Vos
eras la dueña de mis noches.
Había claridad en tu andar.
Me acuerdo la primera vez
que sentí tu aroma. Así, casi de sopetón, estaba buscando a otra pero
apareciste vos. Uno debe acostumbrarse a los nuevos sabores, a los nuevos
olores. Fue allá, en la entrada a la
villa de Ensenada, yo venía desde muy lejos, vos siempre anduviste por aquí,
por esas calles de tierra y casas bajas, donde el miedo se esconde y la rabia
se publica, a un costado de la ruta, casi como metáfora: la velocidad que da la
ruta es la velocidad que da el barrio.
Y nos acompañaste a ese primer movimiento, la adrenalina del robo nos recorría
a los tres, cuando la vida nos decía “retrocedan”- a mi novia Nati y a mí-, vos
nos decías “avancen”. Y así avanzábamos,
avanzamos juntos noches y días, nada nos detenía juntos.
Había adrenalina en tu andar.
Desde ese momento tu perfume se me hizo familiar. Muchas pasamos
juntos… Como esa noche en que te
buscamos por ahí, por la zona de la terminal, amigos y vodka nos esperaban en
casa, una moneda nos decía que la noche estaba por comenzar. En vos,
el juego. Nuestros amigos nos recibieron
con alegría, un espejo roto hacía de mediador y largas charlas sobre ideales
pasados y misterios futuros nos envolvían en
humo, paredes cargadas de cuadros
de autores desconocidos. El calor desde
el horno ya no era necesario, para eso estabas vos, fría en movimiento, caliente en tu acción. La
charla era clara, concisa, sendas conclusiones sobre el ser se sacaban a tu
lado, el dadaísmo y tu lumínica visión inundaban nuestros cerebros, cerebros abiertos
a nuevas sinapsis.
Había sabiduría en tu andar.
También te encontré una tarde allá en Santa Fe. Tu fragancia nos guiaba,
como perros seguimos tu rastro varios kilómetros. “Nunca la van a ver así”, nos decía Mario,
mientras nos dejaba sentir tu belleza en el aire. Eran las dos de la tarde, en
el agobiante verano santafecino. Vos ya estabas entre nosotros. Todo se
derretía, el departamento de Mario, adornado solo por una heladera, un
ventilador, un colchón en el piso, dos plantas de marihuana en el balcón y una
cantidad de instrumentos que decían: íbamos a tener un largo día entre sonidos.
Yo me instalé cerca de los caospad, Mario en las pistas y Pablo en los
teclados, los sonidos nos envolvían, tocamos desde las dos hasta alguna hora de
la noche, el tiempo corría maratónicamente. Luego, entrada la noche, solo
queríamos acción.
Había creatividad en tu andar.
También recuerdo la última vez que sentí tu olor. Vos estabas como
siempre y como nunca, nunca sos la misma. Venia de tres días sin dormir,
habitaba muchos rincones. No me quedaban ni amigos, ni novia, ni sonidos, ni
creatividad, ni sabiduría, ni adrenalina, ni claridad. Mis huesos sin piel se
pegaban al colchón en el rincón más
oscuro de aquel cuarto vacío, el vaho de tu cuerpo recorría mis venas
despidiéndose. Antes de decirte el final adiós, a vos y a todos, vi un río rojo
brotar de mis fosas nasales, y fue allí
cuando me calmé.
Al fin iba a estar en calma, lejos de tu andar.
Qué bello!!! Me encantó!! Besos!! Lili Cola
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