jueves, 10 de julio de 2014

Cenizas, un cuento de Vivi García, julio de 2014

CENIZAS

La vio desde la vereda de enfrente,  en la entrada del edificio, con un cigarrillo entre los dedos de la mano derecha, rígidos,  ajenos a su cuerpo. La luz de la recepción enmarcaba la silueta e impedía ver su rostro en la penumbra, aunque  el contorno de la pelambre, enredada y sucia,  se destacaba. Recordó el tiempo en el que el pelo le caía por la espalda en una caricia , cuando su cara, ahora invisible, pero que presentía desencajada, mostraba una belleza perturbadora. Vivieron juntos casi siete años. Durante ese tiempo se habían deslizado desde lo más alto hasta la sima más profunda. El amor los asaltó y era  un virus,  lo vivieron con asombro, sin pensar en el día siguiente. Miró los autos ir y venir, mientras ocultaban parcialmente la silueta en la vereda de enfrente. Desde atrás del mostrador, lo sorprendió la voz del carnicero:

- ¿Las milanesas las quiere preparadas?

- Sí, sí... –  despertaba de un sueño.

¿De qué otra forma podría ser? No tenía demasiado tiempo para cocinar, entre el trabajo, los dos chicos y todos los problemas que le traía esa silueta parada a unos metros, del otro lado de la calle. Poco les había durado la felicidad, apenas un par de años. Enseguida, sobre todo después del nacimiento del primer hijo, ella había empezado a abandonarse. Discutían por eso y por muchas otras cosas. Ella se volvió obsesiva, no quería que él se moviera de su lado ni para ir al trabajo. Hacía largas escenas de celos cuando se demoraba unos minutos o no le contestaba el celular. No parecía tener tiempo para otra cosa que jugar y entretener al bebé. La casa siempre se veía como si hubiera pasado un huracán: ropa por el piso, las camas deshechas, canillas abiertas, la comida sin hacer. Él había tratado de cubrir todo eso, lo había negado con la ilusión de que hubiera sido algo pasajero. Primero buscó una mucama para mantener un poco el orden. Después del nacimiento del segundo hijo, fueron necesarias dos personas. Aun así, temía llegar a su casa todas las noches, pensaba con qué calamidad se encontraría. Podían estar  los tres sentados en el umbral porque ella se había olvidado la llave de la casa, o  ella, tirada en el piso, rodeada de libros en los que buscaba con desesperación algo  leído alguna vez, mientras los chicos daban vuelta todo, estaban sin cambiarse o sin comer.

Pagó y salió a la calle. Lo sorprendió la sirena de una ambulancia que pasaba justo en ese momento por la puerta de su casa. Mientras cruzaba escuchó, no muy lejos, el ruido de frenadas seguido del estruendo de un choque.

- ¿Qué hacés acá?

- Vengo a ver a los chicos- contestó ella, mientras tiraba el cigarrillo, apenas empezado. Parecía un alumno a quien descubren fumando en el baño de la escuela.

- No.

-¿Cómo que no? Son mis hijos, quiero verlos y no me lo podés impedir- arrastraba las palabras. Su lengua se negaba a seguir el curso de sus pensamientos.

- ¿Te bañaste?- su voz sonaba ofensiva.

- Sí- parecía no darse cuenta de la agresión.

- ¡Mentirosa! No hacés nada, como siempre. Se te pasan las horas sin pensar. ¿No ves que hasta olés mal?

No contestó. Entrecerró los ojos e inclinó la cabeza mientras lo miraba sin comprender.

- ¿No te mirás al espejo?- la hizo girar, con violencia, enfrentándola al vidrio de la puerta- Mirate... - bajó la voz- ¿no ves esos pelos sucios, los dientes sin lavar, los ojos lagañosos?

Miró, obediente. No podía ver. La luz de la entrada, frente a ella, la encegueció.

- Los chicos... me esperan... les prometí... - balbuceó.

- ¿Qué les prometiste? Ni los chicos te creen- puso la llave en la cerradura y pasó del otro lado. Ella quiso seguirlo y él no la dejó- Si los querés de verdad, dejalos en paz.

Cerró la puerta. Los ruidos de la calle se atenuaron. Caminó hacia el ascensor. Cuando pasó el mostrador de vigilancia, giró y volvió a mirarla. Seguía de pie, su figura, iluminada por la luz de la recepción.  Los autos iban y venían, en la calle, detrás de ella.


Había encendido otro cigarrillo. Lo abrazaba con sus dedos, rígidos.  Con descuido, sacudió la ceniza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario