lunes, 3 de diciembre de 2012

Primer texto de Mariano Botto, diciembre de 2012


El espejo del cielo


La hilera, a lo largo de la calle, titila en sus luces unos instantes hasta apagarse. Han perdido el brillo de la noche tras un espeso cielo azul de fondo; vencidas, de repente, todas se callaron. Sólo una quedó, encendida hasta un reto directo del sol. Una escoba solitaria rasca y rasca la vereda, luego se suman otras dos y varias más. El sonido apurado en los pasos aumenta; tacos y zapatos repiquetean  en un tambor de  campo de batalla. Chicos de guardapolvo blanco, desalineados tras el otoño y el invierno, caminaban sin el contento, ante  el timbre insistente del primer recreo. Pero eso será más tarde. El rugido de los colectivos, los taxis y los autos se mezcla con el escape de vapor de la máquina de café humeante dentro del bar, con los clientes apurados y el choque platos y tazas. Una señora se detiene en la verdulería, pegada al bar, con un changuito nuevo, brillante, verde y amarillo; un lujo encontraste con la pollera marrón y un sobretodo, al que se le ha fugado el color.
Frente
          a frente con las verduras, analiza los precios y la calidad. Tomaba una naranja, la apretujaba con toda su fuerza débil y la devolvía al cajón. Lo mismo con los tomates, las chauchas, las berenjenas y, por último, el melón al que apenas logró hundir dos dedos con el peso de su brazo. Y, por allá, con delantal rojo y  lapicera en la oreja, un hombre habla con dos muchachos que bajan sin pausa cajones  de fruta y verdura, hasta la altura de una muralla sobre la vereda. La señora murmuró alguna cosa y siguió su camino. Y, de pronto, gris, gris sobre la media mañana: nubes y más nubes y la incipiente llovizna no se hace esperar. Despierta una docena de paraguas, corridas y borra los rostros de los pasajeros tras los vidrios empañados de los  colectivos repletos. La primavera recobra fuerzas en pocos minutos. La psiquis del tiempo se debate bajo el techo del puesto de diarios:
-¡Qué tiempo loco! ¿Cuánto más va a seguir lloviendo? – Le dice un hombre al diariero con una bolsa de supermercado en la cabeza para protegerse de la lluvia. 
El bar hace el recambio de clientes, viste sus mesas con manteles, cubiertos y copas. El cocinero, vestido de pantalones, camisa, gorro blanco y mocasines marrones coloca en la esquina un cartel escrito con tizas de colores:
–Menú Ejecutivo: Ravioles con estofado $39,90- .
Algunas personas se detienen, observan el cartel y el bar con timidez se vuelve  a poblar. Dentro, la televisión con las noticias a todo volumen competía con “dos menú, cuarto tinto, soda”, “cortado y café, cierra la dos” y el choque de platos. Del otro lado de la ventana, el diariero descansa sobre una banqueta de hierro con el brazo apoyado sobre la pila de diarios que han quedado sin vender. Preparaba su retirada.
Las viejas desaparecieron de la faz de la calle. Una bandada blanca de escolares grita, ríe corre, se tropiezan, se abrazan. Dos madres llevan la delantera, cansada y lenta. Arrearon la decena de infantes, camperas, gorritos, mochilas, una gaseosa, valijas con rueditas y  alguna bolsa con las compras hasta desaparece en la primera esquina.
La vereda está en calma
Algunos negocios cerraron. Los autos no vieron el peldaño de la tarde y se peleaban a los bocinazos. Un hombre detuvo su auto  bajo la sombra de un árbol y se despatarró de siesta.
Al despertar, titila algo de agonía. El día ya no es el día, era la tarde. Rascó su cabeza,  se peinó con los dedos y se marchó.
Lenta y decidida, la tarde se opaca. A nadie le importan ya las nubes. No hay temor de nuevas lluvias que interrumpan o entorpezcan lo planificado. La pendiente del día sólo lleva a pensar en cerrar algunos asuntos. A toda potencia los pájaros arremetieron con la última sinfonía. Sólo uno despertará en la noche y dará su voz impertinente en el silencio.  Pequeños cuadrados de luz se pintaron en las ventanas de casa y edificios.
-Es de noche y le dicen las “7hs tarde”- dice el último cliente del bar a la camarera con el delantal sucio y los ojos hipnotizados en la calle.  Dos supermercados en la misma cuadra contradicen a casi todos los comercios y, si algunos bajan sus persianas, ellos se llenaron de gente y le dieron algo más de cuerda al movimiento del barrio. Luego, sin sutilezas, desprolijas, las veredas se dejaron morir.
La hilera de luces, a lo largo de la calle, hace rato que brilla despierta.

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