomarán sus pertenencias, sus recuerdos, fotografías, los puntos negros y de colores de la tarde: los guardarán todo en bolsas de arpillera
y partirán.
Martín y Lucía se besan por última vez. Supieron quererse. Serán muchos años de recuerdos, de faroles, estrellas, mares atrapados en abrazos.
Osvaldo y Raúl nacieron en la aldea, los dos viven bajo los árboles del bosque, separados. La historia de la aldea se escribió con sus nombres. El mito cuenta que ellos regaron de amor a cada niño que entraba a jugar entre los árboles, que colorearon el amor de los amantes con anilinas  vegetales.
Se les llama los fundadores. Todos recordaron sus hazañas. Son amados, siempre. Ellos murieron  en el mar. La leyenda cuenta que serán pájaros de acero bajo las nubes densas de la noche.
Ya no se ve la ternura de las madres. Nacieron ángeles pálidos. Las hojas de acanto decorarán las grandes columnas del museo.
Martín, Lucía. Los forasteros. Los fundadores.
La aldea arderá en la noche, diminuta.
Los amantes parten.



Naranja en el mar

                En las persianas se erizan las hojas
                hiedra en la ventana del castillo
Lo inexistente cobra forma.
Poco a poco
el espacio entre las ramificaciones de la enredadera
hace pequeñas telarañas de hielo
El amor parece ausente
Fijo en el espejo: el sol  nace naranja en el mar 
Una mujer vestida de gris se esconde tras sus alas: anuncia su mirada. Tras
 la ventana del castillo
rosa pálido se tejen los lazos verdes
enlazados en el frío
El hielo cobra vida en la aldea
La pasión: fija en una imagen traslúcida detrás de los ojos de Sofía,
 la mujer alada. Las plumas de acero se hielan: ella bebe agua bajo el sol
Nacen el odio, la furia, el olvido, la lujuria y el miedo
El color de la aldea será neutro, el cielo una piedra oscura, la mujer alada desplegará
sus alas
La ternura muere
Las caricias, pétalos de fuego
Nacerán niños mancos, madres momias
El pasado está detrás
Detrás de la entrada al castillo quedan restos intermitentes,
abrazos
En la plaza central hay un aljibe cubierto de rosas. La mujer de acero quedará clavada
en él.
 Los amantes se van por la senda que va al mar
El sol se arrima al azul del cielo
El olvido será un vórtice fuerte
el universo infinito una pregunta que se desliza
Una serpiente se detiene
Sofía volará sin detenerse
El agua se derrama como sangre. Le llamarán la aldea roja. 

El frío creció.
Todo está congelado.
Ya no habrá amor.
El ángel Sofía se escondió en sus alas de acero. Tendrá mucho frío.
La hiedra crece de todos modos. El castillo arde terrible. Habrá brasas en los bosques.
El mar hizo nacer el sol.  La nada se aproxima.
Ya no hay ángeles de acero que cuiden del amor.
El desamor fue instinto.
Sofía volará hacia el horizonte, se acercará al sol:
Naranja, en el mar.









viernes, 19 de septiembre de 2014

maravillosa sucesión de microrrelatos encadenados, por Roberto Aguilar, septiembre de2014

                                      


                                                           Mensaje encontrado en una botella
       Mi salvación fue una gran mentira. Hace mucho  estoy en esta islita desierta. Vine por voluntad propia, harto del hombre y de la mujer.  Si hubiera sabido, ante esta extrema necesidad de escribir, hubiese traído un libro de cómo hacer más hojas. Mi casa tiene forma de escritura. Este pedacito de papel es el último. No obstante, tendré las piedras, la corteza de los árboles, la arena para seguir con las marcas de las letras. Y entonces es a vos al que invoco, lector, a venir y morir en este punto en el medio del océano. Sólo así escribirás. De mí, puede que ya no quede más nada.
                                                                                                  Robinson Crusoe

                                                                        El Pensador
       Un político de estos años pasó cerca de la estatua del pensador y, mientras se rascaba la cabeza, se preguntó: ‘¿No estará poniendo todos sus esfuerzos, en cuerpo y alma, para cagar?’. Un ladrón   de casas que arrastraba su carro, repleto de muebles y libros,  lo reconoció.  Tirado por el carrero, un huevazo estalló en la frente del político. Antes de darse cuenta quién había sido, el ladrón dobló en la esquina y se fue. Desde un tercer piso un juez enardecido vio pasar al ladrón, corrió y bajó por la escalera. En la calle los dos hombres se enfrentaron con las miradas. El hombre de leyes era víctima de sus robos y acechos permanentes. Enfurecido, sacó un arma y le apuntó al carrero en el pecho. El ladrón, antes que lo matara, exclamó: ‘¡Corazón! ¡No me cagués la vida! Piensa, luego existe’.

