martes, 18 de diciembre de 2012

Nuevo cuento de Rubén Diodato, diciembre de 2012


Una Casa en la pradera

                Una mujer sentada sobre el verde inclinado intenta llegar a la loma para ver su casa con la pintura solamente en su interior. A lo lejos, tan lejos como la mirada permite mantener la puerta cerrada. Su tortura es mirarla, no se puede mover,  su cuerpo es parte de ese verde, de esa tarde luminosa de calor.
                Por la  quietud, se pensaría que un gran pintor -un día, de paso- retrató la imagen.  Laura respira, traspira, llora y ríe, pero no pasa nada. El consuelo sólo es posible en esa casa, lejano refugio de recuerdos. Pero la puerta está cerrada.
                La claridad se va con José, a caballo, trata de dibujar el camino hacia su casa. Eso no inquieta a Laura. Nada la inquieta, salvo esa lejanía donde se ha puesto a desear.
                De chica soñó su presente. No imaginó que ese sueño chocaría a cada paso con lo que ella llamaba “la cebolla”.  Decía: una cebolla, cada noche, pierde una capa y llega a lo verde donde las lágrimas tornan en pasado , pero….
                Casada joven, con un hombre fuerte de poca palabra, pensó su lugar lejos del ruido de la gente. Todas las mañanas lleva  a sus hijos al colegio a través de  la pradera. L a vuelta siempre tiene una parada, una casa vecina donde visitar a una amiga y poder distenderse un poco de la soledad tan buscada y odiada.
                Su marido es considerado un trabajador, se levanta a las 6 de la mañana y vuelve a  casa al mediodía,  come y- por la noche- habla solamente lo justo con Laura. Igual, la seduce en las tardes de calor, en la cocina, él no le da tiempo: un fuerte apretón en su pelo la deja inmóvil, con miedo y lágrimas. Pero el avance de Pedro todo lo transforma en un torbellino. Sobre el piso, sin ropa, como un trapo, siente a su hombre apretarla hasta llegar al grito deseado. Luego es la angustia: nada ha quedado de ese momento. Pedro  sube sus pantalones, apreta  su cinto y, con sombrero en la mano, abre la puerta y se pierde hasta el anochecer.
                Su vida era igual a la mirada de niña cuando su madre sufría por el hombre amado y odiado. Pero nunca supo el engaño, solo la fidelidad de la pasión guardada en su retina. ( Mamá  no permitía que las capas de la cebolla se abrieran, eran pétalos peligrosos, ocultaban un color que sus ojos no hubieran tolerado.)
                Un día, de vuelta del colegio, se sintió mal y prefirió ir a su casa a recostarse, algo que no era habitual. Mientras miraba la casa desde lo alto, vio a Pedro entrar:

               


                Era muy temprano para  su vuelta, algo la hizo desconfiar y, con un paso lento, intentó llegar a la casa. Él nunca le había dado motivo para la desconfianza.  Llegó a la casa y, sin entrar, intentó mirar por la ventana. Parecía estar vacía. Laura se quitó sus zapatos y entró sigilosa, sintió caminar y ruido en la parte superior,
                Quiso subir, pero no.
               
                Sin razón, mira de costado, hacia la cocina, busca lo primero a su alcance para acompañar su duda. Y aún no.  (La cebolla oculta algo).
                Sube, ahora sí,   los ruidos se apoderan de sus oídos,  los murmullos salen de  su cuarto. Cerrada la puerta pero sin manija, solo hace falta empujarla. (Guarda, cebolla, guarda tu secreto, no, ahora, no ahora) Piensa, por un momento, irse (una cebolla no debe perder sus capas de esta manera, no, no, no), llega a la escalera, ya baja, gira su cuerpo con los dientes apretados y se tira contra la puerta.
                Entonces,  solo sus ojos. No más furia ni murmullo en sus oídos. Baja la escalera. En el último escalón cre verla, sus capas desenvueltas dejan ver el corazón de una cebolla más antigua que niguna. Pero sigue hasta la puerta. A los tumbos. Cierra con llave y se va.

                Una mujer sentada sobre el verde inclinado intenta llegar a la loma para ver su casa con la pintura solamente en su interior. A lo lejos, tan lejos como la mirada permite mantener la puerta cerrada. Su tortura es mirarla, no se puede mover, algo lleva a su cuerpo a ser parte de ese verde, de esa tarde luminosa de calor.
                Ese día los chicos vuelven solos del colegio. Laura, desde la pradera, ve cómo la puerta se abre. Después de un instante, los chicos corren sin dirección.
                Los chicos ese día vieron lo mismo que Laura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario