La voz quebrada
La voz quebrada en el medio del clamor de
las olas :
‘¡Estoy meada por los
elefantes!’.
Un síndrome de algas
rastreras se aprisiona en la playa de
la fábrica de
deshechos industriales. El camión atmosférico vomita toda la
mierda sobre las
aguas, mientras las escolásticas iglesias evangélicas, sindicales, burguesas y
trogloditas de la pobreza hablan con sus campanas de Mayo, 9 de Julio y 17 de
Agosto. Fecha de veñas y ruiseñores en las jaulas pasean por las calles de las
manos de las 90-60-90 con voluptuosas curvas. Pasean todas, menos las
atorrantas en los parques. Fuman sus yerbas y sueñan con un mar de esmeraldas.
En el medio de la mañana estallan:
’¡Estoy meada por los elefantes!’.
Las amígdalas en las epístolas ligueras
de montañas, lágrimas, valles con olor a asado. Alguien descuartiza a un
humano. Lo entretiene con histo-
rias para que no
sufra. Pero, a la larga, se cansa. Le hinca un cuchillo en la yugular como el
codo en la cara en lugar de un beso. Los campos de hojas mugen:
‘¡Está meada por un
elefante!’.
Las
proximidades de la costa trajeron todos los tiempos. Ríos con brazos
crepé atenuaron los
Calipsos voladores y Cupido diluviano aminora- ahora mismo- la marcha de su
Kawasaki. Ven la sangre llegar pero el cuerpo no aparece. Garrotes de
espoleadotes, la vara de Dios. Una matraca de Sade hurga el universo. Recién
para el atardecer, ruidos de gaviotas, sombras en los acantilalados, ecos de
los abismos:
‘¡Estoy
meada por los elefantes!’.
No hay cántico, sólo grito. Una mano
acorta la partida. La hace pedazos.
Suerte perra.
Relámpagos a la deriva. Una señora se rasca el culo. El chofer
de la 22 dobla al
mundo y atropella a una viejecita. Todo es como antes. El
frío trae el
hambre, el calor la sed y el corazón las grietas del dolor. Resucita Jesús y lo volvemos a matar.
´¡Estamos
meados por los elefantes!´
Llega la noche tranquila, las estrellas
brillan al falo excitado del obelisco.
Duerme en los
umbrales, los andenes, las plazas, la memoria despojada de
cronómetros, anillos
y dólares. Huyen los marsupiales hacia donde vinieron.
Las palomas no se
ven. Están en las panzas de los declamadores de cambios.
Pasan los
celulares, las prostitutas, las engominadas y estúpidas tangueras
Pero a ellos no los ven. El sudor de las
sábanas negras tapa sus sombras sobre la tierra. De reojo, murmuran:
‘Son
linyeras ¡Meados por los elefantes!’
En el medio de la risotada de los
camiones de basura, aparece un bebé.
Gesticula entre la inmundicia. Nunca duerme. Bajo el viento y las nubes,
quiebra su voz y aprieta con todas las ganas su puñito. Todo eso para darte una
trompada en la boca, cálido lector.
De golpe, la lluvia y la
sangre.
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