El Mago del subte
Ese domingo, tenía el compromiso de traer a
Malena, mi nieta, a casa. Yo andaba entre mucha, mucha gente, un quilombo de aquellos. El punto de encuentro
era el acto en Plaza por el 25 de mayo. El lugar estaba
desbordado una muchedumbre exultante. En el escenario, León Gieco y muchísimos
artistas. Un verdadero jolgorio. El kirchnerismo nos ha devuelto la alegría con
esos actos masivos que te hacen vibrar. El arco nacional de la música, folclore,
rock y tango, un baile de multitudes a cielo abierto: un desparramo de energía te
envuelve, te arrastra. Ser ajeno y neutral en ese mar de humanos en medio del
placer es imposible. Creo recordar, de cuando niño, algún acto por el estilo,
donde desfilaron carruajes y gauchos, en las fiestas de la vendimia. Desde esa
época, me ha quedado esa unción hacia los verdaderos actos populares, como hacia algo sagrado. Entonces, los dioses bajan
y se mezclan con el hombre de a pie. El pueblo se vuelca a las calles y el
motivo de la convocatoria pasa a segundo término. Todos somos uno solo en una sola presencia.
El acto se extendía. Luego
vendría la complicada desconcentración. Nos adelantamos, antes del fin. Como un
pliegue de una escena- escenario de dos fases-
nos internamos en el subsuelo de la plaza. Había quietud en la estación
donde arranca el Subte A, solo un
bullicio leve por las vibraciones desde el
techo. Nos sentarnos cómodamente en el vagón semi vacío que se fue llenado en
las siguientes paradas. A mitad del recorrido, un muchacho de unos 27 años más
o menos se instaló en el centro del vagón. A voz en cuello llamó la atención
del pasaje y dejó en el suelo una caja profesional. Se presentó como el
verdadero “Mago de Subte”. Se despachó con un stand-up de sucinto y curioso
argumento. En resumidas cuentas, él se presentaba como producto de la evolución
del hombre a grandes trazos, con sus defectos y virtudes , sentenciaba: el
saldo es positivo, vamos bien. Lleno de irreverencia y desenfado, salpicaba la
vida con un poco de magia, que afirmaba en un tono irónico. Resultaba hasta
cómico que asumiera la postura de encubrir o descifrar, a través de la magia,
los procesos históricos. Terminó su discurso con una frase contundente:
- Soy el mejor mago.
Cuando me retiré, agregó
imperativamente:
- Todos, a coro empiecen,
a cantar: mago, volvé –
Después de las carcajadas, desplegó su magia:
agitó al aire cuatro pañuelos. El azul en vuelo mudaba al amarillo; el rojo,
con una pirueta, al verde. Se retorcía el blanco para hacerse negro,
regurgitaba un naranja y tornaba en violeta. Ante la atónita mirada de los ya
no tan extraños, hubo aplausos. De a poco ganaba - mago verdadero o no-,
nuestro reconocimiento. De sus manos
explotaron petardos que se transformaron en flores. Luego, se las regaló a
algunas damas.
Aplauso cerrado.
Dio a dos a elegir dos cartas de un mazo de póker, una
de ellas a mí. Le mostré secretamente a Malena el 5 de corazones y no recuerdo
la otra. Barajó las cartas, misteriosamente, las dos seleccionadas aparecieron.
Aplausos.
Más de treinta ojos escudriñaban
movimientos de las manos del prestidigitador. El que no sabe de truco, realizado con esta prolijidad de cirujano,
nunca descubriría el yeite.
Finalizó con una advertencia:
-
Soy el verdadero “Mago del Subte”,
les pido que estén atentos.
Cuando el hombre ya
cruzaba al contiguo vagón, de espaldas
al público, se escuchó la voz pristísima de una muchacha que rompió la mudez:
-“Mago, volveeé”. Al
unísono, un espontáneo coro, al que se acopló mi nieta, repitió:
- “Mago,
volveeeeeeeeeeeeeeeeeeé.”
El grito se esparció por los túneles de los subterráneos
de Buenos Aires. Se mezclaba en ese grito la algarabía de la plaza con la intensidad
del mago.
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