                                                            Alicia sin el país de las maravillas
       Cuando la niña sin nombre y distraída cayó al agujero sin fondo, sus sueños fueron infinitos. Cuando salió del pozo fue Alicia, se casó, tuvo hijos, casa, un auto y se aburrió de la vida. Entonces buscó al agujero roto, pero sólo encontró uno con fondo y muchas  paladas de tierra sobre su cabeza. 

                                                 Prioridades: Primero un lavarropas y después el amor
       Una mujer coqueta y de  clase media se enamoró de un pobre mecánico de autos. Llegó a su casa de chapa y madera,  entró por una cortina de tela rasgada y horrorizada le tiró en la cara al tipo, de un sopetón, una serie de exclamaciones y preguntas antes de irse: ¡Te quiero mucho! ¡Pero hay prioridades! Al final,¿ cuántos años tenés? ¿Tenés heladera? ¿No tenés lavarropas? ¿Por qué no me dijiste nada de vos antes de traerme acá? ¿Qué será de mi futuro, del futuro de mis hijos? ¿Dónde están las puertas?’ El hombre de barba larga y blanca, todavía vestido con su mameluco sucio de grasa, se sobrepuso le contestó: ‘Dentro de tu corazón’.

                                                                 Sin cara fuera de la pantalla
    Las prisiones se han modernizado mucho. Ahora los reos, clandestinamente, pueden usar computadoras y establecer miles de conexiones con gente amiga, ya sea por facebook o por otros medios. Cuando Santiago Apoliyo escapó de la cárcel ayudado por las manos unidas en forma de cuenco por  Solís Puente, al saltar una pared, nada encontró fuera. Solís había muerto por las   balas de los poli  contra su espalda antes de trepar el muro.  La mujer de Apoliyo estaba juntada con otro, sus hijos se casaron y lo olvidaron, algunos amigos habían estirado la pata y los que  quedaban le dieron la espalda como si  hubiera tenido una enfermedad contagiosa.  Un día una mujer rica le ofreció el oro y el moro a cambio de sexo. Santiago aceptó, pero buscaba otra cosa. Al poco tiempo se separó de ella y le robó todo lo que tenía, incluida su perra salchicha. Ella hizo la denuncia a la policía y lo buscó por todos lados sin éxito. Él se fugó a una pequeña zona perdida del África. En un campo de la Cruz Roja, daba una mano a los enfermeros de todo el mundo para combatir la plaga del ébola. Allí se hizo cambiar de nombre. Se puso uno largo igual a una frase. En Kulu Kulu todo está permitido. Ahora, su nuevo documento, sin fotografía, y parecido a una tarjeta de navidad, dice en letras azules y brillantes coronadas por estrellitas blancas: Puente caído te ama, lejos de lo virtual.

                                                                          Corazón delator
       Soy mudo. Si no lo fuera, todo lo que dijera podría ser usado en mi contra. Todos mis gestos son contenidos en uno: la sonrisa irónica. Mis manos las contraigo hasta hundirlas  en mis mangas, no quiero que se vean tembleques. Mis piernas cojean, entonces, uso zapatos especiales. El cuchillo lo llevo escondido en el fondo de mi bolso negro. Soy ciego pero lo disimulo sin usar el bastón: conozco cada piedra de mi camino al trabajo. En los trenes y colectivos escucho las voces. Todas me alteran, por eso,  uso tapones en los oídos. De vuelta a casa las moscas me reciben en medio de la oscuridad mientras las ratas duermen en el tejado y, cuando el ruido de la lluvia tapa mis gritos sordos de rabia y miedo, hay una sola cosa que me delataría : si me acariciaran mi corazón agitado lloraría y hablaría. 

                                                                          Pedido
       Se busca a la menor Ayelén Ríos de 15 años de edad, quien se ausentó de su domicilio el  domingo 24 de Agosto. Es delgada, de estatura mediana, ojos marrones y padece de esquizofrenia. Cualquier información comunicarse con la comisaría Nº 0 de Azul. La última vez fue vista con alas en los pies y de la misma edad que las montañas y los océanos.


