Hombre de lluvia
Bajo una nube
blanca, el viento del sur se metía en mi cabeza, ojos, oídos. Abría mi boca en
una sonrisa con sus relámpagos luminosos. Me resquebrajaba y movía de un lado
para otro. El cielo más negro que, en la última pena subía en forma de rayos,
caía y partía mi cuerpo en filamentos. El viento envolvía mi cintura. Giraba. Y
la cola del diablo se metía, se metía. Mis piernas iban hacia atrás, al centro,
hacia adelante sobre dos zancos sostenidos en el vacío. Se hundían en la capa
de barro del suelo. Pero, en una gota de aire abierta, el inmenso espejo de
agua aparecía en el camino de piedras. Andaba y desandaba invertido al ras del
abismo, en lo profundo de la tierra oscura, llena de uvas chinches. Soplaba el
azur dentro de mi pie derecho. Por el agujero del zanco crecía el tallo de una
flor cerrada. Se erguía azulina, de chanfle, transparente. Yo la regaba,
acariciaba suave, muy suave hasta el cielo cargado de reflejos rotos. En lo
alto explotaba en lluvia. Horda de pájaros húmedos sobre la danza de una nube
negra.
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