Velvet Rouge
Cruzo la puerta, ahí esta. Nunca vi a un muerto.
El hedor de las flores recicladas no me deja
respirar ni pensar en nada más que en mis ganas de vomitar. Con cada paso, el
nudo en mi pecho aprieta más y más. No miro hacía los costados, no quiero
sentir ningún rostro húmedo cerca del mío. Pienso: si camino firme, derecho
hasta el ataúd, nadie se atreverá a interrumpir ese momento. Camino, camino, siempre en el mismo lugar.
Mis pies amarrados al piso y el muerto ahí, a dos pasos.
Estoy parada junto al ataúd. No puedo mirar al
muerto. Me concentro en el terciopelo rojo del ataúd: combina con la madera que
recubre la sala velatoria. El aire escasea en la habitación, quiero pedir a
gritos que abran una ventana pero todo está herméticamente cerrado para que
nadie, ni el muerto, pueda escapar. Miro desesperadamente alrededor, quiero que alguien venga a
abrazarme, que me saquen de aquel lugar. Trato de llorar para emocionar a
alguien, llamar su atención. Sólo el muerto parece verme.
No sé dónde estoy. Una tela roja, suave, me
rodea. Oigo los sollozos de la gente, pero no puedo reconocer a nadie, ¿por qué
hay tantos extraños?
Miro mis manos, veo a través de ellas las flores pudriéndose
en toda la habitación. No hay ventanas, sin embargo, nunca respiré tan
profundo. El aire me atraviesa, llena mis pulmones, sale de mi cuerpo y vuelve
a mí. Levito.
Un beso en la frente me trae de manera brusca.
Sus lágrimas caen por mi rostro, me confunden. No sé quién es, ni por qué
llora. Miro a mi alrededor: techo y paredes cubiertas en madera. Intento
pararme con todas mis fuerzas, no puedo. Un peso enorme en el pecho me mantiene
acostada. Sigo intentando hasta que consigo ver
mi
cuerpo envuelto en una tela de terciopelo rojo.
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