                                                                      Barquero de los sueños
       Las olas de mis sueños iban y venían. No sabía si era rico, pobre o la madera de una balsa a la deriva. Cuando abrí los ojos, el beso de mi madre fue tan caliente, tan amoroso, que las olas hirvieron y se llevaron a todos los muertos de mi infierno. Navegué sin temor y no desperté más.

                                                                      Las dudas de Homero
       Hubo una pelea mortal entre Aquileo y Héctor. ¿Cuál fue la suerte de Héctor? ¿Cuál, la de Aquileo? Todavía hoy desmenuzo las respuestas en función de estas preguntas: ¿Mortales o inmortales? Mortales, porque detrás y lejos de sus espaldas están los dioses, inmortales porque cuando mueran los reviviré en una próxima historia. ¿Y Atenas? ¿Y Troya? ¿Qué serán de ellas?: El desierto me lo dirá.

                                                                        De ricos y pobres
       Mi madre fue sirvienta de los ricos y burgueses. Obtenía de ellos, después del trabajo, aparte de un sueldo en negro, algo de comida y ropa de regalo. Cuando cumplió 84 años, ya no pudo trabajarles más debido a la debilidad de su corazón. Entonces, para esa gente, perdió su nombre, el apellido, su casa y la existencia misma. Nunca la vieron, nunca más la recordaron. Sin embargo, ella me dijo antes de morir, con toda la rabia de su voz: ‘Contale a todo el que esté a tu lado que alguna vez existió una vieja sola y de gran corazón que te crió y crió los hijos ajenos. Y siempre, en la soledad y en la compañía, pedile al viento, al sol, a las estrellas, a la luna y a los árboles que sean tu fuerza, guía y hermanas de tus brazos, piernas, manos y cuerpo. Prolongá  la naturaleza. Escuchala. Ella, cuando guardes silencio, dejará el polvo de quienes murieron pobres nacidos de buena familia o ricos nacidos pobres-el azar nos bambolea sobre el mar,  de una orilla con palmeras a otra desértica- sobre el cuenco de tus manos, el viento traerá sus desgracias y felicidades, la tierra donde nacieron, el crepúsculo de sus dioses y la memoria se despertarán en vos como un hacha cortadora de cadenas de esclavos’.

                                              Las flores de la vida, las artificiales y de las otras
      A Inés Inocencia, por su belleza y simpatía, nunca le faltaba un compañero a su lado. Era amorosa y daba todo su cariño a cuanta persona se le cruzara en el camino. Su vida resultaba un cuento de hadas salido de un libro con dibujos y maquetas de papel, hadas saltarinas por cada página abierta. Un día vino un señor de saco, corbata, bien perfumado y con botas en los pies, agarró el libro de Inés Inocencia, lo abrió y sin titubear arrancó una por una todas las hojas. Hizo un gran bollo con ellas y las tiró a la basura.


                                                                      El muerto olvidado
       Dicen que el aleteo o el vuelo de una mariposa en el Japón puede provocar un terremoto en Chile o Argentina. ¿Qué será de mí cuando alguien me nombre?


                                                               Exterminio por sacrificio
       Cuando Juan de Solís desembarcó en las costas del Río de la Plata, para los guaraníes nada fue lo mismo. Les cambiaron el oro por platos, cubiertos y cuchillos, su religión por otra de buenos modales y, ante todo, evitaron que las indias siguieran con el sacrificio de sus hijos a los dioses. Juan de Solís puso a las embarazadas contra las paredes de adobe de sus casas y las mató, una por una. Después del último fusilamiento, exclamó: ‘¡Muerta la perra, muerta la rabia!’


                                                                   Sufragio bajo el sol
       Todas las encuestas dan por terminada la era del pueblo o los días de la llama de los humildes. Las encuestas en el cuarto oscuro y frío de los burócratas, burgueses y ricos. Pero siempre, bajo el sol, una mano sucia, callada y llena de fuego se alza por encima de sus votos y hunde sus cabezas en el fondo de las urnas.


