Champaigne
–No lo vi venir. Al vómito, no lo vi
venir.
No entendiste nada. Hiervo. Las
palabras asaltan mi cabeza, rebotan contra las paredes carnosas de una
envoltura que ya no puede llamarse cerebro.
Las palabras aparecen de la nada y
estallan, como las burbujas del espumante con el que acabo de inundar mi carozo
vacío. Algunas, las que no estallan, se pegan entre sí en una burbuja gigante.
Metástasis.
Ahora, no sólo zumban adentro de mi
cráneo: en el centro de mi garganta crece el globo maligno salido de la nada. C
r e c e. C r
e c e ...
Su sabor es dudoso, pero intenso.
¿Impotencia?, ¿odio?, ¿deseo? Demasiado. Se hace lugar entre músculos que,
hasta recién, jamás había sentido. Laten, se hinchan, desafían los límites de
lo tirante. Y desborda.
Lloro.
Pierdo sal por todas mis
pinchaduras. El agua se filtra al instante sin que yo lo decida (como si
arrancaran una tira de cera fría de mi bigote).
No entendiste nada, careta,
reproductor de cd vírgen. Mis dientes imán se aferran en el más sudoroso de los
sueños eróticos (nunca sentí tantas ganas de saltarte encima). Me despierto con
la sábana pegada a escondites de mi cuerpo. Voy descubriendo, despacio (como se
saca la piel muerta o la plasticola seca).
Abatido, amanece el cielo; todo está confuso y
no puedo asegurar qué fue cierto y qué no. Huele
a lágrimas, sudor y decepción vieja, la mancha negra sobre la almohada.
Quiroga, la mía no es de plumas. ¡Ah! Yo también puedo hacer alusiones.
¡Soberbio, me estiré dos centímetros! (Al fin se ven los resultados de tanto
yoga filosófico).
–Son años, una buena paja. Cuestión
de práctica.
No entendiste nada. Hoy me vomitás
sobre el mantel recién lavado leche que hasta ayer no mamabas. O eso decías.
Y todos te felicitan, aplauden, loas
al escupitajo que ahora se expande por el irreversible amarrillo del mantel que
era de mi abuela. Tu saliva tiene pretensiones de no sé qué mierda y tapa su
olor a nada con perfume francés y alemán (una asaltacunas del pensamiento
occidental).
Tu grito es el de la última moda y
vuelve a engañarme, una y otra vez, su camuflaje demodé.
Como ya no te soporto, y a tus
invitados tampoco, me voy al carajo a ventilar el olor de tu aliento
trivialpostestructuralista de mi vestido floreado.
Al fin: el rugido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario