lunes, 1 de octubre de 2012

Y más de Jazmín Cañete, octubre 2012


Champaigne


            –No lo vi venir. Al vómito, no lo vi venir.

            No entendiste nada. Hiervo. Las palabras asaltan mi cabeza, rebotan contra las paredes carnosas de una envoltura que ya no puede llamarse cerebro.
            Las palabras aparecen de la nada y estallan, como las burbujas del espumante con el que acabo de inundar mi carozo vacío. Algunas, las que no estallan, se pegan entre sí en una burbuja gigante.
            Metástasis.
            Ahora, no sólo zumban adentro de mi cráneo: en el centro de mi garganta crece el globo maligno salido de la nada. C r e c e.  C  r  e  c  e  ...
            Su sabor es dudoso, pero intenso. ¿Impotencia?, ¿odio?, ¿deseo? Demasiado. Se hace lugar entre músculos que, hasta recién, jamás había sentido. Laten, se hinchan, desafían los límites de lo tirante. Y desborda.
            Lloro.
            Pierdo sal por todas mis pinchaduras. El agua se filtra al instante sin que yo lo decida (como si arrancaran una tira de cera fría de mi bigote).
            No entendiste nada, careta, reproductor de cd vírgen. Mis dientes imán se aferran en el más sudoroso de los sueños eróticos (nunca sentí tantas ganas de saltarte encima). Me despierto con la sábana pegada a escondites de mi cuerpo. Voy descubriendo, despacio (como se saca la piel muerta o la plasticola seca).
             Abatido, amanece el cielo; todo está confuso y no puedo asegurar qué fue cierto y qué no.       Huele a lágrimas, sudor y decepción vieja, la mancha negra sobre la almohada. Quiroga, la mía no es de plumas. ¡Ah! Yo también puedo hacer alusiones. ¡Soberbio, me estiré dos centímetros! (Al fin se ven los resultados de tanto yoga filosófico).
            –Son años, una buena paja. Cuestión de práctica.
            No entendiste nada. Hoy me vomitás sobre el mantel recién lavado leche que hasta ayer no mamabas. O eso decías.
            Y todos te felicitan, aplauden, loas al escupitajo que ahora se expande por el irreversible amarrillo del mantel que era de mi abuela. Tu saliva tiene pretensiones de no sé qué mierda y tapa su olor a nada con perfume francés y alemán (una asaltacunas del pensamiento occidental).
            Tu grito es el de la última moda y vuelve a engañarme, una y otra vez, su camuflaje demodé. 
            Como ya no te soporto, y a tus invitados tampoco, me voy al carajo a ventilar el olor de tu aliento trivialpostestructuralista de mi vestido floreado.
           
            Al fin: el rugido. 

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