                                                                    El fuego del escritor
       Ni bien Prometeo robó el fuego a los dioses, los mortales crearon sus cosas e inventaron el tiempo. Y, con él, la mañana, la tarde y la noche. La llama nueva los calentaba en el invierno y les daba las armas para el verano. Una vez que todo esto sucedió, Prometeo se retiró conforme del lado de los hombres.                                                                                                                                                                            
En la mitad de la noche del día de todos los muertos, un escritor soñó con Prometeo:          -¡Qué querés!’, le reprochó el titán por haberlo despertado de su siesta.
-Devolverte el fuego- respondió el escritor.
-¡De ningún modo! ¡Es tuyo!- le recriminó Prometeo.
-Me arreglo con la noche-
-¡Desagradecido! ¡Te maldigo para siempre!- gritó el titán enfurecido.
       Y al escritor  le sacó las armas, las estaciones del año, las noches, las tardes y las mañanas. Le dejó la llama, en donde se consumió por el resto de su vida. 

                                             




        

miércoles, 17 de septiembre de 2014

De la poesía a la prosa poética, dos trabajos de Vivi García, septiembre de 2014

EN MIS OJOS
I
El gris-celeste se  impone
 Alto en mi vista
las nubes desgranan

                     sobre el acero su intangible.

Sobre el perfil celeste  se escalonan
hacia arriba
                          y hacia abajo,
           edificios
Bajo la mirada a una terraza antiguahenchida de verdes,
 vacila el viento en mi balcón, 
entre las hojas del ficus
mientras las ramas desnudas
del ibirá pitá esperanque llegue.

II
De la mano de la primavera,
 brotan mesita y  sillas. Así, se asoman
sobre Carlos Calvo.
Vuelvo a mirar:
Las copas de los árboles
nacen del vientre de la manzana,
palomas
van y
vienen
en diagonal,
Saludan algunas
antenas de televisión,
muestra antigua, como
Muñiz se pierde hacia el Norte
y, a la derecha,
                                    una palmera
 Y el ocaso no llega

III

la luz del sol brilla, suave,
entre las nubes
El aire, todavía,
respira descanso,
el  gris
            desgrana

en lo alto.





Desde el vientre de la manzana nace, el verde libre de tus ojos. Me saludás con una rara reverencia, mezcla de antiguos respetos y actuales ironías. El vaivén de las copas de los árboles acompaña el  de las palomas. ¿Llega el ocaso? El gris-celeste  funde  mi vista,  en busca de nubes, granos de intangibles. Arriba y abajo, la escalada de edificios me interrumpe, anhelo tu mirada. La primavera se asoma sobre Carlos Calvo y se pierde por Muñiz, hacia el Norte. A la derecha, una palmera me habla del pasado. ¿El ocaso llegará? Espero la joven brisa que vacila mientras, alto, se mecen antenas de televisión. Muere el día en el vientre de la manzana. Tus ojos, negros, no me miran.







lunes, 15 de septiembre de 2014

La muerte de Luis, un trabajo de interposición de fragmentos de Virginia Saavedra


La muerte de Luis

Era una mañana de principios de septiembre. Apenas si asomaban los primeros calores de la inminente primavera. Sentado sobre mi cama, acababa de incorporarme. El sol, furioso, entraba ya  por la ventana, anunciaba un día  de calor. A unos metros, mi mamá. Sus gritos desesperados me habían despertado.  “No. No puede ser”, gritaba o lloraba. O las dos cosas.


¿No? ¿No puede ser?

Esa mañana no había ido a la escuela. Estaba contento. Un sol radiante inundaba todo. Lo había visto por última vez minutos antes, mientras jugaba o andaba distraído en la vereda. Había pasado caminando a centímetros  de ella. Miraba a otro lado. Hacía rato  pensaba en otra cosa hasta que los gritos,  las corridas y los disparos –inevitablemente- le hicieron fijar la vista en esa dirección. La angustia se apoderó de él. Se le aflojaron las piernas. Recién entendió cuando lo vio tirado sobre el piso, ya todo rojo.


¿Así que no podía ser?


 No había dudas. Era él, su tío Luis. Corrió rápido a su casa. Gritaba pero no escuchaba  qué decía. Su madre salió corriendo, secándose las manos en la ropa.  Ante los gritos desesperados de la mujer, las confusas figuras alrededor de su tío se alejaban. Algunos vecinos salieron a ver qué pasaba. Otros cerraron las puertas con trancas. “Ay, por favor. Ay, por favor”, gritaba la mujer entre sollozos, mientras abrazaba al hombre muerto de seis balazos en el piso. 


No y no, seis veces no. No puede más.


