viernes, 28 de diciembre de 2012

Nuevo texto de Mariano Botto, diciembre de 2012


            Pecho Colorado


Arenal gris piedra. Duros matorrales amarillentos. Los de cerros azules, a distancia fantasmal, rodean el desierto y sostienen al cielo que aplasta la tierra y no deja crecer nada verde, nada húmedo. Sólo prospera la maleza, insectos y animales de rapiña en la pequeña banda entre el cielo y la tierra miserable.
Un tajo de asfalto rectifica lo amorfo. Su línea recta, custodiada por los palos de luz eléctrica, pone el contraste al caos.
La tierra arenosa arde inmóvil. Un reguero de plumas blancas cae lento por la ruta. Marca el paso del auto que las libera y, presas de gravedad, caen en el lugar, el viento no tiene fuerzas ni para correr  a una sola.
Un Siam Di Tella celeste cielo triste cacarea pesado y lento. Atrás, el sonajero de las jaulas con gallinas  golpea a unas con otras. Su escándalo se absorbe en el abismo del lugar.
El sol, una antorcha en el cenit, quema el brazo izquierdo del conductor con camisa azul, las mangas cortadas desde el hombro. El resplandor y el fuego trabajan sobre el brazo para dejarlo como al desierto. Su brazo se dora sin pausa, la piel se reseca y los vellos azuzados por el viento a la velocidad del vehículo completan la maqueta con los matorrales. Sólo se salva la piel debajo de la franja inquebrantable del reloj.
El otro brazo hurga en el dial alguna estación de radio, acomoda los anteojos de marcos gruesos y  marrones y seca el sudor que, desde la frente, irrita los ojos.
Queda quieta sobre la falda sólo unos segundos.
Se aburren.
Las manos se aburren.
Se turnan con el volante, golpean torpes el techo al ritmo de la música, tapan los bostezos crónicos, juegan con la palanca de cambio, acomodan los espejos, aventan la camisa empapada y peinan los  pelos canosos.
-Ese pajarillo…verde col…-  canta desde que salió del campo y se corrige:
-...pecho colorao´…-
El sol se trancó en lo alto y no cede.
La cinta asfáltica tironeada por carteles abre en dos y se aleja entre ellos. Intentan huir del gobierno dictador del sol.
-¿A la derecha o a la izquierda?- Se pregunta ante los carteles implacables.
-Al camino le faltan varias sillas- Entendió, cuando preguntó en la estación de servicio a otro viejo que le dijo “Millas”.
-Está loco este viejo- se dijo y continuó sin quitarse la duda.
- Ese pajarillo…verde col…-
-¡Cuál es el camino para llegar a ese maldito pueblo!
Se persigna por lo de “maldito”. Y mira el rosario colgado del espejito con el Cristo que también traspira.
Elige el camino de la derecha, promete menos distancia para salir de esta nada.
El auto no da más y tose a tono con el conductor.
Él escupe por la ventanilla y el auto escupe aceite por el carter.
La promesa de otra estación de servicio se rompe por abandono. Se parece a los animales muertos al costado de la ruta. El alquitrán se derrite y alarga aun más la ruta inacabable.
-Ese pajarillo…verde  col…. Ese pajarillo…verde  col…. Ese pajarillo…verde  col….- repite y repite su mente sin pausa.
La señal suelta la antena y la radio sólo capta el ruido blanco.
El calor termina por secarle la vida a las gallinas y ahora va de frente contra el conductor. Es un camión de fuego, viene de frente a toda marcha.
El auto parece parado de tanta distancia a recorrer. No da más, sigue por viejo testarudo. Porque estos autos no se quedan. Dicen. Estos autos estaban bien hechos. Dicen. Los hacían con una chapa así. Muestran. Son nobles. Afirman.
El conductor detiene el auto y carga nafta con un bidón de repuesto. Se lamenta por las gallinas pero no llora; son gallinas, dice para sí.
De vuelta en la ruta, el sonido del motor es más ronco, espeso, sin el vigor ágil de la salida. Sigue su marcha, es un soldado herido de muerte, cuando caiga no se levantará más.
El sol se perfila de frente y en picada. El conductor sigue adelante movido por alucinaciones. Sonríe al imaginar una cama del hotel, una bañera llena con agua fría y el ventilador prendido toda la noche.
Las sombras superan en tamaño a los arbustos. Crecen sobre el arenal gris plomo, gris cemento hasta que la noche se los traga junto  a los cerros. Negro cielo y tierra. Los ojos afiebrados del Siam son menos que luciérnagas en el abismo de la oscuridad. La frescura de la noche revive algún cacareo de las gallinas desplumadas.
           El resplandor de un pueblo inminente es un ángel verde prendido de la última luz rojiza del horizonte

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