domingo, 20 de julio de 2014

El fin de un romance, por Juan Carlos Pedot, julio de 2014

Marcelo estaba embobado y a la vez totalmente inseguro. La esperaba los viernes a la tarde, a la salida de la tienda donde trabajaba Silvia como empleada. Le parecía mentira haber ganado el corazón de esa muchacha tan bella, portadora de unos ojos de  un color indefinido entre el celeste y el verde, rodeados de un bosque de pestañas arqueadas.  Si sostenías la mirada, esos ojos te subyugaban. Marcelo no estaba totalmente convencido  de ese amor, no lo podía creer.     Más, cuando las otras empleadas, compañeras de Silvia, lo veían salir tomados del brazo  él se suponía que murmuraban ¿Qué le habrá visto a este tipo?
         Ensimismados... campantes... Ajenos a cruzar la acera, se alejaban rumbo al centro donde se encuentran los cafés, las confiterías.  A dos cuadras doblaban por la av. Principal, como si el tiempo se hubiera detenido, absortos caminaban mirando las vidrieras,  lentamente la noche envolvía a  la ciudad. El recuerdo más nítido  es de cuando se alejaron por la peatonal y recalaron en el barcito chiquito y coqueto frente a la plaza-parque independencia. La vista atravesaba los cristales y se perdía entre los árboles. A escasas cuadras,  la pensión donde alquilaban habitaciones a las parejas. Las piezas alquiladas  daban a un patio lleno de plantas perfumadas. Él se calificaba a sí mismo como un ganador de primera línea, más dudaba, más se enamoraba. Silvia estaba acostumbrada a los halagos, eran naturales, nació bella, la más linda de la primaria, igual en la secundaria y reina del carnaval  del Distrito. El verso con ella no iba, no se deleitaba con la zalamería barata. Justamente la conquistó en unos de esos bailes que se hacen en el club  la Cieneguita de Panquehua donde ella fue la estrella de la noche.
         Ella  había correspondido a ese amor quizás al verlo tan enamorado,
            Le había echado el lente antes de que él la registrara, fue en  una cena  en el círculo periodista, él estaba acompañado.
         Cinco años de buen romance. Luego...se fueron a vivir juntos y allí empezó la debacle.

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         Esa noche no lo esperó.
 En el horno  tenés un plato de ravioles- dijo Silvia, cuando entró a la casa.

         -Sabes que los martes pasó por el Club- y él puso cara de nada.
-Es historia vieja, ya me cansé.- y la piel le envejeció años en un instante.- Cenas  en lo de tu madre, sin avisar. Nunca sé si Doña Elvira está con los achaques, si son inventados por vos, por ella o por los dos. A la “mama” nunca le caí simpática, bueno esa es otra, donde siempre quedé pagando, ya tampoco importa.
         - Sabés que el único que le da pelota a la vieja soy yo- Como afligido
         -Esto no da para más, mañana me vuelvo a lo de mis padres,  en este momento es el único lugar al que puedo ir, ya lo discutimos, refutó Silvia.

         A la mañana Marcelo llamó a la oficina, se tomó el día por enfermedad. Si bien no la podía retener, quería verla partir, quizás por última vez. La suerte estaba echada, la rutina -según él- había consumido el amor. El destello se esfumó, por esa puta costumbre que algunos hombres tenemos No más “a brillar, mi amor”.

La observó calladamente vestirse con esa prolijidad sin apuro, sin tiempo que la caracterizaba y que a él le molestaba. 

         Le costó a Silvia salir con la valija, de la frustración, atropelló la mesa, el portazo fue toda una contestación.

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