Nunca había ido a un entierro. La única vez que un conocido había muerto ella era bebé. Cuando supo que habían asesinado a su hermano muchas cosas cambiaron en su vida. Hacía varios días quería conversar con Luis. Estaba preocupada, lo veía mal. Se lo había intentado insinuar a su madre. Pero ni bien empezó a decirle “mami, estoy preocupada por el Luis…” la madre con sus ojos llenos de ira y en un tono cortante le dijo: “Por qué no te preocupás por tu vida”.


¿Y por qué no? ¿Crees que no tengo ganas? No puedo.


 Era imposible decirle algo malo de Luis a su madre.  Ella sabía que Luis consumía hacía tiempo. La separación con su mujer lo había destrozado. Tan distraído, lo habían echado del trabajo. Hacía unos meses se juntaba en la esquina con unos pibes mucho más jóvenes. Los había visto varias mañanas cuando llevaba a sus hijos a la escuela “¿Qué hace con ellos?”, pensaba. “Este Luis está cada día más loco”. 


¿Que qué hago? No poder, eso hago. Y quiero poder.


Al escuchar los gritos de mi hijito de 5 años, salí corriendo de mi casa a la vereda. Estaba lavando los 
platos. Corrí. Lloraba y gritaba. Ni bien escuché los ruidos de pelea supe que algo podía pasarle al Luis. Pero rápidamente borré esos pensamientos. “Por qué tendría que pensar mal de mi hermano.” Corrí hasta la esquina del pasillo, donde había señalado mi hijo, ahí lo vi. Lo llevamos con un vecino que ofreció su auto al hospital. 

No poder. Impoder, no impotencia. Impoder.

Pero no hubo nada que se pudiera hacer por él. 
No algo imposible, algo que te robaron, poder robado.
Desde el hospital llamé a mi hermana. Me quedaba la tarea más difícil de todas, decírselo a mi madre.
Cuando llegué a la casa de mi mamá, ya lo sabía. Desfigurada su cara por el incesante llanto, me miró con sus ojos de fuego. Sentí que me culpaba. 

No. Puede ser.  Todo puede ser.

martes, 2 de septiembre de 2014

Lectura de poemas del polaco Stanilslaw Grochowiak, por Gaby Ramos, septiembre de 2014

La separación de Stanislaw Grochowiak

                                                                                                              esta zona blindada
a las certezas
derrochadas en los intercambios falaces
del día
Anatomía de la noche. Claudia López

                Stanislaw en su poema “La separación”  propone la medianoche como emblema de algo que nunca acaba. Tendencia, acontecer, un todo que está siempre “casi” por terminar”. Tendencia, porque se aproxima siempre a lo mismo,  se puede hacer una analogía de la representación del concepto de infinito realizado por Arquímedes. Avanza hacia algo, pero nunca llega.
La medianoche cobra distintas formas, nunca llega a ser del todo. Completa, quita, se transforma. Pero no permanece. Tiñe, muta, se emplaza. Pero nunca llega a ser. Las separaciones amorosas tienen una forma parecida a la medianoche. Casi nunca se termina algo del todo. Ya no verá la medianoche, la verá en el mundo, en la muerte:

Debe haber una medianoche
que ya no veré,
la medianoche del mundo
y la de veinticuatro horas.
El tiempo y el espacio hilvanado
con la única estrella,
bajo la cual tan sólo
ha nacido la muerte
El olor de la medianoche yace
en los oídos de los muertos,
en las narices de perros pasmados,
en el sinfín de la nieve
y en las medallas de porcelana
por las que se asoman los niños,
quietos al fin.
El sabor de la medianoche pegado
a la mano aquella.
Cuando la toqué sabía a hierro
bajo un soplo de frío.
Desde entonces huyo a media lengua,
desde entonces
balbuceo. 
                La medianoche será de los amantes, de los “otros amantes”. Será palabra, será objeto velado, transformado, cobrará formas diferentes, efectos distintos, mutaciones. La medianoche será quien vele por el poeta, le dirá que el amor aún es, le dirá que ya no hay por qué preocuparse porque hay mucho mundo en las cosas: mucho mundo en el mundo. También le dirá que el mundo y las cosas pueden volverse horribles fantasmas y hasta en finales, ruinas y puertas tapiadas. Deseará que la medianoche lo ayude para no odiar a los amantes: el poeta volverá el mundo  tiniebla si lo quiere, para volver a parir la belleza.

para los amantes —el mismo afán
que para los muertos
La alcoba del amor que sea velada
con terror a Dios
Prohibido el acceso a los niños
Para los amantes —fúnebres en la dicha
el mismo atuendo
Antes de que se tapien las puertas,
se atranque la tierra,
el satín más pesado sobre sus cuerpos
se corroerá

