viernes, 13 de julio de 2012

Nuevos textos de Roberto Aguilar, Julio 2012


                                                La voz quebrada



      La voz quebrada en el medio del clamor de las olas : 
                          ‘¡Estoy meada por los elefantes!’.
     Un síndrome de algas rastreras se aprisiona en la playa de
la fábrica de deshechos industriales. El camión atmosférico vomita toda la
mierda sobre las aguas, mientras las escolásticas iglesias evangélicas, sindicales, burguesas y trogloditas de la pobreza hablan con sus campanas de Mayo, 9 de Julio y 17 de Agosto. Fecha de veñas y ruiseñores en las jaulas pasean por las calles de las manos de las 90-60-90 con voluptuosas curvas. Pasean todas, menos las atorrantas en los parques. Fuman sus yerbas y sueñan con un mar de esmeraldas. En el medio de la mañana estallan:
                          ’¡Estoy meada por los elefantes!’.
       Las amígdalas en las epístolas ligueras de montañas, lágrimas, valles con olor a asado. Alguien descuartiza a un humano. Lo entretiene con histo-
rias para que no sufra. Pero, a la larga, se cansa. Le hinca un cuchillo en la yugular como el codo en la cara en lugar de un beso. Los campos de hojas mugen:
                           ‘¡Está meada por un elefante!’.
      Las  proximidades de la costa trajeron todos los tiempos. Ríos con brazos
crepé atenuaron los Calipsos voladores y Cupido diluviano aminora- ahora mismo- la marcha de su Kawasaki. Ven la sangre llegar pero el cuerpo no aparece. Garrotes de espoleadotes, la vara de Dios. Una matraca de Sade hurga el universo. Recién para el atardecer, ruidos de gaviotas, sombras en los acantilalados, ecos de los abismos:
                           ‘¡Estoy meada por los elefantes!’.
      No hay cántico, sólo grito. Una mano acorta la partida. La hace pedazos.
Suerte perra. Relámpagos a la deriva. Una señora se rasca el culo. El chofer
de la 22 dobla al mundo y atropella a una viejecita. Todo es como antes. El
frío trae el hambre, el calor la sed y el corazón las grietas del dolor. Resucita  Jesús y lo volvemos a matar.
                          ´¡Estamos meados por los elefantes!´
      Llega la noche tranquila, las estrellas brillan al falo excitado del obelisco.
Duerme en los umbrales, los andenes, las plazas, la memoria despojada de
cronómetros, anillos y dólares. Huyen los marsupiales hacia donde vinieron.
Las palomas no se ven. Están en las panzas de los declamadores de cambios.
Pasan los celulares, las prostitutas, las engominadas y estúpidas tangueras
                  Pero a ellos no los ven. El sudor de las sábanas negras tapa sus sombras sobre la tierra. De reojo, murmuran:
                                    ‘Son linyeras ¡Meados por los elefantes!’

      En el medio de la risotada de los camiones de basura, aparece un bebé.  Gesticula entre la inmundicia. Nunca duerme. Bajo el viento y las nubes, quiebra su voz y aprieta con todas las ganas su puñito. Todo eso para darte una trompada en la boca, cálido lector.

                           De golpe, la lluvia y la sangre.


      
     




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