La noche en la aldea
Los vidrios opacos de la casa de la aldea parecen esconder la luz de
la tarde. Una larga noche de
incertidumbre, odio, desesperanza atrapará a los amantes tras la vitrina. Un
día triste había apagado las luces del centro de la plaza. Ellos se tumban en
un lecho de mariposas azules. Las mariposas cargan la tristeza de los
desesperados.
Los padres, los amantes, los tristes ya no tendrán lechos, rincones,
espacio bajo los árboles, los pies en el arroyo, amaneceres. Los fundadores de
la aldea duermen.
Lucía cantó:
Tras las persianas escondo
mis dudas, atrapo mariposas de noche, libélulas de finales, cucarachas
brillantes de olvido. Quiero que sepas que te quiero igual, tras las persianas
grises y el recuerdo
Eran las cinco de la tarde y la aldea estaba en penumbra. Los
forasteros tomarán sus pertenencias, sus recuerdos, fotografías, los puntos
negros y de colores de la tarde: los guardarán todo en bolsas de arpillera
y partirán.
Martín y Lucía se besan por última vez. Supieron quererse. Serán
muchos años de recuerdos, de faroles, estrellas, mares atrapados en abrazos.
Osvaldo y Raúl nacieron en la aldea, los dos viven bajo los árboles
del bosque, separados. La historia de la aldea se escribió con sus nombres. El
mito cuenta que ellos regaron de amor a cada niño que entraba a jugar entre los
árboles, que colorearon el amor de los amantes con anilinas vegetales.
Se les llama los fundadores. Todos recordaron sus hazañas. Son amados,
siempre. Ellos murieron en el mar. La
leyenda cuenta que serán pájaros de acero bajo las nubes densas de la noche.
Ya no se ve la ternura de las madres. Nacieron ángeles pálidos. Las
hojas de acanto decorarán las grandes columnas del museo.
Martín, Lucía. Los forasteros. Los fundadores.
La aldea arderá en la noche, diminuta.
Los amantes parten.
Naranja en el mar
En las persianas se erizan las
hojas
hiedra en la
ventana del castillo
Lo inexistente
cobra forma.
Poco a poco
el espacio entre las ramificaciones de la enredadera
hace pequeñas telarañas de hielo
El amor parece ausente
Fijo en el espejo: el sol
nace naranja en el mar
Una mujer vestida de gris se esconde tras sus alas: anuncia su
mirada. Tras
la ventana del castillo
rosa pálido se tejen los lazos verdes
enlazados en el frío
El hielo cobra vida en la aldea
La pasión: fija en una imagen traslúcida detrás de los ojos de
Sofía,
la mujer alada. Las plumas de
acero se hielan: ella bebe agua bajo el sol
Nacen el odio, la furia, el olvido, la lujuria y el miedo
El color de la aldea será neutro, el cielo una piedra oscura, la
mujer alada desplegará
sus alas
La ternura muere
Las caricias, pétalos de fuego
Nacerán niños mancos, madres momias
El pasado está detrás
Detrás de la entrada al castillo quedan restos intermitentes,
abrazos
En la plaza central hay un aljibe cubierto de rosas. La mujer de
acero quedará clavada
en él.
Los amantes se van por la
senda que va al mar
El sol se arrima al azul del cielo
El olvido será un vórtice fuerte
el universo infinito una pregunta que se desliza
Una serpiente se detiene
Sofía volará sin detenerse
El agua se derrama como sangre. Le llamarán la aldea roja.
El frío creció.
Todo está congelado.
Ya no habrá amor.
El ángel Sofía se escondió en sus alas de acero. Tendrá mucho frío.
La hiedra crece de todos modos. El castillo arde terrible. Habrá
brasas en los bosques.
El mar hizo nacer el sol. La
nada se aproxima.
Ya no hay ángeles de acero que cuiden del amor.
El desamor fue instinto.
Sofía volará hacia el horizonte, se acercará al sol:
Naranja, en el mar.
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