Medialunas con jamón y queso, un texto de Gaby Ramos, septiembre de 2014

Medialunas de jamón y queso
                Sobre la vitrina de la cantina de la esquina vibraba la sombra de los árboles; el aroma a flores secas y comidas calientes inundaba la cuadra. Ella lloraba en el escalón de la entrada. Él llegó con tristeza a decirle la verdad, algo que ella no esperaba pero intuía: algo se había revelado de una vez y para siempre. Él quiso besarla, ella enojada  lo empujó. Él se fue. A las tres de la tarde ella había derramado un mar de lágrimas. El asfalto estaba tan caliente que en una parcela de la calle se podía ver agua. Caminó cinco cuadras hasta llegar a su casa. El edificio era de material barato y el calor aumentaba. Subió por las escaleras corriendo. Se lanzó a la cama a llorar: se tapó con la almohada para que nadie oyera los gritos de furia.
                Sobre la vitrina de la cantina había una persiana verde, sucia, oxidada. Cada gota de lluvia caía intermitentemente y ella sentada en el banco que estaba al lado de la ventana.  Su mirada esa mañana era de piedra, dura, impenetrable. No miraba absolutamente nada, aunque parecía haber un punto en el que se clavaban como puñales sus ojos. Tal vez recordaba. Él llegó a besarla. Ella estaba indiferente. Le dijo:
                -No quiero verte más.
                Él se fue. Ella nunca supo cuánto le dolió a él haber sido rechazado dos veces.
                Tuvo que volver bajo la lluvia que parecía una caída de estrellas, el fin del mundo. Las cuadras estaban mojadas, resbaladizas. Los techos, las terrazas se inundaban y por las canaletas caían chorros de agua. Ella caminó hasta llegar a su casa. El edificio:  gris, mojado y sucio. Subió las escaleras.  Se lanzó en la cama a llorar, gritó sin taparse con la almohada porque sus padres no estaban.
                Al día siguiente el techo de la cantina ya se había secado. El tejado rojo de barro estaba frío y seco. Desde afuera, podía leerse “La cantina El gallo” en la vitrina sucia de hollín y amarilla por los reflejos de la luz del sol. Ella pidió una “milanesa completa”. Se sentó en el umbral de la casa de al lado a comer. Él pasó con la bicicleta. Se detuvo. Le dijo que la amaba. Le dijo que no podía vivir sin ella. Le aseguró que nunca iba a olvidarla. Ella dejó la milanesa sobre el alféizar:
                -Cometela si querés.
                Y se fue.
                Caminó bajo los toldos de las casas, compró una bolsa de caramelos en el quiosco “Doña Florinda”. Subió las escaleras del edificio. Se tumbó en la cama. No lloró. Pero sí sintió odio. Él le había dicho lo que nadie debería haberle dicho. No podía contárselo a nadie. Se sentía triste. Pensó durante horas mientras jugaba con las maderas de la cama cucheta de arriba. Puso los pies hacia arriba, despegó la espalda del colchón, giró todo su cuerpo, se retorció. Empezó a llorar otra vez.
                Lloró toda la noche.


                La “gallega” le dijo:
                -No hay más medialunas con jamón y queso.
                Ella salió de la cantina. Por primera vez en años la gallega limpiaba con lavandina los pisos, con rociador las vitrinas. La calle estaba limpia, había olor a comida, pero también a jazmines, a sol seco, a productos de limpieza, a perfume cuando alguien pasaba, a tantas cosas… que ella se detuvo en la esquina a descifrarlos. Él llegó y le dijo:
                -Sólo quería saber si me querías. Nunca estuve con otra.
                Ella no le creyó.
                Él se fue. Se dio cuenta que era un tonto. Que el amor era más fácil. Que la había perdido.
                Desde la esquina se escuchaba gritar a la gallega:

-¡Te dije que no hay medialunas con jamón y queso!

lunes, 1 de septiembre de 2014

Prosa poética de Sibel Pagano, septiembre de 2014


Sentada en el inodoro observo siempre la misma
flor en el lavabo, es linda en un baño feo
la infame, ante esta ausencia
en mis orejas, se levanta y escucha un fuera de campo de una posible llegada.
Interrumpiría los posibles huevos revueltos que comería al salir de esta situación

hay hambre pero hay música sin sonido
Y estas palabras sin un lector,
¿qué sería de tu presencia sin tu anterior?