lunes, 11 de agosto de 2014

El mago del subte, por Juan Carlos Pedot, agosto de 2014

El Mago  del subte

 

 Ese domingo, tenía el compromiso de traer a Malena, mi nieta, a casa. Yo andaba entre mucha, mucha gente,  un quilombo de aquellos. El punto de encuentro era   el acto en  Plaza por el 25 de mayo. El lugar estaba desbordado una muchedumbre exultante. En el escenario, León Gieco y muchísimos artistas. Un verdadero jolgorio. El kirchnerismo nos ha devuelto la alegría con esos actos masivos que te hacen vibrar. El arco nacional de la música, folclore, rock y tango, un baile de multitudes a cielo abierto: un desparramo de energía te envuelve, te arrastra. Ser ajeno y neutral en ese mar de humanos en medio del placer es imposible. Creo recordar, de cuando niño, algún acto por el estilo, donde desfilaron carruajes y gauchos, en las fiestas de la vendimia. Desde esa época, me ha quedado esa unción hacia los verdaderos actos populares, como  hacia algo sagrado. Entonces, los dioses bajan y se mezclan con el hombre de a pie. El pueblo se vuelca a las calles y el motivo de la convocatoria pasa a segundo término.  Todos somos uno solo  en una  sola presencia.
El acto se extendía. Luego vendría la complicada desconcentración. Nos adelantamos, antes del fin. Como un pliegue  de una escena- escenario de dos fases- nos internamos en el subsuelo de la plaza. Había quietud en la estación donde  arranca el Subte A, solo un bullicio leve por  las vibraciones desde el techo. Nos sentarnos cómodamente en el vagón semi vacío que se fue llenado en las siguientes paradas. A mitad del recorrido, un muchacho de unos 27 años más o menos se instaló en el centro del vagón. A voz en cuello llamó la atención del pasaje y dejó en el suelo una caja profesional. Se presentó como el verdadero “Mago de Subte”. Se despachó con un stand-up de sucinto y curioso argumento. En resumidas cuentas, él se presentaba como producto de la evolución del hombre a grandes trazos, con sus defectos y virtudes , sentenciaba: el saldo es positivo, vamos bien. Lleno de irreverencia y desenfado, salpicaba la vida con un poco de magia, que afirmaba en un tono irónico. Resultaba hasta cómico que asumiera la postura de encubrir o descifrar, a través de la magia, los procesos históricos. Terminó su discurso con una frase contundente:
- Soy el mejor mago.
Cuando me retiré, agregó imperativamente:
- Todos, a coro empiecen, a cantar: mago, volvé –
 Después de las carcajadas, desplegó su magia: agitó al aire cuatro pañuelos. El azul en vuelo mudaba al amarillo; el rojo, con una pirueta, al verde. Se retorcía el blanco para hacerse negro, regurgitaba un naranja y tornaba en violeta. Ante la atónita mirada de los ya no tan extraños, hubo aplausos. De a poco ganaba - mago verdadero o no-, nuestro reconocimiento. De sus  manos explotaron petardos que se transformaron en flores. Luego, se las regaló a algunas damas.
Aplauso cerrado.
Dio a dos  a elegir dos cartas de un mazo de póker, una de ellas a mí. Le mostré secretamente a Malena el 5 de corazones y no recuerdo la otra. Barajó las cartas, misteriosamente, las dos  seleccionadas aparecieron.
Aplausos.
Más de treinta ojos escudriñaban movimientos de las manos del prestidigitador. El que no sabe de truco,  realizado con esta prolijidad de cirujano, nunca  descubriría el yeite.
Finalizó  con una advertencia:
-          Soy el verdadero “Mago del Subte”, les pido que estén atentos.
Cuando el hombre ya cruzaba al contiguo vagón,  de espaldas al público, se escuchó la voz pristísima de una muchacha que rompió la mudez:
-“Mago, volveeé”. Al unísono, un espontáneo coro, al que se acopló mi nieta, repitió:
- “Mago, volveeeeeeeeeeeeeeeeeeé.”

 El grito se esparció por los túneles de los subterráneos de Buenos Aires. Se mezclaba en ese grito la algarabía de la plaza con la intensidad del mago.

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