Huérfanos y breves
Un rayo de luz se abre paso por los
resquicios de la persiana. Atraviesa el aire enrarecido por toda una noche de
exhalaciones soñadas y golpea furiosamente en unos párpados tal vez cerrados
con tanto descuido como la persiana. Un disparo certero, los ojos se abren.
Los ojos se abren. Responden a un llamado más allá de cualquier
voluntad, nadie los abre, sólo el rayo de luz.
La mirada espera que alguien la habite.
Treinta segundos, un minuto, son ojos abiertos por un rayo de luz pero no son
de nadie. Un dibujo, una forma inmóvil.
Por fin una mano despierta, no parece estar
integrada a la mirada, se dirige con determinación a un control remoto que
también duerme en el piso, al lado de la cama, acompañado por un libro, un par
de anteojos, un vaso vacío, un frasco de crema, un blíster de algún
medicamento. Objetos salidos de sus
últimas acciones y, a la vez, sugerentes de su porvenir más próximo.
Aprieta el botón, se escucha una voz, otro
haz luminoso, luego la mirada descansa en la pantalla. Una barrera al primer
rayo de luz. Distintas imágenes se suceden. Veloces. Poco a poco la mirada
cobra vida.
-Laura- dice, grita a alguien que no está a
la vista- ¿hiciste café?
Una voz responde a lo lejos, pero se acerca
junto al ruido de sus pasos -¿Con leche? Tuve que ir hasta el mercadito a
comprar, ayer te olvidaste, como siempre. Te lo pedí mil veces. Debería dártelo
negro, tal vez te estimule la memoria. Otra vez aumentó. La verdad que es
increíble, me gustaría saber cuánto le pagan a los tamberos el litro de leche.
Compré descremada, ¿está bien?
-Como quieras.
La mujer se ausenta por unos minutos,
regresa y entrega una taza en silencio.
Algo la hizo callar. Mira con curiosidad al hombre que mira la TV sin ella. Sin
curiosidad. Antes de irse voltea una vez más su mirada. Después se va.
El rayo de luz que se entromete por la
ventana es más débil ahora, se transformó en luz
difuminada. Un momento antes irritaba, ya no. Un momento antes algo podría
haber pasado. Haberse abierto un nuevo aspecto de la mirada. Ya no. Los objetos
esparcidos en la habitación tienen más sombra que luz, eso los hace ver
desorientados.
Se escucha –un oído impersonal, una
percepción anónima- un portazo.
-¿A dónde vas?- pregunta tarde y fuerte.
El hombre busca entre sus objetos. Aprieta
otro botón y espera impaciente.
-Hola, ¿a dónde fuiste? No me dijiste que
te ibas, ¿te pasa algo?- el hombre se levanta de la cama, camina un poco por el
pequeño espacio que lo rodea, pasa su mano por la cabeza para acomodar sus
ideas, pega una patada a una pantufla que cae con un giro un metro adelante,
acaricia su resentido pie .
- Acabo de despertarme, es eso – las frases
le salen entrecortadas, no sabe si hablar o escuchar- No te trato mal, estoy un
poco dormido.
-Bueno, Laura, andate a la mierda.
Tira el teléfono sobre la cama con bronca,
aunque cuidando que no se caiga. Se acuesta otra vez, se pierde en la pantalla,
olvida su molestia en las imágenes que le cuentan otra historia. La luz que se
desprende del aparato sobre su cara lo
acaricia, lo calma. Hay detergentes que duran mucho, hay desodorantes que
atraen mujeres, hay relatos con risas en off que hacen reír casi por contagio.
Empieza por relajar su cara hasta adormecerse con la boca entreabierta. Sueña
con una selva de aromas y colores. Sueña que los árboles son su casa y teme
caer desde lo alto para perderse en una marea de ramas y enredaderas. Laura
está en su sueño, es algo parecido a una flor blanca que entreteje sus raíces
en lo más alto de la copa de su casa.
Lo despierta el ruido de la puerta. Abre
los ojos, debe ser Laura.
Abre los ojos, mira a su alrededor. Sus
objetos.
La tv encendida. Su teléfono extraviado
entre las sábanas.
Los zapatos junto a la cama, huérfanos y
breves.
La camisa colgada en el respaldo de la
silla, la misma que ayer lo acompañó durante todo el día. Prueba de ello es la
arruga a la altura del codo que se formó de acuerdo con los movimientos de sus
brazos. La camisa con las marcas de su cuerpo cuelga abandonada en el respaldo
de la silla. Tendrá sus olores, además. Olores ácidos, olores picantes. El olor
de su compañía.
¿Habrá también marcas suyas en el cuerpo de
Laura? Surcos en las partes por él más acariciadas, brillos especiales en los
sectores en que la piel se frunce para ajustar el cuerpo de uno a los pliegues
del otro.
Laura, parada en la puerta de ese pequeño
espacio de vida, permanece quieta mientras lo mira mirar la tv casi dormido,
abandonado, colgado del borde de la cama.
-¿Hiciste café?
-¿Con leche? Tuve que ir a comprar, ayer te
olvidaste, como siempre.
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