martes, 20 de noviembre de 2012

Nuevo texto de Gabriela Díaz


Velvet Rouge

Cruzo la puerta, ahí esta. Nunca vi a un muerto.
El hedor de las flores recicladas no me deja respirar ni pensar en nada más que en mis ganas de vomitar. Con cada paso, el nudo en mi pecho aprieta más y más. No miro hacía los costados, no quiero sentir ningún rostro húmedo cerca del mío. Pienso: si camino firme, derecho hasta el ataúd, nadie se atreverá a interrumpir ese momento.  Camino, camino, siempre en el mismo lugar. Mis pies amarrados al piso y el muerto ahí, a dos pasos.


Estoy parada junto al ataúd. No puedo mirar al muerto. Me concentro en el terciopelo rojo del ataúd: combina con la madera que recubre la sala velatoria. El aire escasea en la habitación, quiero pedir a gritos que abran una ventana pero todo está herméticamente cerrado para que nadie, ni el muerto, pueda escapar. Miro desesperadamente  alrededor, quiero que alguien venga a abrazarme, que me saquen de aquel lugar. Trato de llorar para emocionar a alguien, llamar su atención. Sólo el muerto parece verme.


No sé dónde estoy. Una tela roja, suave, me rodea. Oigo los sollozos de la gente, pero no puedo reconocer a nadie, ¿por qué hay tantos extraños?
Miro mis manos,  veo a través de ellas las flores pudriéndose en toda la habitación. No hay ventanas, sin embargo, nunca respiré tan profundo. El aire me atraviesa, llena mis pulmones, sale de mi cuerpo y vuelve a  mí. Levito.
Un beso en la frente me trae de manera brusca. Sus lágrimas caen por mi rostro, me confunden. No sé quién es, ni por qué llora. Miro a mi alrededor: techo y paredes cubiertas en madera. Intento pararme con todas mis fuerzas, no puedo. Un peso enorme en el pecho me mantiene acostada. Sigo intentando hasta que consigo ver

                                                                                                             mi cuerpo envuelto en una tela de terciopelo rojo.

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