Ominoso
Viajaba en subte, la línea “b”: la
comisura de su boca (sus manos aferradas al vaivén del sostén, sus pequeños
ojos negros, sus pestañas afiladas y brillantes). Me tomó por sorpresa un
hombre poco común, muy poco común, pensé. Tal virtud era imposible olvidar.
Temblaban los asientos: Se denomina tren o ferrocarril a una serie de vagones o coches conectados a una locomotora, que generalmente
circulan sobre carriles de riel permanentes
para el transporte de mercancías o pasajeros de un lugar a otro. No obstante,
también existen trenes de carretera. El ferrocarril puede ir por rieles (trenes convencionales) u otras vías destinadas y diseñadas
para la levitación
magnética. Pueden tener
una o varias locomotoras, pudiendo estar acopladas en cabeza o en configuración push pull (una en cabeza y otra en cola) y
vagones; o ser automotores, en cuyo caso los vagones (todos o algunos o solo uno) son
autopropulsados. Varía entonces la manera de propulsión de los trenes,
principalmente, según su utilización. Busqué
la información automáticamente y sin meditarlo en la wikipedia. Ese
hombre había sido traído por ángeles de túneles cilíndricos, atrapado por un
tonto destino confuso, llevado a mis brazos, a los oscuros secretos tejidos en
un sueño poco común: él.
Salí a la
calle, rocé mis labios con mis manos y
me pareció verlo. Lo vi. Nos miramos a los ojos, pero nos desencontramos en el
empujón que me dio una mujer de unos ochenta años, quien pasó violentamente
taconeando con sus zapatos blancos de charol. Me volví hacia atrás y él ya no
estaba. Me pregunté si hubiera mirado su boca, si hubiera… Cada vez que lo
viera, serían otras las
sensatas sensaciones que tendría. Insistí y cambié mi rumbo. En el quiosco
compré cigarrillos y dudé: ¿sería
del barrio? No podía olvidar los instantes vívidos en nuestros encuentros
fugaces, pero no por eso nimios. Abrí el paquete y encendí un cigarrillo.
Alguien, tarde, me ofreció fuego. Le
agradecí y nos sonreímos: lo reconocí. Era él. La comisura de sus labios, esa
exacta y precisa mueca. Se fue como un fantasma, se perdió en las calles, se
esfumó, lo raptaron, tomó un taxi, tomó la línea de colectivo que lo llevaría a
su casa. Me sentí ansiosa. Era él. Aquél que deambulaba en el manicomio
de las calles cuadradas, con inmensos cuadrantes y ángulos y aristas
imperfectas. No lo pensé: me dirigí al subte, tomé la línea”b” y decidí ir en
dirección a Dorrego. En el tren resonaba en mí la definición de wikipedia: Se demonina… y algo
ominoso parecía flotar en la atmósfera. Perdí las esperanzas. Un pantalón verde
viejo, se habían abierto las puertas bruscamente, el pie avanzaba, habría deaparecido
su talón. Me insultaron por empujar apresurada y nerviosa. La puerta cerraba.
Sentí terror. Giré mi cabeza y ahí estaba: no me vio, lo reconocí. La boca era
congruente con la de él. Cuando me acerqué, intenté disimular. Miré de reojo y
me sonrió. Tal vez quien había bajado del tren era un doble. Tal vez todos eran
dobles. Pero este era él. ÉL. Sin embargo, me quedé helada: a su lado había dos
nenes y un bebé sobre el regazo de una mujer. Y él les sonreía. Su mano tomaba
la de la mujer. Todo terminó ahí. Debía volver por la otra dirección. Debía
descender del tren. Ya nada tenía sentido, la soledad me conmovía a tal punto
que seguí inmutable hasta el fin del viaje. No sé si él bajó antes, no sé si la
mujer se esfumó para siempre.
El camino de vuelta fue en soledad, casi no había pasajeros.
Quería llorar. Lloré. Creo que lo ominoso tenía que ver con la levitación
magnética. No sé qué significa.
Tonto destino.
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